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Cada vez que termino un capítulo de Succession no puedo evitar pensar en los espectadores que se acercaron a esta producción de HBO llevados por el tramposo concepto de «drama familiar», y esbozar media sonrisa. En estos tiempos en los que This is us es la viva imagen de la versión más lacrimógena del término, en los que la moralina familiar de unidad y sacrificio alcanza cualquier producción, Succession es la antítesis de esa expresión. Y no puedo evitar imaginarme a esa parte de la audiencia que le dio al «play» acompañada de un paquete de pañuelos y acabó el capítulo escandalizada por lo que acababa de ver. Un ejercicio narrativo sobresaliente, ambientado con un lujo que roza lo obsceno y protagonizado por media docena de seres despreciables que se mueven únicamente por puro egoísmo, la familia Roy.
En Succession no hay padres comprensivos, ni empresarios ejemplares, ni amorosos vástagos que se merezcan cada céntimo de su herencia. Logan Roy es un ambicioso, y avejentado, hombre de negocios, dueño de un conglomerado mediático empresarial que levantó con el sudor de su frente. Viviendo de las cuantiosas ganancias están Connor, Kendall, Shiv y Roman, de los cuales solo ella, Shiv, trabaja lejos de la empresa familiar. Otros como Connor directamente no hacen nada. Kendall, por su parte, aspira a suceder a su padre y Roman se limita a esperar que los malos hábitos de su hermano lo desacrediten y sirvan para situarle a él al frente de la lista. Cuatro criaturas malcriadas y caprichosas, que se han pasado la vida teniendo todo lo que deseaban y ahora no están dispuestas a renunciar a nada. Ni siquiera a traicionar a los de su propia sangre.
A pesar de la discreción con la que llegó a la biblioteca de HBO, Succession fue uno de los grandes estrenos del verano de 2018, y sus tres nominaciones a los próximos premios Emmy parecen confirmarlo. La sátira de Jesse Armstrong (The Thick of It, In the Loop) sobre las poderosas sagas familiares ha permanecido durante un año en la memoria de los académicos, que tampoco andan sobrados de dramas entre los que elegir. Y el estreno de la segunda temporada de la serie llega a tiempo para saciar la curiosidad de los seriéfilos que no están dispuestos a dejar pasar la posibilidad de descubrir una buena producción. Aunque sea a costa de su descendencia y su fe en esa porción de la humanidad podrida de dinero.
Hace diez años, cuando trabajaba con Armando Iannucci en The Thick Of It, Armstrong escribió el guion de una película para la televisión sobre los Murdoch, la saga familiar del poderoso magnate y sus negocios en el sector de los medios de comunicación. La propuesta no tuvo demasiado éxito, pero con el tiempo el guionista reformuló su interés por narrar las miserias del poder y el dinero. «¿Por qué centrarse en una familia mega rica, poderosa en los medios, cuando hay por ahí tantas con tantas disfuncionalidades?». Y entonces nacieron los Roy, con sus envidias y sus egos, sus vicios y sus venganzas, dispuestos a encarnar el prototipo de familia poderosa en la que los titulares y la cuenta bancaria importan más que cualquier sentimiento.
En su primera temporada Succession plantea al espectador la incógnita que impone su título. ¿Quién llevará los mandos del influyente conglomerado empresarial, que abarca desde canales locales de televisión a parques temáticos, pasando por cruceros y periódicos? La implacable lucha, que no teme dejar víctimas a su paso, no queda únicamente entre las cuatro paredes de los casoplones familiares, sino que se expande hasta el parqué bursátil, la clase política o la industria aeroespacial. Una relevancia económica más comprensible para el espectador que Billions pero, como ésta, empujada por la codicia, el ansia de poder y una inquietante visión individualista de la vida.
Por si los cuatro vástagos de Roy no fuesen suficientes, a su alrededor se mueven el prometido de Shiv, Tom, la tercera mujer del patriarca, Marcia, y el bueno de Greg, nieto del hermano de Logan, que azuzado por su madre busca en la familia un enchufe que le convierta en un ser útil para la sociedad. Y mientras ella es vista como un enemigo despiadado que anhela la porción de poder que le otorga su papel de esposa, Tom y Greg encarnan la vertiente más vergonzosa de toda saga familiar. Criaturas sonrojantes en cualquier ámbito de la vida que son capaces de sobrevivir en un entorno muy diferente al suyo encubriendo su ineptitud con su utilidad.
Con estos dos encarnando el contrapunto cómico a base de vergüenza ajena, la primera entrega de Succession es un retrato cruel y descarnado en el que las puñaladas por la espalda están a la orden del día. Traiciones que se suceden en busca de un relevo que Logan no sabe si quiere encontrar, entre proposiciones de matrimonio a destiempo, planes que solo entienden de la tiranía con la que crecieron sus ideólogos y personas casi anónimas que «solo» están para arreglar aquello que los niños mimados estropean.
Tras dejar claro en el cierre de su primera entrega que la venganza puede servirse fría, pero nunca llega sola, Succession regresa con una segunda temporada en la que la vida de los Roy puede haber experimentado cambios, pero el fin sigue siendo el mismo. La todopoderosa familia del magnate de los medios se enfrenta a nuevos desafíos que deberá afrontar si quiere seguir soñando con aumentar la fortuna familiar. Con un Logan que parece haberse recuperado de sus achaques, solo la (excelente) cabecera de la serie nos sirve como pista para imaginarnos por qué oscuros senderos del poder y ambición nos llevarán el magnate y sus cuatro hijos. ¿Servirá de algo que, tras los diez primeros episodios, algunos creamos que ya estamos curados de espanto? Muy probablemente, no.