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Álvaro Carmona mirando al infinito (Foto: Stela Salinas).
Álvaro Carmona es inclasificable. En 2018, tras destacar en innumerables disciplinas, se embarcó a dirigir su primer proyecto televisivo titulado Gente Hablando (Flooxer) y tras las excelentes críticas, y un buen saco de premios, la cadena la ha renovado por una segunda temporada, que se estrenará antes de terminar el 2019. Esta charla «a fondo» con él nos revela varias claves de una personalidad única en nuestro panorama audiovisual.
Has trabajado como guionista, actor, humorista de stand-up, músico, artista conceptual… ¿Pero cuál de todas estas personalidades es la matriz? ¿Quién es el Carmona original?
Para mí forman parte de lo mismo. Pero a un nivel muy básico, sería la música. No tanto como matriz mía, sino como lo que más hago por defecto. Siempre tengo algo que hacer. Pero si me despierto y queda una hora para lo que sea, la inclinación natural de mi cuerpo es coger la guitarra o el piano.
Es verdad que hay una manera burda de contabilizar las cosas, que es el dinero, y la vida me ha dejado claro que por ahí la música no interesa mucho. Pero si tuviera que hacer algo hasta que me muriera, tocar música es lo que más me divierte, quizá más a nivel espiritual que profesional.
Cerraste tu blog. ¿Por qué?
No soy muy fan de guardar cosas. De que queden cosas que pertenecen al pasado. Me incomoda, en cierta forma. Prefiero tenerlas yo a que estén disponibles públicamente. Todo forma parte del momento y del contexto.
No era un blog de escribir artículos largos. Empezó cuando fui a trabajar a Madrid. Subía fotografías mías acompañadas de un pequeño texto que explicaban lo que era esa imagen. Dándole la vuelta a cosas muy cotidianas. Era medio poesía, medio humor. Por ejemplo, hacía una foto de una lengua y escribía: «Lienzo para caramelos». O una foto de una acera, acompañado de: «Amplificador para maletas». Luego poco a poco empecé a colgar algún dibujo, algún vídeo…
Naciste en Andalucía, viviste en Madrid, y ahora estás afincado en Barcelona (Catalunya) desde hace casi diez años. Y continúas escribiendo y haciendo espectáculos en castellano. Incluso hablando en castellano. Y sigues vivo. ¿Cómo es posible?
La verdad es que es bastante duro. Claro, imagínate, aquí hablando castellano diariamente pues… la gente te ataca, te pega, y yo tampoco soy alguien que tenga una fisionomía muy fuerte. Estos nueve años han sido un infierno. Ahora mismo sé que tú, después de terminar esta entrevista, me vas a dar una paliza. Hay épocas en las que no puedo comer, porque voy a tiendas y nadie me vende comida.
Yo lo recomiendo mucho. Es como cuando en Batman meten a Christian Bale en el agujero ese, y se transforma en una especie de súper-hombre. Pues si quieres curtirte en la vida, ven a Barcelona a hablar castellano. Es prácticamente como un entrenamiento militar.
Tienes un libro que se llama ‘El libro de los tiburones’ (Editorial Norma, 2012). Leí hace tiempo que estabas escribiendo uno nuevo.
Sí.
¿Dónde está?
(Risas) A mitad del proceso perdí el interés. Era un libro sobre inventos. No sé si has visto los dibujos de patentes, que explican de forma muy aséptica, con esquemas muy claros, el funcionamiento de un objeto. Pues durante unos meses llenaba libretas y libretas… tenía unos dos cientos objetos, con ilustraciones, hojas de patente. De eso iba fundamentalmente el libro.
Para que te hagas una idea, uno de los objetos era un colocador de carteles de «Prohibido pisar el césped». Claro, la gente que pone ese cartel pisa el césped. Y este invento era como una especie de dron, que llevaba el cartel cogido por uno hilos y lo depositaba en el césped sin pisarlo, desde arriba. Una cosa muy enrevesada para poner un cartel.
«Diseñé fundas para conos que tenían forma de bebé»
Otro era un funda para conos de tráfico. Porque algunas personas cuando ven uno lo golpean. Pasan por encima con el coche porque saben que es de plástico y no pasa nada. Y mis fundas para los conos tenían forma de bebé. Y así te aseguras que nadie va a golpearlo. Todo muy detallado, con gráficos del objeto seccionados por la mitad, para describir bien cómo encajaban los bebés en los conos.
Me divertía mucho haciéndolo, me parecía muy guay. Pero en el proceso perdí el interés. Ocurrió que empecé a hacer un nuevo show y cogí los que funcionaban mejor e hice que formara parte de él. Había un bloque del show que era exhibir los mejores dibujos y explicarlos.
Pero el libro está hecho, existe.
Sí, pero… Me quedó un gusto bastante amargo del día que presenté mi primer y único libro, El libro de los tiburones. Los de la editorial Norma dijeron de presentarlo en un sitio pequeño. Y yo les dije: «Voy a anunciarlo mucho y haré un show previo con otros humoristas, etc. Y vendrá mucha gente». Entonces ellos alquilaron La casa del libro de Rambla Catalunya y se curraron una instalación, una falsa playa y demás. Y al final vino menos gente de lo esperado… De hecho, había más gente de la editorial que público. Y me sentí súper avergonzado. Por haber apretado tanto a los de la editorial.
A raíz de aquel día soy muy reacio a hacer presentaciones. Y también creo que eso hizo que no quisiera publicar un nuevo libro. Aquello me influyó. Cada vez que veo la portada de El libro de los tiburones me… tengo la espina clavada, vaya.
‘GENTE HABLANDO’
¿Cómo desarrollaste los diálogos de ‘Gente Hablando’?
Hubo varias fases. En la de pensar qué situaciones o diálogos podrían terminar siendo un capítulo, igual escribí veinte ideas. Y a la hora de desarrollarlas, solo ocho. Y finalmente me centré en estas seis que conforman Gente Hablando (Flooxer, 2018). Eran las que más me interesaban, y se complementaban bien entre ellas. De hecho, hay tres que son entorno a una pareja, en diferentes estados del romance.
En el capítulo uno hay una frase de Ramón Barea que dice: «La vergüenza da mucho trabajo y yo ya estoy jubilado».
(Risas) En esta hay que darle crédito también a Ramón. Había una versión del guion que hice anteriormente donde salía esta frase textual, pero luego incorporé algunos cambios. Lo nuevo que había escrito venía a decir lo mismo pero en un párrafo muy largo. Y un día que ensayábamos Ramón recuperó la original: «La vergüenza da mucho trabajo y yo ya estoy jubilado». Y yo pensé, claro, si lo nuevo es súper largo y esto estaba mucho mejor… en qué coño estaría pensando.
Me recuerda a aquello de que los árboles no te dejan ver el bosque. Tú estás tan dentro de la escritura, revisando y revisando tantos guiones de personajes distintos, que hay cosas que no percibes.

Ramón Barea (izq) y Ramón Agirre (dcha.) protagonizan el primer episodio de ‘Gente Hablando’.
Matthew Perry confesó que su personaje de Chandler (‘Friends’) le había supuesto una gran angustia. Porque él no es gracioso. Él no es para nada tan divertido como el personaje. Y en cenas, estrenos, y demás eventos, todo el mundo siempre esperaba encontrarse a Chandler, y no a Matthew. ¿Compartes ese sentimiento?
Yo cuando empecé hacía ‘one liners’. Shows de humor donde cada frase es ingeniosa o tiene un punto de vista. Nadie es así. Tú das a entender al público una ficción. El público solo ve las puntas de muchos icebergs. Y claro, detrás de cada línea hay un trabajo, probar, cambiar, y no hay ninguna persona que pueda ser así. Por eso pienso que debe haber un alter ego del humorista, porque sino sería imposible, e insoportable.
Tras el suicidio de Robin Williams salieron a la luz algunos estudios de Freud y psicoanalistas posteriores donde relacionaban la esquizofrenia con esta “necesidad” de desarrollar diferentes personalidades (artísticas) a través de las cuales comunicar distintos mensajes. ¿Tú compartes algo de este tormento?
Sí, bastante.
Lo pasé mal cuando actuaba. Dejé de hacerlo porque me creaba mucha ansiedad. Me quitaba infinitamente más de lo que me daba. Trabajaba muchísimo para mis shows (stand-up), mucho esfuerzo, mucha tensión, y luego las alegrías eran un 0,2%. Por eso lo dejé.
En este contexto donde parece que reina el humor negro, el cinismo, el tuit ofensivo… Has hecho una serie que ha despertado ternura. ‘Gente Hablando’ es tierna. ¿Es también una reivindicación de otra clase de humor?
Gracias por lo de «tierna». Me lo tomo como un cumplido. Pero en este sentido ha salido bastante natural. No fue premeditada esa ternura, ni intencionada. Gente Hablando no es una respuesta al clima exterior. A mí lo que no me gusta es hacer mierda. Porque creo que hay bastante mierda. Y lo único que me preocupa es hacer algo que esté bien y me pueda sentir orgulloso. Que pueda enseñárselo a mis amigos, que no me dé vergüenza haber participado.
La ficción me gusta mucho. Y casi no había escrito nada. Y quería hacer algo que fuera sencillo… Mi idea era coger la escena más guay de una película normal. Esas escenas que no aportan mucho a la trama pero que están ahí, como una cápsula. Y quería lograr eso, intentar encontrar un diálogo, totalmente descontextualizado, no sabes lo que pasará después, ni lo que ha pasado antes. Quería encontrar ese momento.
Me gusta mucho encontrar diálogos buenos. Porque hoy en día en todas partes en la ficción hay mucho mecanismo de distracción. Y hasta que no has terminado la peli no piensas… «Coño, me he tragado un bodrio». Pero te ponen un flash por aquí, un truco de guion por allá, ritmo trepidante, y no te das cuenta. Y al final de una temporada (unas ocho horas) te das cuenta de que te estás comiendo algo que no tiene sabor, un pedazo de tofu sin salsa.
Qué serie te viene a la cabeza.
House of Cards. La veía sobre todo en el gimnasio. Y hubo un momento que pensé, «Pero, ¿por qué estoy viendo yo esto?». Es un culebrón. Está muy bien hecho, pero es un culebrón en su ADN. Pero en vez de ubicarse en una hacienda venezolana, es en la Casa Blanca. Y me dije, voy a dejar ya de ver esto.
Y una que te haya encantado.
«Podría ver nueve temporadas de ‘Mindhunter’ sin salir de casa»
Mindhunter. Aquí sí que se nota la mano de David Fincher. Un director que me flipa. Es la serie más guay que vi el año pasado. De Mindhunter podría verme nueve temporadas seguidas sin salir de casa. Salvando mucho las distancias, tiene cosas en común con Gente Hablando. Porque ambas llevan un ritmo que no es el que se lleva hoy en día. Se toma su tiempo. Pasa poca cosa.
Un poco como en The Wire. Es un ritmo tranquilo. En todas las conversaciones hay mucha pulpa, pero nunca te distraen con colorines… Mindhunter no es el caso de una serie que se podría contar en tres capítulos y la han alargado. Al contrario de House of Cards.
En el otro lado está The End of the F***ing World, que es una serie que está realmente bien, pero en el fondo es una peli de dos horas.
¿David Fincher y Álvaro Carmona?
Yo aprendo muchísimo de él. Es un tío que utiliza los efectos digitales de manera magistral. Siempre. Para la historia. Sus pelis tienen mogollón de efectos, pero son para meterte en la peli. Es muy listo.
Hay un vídeo que explica los efectos de Mindhunter. Por ejemplo, hay una cosa en la serie: las aceras en los años 60 no tenían rampas para sillas de ruedas. Y cuando el equipo de la serie grababa en exteriores casi todas tenían. Pues Fincher usó efectos para cuadrar las aceras. Y todas las aceras que ves en Mindhunter son como eran en aquella época. Y eso no lo sabe el espectador, solo lo sabe él y su equipo.
Este tipo de decisiones hacen que la gente implicada entienda más el proyecto. Y la persona que está más arriba sabrá que esto es tan importante como que ese actor lo haga bien. Todo el mundo tiene que dar el cien por cien.
Hay una máxima que dice que la opinión del autor debe estar lo más diluida posible, y que no debe utilizar a todos los personajes como altavoz. ¿En ‘Gente Hablando’ cuánto habla Álvaro Carmona?
Hay mucha cosa ahí que es mía, obviamente. Creo que es imposible abstraerse de tu creación. Y si tu opinión está diluida eso también dice algo de ti. A veces puedes conocer a alguien que ha escrito algo que no se parece nada a él. Pero está dentro de él, solo que de una manera más oculta. Es imposible crear algo que no sea personal.
¿Por qué escoges una serie para contar algo que podrías decirnos sin la ficción de por medio?
Me ha salido así, natural. No creo que haya otro medio en el que estos textos funcionen mejor. La serie era el medio, por su naturaleza. Evidentemente también estoy influenciado por mi deseo de dirigir. Es un mundo que me interesa, y veo que tengo que aprender mucho todavía. Veo Gente Hablando y hay muchos fallos. Pero afortunadamente la mayoría son por cuestión de recursos económicos, y eso me alivia. Aunque también hay míos, claro.
Lo único que no he dirigido de Gente Hablando han sido los capítulos donde salía yo, por una cuestión práctica. Y fue Rubén Molina, con el que hice los videoclips de Da FLOWers. Él los dirigía, yo confiaba en él. Es un crack.
¿Se puede hablar entonces ya de una segunda temporada?
Por mí habría. Estoy muy contento y creo que hemos hecho algo que no se suele ver en España. Me daba un poco de miedo el que fuera tedioso. Porque normalmente cuando he hecho ficción, cortos sobre todo -hay uno nuevo que se estrena en breve-, siempre había chistes. Y es fácil saber si algo con chistes funciona. Si una pieza tiene 17 chistes y se ríen en 15, o 14… funciona. Pero en Gente Hablando, no. Y yo no la vea divertida. De hecho, es un poco como yo.
Como dices tú mismo en el último capítulo: «Si quieres reírte mucho, ponte un vídeo de caídas en YouTube».
Exacto.
Aunque he de decir que yo no soy ese cómico (el que interpreta Álvaro en el capítulo «El Chiste», de Gente Hablando). Nunca diría las cosas que defiende este personaje. La idea era crear esa postura, pero no me representa.
La idea de Gente Hablando era crear dos puntos de vista. Y claro, tú como persona nunca tienes dos. O tienes uno, u otro. Pero a veces escuchas a alguien y te dices, «no pienso eso, pero entiendo perfectamente que esa persona lo piense». Y para mí este era el reto. Y mi personaje en «El Chiste» tiene mucha razón, ¿no?
«En ‘Gente Hablando no hay tontos»
El objetivo de la comedia es hacer que la gente se ría. Y nada, nunca, te va hacer más gracia que ver a un tío caerse, porque es divertídismo. Un cómico no debería luchar contra eso, no puedes. Si tú ves a un amigo tuyo que sea cae… Intentar ganar en humor a eso es una derrota.
Una amiga mía guionista, Teresa de Rosendo (autora de Objetivo: Writers Room, Alba Editorial), me dijo: «Me gusta Gente Hablando porque no hay tontos». Y es verdad, no hay personajes tontos. Pero no era mi intención. Y tampoco me había dado cuenta. Porque quería que hubiera discusiones de diez minutos… Y hay que mantener una conversación viva durante ese tiempo. Y si hay un idiota, se acaba en un minuto.
En este último capítulo de ‘Gente Hablando’ se discute sobre los límites del humor. ¿Cuál de tus chistes, o comentarios, crees que te valdría una querella o imputación?
¿De todo lo que he hecho?
Sí. Aunque tu voluntad no fuera herir ninguna sensibilidad.
(Piensa) Cuando actuaba buscaba tener un punto de vista original, no buscaba herir o escandalizar. Nunca he hecho nada cuyo objetivo fuera la polémica.
Reaccionaría muy mal ante una imputación. Me parece peligroso el que se hayan mezclado estos dos mundos. El judicial y el artístico. Me parece que son dos mundos que deben ir cada uno por su carretera, en paralelo, y no tocarse nunca. Porque en la propia naturaleza de la comedia, para mí, está implícito el juego. Estamos jugando.
OBRAS CONCEPTUALES
En tus obras conceptuales desarrollas un sentido más crítico, hay humor pero está muy subordinado a la crítica social y a un cierto espíritu antisistema. Hay una frase de un dramaturgo argentino, Rodrigo García, que dice: «En el contexto actual, lo normal es salir a la calle a quemar contenedores, lo radical es quedarse en casa». ¿Por qué saldrías a quemar contenedores?
No lo sé… No soy mucho de quemar contenedores. Si salgo yo a quemar un contenedor, es que el resto de personas están haciendo algo mil veces más loco. El mundo tiene que estar muy en el garete para que salga a quemar nada. No es la manera que yo naturalmente uso para protestar. Pero quizás estamos más cerca de lo que creemos de nuestro límite, nunca sabes realmente dónde está ese límite.
«La superficialidad está ganando cada día a la cultura a pasos agigantados»
Quizá saldría a quemar contenedores por la cultura… Porque la superficialidad está ganando cada día a la cultura. A pasos agigantados. No veo tele en abierto. Lo veo todo por streaming, solo lo que quiero ver. Pero estas Navidades fui a casa de mis padres y estuve viendo la tele con ellos. Y flipé. No me podía imaginar que hubiera tal cantidad de mierda y tan mal oliente.
Vimos un resumen de aquellos de Lo mejor del año. Y pensé, «¿esto es lo mejor del año? Pero si es pura basura». La tele es reflejo y alimento de la mayoría de la sociedad. Pensaba que estábamos mal, pero no tan mal. Quizá sueno arrogante. Porque todos corremos el riesgo de hacer algo y que resulte ser una mierda. Pero en esto que te digo, no había ni siquiera la voluntad de intentar no serlo.
En una de tus obras más recientes cogiste un ejemplar de la revista Cosmopolitan y cambiaste todo el texto de aquel número por el del ‘Mein Kampf’, el libro que escribió Hitler.
Eso es. Eso critica la obra. El tema de la superficialidad me toca bastante.
En este sentido, ¿si hay humor negro, puede haber un ‘fascismo del bueno’?
(Risas) Yo creo que no.
Pero ahora que lo dices… Estaba en una cena una vez -y esto es verdad- e iba a cortar manzana para ponerla en la ensalada que estábamos haciendo. En la cena éramos varios. Y uno me dice: «No, no. Yo no le pongo manzana a la ensalada nunca. Yo soy un nazi de la ensalada». Y hay otra gente que dice, «yo soy un nazi de la ortografía».
Me di cuenta de que hoy en día puedes decir que eres nazi de algo y es algo bueno. «Soy muy nazi de las ensaladas», es: «A mí me importan mucho las ensaladas». De pronto es algo positivo ser nazi. Con cualquier cosa puedes decirlo, menos con los judíos. Eso no. Y entonces hice una vez un chiste con esto. Decía: «Qué putada que Hitler escogiera precisamente el único tema con el que quedas mal si eres nazi.»
Así que quizá no hay un ‘fascismo del bueno’, pero sí un ‘fascismo positivo’.

Una de las páginas de la obra Cosmopolitan: Mein Kampf.
Hay una cosa que dices en ‘Gente Hablando’: «Yo he visto todos los monólogos del mundo». ¿Es cierto?
Sí. Casi.
Háblame de tus referentes. Dime un comedian o un show que te haya tirado al suelo.
El Hilarious de Louis C.K. Es el mejor que ha hecho. Hasta ahí, cada uno que hacía era mejor que el anterior, y a partir de ahí cada uno que hacía era un PELÍN peor que el anterior. Hilarious es la culminación.
Luego el de George Carlin en Nueva York. Jammin’ in New York, se llama. Ese monólogo me fascina porque es un resumen de todo lo que puede ser la comedia. Es observacional. Es crítico. Es analítico. Toca temas pequeños y también antropológicos. Todo oro. Está tan perfecto que hasta los momentos en que la gente ríe sin parar le pillan bebiendo agua. Es como el Ciudadano Kane del humor.
Louis C.K. ha vuelto al Comedy Cellar. ¿Si vivieras en Nueva York irías a verlo?
«Si Louie actúa, a mí me apetece ir a verlo, no puedo luchar contra ello»
Hace poco tuve esta conversación con Charlie Pee, una cómica de Barcelona. Y yo le dije: «Es que me apetece». Me apetece ver a Louis C.K. Y le pregunté: «¿Eso dice algo malo de mí?». Porque en realidad es algo que yo no controlo. Sé que está mal masturbarse delante de alguien sin su consentimiento. Pero si Louie actúa, a mí me apetece ir a verlo, no puedo luchar contra ello. Y si saca un Especial… yo lo quiero ver. Me interesa.
Con el debate que hay ahora de separar el personaje de la persona, mi opinión es que no tienes que decidir nada. Tú naturalmente o lo haces o no lo haces. Picasso era un hijo de puta. Yo puedo ver un Picasso y decir: «menuda maravilla». Probablemente alguien que haya estudiado la vida de Picasso en ese cuadro solo pueda ver a ese señor huraño, misógino, infiel… Y por eso creo que es tu cuerpo de forma natural quien toma la decisión. Creo que decidir de forma artificial, porque crees que es lo correcto, no tiene sentido.
Louis C.K. saca un nuevo show, ¿deberíamos verlo? La pregunta tendría que ser: «¿qué sientes tú?». Yo, por ejemplo, en otros casos no he podido separar personaje de persona. Me contaron una cosa que no puedo decir sobre alguien al que admiro, y a raíz de eso, al verlo, ya no siento lo mismo. Y eso es mío.
Picasso. Hannah Gadsby. ‘Nanette’.
Representa muy bien lo que puede ser la comedia. El abanico tan amplio que hay. Puede haber un Seinfeld, que te habla de potes de champú durante una hora, o Hannah Gadsby, que te puede hacer un discurso sin apenas chistes, desnudándose. Y básicamente las dos cosas son la misma. No solo en su medio, sino también en su ADN son lo mismo. Son maneras de mostrarse. Lo de Gadbsy es muy powerful.
Pero la parte en la que habla de Picasso fue con la que menos comulgué.
Hay un artículo de Enric Pardo, que escribió en Serielizados, que venía a preguntarse si ‘Nanette’ respondía a una nueva tendencia en la comedia. Ya que Ricky Gervais, Chris Rock, Berto Romero y la misma Gadbsy, coinciden en utilizar el humor como catarsis personal. ¿Cómo lo ves? ¿Crees realmente que es una tendencia que llega para quedarse?
Egoístamente espero que no.
Mike Birbiglia diría que es mi cómico favorito ahora. Y es un tío que se desnuda, pero siempre buscando conectar de una manera divertida con el público. O el último monólogo de Ellen, ella se abre bastante, pero de una manera que pasa siempre por la comedia. No por un contacto emocional. Eso quizá lo busco en una peli, pero no en un stand-up.
No me gustaría que la comedia fuera por ahí. Pero como te decía antes, el abanico es tan grande que no creo que pase. No es como dijeron por ahí que Nanette es una charla TED. O como lo de Tig Notaro, que hizo un show de unos veinte minutos después de que le diagnosticaran cáncer ese mismo día. Y salió a hablar de ello. No hizo el monólogo que tenía preparado. Y es muy duro de ver. Porque Notaro de pronto empieza a dudar de todo, si debe o no continuar con ese show… Y alguien del público de pronto se levanta y grita: «Keep on! This is awesome!».
Pero luego puede salir un tío a contar chistes cuñaos sobre su matrimonio. Luego otro a hablar de los semáforos. Y la gente se partirá de risa. Quiero decir… Creo que lo bonito es que si hay un micro y alguien con ingenio e inteligencia hablando, y gente escuchando, eso es stand-up.