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La voz de Raoul Peck es herrumbrosa, suena como el colapso de un glaciar. Arrastra consigo el peso de cada palabra. Nace de las profundidades de lo no contado, del silencio de los que fueron masacrados. Que Peck sea el narrador de la serie documental que él mismo crea y dirige, Exterminad a todos los salvajes (HBO), no es una decisión arbitraria. Su voz es la de aquellos a los que jamás dejaron tener voz. Una declaración de intenciones, la de huir del relato imperante en aquel centro del mundo que siglos atrás los vencedores de la Historia decidieron que sería el centro del mundo: Occidente, la entelequia que tenemos por cuna.
Peck nos pide que para ver su serie aparquemos los prejuicios, es decir, nos apartemos del eurocentrismo enraizado en lo más profundo de nuestra cosmovisión occidental. También nos lo dice el escritor keniata Ngũgĩ wa Thiong’o a lo largo de su obra: «Desplazar el centro [refiriéndose a la visión eurocentrista del mundo] contribuirá a liberar a las culturas del mundo de los altos muros del nacionalismo, la clase, la raza y el género». También, añado, permitirá quitarnos la venda de los ojos, o permitir que Raoul Peck, en este caso, nos la retire.
Desde la Antigua Grecia, las sociedades europeas han estado reñidas con la aceptación del otro. La palabra «bárbaro» tiene su origen en la forma en que los antiguos griegos denominaban a todo aquel que no hablara su idioma. Esas lenguas, para el oído griego, no eran más que una grotesca sucesión de incomprensibles bar, bar, bar. Bárbaros. Bestias. Salvajes. Esa misma idea, la inhumanidad del humano diferente a mí, es la base del colonialismo, eufemismo usado para dar nombre a los siglos de explotación y exterminio durante los cuales Occidente sometió a gran parte del mundo, desde el siglo XV hasta mitad del siglo XX.
No valen medias tintas, así que vamos a decirlo claro: el aniquilamiento de poblaciones indígenas fue la herramienta que permitió a las potencias occidentales llegar a dominar el 85% del planeta, saquear sus recursos y sentar las bases de la prosperidad de lo que hoy llamamos cínicamente Primer Mundo, supuesto hogar del humanismo y la democracia. Y aunque las colonias ya no estén hoy en día en posesión de dichas potencias occidentales, el colonialismo como ideología sigue muy presente en su -nuestra- forma de pensar el mundo. De todo ello nos habla la voz de Peck.
El camino a Auschwitz, señala Peck, se inició con la llegada de Colón a América
Exterminad a todos los salvajes, la frase que da título a la serie documental, pertenece al gran clásico de la literatura universal En el corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. La novela es un estremecedor descenso a los destrozos humanos y naturales del colonialismo, cuya insania se personifica en la figura de Kurtz, predador de marfil enloquecido. Kurtz, durante su misión comercial en la selva congoleña, elabora también un informe para la (no tan) ficticia Sociedad para la Eliminación de las Costumbres Salvajes, donde apunta que el hombre negro aprecia al hombre blanco como un ser sobrenatural. En una nota pie de página del informe, escrita con letras temblorosas y ya devorado por la locura, Kurtz dice: «¡Exterminad a todos los salvajes!». Propone una Solución Final.
En el corazón de las tinieblas fue publicado en 1899. Cuarenta años después, Adolf Hitler, confirmando que la Historia se va construyendo en gran medida a partir del eco del horror pretérito, convertiría en realidad la nota a pie de página de Kurtz. El camino a Auschwitz, señala Peck, se inició con la llegada de Colón a América, con la eliminación de las poblaciones indígenas de América del Norte, con la explotación colonial de África. Baldosa a baldosa, exterminio a exterminio. Volveremos a ello.
Es más fácil acabar con el otro si lo consideras un salvaje, si no lo consideras humano, si lo reduces a un estado animal. Eliminas todo remordimiento. La luz de la civilización te exonera de cualquier culpa. Puedes matarlo, puedes esclavizarlo, si tienes un buen día incluso puedes mostrarle la bondad de tu Dios, apartarlo de la mentira del suyo, y arrojar algo de verdad en su miserable vida. «El salvaje es susceptible de convertirse, sin dejar de ser salvaje, en un cristiano perfecto», decía Joseph-Arthur Gobineau en su infausto Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas. Condescendencia desgajada del supremacismo. En su serie documental, Peck nos recuerda que el colonialismo trajo consigo la idea de que algunos humanos lo son más que otros y que, en cierta manera, esa idea sigue vigente en Occidente.
En Más allá de la barbarie y la codicia, Itziar Ruíz-Giménez confirma esa idea reflexionando sobre cómo percibimos los conflictos actuales en el continente africano: guerras milenarias entre etnias prácticamente salvajes que luchan por el control de unos recursos naturales con los que enriquecerse desmesuradamente. Obviar la pluralidad de factores políticos, sociales, económicos, internacionales y culturales de estos conflictos, apunta la autora, da fe de que seguimos mirando África por encima del hombro. Como dice Peck, sigue habiendo humanos que lo son más que otros; reformulemos: sigue habiendo humanos que consideran menos humanos a otros. Las olas migratorias en las vallas de Ceuta y Melilla y el discurso racista generado a su alrededor son otra buena muestra de ello.
«El hombre blanco no lo entiende. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el cielo, como cosas que se pueden comprar, depredar y vender» (jefe Si’ahl)
Exterminad a todos los salvajes también apunta al capitalismo como motor de las constantes aberraciones y matanzas de la época colonial. Peck da ejemplos concretos. Las dos primeras multinacionales de la historia, la Compañía Británica de las Indias Orientales y la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, nacieron para lucrar sus respectivas metrópolis a través de la explotación de tierras asiáticas. En el marco del sistema capitalista debemos incluir, por supuesto, la llegada de los colonos europeos a lo que hoy llamamos Estados Unidos de América y la usurpación de esas tierras a sus pobladores originales, que supuso la casi total eliminación de estos a través de la violencia. La tierra sagrada fue convertida en tierra explotada. El jefe indio Si’ahl (Seattle) respondió así en 1854 a la propuesta del presidente Franklin Pierce de comprar sus tierras: «El hombre blanco no lo entiende. Para él un trozo de tierra es como cualquier otro […] Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el cielo, como cosas que se pueden comprar, depredar y vender […] La tierra no pertenece al hombre blanco, sino que el hombre blanco pertenece a la tierra».
Evidentemente nadie escuchó al jefe de las tribus suquamish y duwamish, que murió en una reserva. Y este exterminio de las poblaciones indígenas no era nada nuevo. Peck nos ofrece un dato tan revelador como perturbador: cien años después de la llegada de Colón a América, el 90% de los indígenas del continente habían perecido por los estragos de la guerra, el hambre, las enfermedades o las condiciones de vida inhumanas impuestas por los europeos.
Para cerrar el capítulo de la relación entre capitalismo y colonialismo, no podemos dejar de mencionar dos escenarios a los que Peck otorga gran relevancia en Exterminad a todos los salvajes. El primero es el genocidio llevado a cabo por el rey Leopoldo II de Bélgica en el Congo. Millones de muertos y amputados con el único fin de explotar los recursos naturales del país hasta el extremo. Las imágenes mostradas en la serie de aquellas atrocidades revuelven el estómago. Es un gran acierto de Peck incluir una escena ucrónica en las selvas del Congo donde invierte los papeles de las razas: son adolescentes blancos los que van encadenados unos a otros y son negros los custodios que los vejan, maltratan, torturan y esclavizan. El impacto de la escena es un torpedo a las líneas de flotación de nuestro eurocentrismo.
«El movimiento de liberación del Congo va contra un régimen de explotación y de servilismo que no queremos soportar más», dijo Patrice Lumumba -líder anticolonialista congoleño de quien Peck hizo una película- en el año 1959, alzando la voz contra el expolio genocida al que había sido sometido el país por parte de Leopoldo II y Europa el último siglo. En 1960 el país alcanzaría la independencia. Siete meses después, en una operación donde Washington y Berlín tuvieron mucho que decir, Lumumba fue asesinado. Para los explotados, alzar la voz contra los intereses occidentales siempre ha tenido un precio muy alto.
El segundo escenario de dicha relación colonialismo-capitalismo, claro, es el comercio de esclavos que durante siglos se dedicó a secuestrar a millones de africanos, hacinarlos en barcos para cruzar el océano y venderlos como fuerza de trabajo en Estados Unidos. Un negocio de lo más rentable. No ahondaremos aquí en él, puesto que unas pocas líneas no harían justicia a la profundidad y lucidez con las que es tratado el tema por Peck en los cuatro capítulos de Exterminad a los salvajes. Las respuestas del cineasta a la pregunta ¿Sobre qué está construida la nación de Estados Unidos? es otro de los grandes aciertos de la serie.
Volvamos a la actualidad para ir concluyendo el artículo. Año 2021. Alemania reconoce el genocidio cometido en Namibia entre 1904 y 1908 contra la población herero. Destinará 1.100 millones de euros en compensación, si es que un exterminio puede ser compensado. Las tropas coloniales alemanas acabaron con el 80% de los hereros en tan solo cuatro años. Otros muchos fueron internados en campos de concentración, campos cuyo origen moderno es obra de los españoles en Cuba durante la Guerra de los Diez Años. El binomio compuesto por el genocidio y los campos de concentración, por desgracia, nos suena a todos.
El Holocausto fue la culminación en territorio europeo de una política de exterminio sistematizado que los europeos habían aplicado durante siglos por todo el mundo
Dijimos que volveríamos a ello y volvemos a ello: Segunda Guerra Mundial, Hitler, Solución Final. Exterminad a todos los salvajes termina con un plano infinito de los barracones de Auschwitz. ¿Qué nos quiere decir Peck con esto? Que por muy macabro y chocante que nos pueda parecer, el Holocausto no fue más que la culminación en territorio europeo de una política de exterminio sistematizado que los europeos habían aplicado durante siglos por todo el mundo: los herero de Namibia, las tribus indias de Estados Unidos, la población del Congo bajo el reinado de Leopoldo II, los argelinos ante la ocupación francesa de 1830. Eso no significa, evidentemente, que el genocidio, el exterminio, sea una herramienta exclusiva de Occidente; hay sobrados ejemplos de que no es así, para vergüenza de nuestra especie. Lo que sí significa, queramos admitirlo o no, es que Occidente creció a partir de esas masacres; que fue la sangre de los condenados de la tierra, como los bautizó Frantz Fanon, el agua que regó el florecimiento económico de las potencias occidentales; que, al fin y al cabo, Hitler no innovó, copió y llevó al extremo un horror que hacía siglos que existía. Terminemos entonces hablando de ese horror.
Quería reservar a Josh Hartnett para el final del artículo. A lo largo de toda la serie, el actor protagoniza una retahíla de escenas ficcionadas donde siempre interpreta al brazo ejecutor del colonialismo: lo vemos asesinar a indios seminolas en Estados Unidos, ahorcar esclavos en el Congo, incluso se convierte en asesino racial dentro de un mundo onírico. ¿Quién es Hartnett? ¿Qué representa? Lo descubrimos en la penúltima escena de la serie, cuando una sucesión de imágenes a velocidad vertiginosa sacude los recuerdos del actor. Recuerdos de exterminios y genocidios. Recuerdos del horror. Hartnett sucumbe ante ellos, no los puede soportar. Al sentir el peso de la verdad de la Historia sobre su conciencia, se hunde en las aguas para no volver. Hartnett empieza la serie siendo el grito «¡Exterminad a todos los salvajes!». Hartnett metamorfosea poco a poco en el despertar de la conciencia colectiva occidental, lacerada por el relato de Peck.
Finalmente, en esa última escena muda, la gran revelación: Hartnett es Kurtz, el hombre blanco que ha cometido el horror y ahora, atormentado al percatarse de la gravedad de sus actos, no le queda más salida que la locura. Aunque quizás sí haya otra salida, por lo menos para el espectador: el conocimiento. El conocimiento del pasado para no envenenar el futuro. El conocimiento de los silencios del ayer para no contagiar de nuevos silencios el mañana. El conocimiento del horror para no repetir el horror. «No es conocimiento lo que nos falta», dice Peck para cerrar la serie documental. Y es que eso es Exterminad a todos los salvajes, conocimiento. En nuestras manos está volverle la cara y entregarnos a los brazos del odio, vástago del pánico y la ignorancia, o mirarle a los ojos y exorcizar al Kurtz anclado en el alma de Occidente, sea lo que sea eso, seamos lo que seamos cada uno de nosotros.