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Érase una vez una familia que se ve obligada a reunirse por culpa del padre, hombre respetado y desconocido a partes iguales. Hombre que, por cierto, engaña a su mujer con premeditación y alevosía. Sin nocturnidad. Su esposa es el nexo de unión de toda la familia, muy a pesar del resto de integrantes, mujer inquieta e impetuosa con quien es tan difícil llevarse bien como mal, y sino que se lo pregunten a su hija pequeña. O al hijo pródigo, tan pródigo que se presenta a la reunión familiar con el primer ligue que encuentra y aquí no pasa nada. ¿Hablamos del inicio de A dos metros bajo tierra? Sí. ¿Y del de Here and now? También.
Alan Ball ha decidido empezar su última serie más o menos como lo hizo con la mejor, hasta la fecha, de las que ha firmado. Here and now le lleva de vuelta a aquel cenagoso terreno que tantas alegrías nos ha dado: la familia, “un grupo de personas que confían las unas en las otras”, tal y como nos recuerda la almohada que de forma tan oportuna decora el sofá de los Bayer-Boatwright, los nuevos Fisher.
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Pero, ¿son de verdad los nuevos Fisher? Sí, pero no. En su casa no hay cadáveres (al menos por ahora), tres de los cuatro hijos son adoptados y lo más importante, el capataz de la familia no muere en el primer capítulo, sino algo infinitamente peor para él: cumple 60. Greg (Tim Robbins), que toda la vida ha dado lecciones sobre cómo vivir, el respetado profesor que escribió, creyó y defendió su Guía para el aquí y el ahora, que vivió convencido de ser el más listo del barrio, a sus 60 años tiene que darse cuenta de que no ha entendido nada. Nada. NADA. Y a partir de ahí, la crisis existencial de vivir en el caos, tal y como él mismo la define.
Este es el páramo en el que tiene lugar Here and now: si a través de una familia que convive con una funeraria Alan Ball nos lanzaba todos los posibles interrogantes que despierta la muerte en sí, ahora se ha propuesto, con un núcleo familiar multirracial liderado por un filósofo alicaído, hacer lo propio con el hecho de existir. Del abanico de vidas y muertes al catálogo de respuestas a qué somos, cómo y por qué.
‘Here and now’ nos propone un acercamiento a la normalidad de la diferencia, concepto clave para comprender la sociedad del siglo XXI y del que la serie se nutre desde todos los prismas posibles
Ser joven nacido en Colombia y gay, o chica nacida en Portland y virgen, o ser arquitecto emocional nacido en Vietnam y sexualmente traumatizado, o adolescente musulmán y de género fluído… ¿Qué es todo esto, el listado de personas non gratas en la América de Trump? ¿Los protagonistas de la nueva campaña de Benetton? Puede, pero además son algunas de las identidades que irán adquiriendo protagonismo a medida que Here and now avance y desde las que se nos propone un acercamiento a la normalidad de la diferencia, concepto clave para comprender la sociedad del siglo XXI y del que la serie se nutre desde todos los prismas posibles.
Como si los Fisher se hubiesen cruzado con los Pfefferman, o como si los Dunphy hubieran adoptado a los protagonistas de Sense 8, Here and now explora los recovecos de quiénes somos, hoy en día, a nivel individual y de qué maneras lo gestionamos a nivel colectivo. En este sentido, será interesante ver cómo avanzan, por ejemplo, los debates y reuniones en el instituto desde donde la matriarca (Holly Hunter) decide intentar mejorar el mundo sin saber, o ignorando deliberadamente, que siempre puede ir a peor.
A todo esto hay que añadirle un último ingrediente para enmarcar, qué es y qué podemos esperar de Here and now: El fantástico. En este caso todo surge del fenómeno del 11:11, corriente de la numerología que afecta, al menos inicialmente, a Ramon (Daniel Zovatto), el ojito derecho de la mansión, y que le llevará a conocer un psiquiatra (Peter Macdissi) con quien puede que tenga demasiado en común. ¿Fenómeno paranormal o trastorno mental? Está por ver.
Y si el componente fantástico es lo que más nos acerca al Alan-Ball-creador-de-True-Blood, el Alan-Ball-guionista-de-American-Beauty sabe que la ansiedad como forma de vida, la conmoción como gran sentimiento colectivo, que afectaba a los protagonistas de la sensacional película dirigida por Sam Mendes, no ha hecho más que aumentar y propagarse en estos últimos 20 años.
Hemos puesto el mundo patas arriba y que sea cada día más inabarcable y menos favorable poco importa, tal y como tendrá que recordar Greg tras una memorable escapada por el bosque: la naturaleza sigue su curso, al margen de todo y de todos, y la única manera posible para enfrentarnos a ello es la ansiedad, individual y colectiva, real e imaginaria, íntima y contagiosa. Como bien cantan al final de la serie balear Mai neva a Ciutat: “som massa joves per estar tan tristos” (somos demasiado jóvenes para estar tan tristes). Y cada vez lo estamos más, como demuestran los protagonistas de Here and now, independientemente de nuestra edad. La ansiedad como forma de vida ha llegado para quedarse, lo aceptemos o no, en la realidad y en la ficción.

Alan Ball durante el rodaje de ‘Here and Now’.
Pero basta de rollos: ¿estamos ante una revisión de American Beauty, entonces, con Christopher Plummer haciendo de Kevin Spacey? ¿O tiene más de True Blood? En definitiva, ¿será realmente la nueva A dos metros bajo tierra? Todavía es pronto para saberlo, pero ya desde el inicio queda claro que, como si hubiera mezclado las fichas de los mejores rompecabezas que ha compuesto hasta la fecha, Alan Ball llega con su nueva serie decidido a recordarnos por qué es uno de los mejores y más comprometidos creadores de la ficción audiovisual contemporánea. Porque lo es, y con Here and now puede volver a demostrarlo.