Un reencuentro con Jerry Lewis
Momentos estelares de la televisión (II)

Un reencuentro con Jerry Lewis

Hasta ese sábado noche de 1976, Dean Martin y Jerry Lewis, uno de los mejores dúos cómicos de la historia de la televisión, estuvieron 20 años sin verse.

Dean Martin (izq) y Jerry Lewis (dcha) se reencuentran por sorpresa en prime time tras 20 años sin verse (1976).

Los programas de telerrealidad han convertido los reencuentros entre personas en una impúdica exhibición de sentimentalismo barato. Cuantas más lágrimas fluyan, cuantos más sollozos y gritos ahogados por los aplausos del respetable podamos registrar con la cámara, más orgullosa estará la cadena de su cuestionable actuación. Algunos recordarán el programa de Paco Lobatón –¿Quién sabe dónde?– que desde la televisión pública se dedicaba a buscar por el mundo gente desaparecida. Bien es cierto que en algunos casos la gente no quería ser encontrada, pero qué más daba. Lo que en su día se vendió como un servicio ciudadano y público acabó marcando la pauta para los miserables programas de reencuentro, que tanto abundaron en los noventa y primeros años del siglo XXI.

Pero a veces los reencuentros han originado momentos singulares y recordados, desprovistos de esa tendencia a la pornografía emocional tan propia de cierta televisión en alta definición. Uno de estos momentos tiene por protagonista a un artista que siempre ha estado muy vinculado a la televisión, tanto de manera directa como indirecta. Hablamos del gran cómico Jerry Lewis. Este genio, fallecido en 2017 a la respetable edad de 91 años, forma parte de la memoria emocional de servidor, que consumió sus películas por primera vez en Telecinco. La televisión amiga, allá por sus inicios, dedicó un verano a emitir las cintas de Jerry Lewis y su inseparable Dean Martin. Semejante temeridad, perpetrada a la hora de la siesta o quizás un poco más tarde, la memoria es traidora, se producía cuando el canal privado todavía no había caído en lo que es ahora.

Sea como fuere, la pequeña pantalla nos acercó a esta pareja de cómicos que durante muchos años se ganaron la vida haciendo cine y llevando sus chistes y espectáculos por todo EE.UU. Como otras figuras de la época, Martin y Lewis debutaron en un club nocturno, en Atlantic City, allá por 1946. Sus inicios no fueron muy prometedores, sólo parecían otro dúo más con un cantante de club como Martin y un chico terrible como Jerry que le interrumpía, hacía chistes o le tiraba cosas en el escenario. Pero Lewis siempre fue perseverante, inteligente y un auténtico profesional del humor, que no paraba de escribir e intentar concebir nuevos números para su espectáculo. Era el cerebro creativo de la pareja, mientras que Dean siempre puso la clase, la mirada canalla y la voz (Lewis se demostró también con el tiempo como un músico muy hábil y un tecnólogo como pocos ha habido en el mundo del cine).

El éxito llegó finalmente. La radio fue la siguiente parada del dúo Martin and Lewis. Trabajaron para la NBC desde 1949 a 1953, en The Martin and Lewis Show, y durante esos años hicieron sus primeras apariciones televisivas. Su debut se produjo en el programa Hour Glass (WNBT y NBC, 9 de mayo de 1946-marzo de 1947), el primer programa de variedades de emisión regular de la televisión estadounidense. De ese programa sólo han sobrevivido algunas fotografías del inicio y grabaciones de voz, pero ninguna imagen. También aparecerían en The Toast of Town, el título original del The Ed Sullivan Show (CBS, 1948-1971) en junio de 1948, y el 3 y 10 de octubre de 1948 en los dos primeros episodios del programa Welcome Aboard (NBC, 1948-49).

Jerry Lewis comenta que su primera aparición televisiva duró seis minutos, en los que a él y a Martin les dio tiempo de cantar, contar chistes y darse patadas en el culo

Jerry Lewis recordaba con cariño esa época. En sus Memorias hablaba del año 1948 como el momento en el que la televisión irrumpió en la vida de los estadounidenses. En los bares y casas de los vecinos la gente veía los combates de boxeo emitidos desde el Madison Square Garden en directo. Algo parecido a lo que ocurría aquí en España en los años sesenta. El bar y la televisión iban de la mano. Y no son pocos quienes veían la serie El fugitivo en comandita. Jerry Lewis comenta que su primera aparición televisiva duró seis minutos, en los que a él y a Martin les dio tiempo de cantar, contar chistes y darse patadas en el culo. El show de estos dos genios acabó pasando al Texaco Star Theatre ese mismo año, el mítico programa de Milton Berle. Por el programa de Berle desfilaron actores y cantantes como Elvis Prestley, Edward G. Robinson, Cesar Romero, Sinatra, Bob Hope o el mismísimo Ronald Reagan. El propio Berle recuperaba algunas de estas actuaciones en un programa de finales de los ochenta que se tituló Milton Berle, The Second Time Around. Esa época tan lejana ha sobrevivido a golpes, en fragmentos, a través de los kinos que las emisoras de televisión grababan para sus emisoras afiliadas. Recordemos que hasta 1956 no hubo cintas magnéticas para facilitar el registro -aunque las cintas también eran costosas y la tentación de la reutilización, muy grande-.

Las cosas iban muy rápidas para el dúo Dean-Lewis y el 3 de abril de 1949 ya se podía ver la adaptación televisiva de su show radiofónico. Y en ese mismo año iniciarían su andadura cinematográfica. EE.UU. estaba enamorado del cine. En 1948 los norteamericanos compraban alrededor de 90 millones de entradas de cine a la semana. Jerry y Dino habían arrancado su viaje en un club nocturno, como programa de reemplazo, y en poco más de tres años Hal Wallis los puso bajo las órdenes del director George Marshall en el rodaje de My friend Irma. La película es una adaptación de un serial radiofónico. Estos movimientos del dúo cómico demuestran que la radio era una fuente inagotable de recursos, programas y entretenimiento, y que hasta la consolidación de la televisión, su potencial era incuestionable. Pero la televisión gozaba de ventajas cautivadoras, como la posibilidad de ver en casa, aunque fuera en condiciones algo precarias, la imagen de tus artistas favoritos, como en el cine. Dean Martin y Jerry Lewis le deben una parte importante de su éxito a la televisión. Durante la primera mitad de los cincuenta aparecían también en The Colgate Comedy Hour, que emitía la NBC.

La pareja permaneció unida durante diez años. Hicieron varias películas juntos. Mi favorita era Artistas y modelos (Frank Tashlin, 1955). La tenía grabada en una cinta de VHS, creo que con sus anuncios y todo. Puede que incluso Telecinco la emitiera con el formato machacado y no se apreciara el VistaVision original. No lo sé, no la he vuelto a ver y la recuerdo vagamente, pero me encantaba la visión de esos pobres artistas sin un chavo, que vivían en un Nueva York de mentira, con vecinos divertidos y chicas de fuerte carácter como Shirley McLaine y Dorothy Malone. Paradójicamente me gustaba más Dean Martin que Jerry Lewis. El estoicismo algo canalla del primero me parecía más divertido que el histrionismo del segundo. Cuando un poco después vi Como un torrente (Vincente Minnelli, 1958) me reafirmé en mi preferencia. Martin era mejor que Lewis; y Frank Sinatra era mejor que todos los demás. El tiempo me ha hecho cambiar de opinión. Jerry Lewis fue un artista de un nivel altísimo, inteligente, atrevido y formalmente innovador. De niño me gustaban más las cintas del dúo Martin-Lewis, pero con el paso del tiempo tuve que rendirme a la evidencia. El ceniciento, El terror de las chicas, El profesor chiflado y Jerry Calamidad son obras maestras de la comedia y aguantan una revisitación como puede que sus películas con el gran Dean Martin no hagan.

No muchos aficionados a su cine saben que Lewis era un maniático de la tecnología, que le encantaba probar cosas diferentes con las cámaras y experimentar con el sonido. Para ciertas cosas Lewis era un tipo discreto. Tenía ideas visuales brillantes y se convirtió en un cineasta de gran modernidad por mucho que trabajase bajo las coordenadas de un género tan codificado como la comedia. Fue pionero en el uso de monitores de televisión para controlar las filmaciones cinematográficas, en el set de rodaje. También fue un excelente profesor de cine, según cuentan algunos alumnos suyos. Dicen que el único libro que Martin Scorsese siempre llevaba de un lado para otro era The Total Film-Maker, escrito por Lewis a partir de las clases que dio en la universidad. Es un grandísimo libro.

Hay muchas historias sobre la disolución del dúo. Muchas coinciden en echarle la culpa al ego de Lewis. Puede que sea cierto, o bien que fuera el más inquieto de los dos y, a la larga, eso complicara la relación. Como cómico era el más dotado. Martin siempre fue mejor cantante, pero fue un devoto de la vida, estaba demasiado ocupado disfrutando de lo que otros creaban para él como para enfangarse en otros menesteres. Jerry Lewis siempre fue más exigente, mejor negociante y un maniático del control artístico. Su visión comercial también era conocida. Con su primera película, El botones, que financió él mismo en 1960 cuando Paramount no vio clara la operación, había ganado el equivalente a unos 300 millones de dólares poco antes de su muerte. La película le hizo millonario y le dio libertad para ser más Lewis que nunca, es decir, más devoto todavía del control artístico.

En sus Memorias Lewis cuenta muchas historias sobre televisión. Lo hace con un cierto tono agridulce. Negoció duro con mucha gente a lo largo de los años. Se lo disputaron la CBS, la NBC y la ABC a principios de los años sesenta. Finalmente ganó la ABC, dándole un directo de dos horas en sábado por la noche. El show de Jerry Lewis duró trece programas, hasta el 21 de diciembre de 1963. Lewis intentó negociar un contrato de cinco años para evitar que la cadena estuviese pendiente de las audiencias. Pero la televisión no funciona así, ni ahora ni en 1963. La cadena fue impaciente, como en tantas otras ocasiones, y canceló el programa.

Pero Jerry Lewis era un hombre del espectáculo y entendía sus normas y funcionamiento básico. Un fracaso siempre iba seguido de un nuevo intento. El cómico no se rindió y lo único que le sacó de circulación fue un cambio generacional muy claro en el público de los setenta y ochenta. Dio lo mejor de sí en cine durante la década de los sesenta. Después su producción baja hasta casi desaparecer y se vuelca definitivamente en sus shows itinerantes y en la televisión. Lewis tuvo, como muchos otros artistas estadounidenses, una serie de preocupaciones filantrópicas que le llevaron a montar y presentar durante muchos años el MDA Labor Day Telethon, un telemaratón para recoger fondos destinados a la lucha contra la distrofia muscular. El programa se emitía la noche anterior al Labor Day, que se celebra el primer lunes de septiembre.

Aquí es donde nos topamos con nuestro momento televisivo histórico. En un momento de la gala, Frank Sinatra ocupa junto a Jerry Lewis el escenario. Le está comentando algunas cifras de recaudación y los nombres de los donantes. Aparecen ambos en el plano y Sinatra elogia el trabajo de Lewis; éste le da un beso en la mejilla. Sinatra, socarrón confeso, le dice que si lo hace otra vez tendrán que comprar los muebles para el piso. Jerry está algo emocionado. Y entonces Sinatra le comenta que tiene un amigo al que le encanta lo que hace Lewis cada año con el maratón y que sólo quiere venir y saludar. Sinatra se gira un poco, señala hacia la trastienda y por la boca del escenario aparece Dean Martin, cigarrillo en mano. Una de las cámaras inicia un acercamiento a Sinatra y Lewis, pero el realizador corta a un plano cercano de Martin acercándose a ambos. Tras un par de cortes más, la cámara se queda con un plano medio de Martin y Lewis fundiéndose en un abrazo.

Una pareja que tanto le debe a la televisión se reencuentra allí mismo, veinte años después, como si hubiesen sido unos meses, o unos días

Hacía 20 años que no se veían y ahora se reencontraban en directo, en un programa de televisión, ante unas 85 millones de personas. La gente aplaude con emoción y Martin besa en la mejilla a Lewis. Sinatra recupera el control de la situación. La emoción parece sincera. Las lágrimas asoman, pero el show tiene que continuar y los cómicos lo saben mejor que cualquier otra especie del planeta. Se recomponen y lanzan unos cuantos chistes improvisados. Dean Martin está bebido. Alguna broma cae sobre ese tema; «I always drink», dice Dean. Los que fueran grandes amigos, y una de las mejores parejas cómicas de los cincuenta, se intercambian algunas frases y comentarios jocosos. Luego Lewis se mueve hacia un lado del escenario y se enciende un cigarrilo. Este momento televisivo pertenece a un mundo en el que se podía fumar y beber en pantalla. Con Jerry Lewis como espectador de lujo, Sinatra y Martin cantan una canción. El gran Dino lo intenta y no le sale muy bien. Quizás había bebido para armarse de valor; quizás simplemente se pasó un poco. Martin no salía borracho al escenario nunca. Su grandísimo amigo Sinatra lo saca del show. Martin se despide confundiendo un número de teléfono con la recaudación de la noche. Me da que fue un chiste bastante bueno. Qué salida de escena.

Todos llevan la situación con dignidad y mucho cariño. Los amigos se han reencontrado y parecen sorprendidos del tiempo que ha pasado sin que se vieran, preguntándose por qué ha tenido que ser así. Pero no hay una causa inevitable, no hay culpables en esta historia. Las parejas artísticas se rompen, a veces sin más. No deja de ser curioso que una pareja que tanto le debe a la televisión se reencuentre allí mismo, veinte años después, como si hubiesen sido unos meses, o unos días. A partir de ese momento veremos a Lewis en un cumpleaños de Martin, también en televisión. La televisión, que en tantas ocasiones desrealiza y nos aleja de la verdad, se convirtió aquí en el perfecto lugar para un reencuentro lleno de emotividad contenida. Qué momento. Qué gran cariño existía entre dos genios del escenario. Ese abrazo, cigarrillo en ristre, forma ya parte, para siempre, de la historia de la televisión.

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