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Hay magníficos guionistas en España. De hecho, los hay espléndidos. No hace mucho uno de ellos me envío (para mi disfrute personal) una serie que había escrito sobre la política en nuestro país. Era magnífica, no miento: magnífica. Había intentando colocarla en diversas cadenas sin ningún éxito (“no estamos preparados”, le decían) y había acabado en un cajón. Todo esto sobrevino después de una animada conversación en Twitter sobre la ficción en España y su –obvia–falta de ambición.
“Hemos vuelto a las mamarrachadas de siempre, a los seriales inacabables, a las señoras con moño y los tipos hablando como si vivieran en el s. XVIII”
El problema, amigos y amigas, no son los guionistas, ni siquiera los directores. El problema son los que mandan, los que tienen miedo de ir al baño sin pedir permiso al político de turno, los que tienen pánico a molestar, los que no leyeron a Schopenhauer cuando dijo: “El que es amigo de todos no es amigo de nadie”. Esos tipos, escondidos en despachos con secretaria, son los que nos privan de ver algo decente en la televisión española. Sin ser un gran fan de El ministerio del tiempo (el chascarrillo constante me inquietaba) reconozco su ambición, su valentía y sus golpes de genio, y que –sin lugar a dudas– fue un soplo de aire fresco, una ventana a un paisaje distinto. Casi cancelada (aunque al menos veremos ocho episodios de una segunda temporada) hemos vuelto a las mamarrachadas de siempre, a los seriales inacabables, a las señoras con moño y los tipos hablando como si vivieran en el s. XVIII, a los actores juveniles que ya no lo son más y a las inevitables momias catódicas.
El Plus se atrevió en su momento con dos series magníficas, Crematorio y ¿Qué fue de Jorge Sanz?. Experimento magnífico que me temo no ofreció los resultados esperados (hablo de finanzas, el nivel artístico fue óptimo) y que no fue el primer paso a nada, sino el estruendo de otra puerta que se cerraba. En resumen: la ficción española es floja. Si lo quieren más claro: la ficción española es mala. No hay nada mínimamente creativo en el espectro diario y el nivel ha llegado al lodo con series como Anclados y Gym Tony.
En nombre de esta columna y como si fuera Conan buscando a Thulsa Doom, esta semana he visto cinco entregas de Anclados y cinco más de Gym Tony. Un riesgo que pocos se hubieran atrevido a correr pero yo asumo orgulloso en nombre de Serielizados. Mentiría si dijera que no he visto cosas peores en mi vida (aunque ahora mismo no se me ocurra ninguna) pero también mentiría si no afirmara con rotundidad que lo de estas dos series es un ridículo constante y descomunal, una nota sostenida de orquesta de verbena cuando todos los músicos ya se han bebido hasta el agua de los jarrones.

«La idea del chiste sobado, el macarrismo, el machismo de ir por casa y los gags de todo a un euro deberían haber sido ya abolidos de una sociedad que presume de moderna»
No es un problema de actores o de actrices, ni siquiera de guiones o de dirección: es un asunto de percepción, de desprecio absoluto al espectador. Cuando uno mira un episodio (solo uno) de esa memez llamada Gym Tony nota que le están mirando desde abajo, como Tyrion admirando el nuevo corte de pelo de Jamie Lannister. Si la ficción anglosajona (o la sueca, o la danesa o hasta la italiana) han empezado a distinguirse por aquello de apuntar alto, con la esperanza de que los de abajo levantarían la barbilla, en España nos entusiasma mirarnos los pies y fascinarnos con la idea de que tenemos cinco dedos en cada uno. La idea del chiste sobado, el macarrismo, el machismo de ir por casa y los gags de todo a un euro deberían haber sido ya abolidos de una sociedad que presume de moderna. Sin embargo, aquí seguimos como siempre, y más allá de Velvet o El tiempo entre costuras, que acatan con sumo respeto (y con clase) la idea del culebrón y que pueden presumir de cuidar cada aspecto de su producción, el resto parece surgir de una grieta temporal que se ha abierto en el Mediterráneo y que nos lleva al s. XIX. Por no mentar a la bicha: la necesidad de tratar al espectador como si fuera una ameba. Todos recordamos ese plano de B&B (otro despropósito) donde Dani Rovira abre una nevera, ve una lechuga, hay un plano de la lechuga, y el actor exclama “¡una lechuga!”. Gracias, Dani.

Después tenemos Gym Tony, que podría haber sido una sitcom entretenida. Bastaba con un gramo de ambición y altura de miras. En su lugar tenemos a una comedia chusca, de personajes dibujados con tiza en una pizarra blanca, de gags borrosos y actores desenfocados. ¿Hay algún chiste en esa serie que se merezca una risotada? Todos/as parecen estar deseando volver al camerino y algunos intuimos que no saben que ya no están allí, a juzgar por sus interpretaciones, bordeando el icono del naturalismo botánico (léase, “ficus”), pensando en qué cojones harán allí cuando podrían estar actuando en un teatro pequeño, con una obra de verdad. Es cierto, los actores también comen, pero es obvio que cuando unes tu nombre a un proyecto con ese peso específico también asumes que la cebolla te la vas a comer tú.
Lo mismo puede decirse Anclados, que cuenta con un ramillete de buenos actores (yo le tengo especial cariño a un tipo tan talentoso como Alfonso Lara) hundidos en la miseria de un barco a la deriva. Los decorados de cartón piedra, la sensación de que el presupuesto no les daba ni para el red bull necesario para mantener despierto al reparto y una trama tan trillada que imagino a algunos de esos tipos y tipas, auténticos veteranos/as de la televisión, testando a cabezazos la resistencia de los espejos de la sala de maquillaje minutos después de haber leído alguno de sus diálogos. El artisteo español, ya sean guionistas, actores o directores, no se merece esta ficción.

«En la ficción española hay un talento inconmensurable absolutamente cegado por lo que algunos consideran que exige el público. Y en este país se ha puesto Expediente X y Twin peaks en prime time y se ha arrasado»
Existe la tendencia a creer que esto es lo que podemos ofrecer, que no hay más. Que el ingenio de nuestros creativos se pierde en el absurdo de los dramas perpetuos o las comedietas que no harían reír ni a una hiena. Lo cierto, para cualquier que haya metido los dedos en las llagas del mundillo, es que en la ficción española hay un talento inconmensurable absolutamente cegado por lo que algunos (los que firman los cheques y están encantados de haberse conocido) consideran que exige el público. Y he aquí la maldad intrínseca del asunto: en este país se ha puesto Expediente X y Twin peaks en prime time y se ha arrasado. Se ha hecho una serie como Padre coraje y se ha arrasado. ¿A que esperamos a hablar de política, de ETA, de la corrupción en el futbol, de la homosexualidad (de un modo veraz, no con las reinonas y la parodia de costumbre, basta ya del gay simpático e hiperactivo), de la iglesia, de los toros y del hecho de que a la mitad de este país le gustaría acabar con la otra mitad?
No hay huevos, ¿verdad? Pues habrá que buscar un par de gallinas.