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Parte de la portada 'Historias del bucle'. Imagen: Roca Editorial.
El pasado son esqueletos del futuro. Una retahíla de exquisitos cadáveres robóticos esparcidos por páramos, fiordos, aldeas pesqueras, lagos, campos de cultivo, ríos helados e inhóspitas islas. La naturaleza se impone de nuevo en unos paisajes otrora sometidos al capricho de las más avanzadas tecnologías que la humanidad desarrolló. Nostalgia de un pasado futurista; recuerdos de infancia que libamos como abejas el jugo de las flores; un mundo que jamás existió pero que, arrollador y decrépito, se despliega frente a nuestros ojos. Todo ello brota del libro de Simon Stalenhag Historias del bucle (Roca Editorial, 2019).
Envenenado por la añoranza, Antonio Machado falleció exiliado en el bello pueblo de Colliure en el año 1939. Se dice que, tras su deceso, en un bolsillo de su gabán fueron hallados sus últimos versos. Estos días azules y este sol de la infancia. La última tinta que Machado lloró fue una caricia a ese paraíso perdido que llamamos infancia, una patria donde las banderas son trapos y la vida un recreo. Solo los recuerdos de esa época -de esos días con el cielo más azul que jamás vimos, de ese sol de luz balsámica- tienen la fuerza suficiente para doblegar la estricta linealidad de nuestra forma de concebir el paso del tiempo. Machado lo sabía y sus versos son un guiño cómplice a la hipérbaton temporal. Con Historias del bucle, Stalenhag también decide enfrentarse al despotismo del hoy, y lo hace usando el mañana para plasmar el ayer. El libro es una magnífica obra de ciencia ficción y una portentosa galería de ilustraciones, pero sobre todo es un homenaje a aquella infancia tan azul y luminosa que brilla en la memoria de cada uno de nosotros.
Historias del bucle nos sitúa en una distopía costumbrista en la Suecia de los años ochenta. Bajo las agrestes tierras de una región del centro del país -Adelsö, Munsö, Ekerö, Svartsjölandet, las islas Mälar-, el gobierno sueco encargó la construcción de una acelerador de partículas conocido como El Bucle. Junto a él llegaron maravillosas tecnologías que, tras décadas de funcionamiento, cayeron en desuso. Todos esos avanzados robots y colosales estructuras tecnológicas -y todos los mundos que generaron en su día, ya hablaremos de ellos- se convirtieron en parte del paisaje y, en consecuencia, parte de la vida de los habitantes de la zona. Los niños, fascinados con todos esos artilugios y las leyendas urbanas nacidas a su alrededor, pasaban el día jugando con ellos y aventurandose a descubrir sus secretos. Simon Stalenhag es uno de esos niños, ya adulto, que en Historias del bucle nos cuenta a través de bellísimas ilustraciones y textos cargados de vida sus recuerdos de infancia en un mundo de mágica decadencia.
«Solo los recuerdos de la infancia tienen la fuerza suficiente para doblegar la estricta linealidad de nuestra forma de concebir el paso del tiempo.»
¿Existe el mundo descrito en el libro? Evidentemente los aceleradores de partículas existen, pero no las tecnologías descritas por Stalenhag, ni las máquinas que dibuja con maestría, ni muchos de los hechos históricos a los que se refiere, ni, al fin y al cabo, ninguna de las historias que nos cuenta. ¿Entonces por qué cuando lees el libro tienes la sensación de que ese mundo existió? La precisión en la descripción de tecnologías ficticias como los discos magnetrínicos, la cantidad de tecnicismos aportados sobre los planes gubernamentales con El Bucle y la gran humanidad de la constelación de personas cuya vida orbita alrededor del acelerador de partículas nos hacen dudar; todo recuerdo es niebla que sólo la evocación de gran cantidad de detalles es capaz de disipar, y en su libro Stalenhag nos ofrece tantos de esos detalles que solo podemos pensar que todo lo que nos cuenta debe ser verdad, a pesar de los dinosaurios, las brechas en el espacio-tiempo y las imposibles torres arco de Klövsjö.
El proyecto de Historias del bucle ha vivido tres grandes fases. La primera fue la publicación del libro y viralización de las ilustraciones de Stalenhag en redes sociales. No es para menos. Sería un sinsentido describir con palabras esos dibujos, buscadlos y entenderéis el por qué de su éxito cibernético. La segundo fase tuvo forma de juego RPG (role-playing game, juego de rol) y nació en Kickstarter -plataforma online de micromecenazgo-, donde el objetivo del proyecto era alcanzar donaciones por valor de 100.000 coronas suecas (9.355 euros); un total de 5.600 mecenas provocaron una avalancha de financiaciones y se reunió la friolera de 3.7450.896 coronas, es decir, 322.854 euros. Nada mal, ¿verdad? Tras el éxito en la fase uno y el exitazo de las dos, resultaba obvio que la fase tres estaba al caer: fue entonces cuando Amazon Prime se hizo con los derechos para convertir las Historias del bucle en serie.
Poca cosa sabemos de cómo será la adaptación de Amazon más allá de la participación de Rebecca Hall (Iron Man 3, Vicky Cristina Barcelona) como protagonista, interpretando a una física que trabaja en El Bucle. No vamos a hacer ciencia ficción de la ciencia ficción, intentando acertar cuáles serán las tramas que nos deparará la serie; es mejor hablar de lo que ya conocemos, las pinceladas de vida y retrofuturismo que encontramos en el libro.
Es importante empezar diciendo que, a pesar de la omnipresencia tecnológica tanto en las ilustraciones como en los textos que las acompañan, las mejores historias del bucle que hallamos en el libro son aquellas donde las personas y sus universos cotidianos son los protagonistas. Retazos de vida como el que encontramos en el capítulo de Un día en la vida del técnico de mantenimiento Mikael Wirsén nos dejan postales de total cotidianidad mezcladas con paisajes de futurismo caduco; es en esas ilustraciones donde -salvando las distancias- Stalenhag se convierte en un Edward Hopper distópico. Estampas de días mundanos en vidas mundanas dentro de un universo nada mundano que proporcionan al lector un constante contrapunto que funciona a la perfección.
«No vamos a hacer ciencia ficción de la ciencia ficción; es mejor hablar de lo que ya conocemos.»
La otra gran virtud de Historias del bucle es que en el mundo de fantasía que nos plantea Stalenhag constantemente germinan nuevos mundos de fantasía; historias fascinantes se desgajan de la historia principal, la del acelerador de partículas, y por eso podemos disfrutar de pequeños relatos sobre dinosaurios, brechas espacio-temporales, monstruos marinos, guerras lejanas o jabalíes-bisontes cibernéticos. El libro es un racimo de uvas que rompe en mil relatos distintos. Estas historias son explicadas con breves textos -algunos de gran calidad literaria, como Sobre la extinción de los dinosaurios- e ilustraciones; unas completan a las otras y las otras a las unas hasta tal punto que se convierten en aliados imprescindibles para elevar el libro de Stalenhag a los altares de la ciencia ficción moderna.
Todo ello, como hemos comentado con anterioridad, lo vemos a través de un filtro muy concreto: el de los recuerdos de infancia. Tendemos a rememorar esos días pretéritos con cierta idealización, magnificamos historias y con el paso del tiempo los pequeños detalles inventados que añadimos a estos recuerdos se convierten sigilosamente en parte del relato. Y es que de un recuerdo de infancia lo importante no es si fue real, lo importante es si lo sentimos real. Esa es la percepción cuando navegas entre las páginas de Historias del bucle; los recuerdos ficticios que nos presenta Stalenhag nos parecen tan reales que se convierten en reales, y nos sumergimos en ellos como quien bucea invertido por los cielos azules de la infancia.
No es casualidad que el libro termine cuando el narrador, el hombre que fue niño, recuerde aquella gran primera barrera vital que es el paso de la niñez a la adolescencia. Dos mundos distintos, dos prismas donde el mismo universo -por muy particular que sea, como el del libro- es visto de forma tan distinta que necesariamente deja de ser el mismo. Seguro que hay un verso de Machado que lo describe con palabras en forma de pétalo. Mientras lo encuentro, voy a seguir sonriendo mientras observo la portada de Historias del bucle y en mis sienes estallan días azules y soles de infancia.
Puedes adquirir el libro aquí.
Escrito por Marc Renton en 25 septiembre 2019.
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