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A algunas series pareciera que el título no les encajara del todo. Suele pasar que en las dimensiones de una primera impresión, un título nos haga pensar en una historia compleja y llena de matices surrealistas o filosóficos, no obstante al adentrarnos en ella nos percatamos de que se trataba de algo muy simple. Pero también ocurre lo contrario y con mucha frecuencia: el título es tan sencillo que nos cuesta hacernos a una imagen completa de todo lo que en una trama pudiera pasar. Es famoso el caso de The Wire para demostrar algo de lo que aquí planteo. Pocas palabras que no dicen mucho, que parecen no ofrecer demasiado, pero son simplemente una sutil invitación para dejarnos llevar por el buen camino de las más profundas historias.
Con Better Things pasa algo sinuosamente parecido. Uno comienza a ver esta historia como una opción cómica en el abanico de ofertas sobre familias “disfuncionales” que retratan los momentos actuales de la sociedad. Y el título parece no decir mucho. “Cosas mejores”, ese sería el resultado de una traducción literal al español. La ambigüedad nos ubicaría en un plano de reflexión en el que tal vez las “cosas mejores” sean las que aguarden como recompensa a esta madre de familia que se ha echado al hombro la vida de todo su entorno, no solo de sus tres hijas, sino también de su madre y hasta de su exmarido. “Cosas mejores” también podría ser la interpretación de lo que ocurre cuando esta mujer se percata de que podría liberarse de sus cargas de una buena vez abandonándolo todo y dejando a cada quién con sus caprichos y problemas. O podría ser también que estas “cosas mejores” fueran el grado de comparación con el que la protagonista —y los espectadores por así derecho— se percata de que, en medio de todo, hay gente que vive “cosas peores”. Lo dicho, entonces, si es por el título de esta historia, el desengaño de la ambigüedad nos traería a una extraña condición experimental.
Esta es una serie sobre mujeres con una protagonista que, literalmente, lidia con el hecho de ser mamá. El retrato de esta madre resulta tan versátil que nos podemos sentir atraídos y conmovidos por parejo. Pamela Adlon logra darnos una interpretación llena de vitalidad en la que se escarban los demonios de todas las relaciones: los de las relaciones con la madre, con las hijas, con los ex, con los actuales, con los amigos, con los colegas, con los siempre infaltables pretendientes y hasta con los estudiantes, porque, entre todo lo que esta mujer realiza encarnando a la carismática Sam Fox, también está la mágica función de ser maestra en un curso de interpretación. Lo que aquí vemos resulta creíble porque es como si esta gran actriz —que a la vez hace de actriz y de voz para dibujos animados— nos estuviera dando una visión de sí misma a través de un guion y una dirección que la aprovechan (a ella y a su vida) en cada segundo de la historia.
Sam Fox
En el retrato del mundo contemporáneo nos uniformamos a través de sueños y frustraciones similares. Cambiamos de nacionalidades y de lenguas para expresarlos, pero nos enfocamos en sacar adelante lo que a bien creamos que nos haga surgir en medio de la nada. Sam Fox es una encarnación de la vitalidad ante la desventura. Enfrentando su vida profesional, se percata de que antes era demasiado joven e inexperta para hacer lo que quería hacer, pero que, al llegar a la edad en la que la experiencia debería darle todos los méritos para alcanzar los aplausos, se descubre a sí misma como una veterana en un paraíso hecho, ahora sí, para las más jóvenes.
Entre los bastidores de una industria en la que los lances de la ironía muestran su gran fuerza, Sam sobrelleva con gran sentido del humor los desenlaces de sus sueños. En la serie, ella es simplemente una mujer entrada en su quinta década que con desenfado ve como todo pasa. Se ha separado y vive con sus tres hijas. Al frente de su casa también habita su madre, aunque puede decirse que, como es natural en series del mismo corte, la señora quiera vivir más en casa de su hija de lo que la misma Sam quisiera.
La grandeza de Sam está en tratar de vivir plenamente las pequeñas desgracias de la vida diaria
Pero la grandeza de Sam no está en ver algo que la mayoría de los ciudadanos compartimos como escenario de los deseos; no, su grandeza está en tratar de vivir plenamente las pequeñas desgracias de la vida diaria. Tal vez es por lo mismo que los espectadores nos veremos confrontados con la pregunta acerca de lo que haríamos si pasáramos por situaciones semejantes a las que vive esta mujer. Las confrontaciones más dolorosas se convierten en pretextos para brillar, para emocionarse con la posibilidad de hacerle una mueca a la desdicha. Sam les insiste a sus estudiantes, como si hablara de lo que los espectadores debiéramos percibir, que “hay que ser fuertes en la vida”, aunque para actuar lo que se necesita es ser débil, dejarse llevar por la cruel emoción; además, padecerla. Los actores deben amar sus debilidades.
A medida que avanzamos en la percepción de Sam, más nos sentimos a gusto contemplándola. En la portada no hay grandes diferencias entre los capítulos y las temporadas, que todo viene a ser una gran escena de la vida diaria de una mortal como cualquier otra; pero es evidente que los diálogos y la caracterización se llenan de una energía que así como alienta también nos conmueve. La segunda temporada tiene capítulos inolvidables en los que la definición de sí misma por parte de Sam va atada a su propio renacer. Y para darle mayor simbolismo a este aspecto, el capítulo titulado “Eulogy” caracteriza la propia muerte de la madre como anticipación de lo que significaría ser realmente amada. ¿Qué dirían en tu funeral los que dicen haberte querido pero no te lo demostraron? ¿Tenemos que esperar a estar muertos para ser valorados?
La vida pasa en esa triste sensación de que es mucho lo que esperamos del futuro cuando, la verdad, todo se define, simplemente, ahora. Pero el ahora de esta mujer, deSam Fox/Pamela Adlon, tiene el aliento de quien toma distancia para reírse del paso del tiempo. Sin amor, sin hijas que la valoren o que por lo menos se lo hagan saber, en la soledad infinita de una madre que tampoco puede tomarse el tiempo para pensar en algo distinto a ser simplemente mamá, Sam nos sorprende con la gracia de una bendición para días desesperados y desesperanzadores. Ver esta serie y ver a Sam echándose al hombro cada uno de sus momentos es mucho más que ver algo en la televisión. Better Things se adentra en la vida para ayudarnos a apretar nuestras propias tuercas existenciales. El aquí y el ahora definidos en el cinismo y en la crudeza de vivir para sobrevivir y reír hasta llorar.
Como todos terminamos envueltos en las mismas maromas para consolidar los sueños y hacer realidad los deseos, Sam Fox, consciente de los desaires de la vida y hasta de la humanidad, es también parte de la receta para escuchar y reprender lo que pasa en el mundo de los demás. Sus amigas, mujeres separadas que ven cómo se deshacen sus relaciones en las nuevas redes sociales, enfrentan la crudeza de sentirse desoladas en el camino abierto a la vejez. Sus colegas, actores que crecieron en una esperanza de ser honrados y valorados, despiertan un día llenos de deudas y en la completa orfandad de sus anhelos. Las cosas no van bien para nadie. ¡Ah! Excepto para quienes son aún jóvenes, la piedra de toque de la realidad.
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Sam nos ofrece su estimada lección: una ataraxia labrada en el encuentro con la realidad y con sus demonios. Los que parecen disfrutar sus matrimonios son los gays; los demás se están muriendo. No hay razón para desgastar las energías en batallas perdidas de antemano. En la mirada, Sam nos ofrece el valor de su propia irreverencia a punto de desternillarse de la risa o de colapsar ante la miseria y el desagradecimiento. Es una actriz transparente que ejecuta con dignidad su papel en la vida cotidiana. «Solía pensar que lo más aterrador de la vejez era la cercanía con la muerte; pero resulta que lo más apabullante de hacerse viejo es la gente joven», sentencia Sam en uno de sus memorables diálogos con alguno de sus amigos. «Es como si nosotros fuéramos los indios y la gente joven fuera los colonizadores blancos. Estos llegan y toman todos nuestros recursos y lo único que nos dejan son mantas llenas de enfermedades».
Better Things es el ineludible retrato de una mujer tocada por la gracia del cinismo y por el encanto que toda madre posee para encarar la crianza de unas hijas que brillan por ser adorables y macabramente típicas. Hay que saborearla con ese amargo encanto de vernos reflejados en sus pequeñas historias y de consolidar, así, el universo cruel de nuestras propias esperanzas.