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Una vasija para rellenar, un útero con patas que garantice la supervivencia de la humanidad. Así son vistas las Criadas de The handmaid’s tale por la sociedad teocrática de Gilead, ubicada en el mismo territorio que antes ocupaba Estados Unidos. En el mundo distópico imaginado por Margaret Atwood en su novela homónima de 1985, las mujeres han perdido la categoría de personas para pasar a ser mercancías cuya apreciación depende de su capacidad reproductiva. La razón: una grave crisis medioambiental ha provocado una plaga de infertilidad que pone en peligro la supervivencia de la especie humana.
Las capas de interpretación de la serie son muchas y todas dolorosas. Una de las más evidentes y escalofriantes es la institucionalización de la violación. Las Criadas, o doncellas, son propiedad de un amo -casado con otra mujer- que las usa para reproducirse. Offred, literalmente “de Fred”, es una de estas criadas. Con el inicio de la República de Gilead, es detenida, dejando atrás su nombre real, un marido y una hija. Junto a otras criadas es reeducada para poder satisfacer su nueva función social, la reproducción. Con la palabrería habitual de las dictaduras, el sometimiento es revestido con una falsa capa de honor. Como les dicen las ‘tías’, una especie de madres superioras que las preparan para ser ganado sexual, “ellas son chicas especiales” a la que Dios ha elegido para acometer “un propósito bíblico”. Aquí no hay sororidad que valga: mujeres echan a los leones a otras mujeres para cumplir un designio divino que tiene más de terrenal que de celestial. Las mil emociones que expresa Elisabeth Moss con su rostro, reforzadas por unos primeros planos agobiantes, se clavan directamente en el espectador.
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La maternidad es sacralizada y las violaciones ritualizadas con el doloroso beneplácito de otras mujeres, las que forman parte de las castas superiores, como las tías y las esposas. Éstas últimas deben asistir impasibles a las escenas de penetración aséptica i rítmica protagonizadas por sus maridos mientras sujetan a las criadas, que yacen sobre su regazo. El abuso sexual ya no es visto como un crimen porque forma parte de la tradición, mientras que el aborto es considerado una abominación. El maltrato no se limita a la violación, incluye otros aspectos que resumen en uno: la pérdida de la capacidad de decidir por una misma.

Cameo de Margaret Atwood, autora de ‘The handmaid’s tale’ y Elisabeth Moss (Fotos: George Kraychyk/Hulu)
Esta sociedad que tiene el nombre de Dios todo el día en la boca tampoco acepta la homosexualidad. Gays y lesbianas son considerados traidores de género, una monstruosidad, y corren el riesgo de acabar colgados de una soga. El retrato que hace la serie puede sonar exagerado pero deja de parecerlo cuando recordamos cosas como el autobús de Hazteoir. No estamos tan lejos de lo que imagina Margaret Atwood y pone en pantalla Bruce Miller.
Por mucho que se quiera, The handmaid’s tale no puede ser contemplada como una obra de ciencia ficción. Las noticias diarias nos muestran la fragilidad de los derechos conquistados por las mujeres, que no están, ni mucho menos, desarrollados en plenitud. El abuso sexual sigue estando a la orden del día, no sólo en países en situaciones de conflicto (la violación es una arma de guerra usada habitualmente) sino en nuestro día a día. La lista de motivos por las que las mujeres siguen estando en situación de desigualdad es larga.
La mirada inquisitiva de Offred es una llamada de alerta, un recordatorio de la necesidad de estar vigilantes, no solo las mujeres sino todos. Uno de los grandes pecados de la sociedad que presenta la serie es la equidistancia, el no tomar partido por las causas justas y dejarse llevar por la cobardía o la inercia.
Imagen hipnótica
¿Cómo una historia tan perturbadora puede estar explicada de una forma tan estéticamente bella? Una de los motivos que nos enganchan a la imagen de la producción de Hulu son el contraste de los colores saturados de las vestimentas rojas de las criadas y el verde con un entorno sobrio y purista que recuerda a las pinturas del danés Vilhelm Hammershøi. El simbolismo de los colores provienen de la novela de Atwood: el rojo de las Criadas recuerda la fertilidad, el azul verdoso de las esposas simbolizan la estabilidad y la paz, mientras que el negro de los amos habla de poder y autoridad.
La sobriedad de la narración se rompe con una selección musical irónica de clásicos del pop. El capítulo piloto se cierra con una declaración de principios a ritmo de ‘You don’t own me’, el segundo con ‘Don’t you forget about me’ de Simple Minds y célebre por poner la guinda a la escena final de The Brekasfast Club. Una banda sonora en la que no chirriaría ‘If you tolerate this then your children will be next’ de los Manic Street Preachers, que podría ser el resumen perfecto de la lección que nos quiere transmitir The handmaid’s tale: permanecer impasibles ante las injusticias es la simiente para el nacimiento de dictaduras.