'The Twilight Zone': Raro, raro, raro...
'The Twilight Zone'

Raro, raro, raro…

'The Twilight Zone' sigue (re)torciéndole el brazo al mundo de un modo francamente desazonante.

Imagen del capítulo "El comediante", de 'The Twilight Zone' / CBS All Acces.

A Jordan Peele van a acabar haciéndole una estatua ecuestre en la puerta de cada cine. Primero fue un cómico notable (haciendo pareja con el fabuloso Keegan Michal-key), luego decidió que quería dirigir y dejó a medio mundo con la boca abierta. Más adelante decidió que quería dirigir de nuevo y acabo de rematar el asunto. Ahora ha decidido que quiere hacerlo todo: escribir, producir, dirigir y lo que le venga en gana.

El show business ha querido que nos hayan llegado de sopetón tres productos con su sello: Nosotros, Weird city y The Twilight Zone. La primera ha arrasado con su relectura de un clásico del género como el doppelgänger; la segunda es una de las rarezas más gloriosas que nos ha dado la tele (o como coño llamen ahora a eso que puedes ver en cualquier sitio menos en la tele) y tiene un primer episodio absolutamente chiflado, que esquiva cualquier tópico para meterse en todos los jardines del universo, desproveerles de gravedad y hacerlos caer de pie. La última: The Twilight Zone, aún no ha llegado a las casas de este bonito país (lo hará el 14 de mayo a través de SyFy) a menos que uno tenga una cuenta «all-access» en CBS, un torrent actualizado o un contacto que le proporcione los cuatro primeros episodios (que es lo que se ha hecho llegar a la crítica estadounidense).

The Twilight Zone es un encargo envenenado, un camello de tres jorobas y un cofre del tesoro, todo a la vez. Es lo que tiene ser una leyenda catódica de los años 60 (convertida luego en inmortal) que cambió la perspectiva del gran público estadounidense con el género fantástico y adaptó docenas de relatos, creó otros tantos y puso en un pedestal a un montón de autores considerados ya historia de la tele como Richard Matheson, Earl Hamner Jr. o Charles Beaumont.

El padre del show se llamaba Rod Serling y no ha habido (ni habrá) un maestro de ceremonias tan perfecto: traje inmaculado, la voz y el tono de un tipo que ha venido a casa a contarte que has muerto en un terrible accidente que aún no has tenido, y genio y figura del tempo y la narrativa.

Peele ha aterrizado en los zapatos de Serling con la sagacidad del detective que ya ha vestido muchas veces la gabardina y el recibimiento ha sido mixto: unos consideran que la serie no tiene el ímpetu o la finura del clásico; otros creen que Peele ha sabido meter el dedo en la ranura que activa el mecanismo pero aún no ha dado con la chispa que le da hipervelocidad: como el que roba un coche rápido y sabe cómo conducirlo, pero advierte furioso que le han quitado el pedal del acelerador y -a pesar de ello- no pierde la paciencia.

«El comediante» y «Pesadilla a 20.000 pies»

Twilight arranca con una episodio magnético, altamente inflamable llamado «El comediante«. Con fuerte influencia de Death Note (el brutal manga de Tsugumi Ohba y Takeshi Obat), habla de un tipo que quiere alcanzar la fama, pero es poco más que un chistoso con hombreras trabajando en un club de comedia. Hasta que un día coincide con un mago del monólogo, un cómico más famoso que Dios. El consejo de éste le llevará a la fama y al infierno, si es que ambas cosas no son ya un binomio de facto.

Aunque las lecturas no son sutiles y hay cierta sensación de déjà vu, un par de giros agradables y la sensación de que el tipo que ha salido a calentar va a cambiar el rumbo del partido, ayudan a disfrutar de la propuesta. De aquellas palabras de Woody Allen que decían que cuando se es pobre y feo, el humor surge de forma natural, pero que cuando uno triunfa, empieza a ganar (mucho) dinero y de repente la belleza se convierte en un factor puramente subjetivo sino directamente irrelevante, el humor se esconde y es entonces cuando percibes tu propio fin, surge lo mejor de este piloto: una reflexión sobre los engranajes que activan lo que más anhelamos y lo baldío de buscar la receta, porque no la hay.

Si uno eliminara todo aquello que odia acabaría también por eliminarse a sí mismo

Lo mejor del capítulo es probablemente la sensación de que uno si eliminara todo aquello que odia acabaría también por eliminarse a sí mismo, no solo por lo de Donne y la isla (que también), sino por la madeja que se teje a nuestras espaldas con un hilo que nunca desaparece y se tensa cuando tratamos de maniobrar abandonados simplemente a los deseos más primarios: fiarlo todo a la intuición parece tan peligroso como nadar entre pirañas esperando que ese día estén de buenas.

El segundo episodio no navega en aguas tan turbias y retoma el clásico «Pesadilla a 20.000 pies«, cambiando el monstruo por un podcast. Explicar más sería arruinarlo, pero valga decir que tiene su auténtico motor en la ya imposible distinción entre la realidad que vivimos y la auténtica realidad, imbuidos como estamos en un laberinto de burbujas yuxtapuestas que solo permiten el transito de unas a otras, pero nunca al exterior. Como si la teoría de que en realidad somos un experimento, una realidad virtual de una avanzadísima civilización, se hubiera olvidado de aclararnos de que en realidad el control de ese experimento, de esa realidad virtual, se halla en el psiquiátrico de esa avanzadísima civilización, como distracción para los pacientes.

Entonces sí: todo tendría sentido.

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