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Una escena de la nueva temporada de 'Los Bridgerton', que se estrena este 25 de marzo en Netflix.
Quizás esto que voy a decir es caer en el cliché más básico, pero etiquetar los escapes de nuestra realidad como «necesarios» es algo que debería estar más aceptado. El audiovisual se creó, por ende, con el mero fin de entretenernos. De distraer al público y despreocuparlo durante unos breves momentos de la realidad que acontece. Una dosis de escapismo tonto, pomposo, sentimental, que nos permita apagar el cerebro y olvidar durante un rato lo que está sucediendo allí fuera. Si eso es bueno o malo, está sujeto a debate, pero la calma mental resultante es indiscutible.
Los Bridgerton es uno de esos espectáculos pensados para el disfrute y el entretenimiento. Un guilty pleasure en toda regla. Este lujoso drama de época entreteje una sintaxis divertida y escandalosa, en la que los affairs, las faldas de colores, los palacios y sus personajes, te abrazan y reconfortan como una buena taza de té caliente en invierno. Y escuchad, digo guilty pleasure pero de guilty nada. Antes este término parecía usarse de forma exclusiva para referirse a todo aquello que veíamos y debíamos ocultar porque en parte nos avergonzaba. Pero con Los Bridgerton ha pasado todo lo contrario, su primera temporada se convirtió en un pleasure compartido. El fenómeno en plataformas y redes fue tal, que poco se tardó en confirmar la efectiva renovación de la serie.
Vista la segunda temporada, creo fervientemente en que el mayor valor de Los Bridgerton reside en presentarse al público como una serie que no se toma muy en serio a sí misma. De ahí su gracia. Pensar que una historia así puede o debe cambiarnos la vida y plantearse a sí misma como un producto audiovisual de alto rango sería mentir y sonar terriblemente pretenciosos.
‘Los Bridgerton’ es como un fan-fiction escrita por una admiradora de Jane Austen norteamericana
En cualquier caso, vayamos al quid de la cuestión: estoy aquí para reafirmar que no es difícil disfrutar de este fantasioso mundo en el que nuestra única preocupación es quién ofende a quién, a quién le gusta quién y sobretodo, quién se acuesta con quién. En la superficie, Los Bridgerton es como un fan-fiction escrita por una admiradora de Jane Austen norteamericana. Y yo, como fan incondicional de las autoras clásicas británicas, debo deciros que el visionado resulta, si más no, divertido.

Anthony Bridgerton (Jonathan Bailey) y Kate Sharma (Simone Ashley ) | Fotografía: Liam Daniel/Netflix
Ambientada en Regency London, la historia sigue a diferentes familias que intentan casar a sus hijas con buenos maridos: una vez más la riqueza y el estatus social se priorizan sobre el amor. En su primera temporada, Daphne (Phoebe Dynevor), la hija mayor de Bridgerton, alcanzaba la mayoría de edad, por lo que debía encontrar rápidamente un pretendiente. Es entonces cuando poco a poco se enamora del Duque de Hastings (Regé-Jean Page), y a nosotros, sin darnos cuenta, se nos viene una buena dosis de escenas tórridas que no sabemos si considerarlas sensuales o cringe.
En esta segunda temporada nos desentendemos de Daphne y ponemos el ojo en Anthony, el hermano mayor. Él, casanova formal, guapo, avispado, desencantado con la vida y el amor, toma la decisión de buscar una buena esposa solo por el beneficio que supone el matrimonio. Un trámite práctico; nada de amor, nada de carantoñas, nada de sentimientos. Y de nuevo algo que ya sabemos: se acaba enamorando y todo termina felizmente resuelto.
Kate me recuerda de forma inevitable a mi debilidad cinematográfica favorita: Elizabeth Bennet de ‘Orgullo y Prejuicio’
Lo pienso en perspectiva y me pregunto, ¿qué es lo que engancha? Quizás su sofocante premisa, al igual que en la gran mayoría de dramas de época… Esta idea de: si no consigue casarse o encontrar el amor rápidamente este personaje será miserable el resto de su existencia. Guste o no guste, todos acabamos queriendo que Anthony se salga con la suya y sea un hombre feliz.
Entonces pienso en las hermanas Sharma. Ellas son las encargadas de coger la sartén por el mango, las que estructuran la narrativa predominante de esta segunda temporada. La hermana mayor, Kate (Simone Ashley), me recuerda de forma inevitable a mi debilidad cinematográfica favorita: esa maravillosa Elizabeth Bennet de Orgullo y Prejuicio. Kate y Edwina (Charithra Chandran) trabajan bien con el escaso material que se les da, en particular la primera, que encarna este prototipo tan placentero de “jóvenes independientes, leídas y testarudas de la época”. Ella podría ser tanto una Elizabeth Bennet renovada como una Jo March aún más quejosa.

Hyacinth Bridgerton (Florence Emilia Hunt), Lady Violet Bridgerton (Ruth Gemmell), Colin Bridgerton (Luke Newton), Anthony Bridgerton (Jonathan Bailey) y Benedict Bridgerton (Luke Thompson) | Fotografía: Liam Daniel/Netflix
A sabiendas de qué es lo que nos entretiene, pienso en lo que falla. Lo primero que se me viene a la mente es la duración de los capítulos. Se hacen excesivamente largos. Llega un punto en el que ya no nos importa trama dramática a resolver en el capítulo; queremos que llegue la solución. Creo también, que el problema de adaptar constantemente los clásicos del siglo XIX o rendirles un homenaje, es que la experiencia de visionado se vuelve (por desgracia) ciertamente predecible. La estructura de estas obras ya está incrustada en la conciencia y el imaginario común, incluso si nunca antes has visto una. Algunos ya estamos más que curtidos en este tipo de historias, incluso antes de que el sexo y los remixes musicales adaptados se incluyeran en la ecuación.
Desde entonces, un no parar. Se han hecho múltiples intentos de ‘elevar’ una pieza audiovisual de época basada en una rígida comedia/drama de modales, a algo lujurioso o tentador. Y no lo negaremos, en algunos casos funciona (véase en La Duquesa, Retrato de una mujer en llamas, Emma o Ammonite), pero en otros casos no tanto.
Los Bridgerton es un buen ejemplo de las medias tintas, aunque más intrigante. Sus escenas de sexo pueden resultar ridículas, cómicas; pero no son del todo gratuitas. Algo que funciona muy bien es su preocupación por mostrar cuerpos masculinos y femeninos. Incluso cuando hay una desnudez más fuerte, es breve y no fetichizada. Siempre se apuesta por la sensación y el feel de romance.
Otra de las cosas a destacar en Los Bridgerton es que, a pesar de las discusiones generadas, la inclusión de personajes de color en dramas de época, es interesante y necesaria. Habrá quien diga que no debe hacerse porque es históricamente incorrecto, pero a día de hoy este argumento queda bastante desfasado y casposo. Al igual que no podemos obviar las atrocidades de un pasado común racista, es necesario que las personas de color sean protagonistas en papeles para los que, hasta hace unos años, no habrían sido ni siquiera considerados como una opción. Que Los Bridgerton siga la tendencia de casting daltónico en dramas de época, es un muy buen síntoma de avance en la dirección correcta. Es refrescante ver esta diversidad en un género dominado históricamente por el color blanco.
En definitiva, nos encontramos con una temporada más pulida y esplendorosa a nivel visual, que a su vez hace más accesible al público general una temática como es la de época, gracias a su planteamiento adaptativo inclinado hacia la contemporaneidad; algo que da sentido al resultado final y marca una nueva linea.
Cojan asiento y gocen, y a los que estén decididos a estropearnos el entretenimiento, les diremos aquello que remarcaba con entusiasmo y fervor nuestra querida Daphne: «Just because something is not perfect does not make it any less worthy of love».