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Los desafíos han hecho parte de la construcción de las series exitosas. Y ese era precisamente un reto que ya no solo asumían los escritores de Homeland, sino también sus espectadores. Con el riesgo de venirse a pique, la historia dejó a un lado los decorados de la primera gran historia y se aventuró por mantener en los personajes principales la senda de los chicos aventajados que podían redefinir su destino cuando lo quisieran. En el fondo, lo que ha servido de tema de base para la unidad de Homeland ha sido el miedo ante el descalabro del mundo y el posible fracaso de las labores de inteligencia y contrainteligencia de los estadounidenses. Y para ese miedo connatural a la sociedad actual —o sobre todo a los que mantienen a primera mano las últimas noticias y sus desesperanzas— ha resurgido, como ave fénix, Carrie Mathison (Claire Danes), la obsesiva agente que ha querido enfrentar no solo sus propios temores sino los demonios del mundo.
La fuente de las tramas y de los pilluelos personajes que hay detrás de los gobiernos es el desbarajuste que existe en todas las sonrisas políticas. Con muchos elementos que vienen a redondear las carencias de la información que hoy recibimos, Homeland T7 ha querido apostarle a la noción de que las cosas que se nos enseñan (e híper enseñan) son la formulación de un macabro juego de manipulaciones en el que los Estados Unidos y Rusia se convierten en muy astutos titiriteros. Ese solo asunto transversal hace que los adeptos de la serie le reconozcan, ya en sí misma, una ganancia fundamental: en la observación de historias como las que traza Homeland los espectadores podemos sentir que se nos trata como a “seres pensantes” cuando lo normal es que se perciba que los que ven mucha televisión son unos idiotas. Por lo mismo, cada capítulo vuelve a plantear el ejercicio noble de dejarnos pensando en lo que realmente sabemos del mundo y de los sucesos que nos llevan al actual estado de cosas. Tal vez se trata de una moraleja lejana, pero con ella hay que encontrarse después de que la serie asuma que la Guerra Fría, las Constituciones, Los Derechos, los Tratados, las Enmiendas y todos los debates que estos temas suscitan son eslabones fundamentales para la ejecución de su más reciente relato.

Carrie (Claire Danes) y Saul (Mandy Patinkin) en ‘Homeland’
Y sumamos a la receta los especiales de la casa: espionaje, de cada vez mejor lograda tecnología, una alta dosis de valoración real sobre el papel de las redes sociales y, para completar, un personaje al que su pensamiento, casi siempre brillante, le da unas lecciones de locura y de frustración. Claro, me refiero a Carrie Mathison, siempre al límite en todo lo que toca. Bueno, y que tampoco falten Saul Berenson (Mandy Patinkin) y algún veterano conocido al que haya que desenterrar de los archivos del viejo arte de hacer la guerra con apretones de manos.
La presidencia en riesgo
La llegada a la Casa Blanca de Elizabeth Keane (Elizabeth Marvel) ha traído más problemas de los que su campaña ya de por sí suscitaba (lo visto en la sexta temporada). Como antípoda de la mandataria, Brett O’Keefe (Jake Weber) continúa exponiendo lo que los “verdaderos americanos” deben hacer para oponer resistencia a una mujer que, de acuerdo con este gran detractor, quiere hacer de los Estados Unidos el hazmerreír del mundo. A la par, la presidenta tiene en su contra el hecho de que en sus particulares decisiones de inicio de mandato, haya llevado a más de un inocente a la cárcel —incluyendo al mismo Saul Berenson— en una purga en la que ella buscaba deshacerse de la maleza con la que parecía nacer su presidencia. Carrie, obviamente, se ha hecho también a un lado, tratando de remediar la lucha con su propia condición mental y dándole un espacio vital a su hija, Frany, a su hermana, Maggie, y a la familia que ahora la acoge no sin cierto resquemor ante la situación política que atraviesa la nación.
Ese es solo el comienzo de un guion en el que capítulo a capítulo se siente la energía de una escritura que quiere llevar a los espectadores a emocionarse y conmoverse con giros continuos en la trama. Rápidamente los culpables pasan a ser inocentes, los timoratos se envalentonan y los que gritaban desde los medios de comunicación muestran sus vergüenzas y miedos.

Elizabeth Marvel como Elizabeth Keane en ‘Homeland’ (Foto: Antony Platt/SHOWTIME)
Toda la trama va hacia la nueva presidenta como si fuera el tronco en el que los guionistas pusieran todas las ramas de su construcción
A pesar del protagonismo de Carrie, en Homeland 7 hay una mujer que logra ponerse por encima de las alteraciones habituales de la gran investigadora protagonista, y esa mujer es la nueva presidenta de los Estados Unidos. Hacia ella va toda la trama como si fuera el tronco en el que los guionistas pusieran todas las ramas de su construcción. Elizabeth Keane es la fuente de los giros en los que la conspiración logra mostrar su arraigada tradición de inmisericorde impacto. Una decisión, una palabra suya hace que todo cambie de rumbo. Algo que será mucho más notorio en los capítulos finales de la temporada. En últimas, es ella quien quiere defender el lugar por el que tanto ha luchado.
El retorno de la guerra
Uno de los personajes que, aunque en leves apariciones, logra darle a la trama una condición muy efectiva es el de la profesora Sandy Langmore (Catherine Curtin). Especialista en la historia soviética y en todo lo que involucre el presente de la vida rusa, Saul Berenson la convoca para que haga parte de su equipo de inteligencia y dé las señales adecuadas que puedan interpretar el presente a la luz del conocimiento del pasado. Con la profesora se capta a leguas el mensaje de que solo quienes conocen bien la historia pueden entender por qué las cosas son ahora como son… ¡ah!, bien, y a lo mejor un poco eso de que quienes no conocen el pasado están condenados a repetirlo.
¿Ha desaparecido la guerra? Por estos días en los que los apretones de manos entre Donald Trump y Vladimir Putin son portadas de los grandes periódicos, y ambos mandatarios hacen como si nada ocurriera, lo que se expone en amigables sonrisas y en aparatosas ruedas de prensa es una coordenada hegemónica de que algo tenebroso se oculta. Que los rusos mantienen en la lupa a los norteamericanos; que los norteamericanos saben muy bien de qué pie cojea el gran país de Putin; que en ambos suelos persisten los “enviados especiales” que saben barajar naipes y poner en primer o último recuadro las informaciones precisas o imprecisas como se les antoje; todo ello es parte de lo que se cocina bajo la mesa de los presidentes.
Algo ha cambiado en el panorama. Ya no se olisquean las mismas tramas de espionaje a las que nos acostumbramos desde la Guerra Fría, pero sí es seguro que los malestares y los aprendizajes de aquellos años tienen sus consecuencias ahora. La comprensión de estos capítulos actuales de la historia hace ineludible una conexión con lo que creemos ver como ya terminado. Homeland 7 nos participa a sus espectadores de una serie de interesantes tretas en las que se ven las dimensiones del tablero de juego. El papel de los embajadores; las rencillas al interior de los poderes; el rol que desempeñan las oficinas de inteligencia y —para salvar aún más a la lectura y a quienes se guarecen en las bibliotecas— la importancia del conocimiento.
En estos últimos elementos, nuevas fórmulas aparecen para ampliar y recrudecer los conflictos, actividades que parecen intrascendentes cobran un sentido especial que nos hace sentirnos, como ciudadanos, bastante cándidos. ¿Hacia dónde nos llevan las redes sociales?, ¿qué es lo que se propaga a través de ellas?, ¿existe una humanidad que reivindique en su uso la dignidad, la libertad, la comprensión de la realidad?, ¿o más bien soplan vientos que parecen renovar convicciones y virtudes pero que son el nuevo traje del emperador?
Toda la temporada toca sustancialmente el uso de la información, las mentiras, las llamadas fake news, y el uso creciente de Twitter
Otras series han dado buena cuenta de reflexiones interiores semejantes, como Mr. Robot o Black Mirror, y también han resultado llamativos los cursos de seguridad internacional dictados por Edward Snowden y Julian Assange en sus respectivos procesos judiciales teledocumentados y convertidos, a la vez, en tramas de ficción. Homeland hace lo suyo como es natural en su escritura: de un modo más efectista y virulento. El octavo capítulo de esta séptima temporada lo refiere de inmediato en su título: “Lies, Amplifiers, F**king Twitter”. Pero no es solo desde este capítulo. Toda la temporada (y desde hace varias ya) toca sustancialmente el uso de la información, las mentiras, las llamadas fake news, y el uso creciente de Twitter para decir… ¿decir? Bueno, algo así.
Homeland continúa así su camino dándose dentelladas con los conflictos internacionales y las oscuridades del mundo. En su trasegar, a veces comete errores irremediables; en su escritura no faltan los momentos en los que se trampea al espectador o se hace a sus personajes un poco inverosímiles; mas, en medio de todo, está el deleite de una trama a la que seguimos con afecto porque da sabor a los intuiciones de lo que no se dice sobre el mundo y los poderes que en él han crecido.