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Se acaba de publicar en castellano Geopolítica de las series, de Dominique Moïsi (en Errata Naturae). El libro realiza una aproximación al fenómeno serial desde claves geopolíticas, usando para ello grandes y conocidos títulos, tales como Juego de Tronos, Homeland o House of Cards. Nada que objetar, por supuesto, ya que resulta indudable la importancia de los títulos que el autor utiliza y la pertinencia de los ejemplos que jalonan su argumentación. Sabemos que desde los atentados del 11 de septiembre del 2001 el mundo, también el serial, ha cambiado mucho.
Pero bajo ese universo de grandes y multipremiadas series, que últimamente son capaces hasta de generar exposiciones artísticas que refuerzan más si cabe su posición dominante en el imaginario colectivo, existen otras muchas que también nos dan claves sobre el mundo en el que vivimos. Debo reconocer que me encanta transitar las series de David Simon cometiendo el dulce pecado de la sobreinterpretación (todos lo hacemos de vez en cuando y tampoco le veo nada malo), pero últimamente le estoy cogiendo el gusto a esas series mainstream que dan en abierto, en canales como Neox. No veo por qué no podemos hablar del tránsito de la América de Obama a la de Trump con series tan rematadamente buenas como Mom, The Middle o incluso Los Goldberg.
Eileen Heisler y DeAnn Heline son las creadoras de The Middle, una excelente serie que a la chita y callando se ha marcado un total de nueve temporadas. La primera es de 2009, ya estrenada la presidencia Obama. La serie está ambientada en un lugar ficticio de Indiana, Orson. Una de sus creadoras es oriunda de ese estado, que muchos espectadores españoles conocerán por el famoso equipo de baloncesto, los Indiana Pacers.
La familia de The Middle, algo chalada, es una familia de clase media, más bien tirando a la baja, que sale adelante como puede y que puede darnos algunas claves sobre qué le ha ocurrido a la clase media norteamericana. Las situaciones que plantea la serie no son especialmente innovadoras, las hemos visto ya en otros mundos seriales, pero su tratamiento es interesante. Sin perder ese puntito histriónico de comedia alocada, los problemas a los que se enfrentan los miembros de la familia Heck tienen un trasfondo amargo que nos permiten plantearnos algunas cuestiones sobre qué significa ser clase media-baja en ese ficticio Orson.
El padre, Mike Heck (Neil Flynn), es un tipo simple y bonachón, que trabaja en una cantera como capataz y que incluso tiene que vender una pequeña participación que posee en la empresa para pagarle los estudios a la despistada de su hija, Sue (Eden Sher). A Sue se le pasa el plazo para pedir una beca por lo que el padre sale al rescate esperando que su hija siga estudiando y prospere más que él y su mujer en la vida. La madre, Frankie (Patricia Heaton), pierde algún trabajo durante la serie y acaba de auxiliar en una clínica dental. Es una buena madre, trabajadora, preocupada por sus hijos, pero que, como tantas otras, tiene que multiplicarse hasta el infinito.
Los Heck viven en una casa sin lujos, con aspecto prefabricado ya que no se pueden permitir nada mejor. Entre líneas se puede leer el proceso de empobrecimiento que ha sufrido la clase media en las últimas décadas. Los Heck consumen productos de baja calidad, mandan a sus hijos a la universidad estatal, no pueden permitirse lujos innecesarios. Su propia hija llega a decir sin tapujos: “He descubierto en un gráfico de la universidad que somos oficialmente pobres”.
En este esquema familiar faltaba Axl (Charlie McDermott), el mayor, el deportista nato. Cuando acaba la universidad, que tampoco se toma muy en serio, consigue un empleo como conductor de autobuses. Como lo oyen. No se marcha a estudiar más, lo que sea, a otra universidad. Se consigue un empleo como el de Otto en Los Simpson. Pero también está Brick (Atticus Schaffer), el inteligente, la Lisa Simpson del grupo, que pasa su tiempo leyendo todo lo que cae en sus manos. Es un personaje divertido y nada pretencioso, algo desconectado del mundo, pasivo a ratos, pero siempre hilarante.
Hay un capítulo que explica muy bien qué les sucede a esta maravillosa familia, capaz de hacerte mucha compañía a través del aparato televisivo. En el capítulo “La convención” (7×09), la franquicia dental para la que trabaja Frankie invita a sus trabajadores y a sus parejas a una reunión empresarial montada a la americana. La fundadora, una señora bien más dada al espectáculo que al trabajo duro, suelta consignas vacías sobre un escenario más propio de un concierto que de una reunión empresarial.
En un primer momento Frankie permanece escéptica, pero acaba poseída por ese espíritu emprendedor por efecto de esas consignas vacías que prometen el cielo. Ella también quiere su trozo del pastel. Por si no fuera suficiente ella y Mike malinterpretan el todo incluido de la invitación patronal. Nunca han estado en un hotel en el que te planchan las camisas. Así que entre eso y el servicio de habitaciones, la factura sube a más de 600 dólares, que la empresa no cubre. Es un dinero, para qué negarlo, y ellos no pueden asumirlo. No tienen 600 dólares extras para pagar un capricho.
Es la nueva cara de los EE.UU. Todos los miembros trabajan tanto como pueden pero eso no les garantiza poder asumir algún capricho o vivir con un poco de desahogo.
En la serie son constantes esas referencias al dinero. Para Sue, cuatro dólares regalados son el derecho a un café de los caros. Es la nueva cara de los EE.UU. Todos los miembros trabajan tanto como pueden pero eso no les garantiza poder asumir algún capricho o vivir con un poco de desahogo. Sus finanzas están maltrechas y limitadas. Es de agradecer, al menos, que tras tantas temporadas de vaivenes los personajes de The Middle sigan manteniendo la sonrisa y no hayan caído en ese desánimo crónico del que habla Richard Sennett en La corrosión del carácter.
¿A quién votarían los Heck? La verdad es que no lo sé, pero no me parece descabellado afirmar que podrían votar a Donald Trump. Parecen razonablemente conservadores, suficientemente norteamericanos, ni imbuidos por un espíritu milenarista ni absortos en su propia importancia, por supuesto. Son norteamericanos medios y parecen ejercer su distancia frente a la política de Washington con cierta resolución. Sue, la hija algo alocada y progre, podría votar a los demócratas. El hijo deportista parece el paradigma de los indiferentes, lo cual puede beneficiar a Trump. El pequeño es una voz crítica entre tanto adulto con crisis identitaria. Mike y Frankie podrían votar a Trump. Como bien dijo el ahora presidente de los EE.UU. en un mensaje cargado de intención: “No tienen nada que perder”.
Y qué decir de Mom, una serie creada por el omnipresente Chuck Lorre (también por Eddie Gorodetsky y Gemma Baker). Mom plantea un modelo de familia en permanente crisis que se autorreplica con el tiempo. La madre, Bonnie (Allison Janney), fue madre joven y soltera. Su hija Christy (Anna Faris), también. Su nieta Violet (Sadie Calvano), también va a ser madre a los 17. Como una matrioshka del desastre familiar, la estructura de Mom es repetitiva, y terriblemente divertida. Con sus dosis de amargura mal disimulada pero siempre con una mirada positiva, esperanzada, cariñosa hacia sus personajes, Mom nos deja ver otra cara poco amable de la familia americana.
Las adicciones, la desatención, la maternidad prematura, la incomprensión y el eterno padre ausente (¿cuántos hijos han buscado a sus padres de ficción sin demasiado éxito?). No sé a quién votarían las protagonistas de Mom. No me atrevo a pronosticarlo. Son gente endurecida, mucho más que los Heck, y no parecen muy proclives a aceptar mentiras sin más de unos políticos que repiten de manera irresponsable que ellos son el futuro, que les aman y respetan, pero que luego se olvidan de ellos en cuanto consiguen su voto.
Las protagonistas de ‘Mom’ son el nuevo proletariado semiurbano, la vieja clase media pasada por el trauma de la desindustrialización y la terciarización de las relaciones laborales
Lo cierto es que las protagonistas de Mom no se autoengañan demasiado, son la nueva masa empobrecida, el nuevo proletariado semiurbano o suburbano, la vieja clase media pasada por el trauma de la desindustrialización y la terciarización de las relaciones laborales. A diferencia de lo que ocurre en The Middle el carácter de Christy y Bonnie sí está parcialmente corroído (en terminología Sennett) y su dignidad constantemente amenazada por una clientela siempre dispuesta a ejercer su superioridad social simple y llanamente porque puede, porque paga. Estamos ante familias disfuncionales con grados variables de amargura pero a través de sus historias podemos especular cómo el tejido social de los EE.UU. ha cambiado mucho por efecto del empobrecimiento de la clase media.
The Middle ha sido una serie premiada y que ha mantenido índices de audiencia altos, por encima de los ocho millones de espectadores durante muchas temporadas. Quizá porque es más amable. Mom es algo más dura, también más irreverente, con un contenido sexual que dificulta su entrada en los altares de los premios y las nominaciones. Y ambas son responsabilidad de canales grandes, la ABC y la CBS. Si disfrutan con las sitcoms vean The Middle y Mom. A su manera recogen el testigo de aquella gran Malcolm in the middle. No son series de gran contenido intelectual ni orquestadas a través de guiones con “contenidos geopolíticos”, pero son excelentes ficciones del día a día, de ese mundo cotidiano trasplantado a un plató de televisión que siempre ha formado parte del aficionado a las series.
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