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'Unorthodox' se estrenó mundialmente en Netflix el 26 de marzo de 2020.
La cabecera de Unorthodox es un juego de límites y demarcaciones: recorriendo una geografía urbana imaginaria, asistimos al aislamiento aleatorio de algunas de sus cuadrículas; una fuerza invisible, acompañada de una machacona música de thriller clásico, separa algunas zonas del resto del mapa. Es una declaración de intenciones visual que da cuenta ya de una de las obsesiones que va a mover los cuatro episodios de la miniserie: el origen emocional de las comunidades y el progresivo establecimiento de rituales, normas y patrones de conducta que las separe del resto del mundo. El por qué de los muros.
En la serie, basada en las memorias de la escritora Deborah Feldman, todo esto se concreta en la historia de Esty Shapiro, una joven judía jasídica de Williamsburg que, harta de las férreas imposiciones de la comunidad en la que le ha crecido, decide abandonar sus responsabilidades como hija, esposa y madre para huir a Berlín, donde espera encontrar un futuro mejor. Los mimbres habituales de una historia de libertad y superación que en este caso cobran vida sobre todo gracias a la extraordinaria interpretación protagonista de Shira Haas, el cuidado a la hora de recrear las condiciones de vida y rituales de los judíos ultra ortodoxos neoyorquinos y sobre todo por su apuesta por denunciar las tácticas opresivas de los jasídicos sin caer en el maniqueísmo.
Al final, lo que de verdad libera a Esty no es tanto la destrucción de su pasado, sino la integración de este en una narrativa que la permita proyectarse hacia el futuro
Unorthodox, con un ritmo lo bastante pausado como para permitirse momentos de una delicadeza innegable, da sus primeros pasos sostenida por una imagen de gran belleza: Esty, frente a un lago, rechaza definitivamente las imposiciones de su comunidad para revelar el pelo corto bajo su peluca. Hay algo que funciona muy bien en los flashbacks que van trufando la serie desde ese momento, en el contraste entre la Esty de Williamsburg, vestida y peinada de acuerdo a reglas artificiales, casi un muñeco de cera sometido a tradiciones asfixiantes, y la Esty de Berlín, un personaje recién nacido al que es imposible no cogerle cariño mientras descubrimos el mundo con ella. Son este tipo de contrastes, los pequeños gestos de sorpresa de Haas y su voluntad por seguir adelante lo que aguanta la serie, y no tanto esa trama de thriller que parecía prometernos la cabecera, que está ahí, pero es lo menos interesante de la historia.
Y al igual que la serie se inicia con una imagen de liberación, sus compases finales dan cuenta de su esfuerzo, como decíamos, por no caer en los blancos y negros: al final, lo que de verdad libera a Esty no es tanto la destrucción de su pasado, sino la integración de este en una narrativa que la permita proyectarse hacia el futuro. Lo que te procura la felicidad, parece decirnos Unorthodox, no es tanto la certeza abstracta de ser libre, el mero hecho de haber huido de una situación de opresión; lo que realmente te allana el camino es aprender a construir tú mismo una nueva comunidad más allá de los muros de aquella de la que huiste.
Al final, la serie no es tanto el relato de un individuo contra un sistema injusto, ni mucho menos una mera denuncia de la ultra ortodoxia judía, sino la historia de alguien que explora distintas opciones de vida mientras aprende que es imposible pretender vivir aislado de los demás. Es, en fin, una historia clásica de humanidad envuelta en una consigna muy atractiva.
Llama la atención, en cualquier caso, que un drama de personajes de estas características haya conseguido escalar hasta los primeros puestos de Netflix estos días, convirtiéndose en un pequeño fenómeno boca a boca que ha hecho que muchos la anuncien ya como «la mejor serie en lo que llevamos de año». ¿Lo es, o solo queremos que lo sea?
En abstracto, Unorthodox no presenta muchas diferencias con respecto a la decena de dramas sociales de denuncia, de financiación europea o indie estadounidense, que se estrenan cada año en nuestros cines. Se trata de historias realistas que caen bajo esa etiqueta de «necesarias», bien rodadas, interpretadas y resueltas, y que no suelen superar las categorías intermedias de recaudación en nuestro país, si es que acaso llegan. Sin embargo, Unorthodox, enmarcada en una gran plataforma que de vez en cuando corre riesgos como este, y capaz de entrar en nuestros hogares de forma instantánea, sí que parece estar «llegando». Netflix, en fin, sigue reescribiendo a golpe de talonario las reglas de la distribución independiente: nada nuevo.
Cabe preguntarse, en todo caso, cómo podrá afectar la homogeneización visual de Netflix, a largo plazo, a propuestas tradicionalmente ajenas al sistema mediático estadounidense. No olvidemos que el cine y las series que nos marcan lo hacen no solo por la historia que cuentan, sino por cómo la cuentan. Por su exploración de nuevas y personales formas de narrarnos cosas que ya conocíamos, o por acercarnos de forma fascinante a realidades desconocidas. Quizá la concentración de la capacidad de producción en unas pocas manos acabe haciendo que se nos cuenten historias de liberación e independencia, constreñidas visualmente por los muros de un sistema productivo cada vez más homogéneo.