Idris Elba: Los bolsillos de su gabán
Idris Elba

Los bolsillos de su gabán

¿Será el nuevo James Bond? ¿Es el hombre más sexy del mundo? ¿Su boda fue un despilfarro? Al margen de la crónica rosa, Elba es un actor hipnótico y versátil que ha estrenado dos series diametralmente opuestas (la quinta de 'Luther' y 'Turn up Charlie') el mismo mes.

Idris Elba luce el icónico gabán que viste a John Luther.

El comentarista de series debe ser inasequible a la crónica social, no dejarse seducir por los cantos de sirena del papel cuché que atraen a actores y actrices, y a buena parte de su público, hacia terrenos pantanosos en los que nunca deberían internarse. Es cierto que muchos fans comentan con alborozo los modelos que lucen las estrellas cada vez que se reúnen en esos aquelarres llamados galas de premios. Y todos sin excepción, estamos al tanto de que Kit Harington se enamoró de Rose Leslie durante el rodaje de Juego de Tronos, y hasta nos divierte saberlo, pero a menudo, leyendo ciertas noticias rosas relacionadas con los protagonistas de las series más populares desearíamos ser como Jon Snow, que a juicio de Ygritte no se enteraba de la misa la mitad. Bueno, ella lo decía de otra manera, pero ya nos entendemos. Muchas de estas noticias elevan el detector de vergüenza ajena más allá del punto de no retorno, entre capas de glucosa y frivolidad difíciles de digerir. Y no por el enfoque que le dan a las noticias, sino porque suelen estar redactadas perezosamente, con el piloto automático.

Todo esto viene a cuento de las recientes noticias alrededor de la boda de Idris Elba con Sabrina Dhowre, modelo (fue Miss Vancouver en 2014) y actriz (eso aseguran algunas crónicas, aunque en IMDB sólo aparece por haber desfilado por la alfombra roja de los Globos de Oro de este año). Por lo visto, ha sido el fiestón del siglo, por lo menos hasta la siguiente boda entre celebridades, tres días de fiesta en Marrakech regada con champán y tequilas (hay medios que inciden en ese dato y mencionan la marca en cuestión con alegría, como si fueran famosos de Instagram en perpetua subasta de sí mismos). Lo que resulta especialmente cargante es que todas estas informaciones abran aclarando que Idris Elba es «el hombre más sexy del mundo», una etiqueta adjudicada anualmente por la revista People. Eso cuando no recuerdan que podría ser el próximo James Bond, un rumor del que empezamos a tener conocimiento cuando Arya Stark iba a P-3, a la clase de los Sin Rostro. Sabiendo que a menudo esto mismo sucede con las actrices… ¿de verdad es tan importante subrayar el atractivo físico, cuando podríamos decir simplemente que, si no es uno de los mejores actores actuales, sí que es uno de los más carismáticos? ¿Tenemos que quedarnos con la referencia trillada al agente 007, pudiendo destacar que en un mismo día ha sido capaz de estrenar dos series de tonos radicalmente opuestos?

Idris Elba y Sabrina Dhowre se casaron este año en Marrakech / Crédito: Sean Thomas.

El pasado 15 de marzo el catálogo de Netflix se ampliaba con dos nuevos trabajos de Idris Elba. Por un lado, la comedia Turn up Charlie y por el otro la quinta temporada de la serie Guadiana por excelencia, Luther, capaz de reaparecer cuando menos te la esperas con su catálogo de psicópatas más o menos refinados. Aunque los resultados de ambas producciones sean dispares, Elba demuestra estar más activo que nunca. Quince años atrás sedujo al respetable con ese cachorro neoliberal del mercado de la droga que respondía al nombre de Stringer Bell, uno de los personajes capitales de The Wire, fresco monumental e insuperado. Pese a que el trasvase de acentos en el entorno anglosajón está a la orden del día, no deja de admirar que un actor con padre de Sierra Leona y madre de Ghana, más británico que un caldero mágico de After Eight, consiguiera convencernos que era de Baltimore de toda la vida. Y lo hizo con un dominio de su cuerpo que no tiene nada que ver con las etiquetas cool de una revista de estilos de vida.

Sin despeinarse excesivamente, ni deformar su imagen con engordes o dietas exprés, Idris Elba es de esos intérpretes que se transforma sutilmente a cada nuevo papel. En el caso del narcotraficante economista, la manera de filtrar su mirada perdida y melancólica a través de unas gafas de montura metálica se convirtió en una de las claves de la serie coral levantada por David Simon. Le recordamos en muchas escenas asomando esquinadamente los ojos tras las lentes, parapetado en una trinchera más habitual de las abuelas costureras que de los cerebros criminales, como si en lugar de jugar con la vida de miles de chavales de suburbio este pulcro estudiante de la cosa empresarial estuviera dando las últimas puntadas a un cojín de patchwork.

Se le asocia a personajes atribulados, de rostro severo y pasado convulso, por eso es novedad verle disfrutar de lo lindo con ‘Turn up Charlie’, una comedia creada por él mismo

Ha llovido mucho desde entonces. A Idris Elba le hemos visto crecer en todos los sentidos en películas como American Gangster, Rocknrolla, Prometheus, Pacific Rim o Molly’s game, mostrando su lado más tribal en algunas entregas de Thor y Los Vengadores, o encarnando con igual convicción a Nelson Mandela en un biopic modosito como era Mandela: long walk to freedom y a un señor de la guerra en la sobrecogedora Beasts of no nation. Normalmente le hemos asociado a personajes atribulados, de rostro severo y pasado que intuimos convulso. Por eso ha supuesto una novedad verle disfrutar de lo lindo con una comedia creada por él mismo junto a Gary Reich, en su día productor de Vicious, aquella sitcom de estética setentera que convirtió a Ian McKellen y Derek Jacobi en una pareja de homosexuales a medio salir del armario, la versión LGTBI de Los Roper, que nunca apareció en las listas de los cazadores de tendencias pero tenía momentos francamente divertidos.

En el fondo Elba se ha asociado a Reich buscando una excusa para dar rienda suelta a su otra gran pasión, la carrera paralela de DJ que mantiene bajo el nombre artístico poco camuflado de Big Driis. Elba tenía ganas de pinchar también en pantalla y se ha sacado de la manga una de estas dramedias de situación de las que Netflix estrena media docena al mes y de las cuales un par se disfrutan medianamente. Es el caso de Turn up Charlie, la historia de un DJ al que el éxito ha ido esquivando y que acepta hacer de canguro de una niña algo rebelde para conectar de nuevo con la madre de ésta, productora musical y DJ estrella. Más que en el previsible cruce de generaciones y comportamientos, el interés de la serie radica en ver a un Idris Elba relajado, que por fin puede dejarse ir en su rave particular, llevando el clímax de la primera temporada a Ibiza, templo de la música disco en el que Big Driss ha ejercido diversas ceremonias. Es cierto que no aporta nada nuevo y que las críticas han sido despiadadas, pero al espectador que ha ido siguiendo al actor a lo largo de los años le permite descubrir su faceta más amable, gracias a su gozo ante la mesa de mezclas, auriculares en ristre, a esa alegría sincopada a golpe de beat que destensa cabeza, tronco y extremidades.

Idris Elba es DJ Charlie en la serie ‘Turn up Charlie’ de Netflix.

¿Alguien es capaz de imaginarse al detective de la policía John Luther desmelenándose en una edición del Sónar, aunque sea de día y durante media hora? Pese a que el DJ Charlie ha fracasado temporalmente en su carrera y mantiene un equilibrio familiar inestable, alojado en casa de su tía, no ha perdido la fe en sus congéneres. Todo lo contrario que este obsesivo investigador que Elba ha venido interpretando a ráfagas en la última década, dando vida al personaje creado por Neil Cross en un intento de mezclar en una probeta la esencia de Sherlock Holmes y el teniente Colombo. La mejor muestra de la fisicidad que impone en cada uno de sus papeles la tenemos en Luther: no hay más que fijarse en su manera de andar, piernas arqueadas a modo de un cowboy de vuelta de todo, desgastado por el polvo y la mugre, cuerpo ligeramente inclinado hacia delante, en una actitud entre tensa, agresiva y derrotada, y sobre todo manos hundidas en los bolsillos de su gabán, la gabardina más famosa desde los tiempos del ya mencionado Colombo, un gabán que por cierto al final de la tercera temporada se convertía en el símbolo de la (des)obediencia de Luther a ciertas reglas profesionales.

John Luther es el Pedro Navaja del Londres metropolitano. Todo encaja: la revista People incluso podría suscribir aquello de «con el tumbao que tienen los guapos al caminar». En su alambicada relación de dependencia con la astuta y temible Alice Morgan (un papel de mucha más enjundia para Ruth Wilson de lo que nunca ha supuesto su participación en The Affair) sin duda Luther ha aprendido a golpes que «la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida». La progresiva complicidad enfermiza entre ambos ha convertido la tensión sexual no resuelta de muchas otras historias en una riña de patio de colegio, en un infantil y manido «los que se pelean, se desean».

El personaje de Elba en ‘Luther’ ha conseguido mantenerse a flote en un océano de desolación absoluta, en un Londres mucho más gris en lo moral que en lo meteorológico

Alice Morgan sería de las más razonables en la galería de personas trastornadas que pasean por la serie. Si no tenemos en cuenta la existencia paralela de esa obra maestra del crimen grotesco como forma de arte que es Hannibal, en Luther hemos conocido a algunos de los asesinos más retorcidos de la ficción reciente, vecinos supuestamente cordiales que siempre daban los buenos días pero que acabaron votando a favor del Brexit… y despedazando a algunos de sus sorprendidos semejantes. A ellos se enfrentan unos agentes de la ley descreídos, parientes de aquel detective William Somerset que fuera Morgan Freeman en Seven, policías que no luchan en favor de su sociedad sino a pesar de ella. El personaje de Elba ha conseguido mantenerse a flote en un océano de desolación absoluta, en un Londres mucho más gris en lo moral que en lo meteorológico, una urbe de casas unifamiliares y bloques de protección oficial, igualmente anónimos y aislados con independencia de la clase social de sus moradores, compartimentos estancos en los que, como en el espacio, nadie puede oír tus gritos.

Ahora que se empieza a añorar en Juego de tronos su proverbial valentía a la hora de decapitar a los cabezas de serie, reivindicamos la incertidumbre constante que generan los cliffhanger de Luther. La brevedad tan típicamente británica de sus cinco temporadas ha propiciado que muchos de los amigos, colegas y amores del protagonista hayan sufrido secuestros, torturas y finales abruptos. Claro está que la supervivencia del héroe, a la antigua usanza, se da por descontada. Y ya puestos a buscar reparos, la resolución de algunas investigaciones resulta excesivamente acelerada, al dictado de esa misma brevedad. Sea como sea, con sus momentos irregulares, Luther sigue siendo una buena serie criminal. Y el mérito en buena medida es de Idris Elba, DJ a tiempo parcial y vigía de unos tiempos demasiado oscuros, sin esperanza alguna en la especie humana, abocado al fatalismo. Ya lo decía el bueno de Pedro: «si naciste pa’ martillo, del cielo te caen los clavos».

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