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«And when you’re gone, who remembers your name?
Who keeps your flame?
Who tells your story?«
Hamilton: An American Musical, Lin-Manuel Miranda
Creada por la plataforma de vídeo bajo demanda Atresplayer Premium, los dos primeros capítulos de Veneno se vieron antes del verano, para regresar con un estreno paralelo en salas de cine y terminar con la emisión en la televisión generalista. La serie ha logrado convertir así cada entrega en un evento, beneficiada por la emisión semanal y gracias a su capacidad para generar ruido en redes. Con Veneno el tándem creativo formado por Javier Calvo y Javier Ambrossi (conocidos como Los Javis) se consolida en el panorama creativo audiovisual con un proyecto cuya dificultad de partida no era menor: reelaborar para las audiencias contemporáneas a un personaje tan complejo y ligado a los 90 como el de Cristina Ortiz, «La Veneno».
Es por ello pertinente ubicar Veneno dentro de una red obras que han reconstruido recientemente esa década como referente formativo vital. En el ensayo, ha sido el caso de Microfísica sexista del poder. El caso Alcàsser y la construcción del terror sexual de Nerea Barjola (1980), de Los 90. Euforia y miedo en la modernidad democrática española de Eduardo Maura (1981), y de Generación Titanic y Cómo hemos cambiado de Juan Sanguino (1984). Y en cine tenemos dos reseñables ejemplos con Las niñas de Pilar Palomero (1980) y El año del descubrimiento de Luis López Carrasco (1981).
Ambrossi y Calvo han tenido vientos favorables a esta tarea, como trabajar, con un contrato de exclusividad, para un grupo mediático cada vez más orientado a la especialización de las audiencias y la globalización como Atresmedia. Y dentro de la complejidad creciente en los mecanismos de financiación serial, ubicarse dentro de un género popular en los mercados internacionales como la bioserie. Eso coloca a Veneno en compañía de Luis Miguel: la serie. Aunque en Veneno hay menos énfasis psicoanalítico, hay algunos rasgos en común entre ambas: el desorden temporal, la obsesión por la figura materna y la recurrencia en mostrar la trastienda de momentos televisivos icónicos para resignificar a sus biografiados. Luis Miguel: la serie triunfó en Netflix, Veneno se verá en Estados Unidos en HBO Max.
Pero los contextos favorables no sirven de nada si no se toman después las decisiones correctas. Y al menos aquí Los Javis tomaron dos de partida. La primera fue aparcar el modelo de autoría concentrada de Paquita Salas para abrirse al modelo colaborativo más tradicional de la ficción seriada. Aunque han dirigido y escrito la mayor parte de los capítulos, han contado con Mikel Rueda (A escondidas) y Álex Rodrigo (La casa de papel) en la dirección, y con Elena Martín (Julia ist) y Félix Sabroso (Perdona bonita, pero Lucas me quería a mí) entre un grupo de guionistas veteranos y debutantes.
La segunda decisión clave fue convertir Veneno no tanto en una adaptación del libro de Valeria Vegas ¡Digo! Ni puta ni santa. Las memorias de La Veneno como un extenso y sofisticado making of del mismo. Hay dos Valerias en los créditos: la asesora de guion y el personaje que interpreta Lola Rodríguez. Y aquí, en quién cuenta la historia, es donde me permito relacionar a Veneno con Hamilton (disponible en Disney+), el musical con el que Lin-Manuel Miranda reinterpretó el origen de los Estados Unidos desde el hip hop y la experiencia de la inmigración. Y ese vínculo se encuentra en varios niveles.
‘Hamilton’ por el reconocimiento de la contribución de los inmigrantes al proyecto nacional norteamericano y ‘Veneno’ por la reivindicación de la inclusión de las mujeres trans
Uno es sin duda la oportunidad que ofrece una vida cercenada en la madurez (Hamiton murió con 49 años, Cristina Ortiz con 52), y por tanto privada de un tercer acto. Hay algo en las vidas que se quedaron con capítulos sin escribir que las hacen particularmente intrigantes. Y otro, la clara intervención de musical y serie en respectivas «guerras culturales»: Hamilton en el reconocimiento de la contribución de los inmigrantes al proyecto nacional norteamericano y Veneno en la reivindicación de la inclusión y reconocimiento de las mujeres trans. Y Veneno toma partido sin disimulo y con una clara perspectiva de clase. Es cierto que Cristina Ortiz no fue en ningún caso pionera como mujer trans en televisión: Bibiana Fernández (todavía Bibi Ándersen) presentó un programa en prime time de TVE a finales de los ochenta. Pero Fernández se presentaba como una mujer glamurosa asociada al capital cultural creciente del cine de Pedro Almodóvar. Frente a ello, «La Veneno» fue descubierta por las reporteras de ‘Esta noche cruzamos el Mississippi’ mientras ejercía la prostitución en el Parque del Oeste de Madrid y siguió siendo hasta el final de sus días prácticamente analfabeta.
Es evidente que «La Veneno» no fue una activista, pero la representación de su vida se pone al servicio del activismo por parte de Calvo y Ambrossi, que en un capítulo de la tercera temporada de Paquita Salas ya pusieron el foco en la ausencia de oportunidades para las actrices trans. Se equivocan los políticos que desean que los jóvenes vean la serie para ayudar a combatir la transfobia. El problema de la transfobia no está en los jóvenes, sino en otros: en los que legislan desde parlamentos y toman decisiones desde despachos. Y, tal y como hemos visto en los últimos meses, en otras.
Pero hay un tercer aspecto donde quiero establecer una vinculación entre Hamilton y Veneno: el énfasis en el acto de contar la historia y quién ejerce ese rol. Hamilton se inicia con una pieza coral donde el biografiado apenas tiene un par de cortas apariciones: lo que importa es cómo lo ven las mujeres que lo amaron (Eliza y Angélica) y los hombres que confiaron en él (Washington), murieron por él (Laurens/Philip) o lo mataron (Burr). En una canción posterior, George Washington ya se lamentaba de la imposibilidad de delimitar el legado, porque no se puede controlar quién vive, quién muere y quién cuenta la historia.
En la conclusión de Hamilton, Lin-Manuel Miranda retoma esos versos, ahora encuadrados en una canción final donde el personaje principal de la obra no tiene una sola intervención. En su lugar, es su viuda Eliza la que canta los logros de su larga vida posterior tras, en un ejercicio de auto-consciencia, afirmar que se pone de nuevo dentro de la narrativa tras haberse borrado previamente. Con ello, el musical no solo da centralidad a las voces olvidadas por la Historia, sino que pone el énfasis en que es el recuerdo de los demás, no tanto sus propios actos, lo que definen la impronta que alguien deja en el mundo.
Reencuadrar la narrativa desde Valeria (quién cuenta la historia) y no desde Cristina Ortiz (quién muere) permite la visibilización de una mujer trans que logra sortear la exclusión a la que hubiera estado abocada décadas atrás
Veneno, la serie, trata de cómo Valeria Vegas ayuda «La Veneno», personaje, a reescribir una vida trágica. La escena inicial se encuadra dentro de un recuerdo infantil de 1996: la fascinación infantil de quien luego se convertirá en Valeria por «La Veneno» durante una de sus intervenciones en Esta noche cruzamos el Mississippi. Esta presentación de «La Veneno», mediada por el discurso televisivo, continúa cuando la narración da un salto a 2006 y es descubierta en las calles de Valencia por Amparo, la mejor amiga de Valeria. En esta escena inicial ya se nos anticipa que Cristina va a ser un sujeto elusivo: se encuadra apenas un fragmento de su rostro, luego de perfil y finalmente en un fuerte contraluz. El encuentro con Cristina Ortiz y al grupo de mujeres que la rodean en Valencia permiten a Valeria iniciar su transición a la vez que escribir el libro de memorias con las que quiere sacarla del olvido. El proceso de escritura se prolongará durante una década y no culminó hasta la presentación del libro un mes antes de la muerte de Cristina en 2016.
Pero contar la historia desde el punto de vista de Valeria también abre a Veneno a otros referentes, y especialmente a la película Vestida de azul (1983), documental pionero de Antonio Giménez Rico sobre las experiencias de un grupo de mujeres trans (disponible en FlixOlé). Al análisis del documental y de las trayectorias posteriores de sus protagonistas dedicó Valeria Vegas su siguiente libro, Vestidas de azul: análisis social y cinematográfico de la mujer transexual en los años de la transición española (Dos Bigotes, 2019). En Veneno se retoma algo de Vestida de azul que apenas es relevante en las memorias de Cristina Ortiz: la posibilidad de la sororidad y la importancia del espacio doméstico.
Hay en Veneno un énfasis en mostrar que la incorporación de Valeria al universo de Cristina Ortiz ocurre en pisos donde estas mujeres, que sufren tantas violencias en exterior, crean redes de afectos. La primera escena del último capítulo muestra a Valeria descubriendo un VHS de Vestida de azul y viéndola junto con Paca y Cristina. A continuación, los títulos de créditos de esta entrega final se convierten en pastiche de los de la película, un procedimiento Los Javis ya usaron con fortuna en Paquita Salas.
Si algo tiene el universo creativo de Los Javis es estar liberado de algunas de las principales neurosis del cine autoral español, especialmente las articuladas en torno a la religión, el sexo y la violencia. Su universo es otro, uno inclusivo e hiperreferencial en su obsesión por la cultura popular. Uno que se propone ofrecer una fuerza liberadora de la ansiedad con una reivindicación del derecho a equivocarse y fracasar, y en las segundas oportunidades. Veneno es, en este sentido, perfecta prolongación de la secuencia final de Paquita Salas, en la que Anna Allen salía del exilio profesional para, en una de las «puestas en abismo» más elaboradas del audiovisual español, interpretar en una ficción dentro de la ficción, al personaje basado en ella misma. Es un universo donde los «juguetes rotos» (merece la pena aquí recordar el documental de Manuel Summers) esquivan su destino, aunque sea por un momento.
La impresión de que Cristina Ortiz se comportó de manera mezquina con mucha de la gente que la rodeaba, implícita en el libro, se hace mucho más explícita en la serie
Reencuadrar la narrativa desde Valeria (quién cuenta la historia) y no desde Cristina Ortiz (quién muere) permite la visibilización de una mujer trans que logra sortear la exclusión a la que hubiera estado abocada décadas atrás. Y, también, que la memoria de «La Veneno» se complemente con otras memorias, especialmente la de alguien que vive para interpretarse a sí misma en la ficción, Paca la Piraña. Las memorias de Cristina Ortiz, escritas y editadas durante su vida, apenas incluyen un par de referencias a la que fue su mejor amiga. Es algo que la serie (en su capítulo 7) atribuye a una exigencia de la biografiada. La impresión de que Cristina Ortiz se comportó de manera algo mezquina con mucha de la gente que la rodeaba, implícita en el libro, se hace mucho más explícita en la serie. Pero eso forma parte del empeño (inútil, ya nos lo cantó Washington) de controlar su legado: ella morirá pronto, Paca seguirá viviendo. Y como Eliza al final de Hamilton, se colocará de nuevo en la narrativa.
La función de Paca en la serie es doble. En la historia que se cuenta, Paca es una aliada de Cristina. Es quien ayuda a Cristina en sus momentos más bajos, especialmente tras su traumático periodo en la cárcel. Pero en el proceso de contar dicha historia, la función de Paca es cuestionar la veracidad de Cristina y alertar a Valeria de los excesos de su imaginación. No parece casual que sea Paca la narradora del capítulo 6. Mientras que en sus memorias Cristina Ortiz se considera una víctima de su pareja en el proceso que la llevó a la cárcel por fraude, Paca la saca del cliché de mujer manipulada/víctima para atribuirle su propia responsabilidad.
De hecho, buena parte del último capítulo de Veneno tiene que ver con el cuestionamiento de la veracidad de la narración de Cristina Ortiz en el libro. Sus referencias a personalidades famosas con convenientes iniciales fue la base para las teorías que vieron una conspiración en su muerte, tesis que la serie rechaza. La propia Valeria reconoce el carácter fabulador de Cristina para relativizar esas partes: «No es mentira, es como a ella le gusta recordar su historia». Hasta Paca la Piraña le hace prometer que cambiará el libro para incluir una reconciliación que no tuvo lugar en la realidad.
A veces la ficción es un ejercicio de reescritura terapéutica de la vida. El final de Veneno hace algo similar al de Podría destruirte (disponible en HBO), serie inspirada por la violación que sufrió su creadora Micaela Coel. Aquí Valeria fabula ante el espectro de Cristina con una ceremonia de esparcimiento de cenizas en un luminoso Parque del Oeste, donde su familia, amigas y compañeras convergen para despedirla con afecto. Como en Expiación de Ian McEwan, este tercer, inventado, entierro de Cristina Ortiz «no es debilidad ni evasión, sino un postrero acto de bondad, una resistencia contra el olvido y la desesperación». «¿Es bonita mi vida?» pregunta el espectro de Cristina a Valeria, quien responde: «Es preciosa». No es únicamente Valeria quien contesta, sino Javier Calvo y Javier Ambrossi desde su posición de guionistas y directores del capítulo. Y tampoco se refiere exclusivamente a la vida de Cristina Ortiz, también las de otras mujeres trans. Los tres han recordado sus nombres, mantenida vivas sus llamas y contado sus historias.