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¿Qué es el horror? Es la contemplación directa de aquello horrible, sin ambages ni sugerencias. Según el pensador Rafael Argullol, nunca “lo otro, ese monstruo, había sido tan gigantesco como en nuestro presente porque nunca antes había sido tan fríamente indiferente a nuestras desamparadas jaulas domesticadoras” [i]. Y eso es lo que está gestándose en este tour europeo de Hannibal en la tercera temporada: el caos va en aumento tal y como está profetizando la gélida Casandra que es Bedelia; y Will Graham se va perdiendo en sus laberintos pesadillescos (como los de la guarida del yellow King) al encuentro del minotauro astado que es Hannibal.
Will (y nosotros como espectadores) estamos seducidos (“Hannibal, I forgive you”) y nos encontramos ante lo que los clásicos definen como delectatio morbosa [ii], el placer estético del observador hacia lo horrible. Porque el elemento estético alcanza en Hannibal su máxima expresión: existe una iluminación y composición de colores preciosista, una cuidada escenografía de una plasticidad y un lirismo en ocasiones casi poético; y un trenebrismo caravaggiesco que se observa en los ágapes vanidosos y pantagruélicos de Hannibal, dispuestos como la mejor de las naturalezas muertas.
La serie es un bodegón de belleza ponzoñosa, macabramente bella, con una tétrica teatralidad concretada en encuadres, colores, atmósferas… y quizás esta nueva temporada sea la más preciosista de todas ellas. Hannibal es un artista de la gastronomía, y él se considera un artista del asesinato, como ha dejado más claro que nunca en su Botticelli de “Primavera” (3×02). Los planteamientos estéticos de algunos crímenes previos no están lejos en absoluto de «El desollamiento de Marsias» de Tiziano (1575-1576) o del «Marsyas» de Anish Kapoor (2003), solo que por primera vez se ha establecido claramente el referente artísitico.
El horror en esta ficción debe acompañarse del placer, tal y como demuestra el deleite gastronómico y estético sin el que ‘Hannibal’ sería incomprensible.
De hecho, los asesinatos del Destripador de Chesapeake son fácilmente asimilables a las representaciones de San Sebastián atravesado por flechas, quizás en especial a las del renacentista Andrea Mantegna, y el asesinato de Beverly Katz, seccionada verticalmente y dispuesta en gigantes placas de Petri sería propio de la exhibición Body Worlds; la oreja vomitada por Will en «Savoreux» (1×13) recuerda a «Ear on arm» (2007) del artista Sterlac, así como los ángeles de «Coquilles« (1×05) hacen pensar en las suspensiones corporales del mismo creador-anatomista chipriota. El carisma de Lecter/Mikkelsen, unido a la cultura del personaje y el mimo por las artes, logra un personaje terriblemente atractivo: Eros vs Tánatos, ying vs yang.
Hannibal es el rostro del Tánatos desatado, del mal en toda su vastedad y lujuria, lo que el psicoanalista Edoardo Weiss llamó el destrudo. Por eso, el horror en esta ficción debe acompañarse del placer, tal y como demuestra el deleite gastronómico y estético sin el que Hannibal sería incomprensible. Sin la ordenación que le confiere la haute cuisine a sus curiosos gustos, entender a un personaje como el Dr. Lecter sería una mala digestión para el espectador. El ritual gourmet disfraza al monstruo porque lo ritualístico “sirve para controlar lo aleatorio, lo episódico y para apaciguar la angustia que nos produce el cadáver y la idea de la muerte” [iii].
Hannibal, lleno de una sensual osadía, seduce a espectadores y personajes por igual, a través de un mal entendido concepto de la filia, como vemos con ese corazón (delator) que le entrega a Will en Palermo. El peligro de la seducción se muestra a través de Will Graham, cuyo extraordinario don lo hace particularmente sensible a la sugestión que ejerce Hannibal sobre los que le rodean. Cuando Will proclama “este es mi diseño”, se erige en un artista partícipe, en constructor, en arquitecto colaborador de la concepción imaginativa del horror real que otros han dejado tras de sí, y que es más terrible si cabe por la voluntad artística que late en cada una de las creaciones. Y si en la segunda temporada veíamos a un Will probando la temperatura de las aguas del Averno, en “Secondo” (3×03) se está sumergiendo con la creación de la libélula humana. “Are you observing or participating?”.
Referencias bibliográficas
[i] Rafael Argullol, 1990, El fin del mundo como obra de arte, Barcelona, Destino, Pág. 150.
[ii] Anahí Lawrynowic, 2005, “Sade y la falsa demencia. La filosofía del goce y el entrecruzamiento de Utopía y distopía”, Agora Philosophica. Revista Marplatense de Filosofía, nº12, Pág. 37.
[iii] Marta Allué, 1998, “La ritualización de la pérdida”, Anuario de psicología, nº4, Pág. 69.