'El Visitante': El hombre y el saco
'El visitante'

El hombre y el saco

Todo en 'El visitante' bascula alrededor de esa percepción de lo profano, entendido como algo que no podemos aceptar porque sería destruir la burbuja de cordura en la que nos encerramos.

Ben Mendelsohn interpreta al detective Ralph Anderson en 'El Visitante' / Crédito: HBO España.

Stephen King no ha tenido suerte en televisión. Un puñado de obras maestras contemplan su transición cinematográfica, pero en la caja tonta solo aparecen naderías. Probablemente, salvaríamos El misterio de Salem’s lot, por su capacidad para la iconografía y una escena que es historia del género: la del niño vampiro flotando tras la ventana.

Es bastante posible que El visitante (HBO España) sea la mejor adaptación del trabajo de Stephen King que jamás ha pisado la tele. Tampoco es que eso sea decir mucho, viendo de dónde veníamos (sufro destellos de estropicios como La cúpula, La zona muerta o –Virgen santa- La niebla). Pero El visitante no es solo la mejor adaptación que jamás se ha hecho del trabajo de Stephen King; El visitante es uno de los mejores thrillers de la historia reciente del catodicismo.

Hay truco, claro. Y tiene nombre y apellidos: Richard Price.

Price tiene galones y los lleva desde que firmó The Wire junto a otros sospechosos habituales como David Simon o Dennis Lehane. También abofeteó al respetable con The night of y aquí hace lo propio pervirtiendo una novela de King (con el permiso –confeso- del propio King). Digo pervirtiendo porque El visitante en negro sobre blanco es una novela de género, efectiva y ortodoxa, con un twist interesante; El visitante en formato audiovisual es un bastardo, hijo no-confeso de la combinación entre el thriller clásico de toda la vida, la literatura policíaca en forma de noir retorcido y un desconocido que se cuela, porque pasaba por allí, vio luz y entró: el terror, puro y duro.

Ben Mendelsohn (Bloodline, Animal Kingdom) interpreta a un tipo que parece tener entre manos el caso perfecto: tiene al culpable, huellas, adn y testigos. Pero hay un pequeño problema: un vídeo (y otros testigos) que sitúan al presunto malo a cien kilómetros del lugar del crimen, algo que claramente influye en el correcto devenir del caso. Establecidas las reglas, y con el eco de True Detective (primera temporada, por favor) soplándole en la nuca, El visitante funde de forma extraordinaria universos aparentemente ajenos. Por un lado, la presencia en el fondo de algo absolutamente incomprensible, inclasificable, que no tiene rol definible en el mundo real; por el otro, el procedimental de toda la vida, pegado a las botas de un detective obsesionado por dirimir cómo coño puede un hombre ocupar dos lugares distintos en la misma dimensión espacio-temporal. Respuesta: ningún hombre puede hacer eso.

‘El visitante’ retrata la llegada del hombre del saco a un mundo demasiado asustado para mirarle y demasiado escéptico para asustarse lo suficiente

Sin tirar de spoilers, lo que convierte al show en algo extraordinario es la contemplación de la guerra entre lo racional y lo puramente demoníaco. Con cada episodio, ambos contendientes se quitan los guantes y se atizan de lo lindo, porque es imposible que uno irrumpa en el territorio del otro sin que se derrame sangre. La vocación de la serie de permanecer inane, impasible, ante la llegada del mal, tratando de ignorar aquella máxima de Sherlock Holmes que rezaba «eliminadas todas las soluciones lógicas a un problema, lo ilógico, aun imposible, es invariablemente cierto», es la mayor de sus virtudes. El visitante jamás sucumbe a la tentación de ser un show de miedo, un simple jeroglífico que resolver sin más interés que el de la propia adivinanza, porque su auténtico valor reside en cómo retrata la llegada del hombre del saco a un mundo demasiado asustado para mirarle y demasiado escéptico para asustarse lo suficiente.

Esa reelaboración del mito, en códigos modernos, con placa y pistola, en un universo presidido por la incredulidad, es absolutamente majestuoso. Y si fuera poco el trabajo en la atmósfera, los diálogos o la música (espectacular tarea de Danny Bensi y Saunder Jurriaans), se bate el cobre en la planificación audiovisual, con una fotografía enfermiza, con la que uno puede oler la ciénaga y una dirección que haría sonreír a Ozu o Mizoguchi, deudora de una manera casi estoica de contemplar la realidad. No hay prisa, a Price no le gusta correr, así que el show reposa sobre la idea de que existe otra manera de infundir miedo, que parte de un elogio a la lentitud. Todo aquello que es terrible, casi inaceptable, pasa de forma inexorable. El efecto es multiplicador, como en aquellos primeros filmes de M. Night Shymalan, que desafiaban el canon occidental del acelerado ritmo hollywoodiense y jugaban a descansar en los hombros del espectador.

Jason Bateman, como Terry Maitland, en una escena de ‘El Visitante’.

Lo que entiendes poco a poco cala más en tu interior, parece decir el claim de la serie, siempre en el alambre de la credulidad, hasta que el mismísimo Belcebú te pone la mano en el hombro, para indicarte que acaba de llegar. Todo en El visitante bascula alrededor de esa percepción de lo profano, entendido como algo que no podemos aceptar porque sería destruir la burbuja de cordura en la que nos encerramos.

Cuando se escriben estas líneas, la serie encara el tramo final, metida ya en una espiral de descenso a los infiernos, con Cynthia Erivo erigida en un Dante maravilloso. Ella es el alma de un proyecto atrevido, distinto, puntilloso en su concepción; impecable en su ejecución.

De momento, sin más pistas que las que ofrece el propio puzzle que conforma el show, Price puede presumir de haber creado una fábula, casi una parábola, sobre el mal cotidiano, muchas veces una sombra, aquí materializada en carne, hueso y capucha.

Uno de esos villanos invisibles que se ocultan bajo la cama, o detrás de la puerta: uno de esos que te observan mientras duermes. Uno de los que jamás se olvidan.

 

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