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'Esta mierda me supera' está disponible en Netflix.
Esta mierda me supera va de frente con sus referentes: su primera escena ya es una reinterpretación del emblemático final de Carrie (Brian de Palma, 1976), aquel en el que una Sissy Spacek desatada y cubierta de sangre de cerdo sembraba el caos en el baile del instituto. Aquí, en vez de a Spacek tenemos a Sydney Novak, interpretada por una Sophia Lillis sacada a su vez de esa oda al terror ochentero que es la adaptación cinematográfica de It, pero los mimbres generales son los mismos: adolescente peculiar adquiere poderes sobrenaturales y aparentemente inexplicables, y eventualmente el caos se desata.
Ya desde su inicio, la serie se propone no tanto como un remake sino más bien como un remix de Carrie, que actualiza, como ya ha hecho Sex Education, muchas de las constantes del género de instituto adaptándolas a la sensibilidad adolescente del siglo XXI según san Netflix. Esto es, una estética entre ochentera e indie que nos remite a diez películas distintas y a la vez a ninguna, combinada con algo de música noventera, todo ello coronado por un mensaje de fondo que intenta inclinarse por la empatía. En Carrie, la protagonista devenía monstruo, e incluso acababa regresando de la tumba en un recordado plano; aquí, aunque virtualmente el final es el mismo (no diremos más para no incurrir en spoilers), somos incapaces de no ponernos en el lugar de Syd. Ella no es un monstruo: es una superheroína.
Esta mierda me supera bebe, como el cómic de Charles Forsman en el que se basa, de Carrie, pero es que su red referencial va mucho más allá. Tenemos las comedias de instituto de John Hughes, que aquí se remezclan también para dejar atrás el conservadurismo de los ochenta y dejar entrar la homosexualidad, las identidades en los márgenes del sistema, el delicado retrato de una joven que no se encuentra del todo bien en su propio cuerpo. La serie toma unos mimbres mil veces repetidos y se pone a correr con ellos, mezclando de paso la conspiranoia de Stranger Things, el humor escatológico de propuestas recientes como Big Mouth o la ya mencionada Sex education, el concepto de cliffhanger superheroico que casi parece extraído de un cómic de la Marvel.
Esta mierda me supera funciona estupendamente y se ve como un tiro, pero creo que su interés como serie va más allá del correcto discurrir de sus mecanismos narrativos, del buen hacer de todos sus protagonistas o de la forma, entre lo deprimente y lo idealista, en la que Jonathan Entwistle dispone su cámara. Esta mierda me supera me interesa sobre todo porque muestra que la innovación a la que supuestamente se entregaron Netflix y el resto de plataformas VOD discurre en realidad por unos carriles muy, muy limitados: los que la permiten funcionar de forma mínimamente autónoma, pero siempre repasando las líneas ya marcadas por todo lo que vino antes.
Que es un poco, en realidad, el proceso al que se ha entregado casi toda la ficción mainstream contemporánea, ya sea televisiva o cinematográfica. Nada nuevo bajo el sol. Pero conviene no olvidar que esta ansiedad de la influencia es exactamente lo contrario al proceso que nos dio algunas de las mejores ficciones de las últimas décadas. Ahora, aún con el riesgo tan controlado, podemos introducir elementos novedosos: por ejemplo, el enamoramiento de Syd, que en este caso aparece como realmente rompedor en el marco de una ficción adolescente y mainstream; pero me pregunto si llegará un día en el que, y con un número de cocineros cada vez más reducido, hayamos comido tantas sobras que no nos gusten ni aún poniéndoles más sal.
Escrito por Ricardo Jornet en 04 marzo 2020.
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