El fin de 'Black Mirror' - Serielizados
Cuarta temporada

El fin de ‘Black Mirror’

Charlie Brooker apura los últimos metros de una serie que ya ha vivido sus mejores momentos. Analizamos capítulo por capítulo esta cuarta temporada, en la que se alterna la brillantez con la moralina barata.

A riesgo de que Netflix o el curso de la vida seriéfila me contradiga, el titular que preside este artículo es así de categórico porque así lo creo, así lo siento y en concreto, porque presiento que Charlie Brooker así lo desea. Dos sensaciones motivan esta afirmación. La primera es la constatación personal -vistos los seis episodios de la cuarta temporada- de que la «fórmula» Black Mirror está agotada. Al menos por ahora.

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La llegada a Netflix ha dado como resultado buenos capítulos, algunos memorables. Pero pese a abrir el mundo Black Mirror a espacios más grandes, llenos de posibilidades y profundidad, se ha producido un efecto «estira-chicle» en el que la reiteración y la falta de sorpresa han dominado por encima de lo demás. La etapa Netflix de la serie se distingue, de entrada, por tener temporadas con más capítulos (y más largos). También por crecer en presupuesto y contar con estrellas más grandes delante y detrás de las cámaras. Pero a su vez, en este traslado de casa, las tramas han devenido repetitivas, alargadas y forzadas más allá del planteamiento inicial «tan Black Mirror«. Tenemos ejemplos en la tercera temporada y también en esta cuarta (más adelante entramos), en los que la mayoría de episodios se antojan más largos de lo que deberían ser y no aguantan su –siempre apetitoso– arranque. En su gran parte, la nueva temporada reafirma esta sensación y hace plantearme hasta qué punto el ensanchamiento del público de Black Mirror ha provocado cierta comodidad en la parte creativa hasta acabar produciendo reversiones –con más o menos floritura– del mismo episodio de siempre.

Charlie Brooker es plenamente consciente de que necesita dar clausura a su serie y así se desprende en capítulos como «Black Museum» y «USS Callister»

La otra potente sensación que deja esta nueva remesa de capítulos guarda relación con el final de la serie. Y es, en el fondo, la que me reconcilia totalmente con esta temporada y su razón de ser: Charlie Brooker es plenamente consciente de que necesita dar clausura a su serie, de que esto tiene que acabar y así se desprende en un par de capítulos donde toma las riendas para cargarla de relecturas e interpretaciones. Si mi intuición no me falla, esta idea de clausura, de coda final se encuentra en el fondo de las intenciones de Brooker y eclosiona en todo su esplendor en algunos de los mejores capítulos de esta cuarta temporada como «USS Callister» y sobre todo el capítulo final «Black Museum«.

Así pues, vayamos manos a la obra. Porque no hay otra manera de hablar de Black Mirror que repasando los distintos nuevos episodios (territorio sin SPOILERS):

USS Callister

He aquí el típico episodio que tira para atrás a los fans más puristas del Black Mirror original. Parecido en cierto modo a «Playtasting» de la tercera temporada, este capítulo es todo un buen throwback irresistible para los amantes del Star Trek más añejo. La estética y la actuación del gran Jesse Plemmons son todo un homenaje al Capitán Kirk de William ShatnerSu situación como capítulo inicial parece toda una maniobra de desviación -por el tono más evasivo de su trama- pero me invita a reflexionar si es, en parte, un grito de socorro de un Brooker deseoso de explicar otro tipo de historias y jugar en otros terrenos.

«USS Callister«, uno de los capítulos más largos de toda la serie, se antoja también como uno de los más ambiciosos así como uno de los capítulos que pueden abanderar la minúscula pero creciente «parte optimista» de la serie. Una vez se descubre el pastel en la trama, es cuando el conjunto del capítulo flojea y la previsibilidad sale de nuevo a la palestra. Sin embargo, la trama que se va desarrollando, liderada por una estupenda Cristin Milioti ofrece una buena metáfora sobre los peligros de las relaciones abusivas en el trabajo y la importancia de actuar ante los abusos de poder. Una reflexión que no podía ser más oportuna.

Imagen del episodio «USS Callister».

Arkangel

Un ejemplo claro de los males de la etapa Netflix. Dirigido sin mucho brillo por Jodie Foster, parte de una idea interesante, con un atractivo potencial y con ese toque tan «black mirror» que nos gusta: la historia de una maternidad complicada por culpa de un chip de control con el que la madre protagonista (Rosemary DeWitt) puede localizar a su hija en todo momento, ver lo que ve e incluso bloquear lo que ésta pueda ver.

«Arkangel» no aporta nada sustancial a la serie ni despliega con brillo un tema universal como el miedo inherente a la maternidad

Al inicio todo es ideal pero a medida que la niña crece, el conflicto entre madre e hija aumenta por culpa del chip. Esos conflictos parecen afectar al mismo capítulo ya que una vez el planteamiento se estanca y no da más de sí, el interés se pierde totalmente y la historia se vuelve previsible. «Arkangel» no aporta nada sustancial a la serie ni despliega con brillo un tema universal como el miedo inherente a cualquier maternidad/paternidad que, en clave del universo Black Mirror, debería haber funcionado mejor. El capítulo quedará seguramente como paradigma de episodio rutinario de la serie.

Rosemary DeWitt en «Arkangel»

Crocodile

Como en «Arkangel», de nuevo tenemos un envoltorio suculento para un episodio que reincide en los problemas de la serie. Esta vez lo dirige el conocido John Hillcoat y cuenta con una actriz de largo recorrido, Andrea Riseborough quien es sin duda, lo mejor del episodio. Con su buena actuación al menos permite hurgar en el apartado más psicológico de la historia. «Crocodile» cuenta con unas localizaciones que derrochan presupuesto y con ellas, unas pretensiones elevadas por encima de sus posibilidades. Lo que le juega en contra.

Tenemos ante nosotros una premisa muy Hitchcock (una escena clave tiene momentos de Cortina Rasgada) que, dentro del universo Black Mirror, se lleva a cabo de una forma demasiado endeble, recorriendo lugares conocidos y sobre todo, demasiado exagerados y forzados para subrayar esa idea tan trillada de que el asesinato perfecto no existe, sobre todo cuando sí existen los implantes de memoria. Duh.

Andrea Riseborough en el episodio de «Crocodile».

Hang the DJ

Tinder, ¡Charlie Brooker Style! ¿Qué harías si tu app de ligoteo te dijera el tiempo de expiración de tu relación? No se vive igual una relación de tres meses, que una de dos años, de cinco años o de 36 horas intensas. Uno de los capítulos recientes con una estética que encajaría bien en las temporadas originales y otro caso de capítulo para la “senda optimista” de la serie que –aunque escasa– la hay. Podría ser el «San Junipero» de esta tanda de episodios ya que desprende esa visión más optimista y esperanzadora del universo Black Mirror.

A la audiencia más «oscura» quizá no le guste, pero «Hang the DJ» ofrece un bálsamo necesario para el visionado de la temporada y satisface sin duda a la audiencia que busca el lado más iluminado de la serie sin renunciar a los costes morales que de todas formas plantea. De los mejores de esta temporada.

«Hang the DJ», el Tinder de ‘Black Mirror’.

Metalhead

Una desviación formal en toda regla y, quizá por ello, la sorpresa más agradable de toda la temporada. Sí, de todos, es el que toca menos «temas Black Mirror» pero cuando el resultado son 40 intensos minutos de acción pura y dura en una historia de supervivencia magníficamente rodada en blanco y negro por David Slade, poco importa. Entretenimiento, suspense y tensión en un capítulo bien resuelto. Para ver, disfrutar, sufrir y no comerse mucho la cabeza.

«Metalhead», dirigido por David Slade

Black Museum

Turno para el que creo que es el capítulo clave de la temporada por su descarada forma de tratar el final de la serie y su existencia más mórbida. «Black Museum» solamente puede ser visto como el fin de fiesta ideal para esta locura llamada Black MirrorCharlie Brooker se viste del Iker Jiménez coleccionista de reliquias y se transmuta en el personaje central del capítulo: Rolo Haynes. Así, el espejo negro se gira y la serie se refleja en sí misma para convertirse en un museo negro donde los fans de las teorías interconectivas babearán. Y es que Brooker con este capítulo parece tener claro que, de forma definitiva, todo está conectado en el mundo de Black Mirror: Quien quiera metalenguaje, conexiones y «huevos de pascua» aquí los encontrará a mansalva. Su formato largo, que incluye tres historias cortas bien podría ser una metáfora de una temporada sola comprimida, con sus imperfecciones así como sus momentos brillantes de guion y escenas que te revuelven el estómago.

«¿Cuánto puede durar realistamente la felicidad?»

«Black Museum» desgrana los orígenes del mundo de Black Mirror. Pero lo que es aún mejor, ejerce de excusa a Brooker para hacer examen de conciencia y lanzar reflexiones para él mismo pero también para nosotros, la audiencia. ¿Somos realmente tan perversos? ¿Hasta qué punto no pararemos en nuestra búsqueda de satisfacción personal? El personaje de Rolo Haynes puede ser la clave de todo Black Mirror, un Brooker ficticio, tan magnético como terrorífico, cuyo destino no puede acabar bien. Una frase suya guarda a mi entender la idea concentrada de las historias de la serie: «¿Cuánto puede durar realistamente la felicidad?«

«Black Museum», un capítulo marca Brooker.

En definitiva Black Mirror ha vuelto con otra temporada irregular en la que se alternan momentos de brillantez con momentos previsibles, rudimentarios y que vuelven a caer en cierta moralina educadora que no siempre entra bien. Su formato de serie/antología, en la que cada capítulo es distinto al otro, tiene trampa: No puede caer precisamente en reiteraciones y fórmulas más que mascadas, ya que cuando lo hace, el daño es doble. Produce una sensación agridulce por el contraste entre los episodios excelentes y aquellos que aportan poco, o casi nada. Cuando las temporadas eran más cortas, en la era pre-Netflix era mucho más fácil conseguir temporadas más regulares. Sin embargo, la nota final es elevada gracias a episodios como «Metalhead«, «USS Callister» o «Black Museum«.

Y aunque el orden de los episodios es al fin y al cabo irrelevante –como el propio Brooker admite– y se podrían haber hecho trayectorias más sugestivas, es imposible no contemplar a «Black Museum» como una macabro epílogo que constata que el fin de la serie ha llegado. A falta de confirmación de una quinta temporada, Black Mirror aparece en esta entrega dispuesta a morir de forma consciente e impecable en su estilo y propuesta. El Black Mirror actual ya no aporta más campo para recorrer a Charlie Brooker. Los mejores días de la serie ya han pasado y seguirán ahí en el retrovisor. Brooker necesita otros propósitos y nuevos retos. Lo mejor de todo es que él lo sabe y la serie como ente en sí misma, también. Sólo el tiempo dirá si este es el verdadero final de Black Mirror o si seguirá alargándose hasta que todos nosotros, Booker incluido, nos lamentemos.

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