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“De la regiones de la tierra / que mi carne y su sombra han fatigado / eres la más remota y más íntima / […] Islandia, te he soñado largamente”. Estos versos del poema “A Islandia”, escritos por el eterno Jorge Luis Borges, reflejan a la perfección el sentir de todos aquellos que han tenido la fortuna de posar sus pies sobre ese trozo de tierra perdido en el Atlántico norte. Un aura de misticismo envuelve la isla y sus gentes. Algunos la llaman la tierra del hielo, aunque su actividad volcánica se empeña en demostrar que Islandia, realmente, es hija del fuego nacido de las entrañas de la tierra.
Del mismo modo, el estereotipo de persona nórdica fría como un témpano de hielo y seria como un feligrés en misa a veces no concuerda con el carácter islandés. Cuando los islandeses ríen, lo hacen a viva voz, como si su caja torácica se tornara en volcán en erupción y sus cuerdas vocales lanzaran bombas piroclásticas en forma de carcajada. Nos imaginamos a los islandeses como si fueran Jökulsárlón, un lago glacial repleto de icebergs, pero la realidad es que tienen más de Eyjafjallajökul, el volcán que en 2010 cerró el espacio aéreo de media Europa tras entrar en erupción y escupir al cielo una tremenda columna de humo y ceniza. Y de entro todos los islandeses, hay uno aún más volcánico que el resto: Jón Gnarr.
Basta con tirar de hemeroteca para encontrar por qué os suena el nombre de Gnarr. Su historia vende mucho. Un cómico islandés que se presenta en broma a las elecciones municipales de Reykjavík, capital de Islandia, y contra todo pronóstico las gana con su recién creado Best Party (Partido Mejor). Es de película -o de serie-, no lo vamos a negar. Pero saber solo eso de Jón Gnarr es quedarse en la superficie, pues Gnarr es un personaje en el que merece la pena ahondar. Entendiendo su forma de ver la vida, conociendo sus trabajos, comprenderemos cómo diablos llegó a ser alcalde de la ciudad más grande de Islandia. Y quizá no nos sorprenderá tanto la historia.
Nacido como Jón Gunnar, decidió cambiarse el nombre a Jón Gnarr puesto que así es como lo llamaba su madre de pequeño. Si este no es un dato biográfico revelador de su carácter, que baje Dios y lo vea. ¿Es Gnarr un adulto infantilizado? En el mejor de sentidos, lo es. O no. Quizá es solo un adulto feliz. En esta sociedad occidental tendemos a pensar que la edad adulta es antónimo de diversión y todo adulto que no actúa acorde con esta máxima es considerado un inmaduro. Gnarr escapa de eso. Todos deberíamos. Jón siempre fue etiquetado como alguien fuera del sistema. De pequeño, se le diagnosticó de forma incorrecta una discapacidad intelectual, quizá fruto de su dislexia. De joven, haciendo bueno el cliché del outsider de la jungla urbana, Jón incluso llegó a ser taxista. Ya sabemos donde acaban todos los supuestamente descarriados: en el vicio o en el arte, muchas veces en ambas a la vez. Gnarr se decantó por el arte. El arte de hacer reír, para ser más concretos. De sus años de juventud, él y su mujer guardan relación de amistad con la islandesa más internacional, Björk. Pero dejemos a la extravagante cantante y hablemos de Jón y su faceta cómica.
Iniciándose en el mundo de la radio, Gnarr dio el saltó a trabajar en televisión a mediados de los noventa. Nos interesa especialmente esta etapa porque aquí se produce su primer contacto con el mundo de las series. En la primera cadena privada de televisión en Islandia, Stöð 2, Gnarr fue guionista y actor principal de un programa de sketches cómicos llamado Fóstbræður (intenté pronunciarlo mientras escribía el artículo y mi piso empezó a oler a azufre y una cabra con una cruz invertida en la frente apareció de la nada). El éxito del programa fue total y permitió a Gnarr hacerse un nombre tanto en la industria televisiva como en las casas islandesas. Tras participar en películas y grabar monólogos de stand up, Gnarr se se embarcó en 2004 en la que a la postre sería su gran maravilla en forma de serie: Næturvaktin.
Cuatro años atrás tuve la fiebre islandesa. Me enamoré del país y todo lo que salía de él sin haber estado allí jamás. Después de un mes de viaje por aquella isla de leyenda, os podéis imaginar que mi fascinación se multiplicó por diez. Fue entonces cuando me empeñé en ver Næturvaktin. No fue fácil encontrarla. Y cuando lo hice, los subtítulos en inglés muchas veces no funcionaban. Tales eran mis ganas de ver la serie de Gnarr que llegué a ver episodios en versión original -es decir, en islandés, claro- subtitulados al italiano, un idioma que no hablo pero que por aquello de ser mediterráneo más o menos puedo entender. No me arrepiento de los esfuerzos, pues la serie los merece. La premisa es muy sencilla: en formato de sitcom, Næturvaktin – que significa “turno de noche”- relata precisamente el turno de noche en una gasolinera de las afueras de Reyjkavík desde el punto de vista de su gerente y sus dos desastrosos trabajadores.
El gerente, interpretado por Gnarr, es un dictador sin alma, devoto del comunismo -literalmente el personaje interpretado por Gnarr, Georg Bjarnfreðarson, es físicamente igual a Lenin-, que hace la vida imposible a sus dos trabajadores; Ólafur, una calamidad con patas y sin aspiraciones en la vida, y Daníel, un estudiante de medicina tímido y apocado que deja la carrera para empezar a trabajar en la gasolinera. La serie es hilarante, tronchante, un descojone. Todo a la vez. Y no exagero. Solo me he reído tanto con una serie de humor con The Office. Por culpa de Næturvaktin, cuando vea a Gnarr en el Serielizados Fest probablemente me desmaye de la emoción cual adolescente de los noventa en un concierto de Chayanne.
Tras el gran éxito de Næturvaktin llegaron Dagvaktin y Fangavaktin, dos temporadas más de las peripecias del trío de infelices creados por Gnarr, e incluso una película, Bjarnfreðarson. Y convertido ya oficialmente en la persona más divertida de Islandia, llegó su salto a la política. Muchas veces he pensado que Chiquito de la Calzada -descanse en paz, genio- hubiera sido mejor gobernante que la retahíla de presidentes de un lado y del otro que se han ido sucediendo en este país. Me gusta pensar que Gnarr es la prueba fehaciente que mi loca teoría quizá no es tan loca. ¿Por qué los habitantes de Reykjavík -reykjavikenses o reykjavikeños- votaron a Gnarr?
El contexto es importante. Cuando Gnarr se aupó a la alcaldía de la capital islandesa, corría el año 2010. Islandia venía de una crisis económica terrible que conllevó la fallida de los tres bancos más importantes del país a finales de 2008. La gente estaba descontenta con las prácticas abusivas de dichos bancos, a quienes en un referéndum años después obligarían a asumir los costes del desastre económico, y con la forma de manejar la crisis por parte del gobierno. Miles de manifestantes -que son muchos en un país de 300.000 personas- se agolparon durante meses frente al Parlamento, descontentos con la mala gestión del gobierno. Y entonces Gnarr apareció para sumarse a la oleada de indignación de la mejor forma que sabía hacerlo: con el absurdo por bandera. Creó el Partido Mejor y se presentó a la alcaldía de Reykjavik. Meses después, lideraba las encuestas.
Si has visto (su serie) ‘Næturvaktin’ sabes lo que a Gnarr le repulsa la autoridad y sus formas de perpetuación… y eso gustó
Finalmente, ganó las municipales con el 35% de los votos. Como él mismo dice, parte de su electorado lo votó para castigar a los partidos clásicos, pero la realidad es que su proyecto gustó a la gente. Gran parte de la culpa la tiene Næturvaktin. En la serie, Gnarr hace una furibunda crítica al autoritarismo -que no al comunismo- y a la opresión del sistema a sus ciudadanos. Si has visto Næturvaktin, sabes perfectamente lo que a Gnarr le repulsa de la autoridad y sus formas de perpetuación. Por lo tanto, lógicamente si Gnarr llegaba al poder se podía asegurar que no reproducirá esos patrones de comportamiento. Votando a Gnarr, los islandeses sabían que votaban al personaje contrario al protagonista de su serie, Georg Bjarnfreðarson. Y eso gustó, gustó tanto que convirtió a Gnarr en alcalde de Reykjavík. Es indudable que las series tuvieron en este caso un peso determinante en un suceso político. El papel crucial de las series en la historia de Gnarr se confirmó cuando, ya siendo el partido más votado, Gnarr se negó a pactar una coalición con nadie que no hubiera visto The Wire. Académicamente a esto se le llama ser el puto amo. Su personaje favorito de la serie de David Simon, por cierto, es Omar Little. Saquen sus propias conclusiones.
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Este perfil de Jón Gnarr pretendía acercar la figura del cómico islandés desde la vertiente seriéfila; contar la historia mil veces contada -su llegada a la alcaldía de Reykjavík- desde un enfoque en el cual el papel de las series fuera preponderante. Y esto no ha sido así porque sea un artículo de Serielizados, sino porque realmente las series han tenido ese papel preponderante en la vida de Gnarr y sus inusitados logros. Se ha dicho de Gnarr que es un bufón que llegó a rey. Quizá fue al revés, un rey que llegó a bufón. No es relevante. Sí lo es que desde su brillantez demostró que la vida, a veces, puede ser una serie. Disfrutaremos de él en el Serielizados Fest. Escuchad lo que tiene que contarnos Gnarr. A lo mejor nos damos cuenta finalmente que, fuera de los cuentos, el bufón y el rey son siempre la misma persona.
- Jón Gnarr asistirá al Serielizados Fest 2018 (septiembre) como uno de los invitados estrella y para estrenar en España sus series Næturvaktin y The Mayor.