«Conseguíos una puta vida, solo son tetas y dragones»
Actores como Stephen Dillane (Stannis) o Ian McShane, incluso Luis Tosar, han despotricado a gusto contra 'Juego de Tronos'.
No hay revolución sin contracultura.
Abrimos este espacio crítico para hacer temblar la Tercera Edad de Oro de la televisión.
Actores como Stephen Dillane (Stannis) o Ian McShane, incluso Luis Tosar, han despotricado a gusto contra 'Juego de Tronos'.
Nos sobran las razones para desear que ‘Central Perk’ no levante la persiana.
Qué pasa si no tiene la más remota idea de cómo acabar su ópera. ¿Y si, demiurgo borracho de poder, simplemente ha ido escribiendo y escribiendo; añadiendo personajes y criaturas y ciudades y relaciones incestuosas sin final?
Más que el nazismo o el culto satánico, el veganismo es -muy por encima del feminismo- el gran enemigo de la opinión pública generalizada.
O cómo la nostalgia está resucitando series de la nada.
Para todos los que aún no se han atrevido a salir del armario. Salgan, desnúdense, peguen a su cuñado, a su primo, a su novio/a. Rompan el televisor y lancen el portátil con la web de Serielizados por la ventana… Después de leer este artículo.
La mediocridad campa a sus anchas en la caja tonta, de la misma forma que lo hace en el séptimo arte, la literatura o el arte conceptual. Por cada Matthew Weiner, Vince Gilligan o David Simon, hay veinte Kurt Sutter y cincuenta Ryan Murphy.
Es de noche y hace frío. El suelo está aún mojado. Sale vapor de una alcantarilla. Andas completamente solo por un polígono del extrarradio. Te giras para comprobar que nadie te sigue. No has dicho nada a tus padres, no lo entenderían. Tiemblas. No duermes. Ni siquiera comes. Te acercas a una puerta y llamas con un código. Se abre una ranura y ves unos ojos intensos mirándote fijamente que te preguntan: “¿Qué serie te pongo?”
El problema de las series españolas no es de los actores o de las actrices, ni siquiera de los guiones o de la dirección: es un asunto de percepción, de desprecio absoluto al espectador
Las ciudades televisivas, queriendo ser la representación de la paranoia colectiva estadounidense, carecen por completo de realismo.