Analizamos en profundidad la canción de 'La vuelta al mundo de Willy Fog'
Minutos musicales

Analizamos en profundidad la canción de ‘La vuelta al mundo de Willy Fog’

Nos zambullimos en el verdadero significado de esta letra aparentemente inofensiva pero repleta de códigos ocultos que incitan al juego y a los viajes psicotrópicos.
La vuelta al mundo de Willy Fog

Cuenta la leyenda que si sostienes la mirada a Carlos Sobera más de tres segundos -un, dos, tres, pam- te conviertes en ludópata. Las apuestas, esta lacra (no tan) moderna, tienen el don de la omnisciencia: anuncios de televisión, banners epilépticos en miles de webs, casas de apuestas en barrios humildes, famosos poniendo su careto al servicio de una actividad que lleva a la ruina a un montón de gente cada año.

¿Pero y si antes de toda esta publicidad moderna, antes del alud de miseria moral de nuestros días, ya fuimos víctimas de la nauseabunda propaganda del juego? ¿Y si, para más inri, esa propaganda fue inoculada en nuestras inmaculadas mentes a través de unos dibujos animados? Analizamos la canción de La vuelta al mundo de Willy Fog y desenmascaramos a su protagonista y las oscuras intenciones escondidas tras su sibilina (y estúpidamente adorable) sonrisa.

«Soy Willy Fog, apostador…»

Las cartas sobre la mesa desde el principio, eso se lo tenemos que reconocer al señor Fog. «Mira, soy asquerosamente rico y me gusta tirar el dinero con apuestas dignas de un eunuco intelectual». Willy Toledo se caga en Dios, Willy Bárcenas en la música y Willy Fog en administrar el dinero con un mínimo de cordura. Jules Verne creó un monstruo.

«… que se juega con honor la vuelta al mundo.»

A ver, honor, Willy, quiero decir, eres un millonario jugándose un carro de pasta con otros millonarios sobre si será capaz de dar una vuelta al mundo echando mano de su infinito dinero y los privilegios de los que goza un hombre occidental asquerosamente rico. Más que honor, eso es ego de niño pijo chocando contra el ego de otros niños pijos. Hacer pasar la sinrazón de las apuestas por un acto honroso es una maniobra muy zafia, Willy.

En la modernidad (el libro original de Verne data de 1873), la competición entre niños pijos y narcisistas dando vueltas al mundo se llama Instagram.

«Aventurero y gran señor, jugador y casi siempre ganador.»

Esto parece una bio de Tinder. En términos tinderescos, aventurero es aversión al compromiso, gran señor es machismo encubierto en casposas lisonjas, jugador es calidoscopio de ETS y casi siempre ganador es que la noche muy probablemente terminará con un «esto nunca me había pasado antes».

Willy Fog es esto pero en versión viajera: seguro que se saca fotos con niños harapientos, regatea el precio de la comida en puestos callejeros, predica las bondades de un falso budismo completamente envenenado por el capitalismo y te cuenta cómo cada viaje que ha hecho ha cambiado su vida. Un cretino de tomo y lomo. ¿Y qué es peor que un cretino que se cree profeta? Un cretino que se cree profeta seguido por un séquito de individuos aún más faltos de raciocinio que él. La conga de la estulticia.




«Aquí estoy, soy Rigodón.»

No es osado afirmar que a Rigodón le faltan unos minutos de horno. Artista circense en otro momento de su vida, ahora es mayordomo de Fog. Como Eduardo Inda, Rigodón pasa de montar circos a ser el esclavo de un loco y lo hace con una complacencia terrorífica.

Spoiler: Fog gana la apuesta y, en consecuencia, un tremendo pastizal. ¿Y qué parte le toca a Rigodón de esta recompensa? Una palmadita en el hombro y una prórroga de seis meses en su contrato de becario cobrando la mitad del salario mínimo interprofesional estipulado. Rigodón es la mayor víctima de toda esta insania de apuestas y viajes sin sentido.

«Yo Tico, el campeón.»

Un hámster con acento andaluz que va por el mundo fardando de su reloj de sol. Poco más que añadir. Su existencia, la simple de idea de su parto en la mente enferma de un guionista, es una majadería a medio camino entre la genialidad y un mal viaje de drogas alucinógenas adquiridas en la parte trasera de un sórdido cabaré austrohúngaro.

«Yo soy Romy, dulce y fiel, y vivo enamorada de él.»

No quería cometer un mansplaining de manual, así que le he preguntado a mi pareja, Marta, su opinión sobre cómo se presenta a Romy en la serie. Cito textualmente: «Dulce y fiel como valores positivos en una mujer me suena a otra era. Y lo de vivir enamorada de él es definir el personaje femenino en relación a un hombre. Para hablar de ella se habla de él, se puede hablar de una mujer sin necesidad de hablar de los hombres».  La serie (y la canción) son de 1983, hay que señalar. Que cada uno decida si eso tiene importancia o no, aquí no me voy a meter. Sigamos.

«La cuenta atrás ya comenzó, llegaremos sí o no.»

Dominando el arte del hype.

«Mi vuelta al mundo va empezar.»

Hashtag WANDERLUST.

«Son, ochenta días son, ochenta nada más…»

Ochenta nada más. A ver si tienes arrestos de decirle eso a tu jefe cuando curras de ocho a ocho con sueldo de mileurista. «Escucha, cabronazo, me cojo ochenta días libres para dar la vuelta al mundo con un ratón francés y un hámster de Jerez de la Frontera, guárdame el puesto y nos vemos en tres meses». La tramitación de tu despido probablemente superaría la velocidad de la luz, jodiendo el chiringuito a Einstein y todas sus teorías sobre el espacio-tiempo.

«… para dar la vuelta al mundo.»

Al César lo que es del César: este estribillo me hacer volver a la niñez, a la cálida e ingrávida infancia, y lo amo con todas mis fuerzas. Eso no quita que soy un periodista (esto es mentira) serio (esto más aún) y debo hacer hincapié en el despropósito geográfico que se avecina. Mucha atención al viajecito que nos proponen las voces de Mocedades, intérpretes de este temazo. Abrimos Google Maps y a viajar.




«Londres…»

Tiene sentido empezar la aventura en la capital inglesa, urbe con más de mil casas de apuestas repartidas por su callejero. El Port Aventura de los ludópatas. Y de Londres vamos a…

«… Suez …»

5.650 kilómetros, nada mal para un primer trayecto. Por suerte, en la época de Willy Fog aún no existía Ryanair; tus rodillas nunca vuelven a ser las mimas tras cuatros horas agónicamente estampadas contra el asiento de delante.

«… Aden …»

Bajamos 3.000 kilómetros hasta Aden, en Yemen. Si tenéis que abandonar este artículo en algún momento, que sea ahora y que sea para leer sobre lo que está sucediendo hoy en día en ese país.

«… Hong Kong …»

Aquí al señor Fog y a su tropa se les empieza a ir la pinza. Un salto de 7.300 kilómetros hasta la parsimoniosa Hong Kong. Pero lo más preocupante es la decisión inmediatamente posterior.

«… Bombay …»

Volvemos para atrás, 4.300 kilómetros para ser más precisos. Dos pasos hacia adelante, uno hacia atrás. ¿Es esta una vuelta al mundo al estilo Chiquito de la Calzada? Céntrate, Fog, por tu padre.

«… Hawai …»

Una mierda para mí. De centrarse nada, al revés, este es el viaje de un lunático. De la India a las islas de Hawai, 13.000 kilómetros a nado, una proeza que ni David Meca hasta las trancas de speed bilbaíno sería capaz de acometer. ¿A qué juega esta gente?

«… Tijuana …»

Al fin una decisión con cierto sentido. La separación entre ambos lugares es de 4.100 kilómetros, pero se trata de un viaje geográficamente comprensible. A ver si esta lucidez es duradera.

«… Y Singapur.»

Una mierda para mí 2.0, claro que sí. La acrobacia final. 14.300 kilómetros así, de gratis. En exactamente seis segundos de canción han recorrido 51.650 kilómetros. Recordemos que una vuelta al ecuador terrestre son 40.000 kilómetros. El problema es que entre el punto de partida de los protagonistas de la serie en la canción (Londres) y el destino final (Singapur) «solo» hay 10.000 kilómetros de distancia. Vamos, que si siguen así, la vuelta al mundo no la dan ni en ochenta días ni en ochenta años.

«Son, ochenta días son, ochenta nada más. En barco, en elefante, en tren.»

Al PACMA no le gusta esto.

«Ven, ven con nosotros, ven.»

Se caen las caretas, descubrimos al fin las mezquinas intenciones de esta supuesta serie infantil. Ven, juega con nosotros, APUESTA, tierno chiquillo. Una generación entera tragándose este demoníaco mensaje subliminal. Durísimo.

«Lo pasaremos bien.»

Y es verdad. A pesar de la sarta de chorradas que he soltado, La vuelta al mundo de Willy Fog es una delicia. De hecho, la miraré durante estos días de pandemia. Es mucho más bonito analizarla desde un punto de vista viajero, desgranar los lugares del globo que nos descubrió cuando éramos niños ávidos de aventuras dentro y fuera de la pantalla. Me comprometo a ello. Si me acepta, señor Fog, me uniré a su pandilla de locos viajeros. Pero si me permite un humilde consejo, déjese de apuestas y volvamos a entonar este canto al viaje, a las series, a la infancia, al mundo que espera ahí fuera para ser (re)descubierto después de estos meses de impuesta e imprescindible agorafobia.

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