Tras los pasos de 'Breaking Bad'
En los (auténticos) mercados de la droga

Tras los pasos de ‘Breaking Bad’

En donde acierta la serie, sin duda, es en explicar, aunque en ocasiones lo haga de forma lateral o más velada, cuáles son los efectos personales y sociales de una epidemia como la del cristal
Breaking Bad

Solemos dedicar un cierto esfuerzo a imaginar qué conocimientos debe tener un buen guionista de series de televisión para elaborar esas joyas ficcionales que a todos nos quitan el sueño. Especulamos abiertamente sobre sus conocimientos alrededor de una materia, sus procesos de documentación, hasta sobre sus lecturas y gustos cinematográficos, literarios o televisivos. Y esto no es tanto una cierta manía de tintes mitómanos como una necesidad originada en una idea, en ocasiones equívoca, sobre lo que son las series de televisión. Me explico. La calidad de la ficción de los últimos años nos ha llevado a querer leerlas como auténticos documentos sociales e históricos sobre lo que acontece en nuestra contemporaneidad. Tal es nuestra necesidad de entender una realidad cada día más compleja o sobre la que tenemos un aluvión de datos imposibles de procesar, que el síndrome Simon-Burns se extiende por innumerables ficciones (es decir, tenemos una cierta tendencia a creer que todas las series están tan bien y extensamente documentadas como The Wire).

¿Por qué creemos que las series son documentos sociológicos, históricos, políticos y hasta criminológicos si es necesario? ¿Por necesidad? ¿Por fe en el poder de la ficción? Algunas series tienen algo de profético, otras simplemente se equivocan en sus predicciones y otras leen e interpretan restrospectivamente unos hechos históricos. Algunas incluso pueden funcionar como comentarios en vivo y en directo sobre lo que (nos) ocurre. Y lo cierto es que una serie como Breaking Bad se nos antoja algo más que puro entretenimiento, ni que sea por el mundo que recrea. Exploremos, ni que sea sumariamente, ese enorme contexto.

 

El nuevo imperio de las drogas (domésticas)

Puede parece una obviedad, pero el mundo se ha vuelto un lugar mucho más violento gracias a las drogas duras. Cocaína, heroína, anfetaminas y derivados han sido las estrellas de la violencia que inunda las calles menos favorecidas de ciudades del primer mundo y el motivo por el cual algunos países como México se han adentrado en un escenario muy poco halagüeño. Sabemos que en algún punto de los años sesenta las drogas duras empezaron a adueñarse del escenario social. Atrás quedaron los experimentos con el LSD y otros alucinógenos, la marihuana parecía no ser suficiente para el ansia de sensaciones que se adueñaba del nuevo público consumidor y las drogas duras empezaron a extenderse y a corromper cuanto tocaban, ya fuesen consumidores, policías o funcionarios.

«‘Breaking Bad’ se centra en una substancia, la metanfetamina, y en una cultura, la que se origina alrededor de una droga cuya potencia adictiva va en perfecta consonancia con su poder destructivo»

Por mucho que esta historia esté ya contada (desde diferentes ángulos) las series de televisión todavía exploran a día de hoy vías imaginativas para contar esa historia (pensemos en The Wire, Hijos de la Anarquía o la propia Breaking Bad). La ya mítica Corrupción en Miami, serie pionera en muchos sentidos, se atrevió a trazar un retrato más o menos impresionista de lo que ocurría entre los bastidores de la soleada Florida, lugar en el que las altas cunas y las bajas pasiones convivían sin demasiado problema. La cocaína lo inundaba todo en los ochenta, desde las fiestas de Miami a las altas esferas financieras de Wall Street. Algunos consumidores habían tomado contacto con las drogas duras en Vietnam, otros en las calles de su ciudad y algunos en las trastiendas de Harvard; a todos les unía un hambre anfetamínica por acelerar sus cerebros y sus pasiones. La cocaína lo había infiltrado todo y su circulación dependía de muchas voluntades compradas a golpe de billete. La cruzada emprendida por la administración Reagan contra las formas degeneradas de vida no parecía impresionar demasiado a traficantes, policías corruptos y los adictos que poblaban los márgenes del sistema. Ésta es la historia que se sitúa antes del arranque de Breaking Bad. Porque la serie de Gilligan se centra en una substancia, la metanfetamina, y en una cultura, la que se origina alrededor de una droga cuya potencia adictiva va en perfecta consonancia con su poder destructivo. Tras la serie hay mucha inventiva, como debe ser, pero también algunas verdades, apreciaciones sobre el contexto social y la cultura de las drogas, sobre quienes se mueven alrededor de este mundo y sus motivaciones.

The Wire

«La práctica policial y legislativa habitual castiga el tráfico y la fabricación del producto final, pero no suele atacar a los fabricantes o suministradores de los componentes necesarios para la obtención de la droga»

La primera cuestión importante es que la metanfetamina se puede fabricar en casa con productos asequibles. Y de hecho, uno de los componentes esenciales es la pseudoefedrina (también sirve la efedrina), una droga que se puede encontrar en pastillas usadas contra la congestión nasal o el resfriado común (marcas comerciales como Afrinol o Ridafed, por citar dos marcas). La práctica policial y legislativa habitual castiga el tráfico y la fabricación del producto final, pero no suele atacar a los fabricantes o suministradores de los componentes necesarios para la obtención de la droga. Entre otras cosas porque ello tiene menos sentido con drogas que no sean sintéticas. Así que los primeros intentos por regular la venta de pastillas con pseudoefedrina chocaron contra la negativa de las empresas farmacéuticas, que eran dueñas de un negocio de 3000 millones al año [i]. La cuestión era sencilla: un medicamento vendido sin receta contenía un principio activo sin el que no se podía fabricar la metanfetamina, pero a nadie parecía importarle demasiado.

La epidemia sanitaria, el coste humano, el económico derivado de la lucha contra el tráfico eran cuestiones candentes, polémicas y de las que se podía sacar más rédito electoral obviando el verdadero problema. Durante los noventa y los primeros años del cambio de siglo la epidemia de meta se extendió. En 2005 más de la mitad de los presos de las cárceles de Oregón consumían metanfetamina o la habían consumido, lo que explica de manera muy gráfica la relación entre el consumo de esta substancia y la criminalidad que lleva aparejada. Una epidemia que alcanzaba también a miembros de la clase media, obreros cualificados y gente con medios de subsistencia, no únicamente a la juventud descarriada y elementos marginales de las grandes ciudades o de las más deprimidas zonas rurales [ii].

En el periódico The Oregonian, un inquieto periodista, Steve Suo, empezó a hacerse preguntas incómodas sobre cómo y por qué una droga tan destructiva podía fabricarse tan fácilmente y se había extendido como la peste. En los mapas que elaboró a partir de miles de datos estadísticos se puede ver que el porcentaje de consumidores de metanfetamina (considerado un problema mayor cuando el mapa pasa a color negro, véase el gráfico) crece espectacularmente entre 1992 y 2003, inundando el Oeste y el Medio Oeste de los EE.UU., el norte y, en general, casi todos los territorios al oeste del río Mississippi (eso sí, se aprecia un muy bajo consumo en los estados del nordeste del país).

mapas droga EE. UU.

«La pureza de la droga incide directamente en la recompensa que obtiene el cerebro cuando se consume  obviamente, y los picos de detenciones e ingresos tenían que ver, precisamente, con momentos en los que la pureza de la droga era mayor»

El otro inquietante hallazgo de Steve Suo llegó cuando superpuso dos estadísticas: la de ingresos en centros de rehabilitación y la de detenciones e ingresos en urgencias. La pauta era parecida. Los picos y valles en el consumo se correspondían con las detenciones, los ingresos en urgencias y las entradas en centros de rehabilitación. La respuesta, como tantas otras cosas, estaba en el cerebro. La pureza de la droga incide directamente en la recompensa que obtiene el cerebro cuando se consume, obviamente, y los picos de detenciones e ingresos tenían que ver, precisamente, con momentos en los que la pureza de la droga era mayor. A más pureza, mayor consumo y, por tanto, mayor tasa de criminalidad asociada. Recordemos que Walter White consigue, en la serie, producir una droga de gran pureza (más del 90%, lo que es muy difícil, pero factible en la vida real si se tienen los medios adecuados [iii]) y que ése es uno de los motivos que lo introducen en el “negocio” (recordemos el arranque de la serie, cuando el traficante Tuco Salamanca le dice a Walter que el cristal que fabrica se vendió “más rápido que un culo de diez dólares en Tijuana”). La pureza de la droga impulsa al consumo desmedido, a abandonar la rehabilitación y a delinquir para obtener el dinero necesario para comprar o poder cocinar el producto. En el gráfico siguiente se puede ver, si se mira con atención la escala, que la metanfetamina es tres veces más potente que la cocaína en cuanto a liberación de dopamina se refiere, lo que la convierte en la droga más adictiva y peligrosa del momento.

tabla droga En los (auténticos) mercados de la droga ivan gómez serielizados

La exposición prolongada a la droga cambia la química cerebral hasta el punto de que cualquier otra actividad que genera recompensas cerebrales acaba siendo algo pálido al lado del consumo de metanfetamina. Ese extremo está bien tratado en la serie, y lo podemos intuir cuando Jesse Pinkman trata de rehabilitarse. Todo le parece gris y aburrido, pálido, al lado de la experiencia del consumo. Steve Suo comparó los datos de detenciones y entradas y salidas en rehabilitación con el grado de pureza de la droga incautada en los mismos periodos. Los gráficos coincidían. La pureza de la droga era un indicativo no sólo de su peligrosidad, sino de la mayor adicción; la llegada de lotes de gran pureza aumentaba las deserciones de los centros de rehabilitación.

«Las autoridades creyeron, erróneamente, poder controlar la epidemia que se extendía porque los fabricantes sólo podían producir pequeñas cantidades y los laboratorios podían identificarse con relativa facilidad por los gases que desprendían, los malos olores y los turbios moradores»

El viejo speed que fabricaban los moteros norteamericanos en los sesenta no tenía ni un tercio de la potencia del cristal de mediados de los noventa. Las autoridades creyeron, erróneamente, poder controlar la epidemia que se extendía porque los fabricantes sólo podían producir pequeñas cantidades (o eso creían las agencias gubernamentales). Además los laboratorios podían identificarse con relativa facilidad por los gases que desprendían, los malos olores y los turbios moradores. Pero las cosas no eran tan sencillas. Gene Haislip, ex director de Control de Productos Químicos de la DEA (la Agencia Antidroga de los Estados Unidos) tenía en 1986 un plan para acabar con esa nueva droga de diseño, de la que intuyó su enorme peligrosidad. La respuesta estaba en atacar los componentes químicos usados para su fabricación; lo habían hecho con otra droga hoy olvidada, los Quaaludes, nombre de guerra de la Metacualona, un barbitúrico muy potente que se utilizaba en los sesenta y setenta como sedante [iv]. Haislip viajó por todo el mundo convenciendo a las fábricas que producían su principio activo y que lo vendían sin control de que cerrasen esa línea de producción. Con el tiempo lo logró y los cárteles colombianos de la droga se quedaron sin el suministro necesario para poder fabricar la substancia (que pasó a ser algo absolutamente controlado y fabricado bajo una estricta cadena de permisos y vigilancias).

Haislip tenía el mismo plan para la metanfetamina, una substancia que se fabricaba con unos principios activos sofisticados y que tenían pocos usos legítimos. Pero su plan chocó contra las empresas farmacéuticas. La cuestión era obligar a los fabricantes de efedrina y pseudoefedrina a identificar a los clientes. Y eso provocó las iras de las empresas del sector, porque una cosa era vender algo minoritario como la Metacualona, y otra muy distinta identificar a los compradores de pastillas para la tos y regular la producción química de la efedrina. El resto de la historia puede imaginarse. Haislip acabó en un despacho con representantes de la administración Reagan, la misma que luchaba contra la perversión y la drogadicción, en un intento por disuadirle de su cruzada. Al final la efedrina y pseudoefedrina que se vendía junto a las pastillas para la tos quedó fuera de la normativa reguladora, por lo que el problema siguió estando en la calle.

Bryan Cranston en una parodia de 'Breaking Bad'

«Los pequeños fabricantes domésticos eran un peligro y un problema, pero la epidemia se extendía cuando la fabricación se hacía al por mayor y con productos de calidad»

A finales de los ochenta la DEA empezó a desmantelar grandes laboratorios de metanfetamina. El problema continuó y se acentuó. En 1989 cuatro de cada cinco dosis de metanfetamina consumidas en EE.UU. se preparaban en laboratorios situados en la parte central del valle de California. Unos 50 kilos de producto podían llegar a valer unos 4 millones de dólares en la calle. Todo esto se fabricaba bajo el mando de los hermanos Amezcua Contreras, traficantes mejicanos líderes del Cártel de Colima. Conseguían la efedrina de las mismas fábricas en donde las farmacéuticas americanas la compraban, en India o Tailandia (el componente lo expedían un total de 9 fábricas, de hecho, como la Krebs Biochemicals). El primer gran pico de consumo de metanfetamina en EE.UU. se correspondió con una compra masiva por parte de los hermanos Amezcua Contreras de efedrina, a principios de los noventa (entre 1993 y 1995). La conclusión era lógica: los pequeños fabricantes domésticos eran un peligro y un problema, pero la epidemia se extendía cuando la fabricación se hacía al por mayor y con productos de calidad. Cortando el suministro de los Amezcua, se paró el primer pico de la epidemia. Las farmacéuticas acabaron aceptando una regulación para la efedrina pero no para la pseudoefedrina, por lo que el problema persistió. Los grandes laboratorios acabaron obteniendo la substancia de las pastillas para la tos en compras masivas llevadas a cabo por encargo [v].

En 2004 Oklahoma prohibió finalmente la venta libre de productos con pseudoefedrina, de tal manera que se podía controlar mucho mejor el “pitufeo”, la compra del máximo legal de cajas de pastillas para la tos en múltiples establecimientos por parte de los llamados “pitufos” (la fuente de suministro de la química necesaria para la fabricación al por mayor una vez que las otras vías de importación legal o ilegal cesaron). Oregón siguió el ejemplo de Oklahoma. Y los cárteles tuvieron que comprar e importar desde México. Es un juego del gato y el ratón que va cambiando sus normas y que en 2006 dio un giro con la prohibición de la venta directa y sin receta de cualquier fármaco que contuviese el principio activo. Junto a eso se intentó que otros países ajustasen sus importaciones de pseudoefedrina y que la limitasen a usos farmacéuticos controlados. Eso, junto a la venta con receta obligatoria de pseudoefedrina (como antes de 1976) en lugares como Oregón, han puesto la epidemia bajo control, por el momento.

Breaking Bad

Este contexto explica la presencia de algunos personajes en Breaking Bad, las dificultades para obtener los productos químicos (importados ilegalmente, robados de un tren de manera espectacular o del almacén de una empresa química), y el éxito de Walter White, un cocinero de lujo con suministro constante de productos por parte de los grandes cárteles de la droga (al menos durante una parte importante de la serie). Con todo ello se cuece esta ficción, que habla de unos personajes al límite, un hombre con ansias de poder desmedidas, una familia en descomposición y un entorno social fracturado.

«Ha habido algunos “Walter Whites” auténticos: un profesor de ciencias de California, una profesora de matemáticas de 74 años, y hasta tenemos una versión española»

La serie, por muy inverosímil que parezca en algún momento, no es ni con mucho tan descabellada. Ha habido algunos “Walter Whites” auténticos: Stephen Kinzey, un profesor de ciencias de California; Irina Kristy, una profesora de matemáticas de 74 años a la que le dio por cocinar drogas; a la señora le había dado tiempo no sólo de ser una respetada profesora universitaria, sino también una disidente soviética que emigró a los EE.UU. en 1985. Hasta tenemos una versión española del héroe de Breaking Bad, Marcial Sánchez, un ex profesor de Farmacia que cocinaba drogas de diseño en el área de Zamora.

Y en donde acierta la serie, sin duda, es en explicar, aunque en ocasiones lo haga de forma lateral o más velada, cuáles son los efectos personales y sociales de una epidemia como la del cristal. La red de pequeños ex estudiantes que trafican para Walter al principio de la serie, la multitud de jóvenes consumidores sin más horizonte que colocarse una y otra vez, la falta de trabajo y oportunidades en las ciudades del medio oeste americano, la precarización de las relaciones laborales, y también las sociales, son algunas de las cuestiones que explora. Todo eso está ahí, en alguna imagen de fondo, en el comentario de algún secundario, en la biblia de los personajes. Y aunque siempre podemos cometer el pecado de intentar leer las series como algo más de lo que son, puro entretenimiento y pura ficción, a nadie se le escapa que cinco temporadas y más de cincuenta episodios después, algo hemos aprendido sobre el contexto en el que nacen y viven ficciones como la de Vince Gilligan. La historia oculta o paralela, si se quiere, de Breaking Bad, es ésta. Mucho menos glamourosa y más técnica que esta estupenda serie.

Breaking Bad

 

Fuentes

Para la elaboración de este artículo se han utilizado diversos documentales, artículo y libros. La principal fuente ha sido el estupendo documental The Meth Epidemic (Carl Byker, 2006). El documental fue ofrecido por primera vez en PBS Frontline, el 14 de febrero del 2006. Años más tarde lo emitió La noche temática en España y es fácilmente accesible por internet. Adicionalmente se han utilizado páginas médicas como la del European Monitoring Centre for Drugs and Drug Addiction o la U.S. National Library of Medicine. Es imprescindible el ensayo de Nick Reding Methland – The Death and Life of an American Small Town. Y sobre la serie hay innumerables materiales, entre los que recomendamos Breaking Bad -530 gramos (de papel) para serieadictos no rehabilitados, una compilación de ensayos de Errata Naturae (2014), y los capítulos “Breaking Bad: informe para una serie”, de Fernando Menéndez, en el libro colectivo «Todavía voy por la primera temporada» (Ed.Eduardo Galán, 2014), y “Breaking Bad, ¿Hay vida comunitaria en el afuera de la ciudad?, de Gabriel Villota, en el libro colectivo «De Anatomía de Grey a The Wire» (Eds.Iñaki Martínez y Carmelo Moreno, 2012).

[i] Los fabricantes domésticos de droga lograron sacar más de menos, y alterando el proceso de cocción necesitaron menos pseudoefedrina para obtener el cristal. Los grandes traficantes y cocineros tuvieron que recurrir a importar el producto y lograrlo en países, como México o Guatemala, en donde la regulación sobre la venta de pseudoefedrina todavía no había llegado. En el año 2006 el Congreso de los EE.UU. legisló que la venta de medicamentos contra el resfriado que contuviesen pseudoefedrina sólo podía hacerse en las farmacias; normativa que animó a muchos estados a limitar las cajas que podían dispensarse por cada compra

[ii] En este sentido cabe ver la excelente Winter’s Bone (Debra Granik, 2010), ambientada en una zona rural en la que los elementos más peligrosos que puedes encontrar son traficantes y cocineros de metanfetamina.

[iii] Las incautaciones de alijos que arrojaban cifras más altas de pureza nos hablan de hasta el 90% de pureza en algunos lotes, lo que es extraordinariamente alto. Se entiende que por razones ficcionales Walter White es capaz de superar esa cifra

[iv] Quizás el nombre de la substancia no le diga gran cosa al lector, pero si recuerda la escena en la que Jordan Belfort (DiCaprio) queda paralizado por ella en El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2014)

[v] Finalmente se obligó a toda empresa que vendiese algún tipo de producto con estos principios activos a tener una licencia y si bien en un primer momento se colaron muchas empresas falsas por la puerta de atrás, este problema fue subsanándose con el tiempo. También se acabó cerrando la importación ilegal de pastillas para la tos desde Canadá. La imaginación del narco, como se ve, no tiene límites.

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