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Los problemas de aceptación social, la dificultad a la hora de entenderse y de explicarse o las vicisitudes del cambio estético y corporal, demuestran que no es fácil declararse trans con 60 tacos. Aún así, Maura tiene novia, se está hormonando y todos sus allegados han aceptado su nuevo estado. “Entonces, ¿por qué soy tan infeliz?”, se pregunta.
La confusión sexual en que se zambullen todos y cada uno de los miembros de esta adorable familia californiana hace que varios personajes se pregunten a los largo de las temporadas si no habrá algún gen hereditario en los Pfefferman que potencie estas idas y venidas identitarias.
Pero lo que parece verdaderamente genético en esta familia es el egoísmo, en mi opinión, el auténtico hilo conductor de esta serie. Se nos dan pistas desde el inicio. Maura teme contar a sus hijos su decisión porque los conoce: son tremendamente egoístas, selfish. A partir de ahí, esa sospecha aparentemente infundada (pues parece una familia maravillosa, que se quiere y se apoya) se irá confirmando con cada pequeña situación.
Una cena, una charla, una confesión, un reproche aquí y un despecho por allá, un rencor guardado demasiado tiempo, una nube pasajera que arruina una velada de celebración, la competencia por ser protagonista entre cinco egos demasiado grandes para el diminuto escenario de la atención, todos dándose codazos por recibir la luz del foco principal. Pequeñas situaciones que crecen conforme avanzan los capítulos, haciendo evidente el ensimismamiento de cada personaje (nadie se salva), hasta que todo suele explotar en acusaciones cruzadas de, adivinad, egoísmo.
Transparentemente egocéntricos
Así que ese Transparent, aparentemente aplicado a la transparencia y naturalidad sexual de sus personajes, va más bien encaminado a la transparencia en los sentimientos más pueriles de los protagonistas.
“¡Eres transparente!” le grita enojada una chica trans a Josh al darse cuenta de que le ha utilizado. Ve su egoísmo de una forma tan prístina y clarividente que asusta. “Madura de una puta vez” añade la trans. Él contesta con el perpetuo “lo siento”, la perpetua cara de niño, el perpetuo “soy un puto idiota” que cada vez arregla menos cosas. Pero esa pose de desvalido le redime, porque es sincera.
Puede sucederos que viendo la serie le cojáis manía a algún personaje. No exagero si digo que la bajeza sentimental es su estado habitual. Pero les salva la inconsciencia, la ausencia de maldad en quien hace daño sin saberlo. Y el amor y el cariño que sienten los unos por los otros, que parece ser capaz de suturar todas las heridas abiertas por la torpeza sentimental y permitir seguir funcionando a una familia con tantas disfuncionalidades. Esa vulnerabilidad de los personajes, esa apertura total de un corazón en el que los sentimientos forman un puré indescifrable, contradictorio y ácido, es difícil de encontrar en otras series.
Prejuicios cruzados
Transparent está protagonizada por una familia blanca, judía, progresista, de clase media alta o alta, ya que nadie parece trabajar en esa familia, incluso los que oficialmente trabajan; esto le encantaría a Isaac Rosa. El tipo de clase alta que entra a un hospital público asustada, tratando de no tocar nada y observándolo todo como si estuviesen paseando por Beirut. Un hospital público que no dista de uno español, no os penéis que es una carpa con camas de paja.
Los prejuicios son otro tema tratado de forma velada o directa a lo largo de la serie. Pero Jill Soloway no se queda en los obvios prejuicios hacia las formas de sexualidad no normativas. Maura es una trans vieja y fea, blanco perfecto de juicios que llegarán desde varias direcciones. Pero la víctima no está exenta de pecado. El oprimido puede, a su vez, oprimir.
‘Transparent’ está llena de escenas que hacen patente el poder de los prejuicios arraigados en lo más hondo de nuestro subconsciente
Como cuando siendo aún el prestigioso director del departamento de ciencias políticas de la universidad, Mort descartó a una mujer muy válida para un cargo de responsabilidad. Años después, ya Maura, pedirá perdón a esa mujer por aquel acto inconscientemente machista. O como cuando la propia Maura mete la pata al hablar con unas trans latinas y dar por hecho que son prostitutas. Lo hace, nuevamente, de forma inconsciente y pide perdón inmediatamente. Estas escenas hacen patente el poder de los prejuicios arraigados en lo más hondo de nuestro subconsciente.
Más tarde será nuestra protagonista la que sufra el rechazo, esta vez por no ser una auténtica mujer. Sucede en un festival rural organizado por y para mujeres, un refugio para ellas, pero en el que sólo son bienvenidas las nacidas mujer.
Otro tema respecto al que Transparent hace que se nos disparen los interrogantes neuronales es el acoso sexual. Una serie que se caracteriza por la indefinición de los roles de género no podía sino también jugar con ello en un tema tan delicado como el abuso. Cuando, por ejemplo, una compañera de trabajo se masturba usando la mano de una atónita Ali, no podemos dejar de pensar cómo hubiese sido esa escena (que deja un cierto regusto incluso cómico) si el masturbado con mano ajena hubiese sido un hombre.
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Luego tenemos el caso de Josh, que cuando aún era un adolescente se folló a su niñera veinteañera. Lo que inicialmente se presenta como un acto de hombría del precoz fornicador, lo veremos tornarse con el paso de los capítulos en un caso de abuso que traumatiza severamente a Josh y marca el devenir de sus relaciones.
Varón blanco, heterosexual y cristiano
Doctorada en estudios de género, por la cabeza de Ali ronda una teoría que aúna la represión que sufren los trans con la represión histórica de otros colectivos como las mujeres o los judíos. La persecución, en definitiva, de todo cuanto se aleje del varón blanco, heterosexual y cristiano. Estas relaciones entre colectivos oprimidos van ganando peso a lo largo de las temporadas, enriqueciendo la serie con flashbacks en los que se nos muestra la huida de los Pfefferman de la Alemania nazi o adentrándose en la práctica de los rituales judíos. Es curiosa la contraposición entre la unidad comunitaria de estos ritos ancestrales (que aglutinan los momentos de mayor cohesión familiar de los Pfefferman) con el individualismo exacerbado del individuo moderno.
El encuentro de nuestros judíos californianos con los judíos israelís, provoca grandes transformaciones
Consciente de que sus personajes son el retrato perfecto de ese individuo moderno, Soloway saca en la cuarta temporada a esa familia de egocéntricos de su pequeño y seguro escenario. El encuentro de nuestros perdidos judíos californianos con los judíos israelís y con un lugar tan importante para distintos colectivos como es Israel, provoca grandes transformaciones en los protagonistas. Los Pfefferman: la viva imagen del judío blanco de clase alta, de izquierdas y con un alto desarrollo de la sensibilidad emocional (un alto desarrollo de la sensibilidad emocional no necesariamente implica autoconocimiento y bienestar si no, muchas veces y como cuenta la serie, mayor confusión).
En contraposición, los judíos israelís se nos presentan como gente mucho más echá p’alante, aventureros, gente que ha tenido que construir y defender un país, que antepone lo colectivo a lo personal. El escolta militar que acompaña a los Pfefferman durante todo el viaje se lo resume así a un pensativo Josh: “En Israel, primero vas al ejército y luego a la universidad y eso te hace ver que tú no eres el centro de todo”. Ese choque con una realidad histórica tan candente como Israel conmociona sobremanera a Ali, a través de cuyos ojos veremos la crítica al sionismo.
Adiós Maura
Parece probable que el despido de Jeffrey Tambor (acusado de acoso sexual) retrase los planes de lanzamiento de la quinta temporada de la serie producida por Amazon. La ausencia de Maura dejará espacio para un mayor desarrollo del resto de personajes, especialmente el de una creciente Shelley: la madre abnegada que ha criado a tres hijos, soportado el engaño de su marido, apoyado posteriormente su transformación y que nunca ha tenido, en definitiva, tiempo para sí misma ni espacio para ser protagonista en el escenario de esa ególatra familia que son los Pfefferman.