"Hubo momentos que me sentí perdido, por la complejidad del personaje"
Entrevista a Àlex Monner ('La línea invisible')

«Hubo momentos en que me sentí perdido, por la complejidad del personaje»

Así es 'La línea invisible', la nueva serie de Movistar+ que viaja a los orígenes de la lucha armada de ETA. La analizamos con ayuda de su protagonista, Àlex Monner.

Àlex Monner protagoniza 'La línea invisible', una serie original de Movistar+ / Crédito: Enrique Cidoncha

En el cierre de La línea invisible, una voz en off marca el punto de inflexión: «La lucha se convirtió en una locura infinita que no sirvió de nada». Hasta entonces, sus seis capítulos han viajado a los orígenes del sinsentido, cuando la revolución armada parecía una respuesta razonable a la represión, a la persecución identitaria, a la dictadura, al fascismo.

Como siempre, hay quienes ponen la cara y quienes manejan los hilos, cómodamente instalados en un palacete cruzada la frontera. Ahí está El Inglés (personaje que encarna Asier Etxeandia y que quizás esconde a Julen Madariaga, cofundador de ETA, educado en Cambridge y refugiado en el País Vasco francés), mentor e ideólogo en la distancia: «Hay que responder y llenar Euskadi de este dolor», dice cuando ya no hay vuelta atrás y esa línea invisible del título, la que inicia la guerra, ya se ha cruzado.

Es un final casi circular, que enlaza con la frase que nos advierte en el primer episodio: «A veces es bueno recordar cómo empezó una tragedia. En qué momento nos equivocamos, o enloquecimos». No hay voluntad de blanquear nada ni a nadie, pero sí parece clara la intención de diferenciar a aquellos idealistas marcados por las revoluciones de izquierdas de países como Argelia o Cuba, deseosos de libertad, de los que fueron sus herederos, psicópatas para los que quitar vidas pareció, en los años 80 y 90, un atractivo deporte de riesgo.

En La línea invisible, Mariano Barroso apuesta por el retrato del caldo de cultivo, de la semilla del odio regada una y otra vez por las torturas y la opresión franquista. Y estructura el relato siguiendo en paralelo a protagonista y antagonista: el espectador decide quién es quién. Uno es Melitón Manzanas, jefe de la Brigada político-social de San Sebastián, torturador y mano firme contra cualquier actitud respondona de la sociedad vasca. El otro es Txabi Etxebarrieta, un joven intelectual con inquietudes literarias, filóficas y tecnológicas (enseña Introducción a la Cibernética en la universidad como profesor ayudante), embrujado por las respuestas violentas a las violencias de otros estados (aquella chica que se quemó a lo bonzo en Saigón, suicida forma de protesta). Es el mártir necesario para que todo explote.

Esa mirada paralela a las dos caras de la misma moneda es uno de los grandes aciertos de la serie: el retrato de ambos los muestra como personajes llenos de contradicciones. Uno no es (solamente) el animal que parece; tortura a cualquier sospechoso de cualquier cosa, sí, pero al mismo tiempo se muestra orgulloso de su concepción del vasquismo; engaña a su mujer, también, pero se muestra como un padre entregado que adora y protege a su hija; es un tipo tan socarrón como salvaje, siempre haciendo ostentación del poder que tiene. El otro es un chico brillante, consciente de un futuro luminoso, con una beca en camino y una historia de amor en ciernes, que lo abandona todo por sus ansias de libertad, y, como nos cuenta Àlex Monner, el actor que da vida a Etxebarrieta, «por su peculiar relación con la muerte, esa cierta tendencia a inmolarse».

A lo largo de sus seis episodios, La línea invisible avanza a pasos largos, no evita apuntes a la connivencia de la iglesia vasca en el reactivo movimiento social y violento, o a los dos puntos de vista que chocaron en la génesis de la banda terrorista (lucha obrera vs. lucha identitaria). Hace creer al espectador que el camino se dirige a algún tipo de duelo en la cumbre entre los dos protagonistas, y, por encima de todo, pone el foco en las víctimas colaterales, las familias de unos y otros, de víctimas y verdugos. En una escena reveladora y terrorífica, cuando Etxebarrieta ya ha caído (aquí no cabe el spóiler, desde el primer minuto sabemos que fue el primer etarra que cruzó la línea y mató, y, casi inmediatamente, el primero abatido por la policía), su madre pide perdón. El dolor se ha instalado en la sociedad y, aunque ellos no lo sepan, la herida se hará más y más profunda, hasta la agonía.

Hay otro punto de inflexión en la narrativa de la serie: el quinto capítulo rompe la estructura y le da todo el protagonismo a José Antonio Pardines, guardia civil, agente de tráfico que se cruzó en un control de carretera con Etxebarrieta. El episodio humaniza a la víctima, se antoja necesario para trascender el número: fue la primera víctima mortal de ETA, pero también un inmigrante gallego con ilusiones y un proyecto de vida, que las circunstancias rompieron en mil pedazos. Lo explica Monner: «El episodio sirve para que el espectador conecte también con su historia. Pardines era un chaval joven, igual que Txabi, que tuvo que irse a vivir y a trabajar al País Vasco por cuatro duros, y se encontró con lo que se encontró. Estuvo en el peor momento y en el peor lugar, y tuvo la mala suerte de cruzarse con un Etxebarrieta convencido de su condición de mártir».

«Aquella pureza de mis primeros trabajos ha desaparecido (…) Con el tiempo, vas haciéndote con unas capas de profundidad que antes desconocías»

Popular desde hace una década gracias al éxito de Polseres vermelles, Àlex Monner reconoce haber madurado como actor, probablemente a la fuerza. La fama en la adolescencia es un arma de doble filo: «Llega en un momento en que tu personalidad es aún frágil, y te llevas hostias por todos lados. De los otros y las que te das a ti mismo, para protegerte, para crecer rápido…», afirma. Y continúa: «Aquella pureza de mis primeros trabajos ha desaparecido. Con el tiempo, vas haciéndote con unas capas de profundidad que antes desconocías. En aquellas experiencias veo un descontrol, una forma de vivir la historia y la vida, de una manera que ya no va a volver a pasar. Tuve la gran suerte de estar rodeado de gente que convirtió esas primeras experiencias en algo único y muy especial. Y después de 10 años sigo teniendo la misma admiración por Pau Freixas, que no solamente es un gran director, sino que también me hizo entender que yo podía darle todo el valor que quisiera a mis sentimientos, a mis vivencias, y que eso quedaría retratado en una película o en una serie. Y eso ya no volveré a vivirlo. Cuando me reencuentro con mis compañeros de Polseres vermelles o de Héroes, hay algo de todo aquello que vivimos que sigue ahí, que se mantiene. De alguna manera, y aunque nos hayan pasado muchas cosas, seguimos siendo aquellos niños. Hay algo en ello muy hermoso, muy mágico».

Àlex Monner y sus compañeros de reparto de ‘Polseres vermelles’ (TV3).

Para el intérprete, encarnar a Txabi Etxebarrieta ha sido un reto: «Por un lado, me interesaba mucho la figura de una persona que, sin encajar con el perfil de alguien capaz de matar por una idea, es capaz de empuñar las armas y liderar un movimiento. Yo, como Àlex, soy muchas cosas al mismo tiempo, así que me interesa mucho interpretar personajes con tantos recovecos. Creo que Txabi es el rol más complejo que me ha tocado interpretar: además que él ya tiene un abanico de matices muy amplio, porque al mismo tiempo es un intelectual capaz de matar, alguien que ama a su familia pero es capaz de abandonarla, alguien que se siente muy querido por su hermano pero que tiene que acabar con él como figura paterna para hacerse un hombre… Tiene muchas cosas, muchas contradicciones, es muy rico. También me ha hecho sufrir, porque en algunos momentos se sumerge en un estado casi psicótico que tiene muy poco que ver con el Txabi del principio de la serie… Es un personaje con un arco muy amplio, extenso».

«No tenía consciencia de que la historia de España se explicaba también a través de los asesinatos que cometió ETA»

Monner reconoce que el proyecto le llegó en un momento de cambio, de «crisis profesional», apunta. «Hubo momentos en que me sentí un poco perdido, y supongo que es, precisamente, por la complejidad del personaje. Así que, de alguna manera, estoy en pleno proceso de notar una evolución en lo que debe de ser mi trabajo desde que era un adolescente». La fragilidad y el ímpetu conviven en su Etxebarrieta, y el actor es capaz de mostrar todas esas capas. Junto a él, brillan unos soberbios Antonio de la Torre (que borda las paradojas de carácter de Melitón Manzanas), María Morales (la madre de Txabi, la desgarradora mirada de quién sabe y no quiere creer) y Enric Auquer (el hermano que sutilmente arenga al protagonista a tomar las armas).

Hermanos en la ficción, y casi también en la realidad, Monner y Auquer reproducen la relación tan especial de los Etxebarrieta: «José Antonio le ve la capacidad, los huevos y la inconsciencia como para liderar a todo un pueblo a la revolución libertaria. Y sí, Enric y yo somos muy muy amigos, vivimos juntos durante cuatro años, soy el padrino de su hija… es mi hermano. Una persona excelente. Le quiero muchísimo y espero tenerle cerca hasta que me muera. Y disfruto con él del momento de la hostia que está viviendo. Ha encadenado tres o cuatro personajes que ha bordado y está recogiendo los frutos, es lo que le toca», dice con alegría sincera.

Enric Auquer (‘Vida Perfecta’, ‘Quien a hierro mata’) es Jose Antonio Etxebarrieta en ‘La línea invisible’.

La crisis sanitaria ha impedido que casi coincidiera la llegada de La línea invisible con la de Patria (la adaptación de la novela de Fernando Aramburu que Aitor Gabilondo ha producido para HBO, y de la que nos hablaba hace unos meses en una entrevista), finalmente retrasada. Atrás quedan los tiempos en que películas como Días contados, de Imanol Uribe, o La Pelota Vasca, de Julio Medem, se aproximaban con valentía, desde la ficción o desde el documental, al conflicto terrorista. En uno de los capítulos de la reciente serie de Movistar El fin del silencio, dedicado a Miguel Ángel Blanco, el periodista Jon Sistiaga organiza la visita del hijo de un asesinado por ETA a un aula universitaria. Muchos de esos chavales vascos, que no han vivido los años de plomo ni la falta de libertad para tratar el tema, desconocen quién fue Blanco, y alucinan con lo que escuchan. Puede que sea síntoma de la sanación social, o puede que ejemplifique un olvido no deseable.

Pero no deja de ser curioso que, como ellos, el propio Àlex Monner aporte una mirada que se nos escapa a los que sí desayunábamos o cenábamos con aquellos Telediarios del horror, con asesinatos casi a diario. «Supongo que en los 80 y 90 debió ser muy duro vivir todo aquello. Estuve viendo una serie de documentales titulados El camino de la libertad, y flipé muchísimo con la cantidad de asesinatos que hubieron. No tenía consciencia de que la historia de España se explicaba también a través de todos los asesinatos que cometió ETA. Supongo que quienes no vivimos aquel día a día no podemos tener esa consciencia de lo complicado que debía ser convivir con aquello… Cuando ETA dejó las armas, mi madre, que es de Azpeitia, y que no es una persona excesivamente politizada, lloró. Es evidente que aquello dejó mella en las personas, que era y sigue siendo algo muy presente entre el pueblo vasco…». Y resopla.

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