‘Beat’: Techno, espionaje y montañas de cocaína - Serielizados
'Beat'

Techno, espionaje y montañas de cocaína

'Beat' es un frenético thriller que mezcla la desfasada noche de Berlín con servicios secretos, refugiados y tráfico de órganos en un turbio cóctel de excitante digestión.

Jannis Niewöhner en una escena de 'Beat'.

La musculatura se relaja, la vista se nubla, la lengua se convierte en un río de arena, la respiración se acelera y el cerebro queda aturdido por un puñetazo químico en forma de Pokémon con cara sonriente. Es de madrugada en Berlín. Los niños pequeños se dirigen al colegio mientras los grandes, bañados en sudor y humo, salen en busca de una fría luz solar que no consigue aplacar el negro infinito de sus pupilas. La cabeza duele demasiado. Otra pastilla y pa’dentro.

Para Robert Schlag, conocido por sus amigos como Beat (un impecable Jannis Niewöhner), el desfase no es exclusivo de los fines de semana. La fiesta es un estado de ánimo. Responsable del Club Sonar —ficticio pero claramente inspirado en Berghain, la emblemática catedral berlinesa del techno— vive instalado en el delirio, coqueteando con el límite. Montañas de cocaína que atiborran su tabique, se deslizan amargamente por su garganta y se instalan en un córtex cerebral entumecido tras años de desmedido frenesí psicotrópico.

Los primeros minutos de ‘Beat’, la nueva perla alemana, pueden ser familiares para los ávidos conocedores de la noche berlinesa. Sin embargo, no todo en esta serie son rulos con billetes de cincuenta euros, chupitos de Jägermeister y sexo violento en retretes infectos (que también).

Extasiado por el atronador ritmo industrial del techno predicado por dioses de la vida nocturna tumultuosa como Marcel Dettmann, nuestro protagonista deambula por la pista cuando es acosado por Jasper (Kostja Ullmann), un extraño de rostro reptiliano. Beat se deshace de él y vuelve a perderse entre la masa. Pero huele algo extraño, a podrido, a cadáver. Del techo de esta cueva gotea la sangre de dos cuerpos inertes, colgados en una sádica obra que evoca el ‘modus operandi’ de Hannibal.

Ese es el punto de partida de la nueva producción alemana de Amazon Prime Video, estrenada en España el pasado 9 de noviembre, un shock inicial que desencadena un incansable torbellino adrenalínico de siete episodios.

Políticamente incorrecta e incómoda hasta la médula, ‘Beat’ se adentra en el mundo del crimen organizado

Empapado constantemente de un angustioso sudor frío de resaca que revuelve el estómago, este politoxicómano empieza a seguir la pista de ese inquietante acosador pálido cuando es contactado por los servicios secretos europeos. Quieren que sea su topo e investigue al nuevo socio del Club Sonar, Philipp Vossberg (Alexander Fehling), un exitoso empresario de rigidez tiránica vinculado a oscuros negocios.

Como parte del Berlín más underground, Beat tiene claro que con la policía no se trabaja. Sin embargo, el chantaje emocional al que le someten ofreciéndole respuestas al abandono de sus padres termina por doblegarlo y mostrarnos un personaje mucho más frágil de lo que veíamos.

Políticamente incorrecta e incómoda hasta la médula, Beat se adentra en el mundo del crimen organizado. Cada puerta que se abre es más turbia que la anterior. Un espiral de decadencia que desciende a los infiernos de la sociedad con un pulso frenético que bordea la sobredosis. Tras las reuniones de traje y corbata hay una red de trata de personas que secuestra a refugiados, los cuela en Alemania bajo la falsa esperanza de una vida mejor y, en un giro macabro, los convierte en meros recipientes de un jugoso negocio: el tráfico de órganos.

Visto desde los dilatados ojos de su protagonista, el ritmo de esta producción es tan vibrante que hace olvidar algunos vacíos de guion, personajes que cambian sin casi saber por qué e interrogantes abiertos que quedan suspendidos en el aire. Una cascada de sucesos tan inquietantes, hiperactivos y caóticos como el estado mental de Beat.

Eso también se debe a un fascinante estilo cinematográfico y a una envolvente banda sonora que explota convenientemente sus recursos, desde el sonido idiosincrásico de los antros de la capital hasta la música tradicional alemana, jugando con ellos para acentuar el carácter siniestro y enfermizo de este thriller.

Todo ello hace de Beat un cóctel visceral altamente adictivo. Como si The Night Manager abandonase su impoluta elegancia británica para revolcarse en la mugre de los bajos fondos berlineses y se entregase al delirio paranoico de un personaje tan antiheroico como el de Mr. Robot. Una ida de olla que te hace replantear el volver a salir de fiesta por las naves industriales de Berlín. Bueno, esto quizá debería haberlo mencionado antes.

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