Un documental vale más que mil dramas
Documentales en la era de la ficción

Un documental vale más que mil dramas

El género documental sigue su particular camino ajeno al ruido mediático que suscita la ficción

Hace tiempo que los documentales de animales dejaron de provocarme sueño. Me quedo tieso viendo las producciones de la BBC, en especial, que para muchos es la HBO del mundo salvaje. De todas sus obras de arte hay una de tres capítulos que me ha dejado flipado últimamente: “Reinos ocultos”, sobre las peripecias de los seres más diminutos de la tierra. Atención a la siguiente historia:

Los escarabajos peloteros viven en la sabana africana. Son capaces de olfatear las montañas de estiércol a más de un kilómetro de distancia. El documental persigue a un escarabajo en particular en su odisea tras una estela fétida que lo tiene entusiasmado. Al llegar no se lo piensa demasiado y se tira en picado sobre la jugosa montaña (por lo visto, si no fuera por estos pequeños invertebrados la sabana sería un cementerio de mierda inabarcable, así que eternamente agradecido). Lejos de dejarse llevar por la emoción, el escarabajo empieza a confeccionar una pelota de estiércol, el equivalente a un camión de tres toneladas para nosotros. Y cuanto más grande mejor, ya que las hembras peloteras escogen a su macho por el tamaño de su bola. Nuestro escarabajo no tarda en impresionar a una hembra que revoloteaba cerca. Y una vez fecundada, ella deposita los huevos en el interior de la pelota de estiércol y se tumba encima, a la espera que el macho arrastre a su nueva familia a un lugar seguro para vivir.

Escarabajo - Serielizados - Documentalserielizados

Qué guionista sería capaz de imaginar que la cagada de un elefante:

1. La ha utilizado un escarabajo para ligarse a su futura mujer
2. Será el nido donde nacerán sus crías
3. El escarabajo la convertirá en una autocaravana de tres toneladas
4. Alimentará a esta nueva familia durante meses

Fascinante.

Los documentales siempre han tenido una vocación periodística. Y, desde hace unos años, las técnicas cinematográficas los han convertido en los monstruos de la manifestación artística realista. Al mundo de la ficción sólo le queda aplaudir. Si algún cineasta se le llegara a ocurrir una historia semejante a la del escarabajo pelotero lo crucificaríamos por retorcido, pretencioso, guarro. Porque a menudo la naturaleza salvaje nos parece una guarrada. Preferimos no saber qué se mueve en nuestros bosques, mejor que nos lo cuente Stephen King. Y así, la ficción ha ido aislándonos de nuestro entorno original hasta convertirlo en un invitado desconocido. Ya hay tanta literatura alrededor de las cosas que cuando miro a un escarabajo veo una epidemia, un trauma kafkiano o una joya egipcia. Aún cuando la auténtica historia del animalillo pueda ser más poderosa que sus leyendas. Es por eso que tiendo a pensar que mientras el cine es la chica de mis sueños, el documental es la mujer de mi vida. Porque la verdad que me revela supera todas mis fantasías. Y la historia del escarabajo pelotero supera todas las películas padre-coraje que he visto.

«Tiendo a pensar que mientras el cine es la chica de mis sueños, el documental es la mujer de mi vida»

Jeffery Boswall, productor de la BBC durante 29 años, dijo que un buen documental consiste en “llevar a cabo una buena investigación, y conseguir una buena historia para que el público pueda seguirla con facilidad”. Repito, para que el público pueda seguirla con facilidad. Porque no tenemos ni idea de cómo funciona nuestro planeta. Porque nos suena extraterrestre. Es decir, que en verdad su trabajo consiste en “servirnos bien masticada la vida salvaje para que no nos provoque indigestión”. A diferencia de la ficción, que tiende a sazonar lo cotidiano para darle consistencia.

Planeta humano” (10 capítulos, BBC), por ejemplo, es uno de los mayores milagros de la producción documental. En pocas palabras, explica cómo logran sobrevivir los seres humanos en los territorios más hostiles de la tierra. El capítulo “Océanos” es una obra maestra, y en uno de sus apartados cuenta lo siguiente:

Una tribu indonesia sobrevive en una isla perdida del Pacífico. Los varones de cada família aprenden desde pequeños el oficio más importante de la aldea: cazar cachalotes. “El mayor depredador que ha existido sobre la faz de la tierra”, comenta el narrador. Cuando avistan uno, los hombres corren a las canoas de madera y se lanzan a por él. Se acercan remando hasta colocarse encima y cuando el animal sale a respirar uno de ellos se tira desde la proa con una lanza en la mano. Se tira encima de 18 metros por 40 toneladas de ballena dentada con una lanza en la mano. Y así durante 8 horas. Finalmente, con el cachalote exhausto, otro cazador se sumerge con un cuchillo y se lo clava en la espina dorsal para acabar la faena. Durante la lucha el cachalote ha hundido una de las canoas, pero los pescadores vuelven a tierra de una pieza, remolcando dos meses de comida para toda la aldea.

Planeta humano - Serielizados - Carles Perelló

«Nuestra sociedad nos convierte en vagos transeúntes. Esto hace que el cine desfigure la auténtica naturaleza humana y sustituya sus argumentos por una espiritualidad barata»

De alguna manera, después de ver esta historia, sentí cómo mi condición de ‘hombre dentro de una sociedad’ quedaba ridiculizada. Nunca podré llegar a ofrecer ese nivel de sacrificio a mi comunidad (y esto no tiene nada que ver con la caza, el cachalote podría tener cualquier otra forma que esos aldeanos la abordarían con la misma determinación). Aquí, hemos ido evolucionando hacia formas de vida que nos libran de desafíos de esa magnitud. Hacia sociedades que no nos necesitan y que nos convierten en vagos transeúntes. Y, como consecuencia, hacia un cine que desfigura la auténtica naturaleza del ser humano, su comportamiento en sociedad, su concepción del amor, la riqueza y el esfuerzo. Relegando los argumentos naturalistas al género ‘espiritualidad barata’.

Los documentales incomodan. Sobre todo los que no pretenden hacerlo. Los que plantan el objetivo ante una situación natural que tira por tierra lo que hemos asimilado como real y ficticio. A menudo vemos una película o una serie y la valoramos por su capacidad para hacernos creer que es posible o, incluso, que está pasando. Pero un buen documental no pretende nada. Nos pone en perspectiva, nos coloca en el mapa. Como dice Rust Cohle en True Detective “nos hemos vuelto demasiado conscientes de nosotros mismos”, algo que es profundamente incómodo. Algo que a la ficción le cuesta cada vez más suavizar. Porque todas las ilusiones que hemos consumido, en la pantalla grande o en la pequeña, no tienen nada que hacer ante la salvajada que supone comerse un buen documental sobre escarabajos, tribus, mierda… sobre nosotros.

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