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El matrimonio entre Arturo de Gales y Catalina de Aragón duró cinco meses / Crédito: Starz
Los amantes de la ficción televisiva vivimos tiempos maravillosos. Sin un minuto para digerir el desenlace de Juego de Tronos, muchos hemos escogido otro pasatiempo sadomasoquista con el que cumplir con nuestra dosis necesaria de series de televisión. Y hemos cambiado la agonía del fenómeno de la última década, por una producción que nos muestra los momentos más oscuros de la mayor tragedia nuclear de la historia, la de Chernobyl. LA SERIE (perdón por las mayúsculas) que te horroriza y te engancha, la creación de la que quieres saber más, aunque sabes que solo profundizarás en la herida.
A cada serie de moda le siguen sus «odiadores», porque la vida es imperfecta. Y entre las alabanzas que corren por las redes intentan colarse aquellos que apuntan que la serie no está rodada en ruso, sino en inglés, y que eso no le permite ser sobresaliente. O aquellos que perciben cierto tufillo anticomunista y aleccionador de la siempre manipuladora visión anglosajona de la Historia. Mira, yo es que estoy demasiado ocupada disfrutando (que en realidad es sufriendo) con esos planos, esos personajes o esa tragedia como para preocuparme por esas pijadas.
¿Por qué no declarar la guerra en las redes a aquellos que han mancillado a Isabel I de Castilla o perpetúan los estereotipos sobre la mujer española?
Mientras todo esto sucede, y sin salir de HBO, la Historia de España está siendo ultrajada cada semana y nadie ha derrochado un tuit para salvaguardar la memoria de Catalina de Aragón. La protagonista de The Spanish Princess, la producción de Starz centrada en la princesa española y su aventura en la corte británica, primero como esposa del príncipe Arturo de Gales y después de su hermano, el rey Enrique VIII. Una producción que sigue la estela de The White Princess y The White Queen y que, por lo que hemos podido ver en los primeros episodios, bien podría provocar un infarto a cualquier catedrático de Historia Moderna de España.
Soy consciente de que las intenciones de Chernobyl y de The Spanish Princess no son las mismas, y mientras que la primera quiere reflejar un hecho histórico, la segunda quiere entretener. Pero puestos a cogérnosla con papel de fumar a la hora de sentarnos frente a la pantalla, ¿por qué no declarar la guerra en las redes a aquellos que han mancillado a Isabel I de Castilla, madre de Catalina, con una escena bochornosa, o perpetúan los estereotipos sobre la mujer española, su carácter y sus sentimientos? Tendríamos para hilos interminables y, por qué no decirlo, algunas risas.
La increíble Catalina
En lo que llevamos de siglo la última hija de los Reyes Católicos ha aparecido en nueve series o películas de época, una cifra en la que juega un papel muy relevante su marido, el polémico Enrique VIII. Las monarquías de España e Inglaterra pactaron el matrimonio de Catalina y Arturo cuando apenas eran unos niños, y con 16 años la Infanta de Aragón y Castilla abandonó Granada para cumplir con su destino. Pero la mala salud del heredero al trono inglés convirtió a la nueva princesa de Gales en viuda a los cinco meses de casarse. Afortunadamente para los destinos de ambas casas reales, ahí estaba el bueno de Enrique, dispuesto a ocupar el lugar en el trono, y en el dormitorio, de su debilucho hermano. La buena de Catalina no tardaría en darse cuenta de que aquello no había sido una buena idea, aunque sirvió para procurarle un lugar relevante en la historia de la corona inglesa.
El atractivo de la biografía de la madre de María I de Inglaterra es, a primera vista, innegable. Y cualquiera que quiera profundizar un poco más en su historia no hará más que confirmarlo. Sin embargo The Spanish Princess, basada en el libro de la novelista histórica Philippa Gregory, convierte la vida de Catalina de Aragón en «otro melodrama» ambientado en la corte inglesa. Cumple su objetivo sí, pero lo hace sacrificando constantemente el rigor histórico con la única intención de entretener, aunque en algunos momentos termina siendo una parodia de sí misma.
La producción arranca con la marcha de la protagonista a tierras británicas acompañada de su corte y de su madre. Pronto son atacadas por unos hombres de apariencia morisca, pero la brava Isabel, ataviada con una armadura, termina con ellos a lomos de su caballo. Hagamos aquí una pausa. ¿Cuánto saben los guionistas, o la novelista Gregory, sobre Historia de España? ¿De quién fue la idea de vestir a Isabel la Católica, interpretada por Alicia Borrachero, como si fuese Juana de Arco? ¿Nadie pudo ver que esa vestimenta, además de impropia, resulta poco adecuada para las temperaturas granadinas? En vez de aprovechar el drama que supuso para la Infanta abandonar su querida Granada, que atravesaba un periodo de paz, la producción apuesta por una secuencia de acción que, por cierto, nada tiene que ver con el espíritu de la serie. Y esto solo en los primeros minutos.

Alicia Borrachera, a la derecha, como una guerrera Isabel la Católica en esta ficción / Crédito: HBO
Licencias ridículas
El espectador más riguroso podrá pasar por alto algunos detalles del ajetreado viaje de Catalina a Inglaterra, o su recepción oficial. Más incómodo resulta su diversidad idiomática, tan absurda como innecesaria. Catalina hablaba francés y latín además de su idioma materno, pero la actriz tiene terribles problemas para desenvolverse en español, mientras que su criada se expresa en inglés con acento. Para darle un último giro de tuerca, Catalina llega a hablar con soltura en latín cuando conversa con un cura británico, a pesar de que los libros de Historia recogieron que la Infanta y Arturo tuvieron problemas para entenderse, porque no hablaban el mismo dialecto de latín.
Enrique señala que Catalina cumple con el perfil que se espera de una princesa llegada desde España, una mujer salvaje y luchadora que afronta con pasión las alegrías y las penas de la vida
Con el morbo y el drama por bandera, la producción se saca de la manga que las cartas que Catalina creía escribirse con su prometido en realidad las firmaba Enrique y acelera los tiempos dejando a su protagonista como una joven enamoradiza dispuesta a todo con tal de cumplir con su destino. The Spanish Princess se aferra al conocido dicho «a rey muerto, rey puesto» y en vez de apostar por las elipsis prefiere prescindir de siete años de Historia, que fue el tiempo que pasó desde que Catalina perdió a Arturo hasta que se casó con Enrique. Para acompañar todo esto la serie monta un funeral de estado en el que los afligidos asistentes se aterran al escuchar llorar a las damas de compañía españolas de la viuda. Berridos que dejan por los suelos a las plañideras sicilianas de A dos metros bajo tierra y que la producción vende como una tradición en España. «Entonar el lamento», lo llaman. Lo que hay que aguantar.
Precisamente esta escena, y otra en la que Catalina se entretiene jugando con una espada, sirven de excusa para insistir en la personalidad de la protagonista, tan propia de las latitudes en las que nació. Es el propio Enrique el que señala que cumple con el perfil que se espera de una princesa llegada desde España, una mujer salvaje y luchadora que afronta con pasión las alegrías y las penas de la vida. Sentimientos desbocados en una joven profundamente religiosa e increíblemente culta para la época, aunque esto último la ficción apenas lo refleja.

En el funeral de estado por la muerte de Arturo, las damas que acompañan a Catalina «entonan el lamento».
La desafección de lo ajeno
Me ha sorprendido gratamente ver en Google Trends que el público anglosajón se preocupa por buscar quién fue, en realidad, «Catherine Of Aragon». Algo que solo sirve para reafirmarme en mi idea de que ficcionar la Historia resulta ridículo cuando lo que quieres es llevar a la pantalla la biografía de un personaje real. Si la verdadera intención es utilizar ciertos momentos de su vida, y manipular otros, ¿por qué no construir un nuevo personaje e inspirarse en esos sucesos para dar forma a lo que se quiere contar? Por lo menos así no confundiríamos al espectador, perdiendo una gran oportunidad de enseñarle algo.
El aprecio de la ficción norteamericana por manipular la Historia ajena no es nuevo, y ahí está Knightfall con su reino de Cataluña para confirmarlo. Una licencia que se tomó la producción sobre los caballeros templarios de History Channel, cuando podía haber recurrido al archiconocido reino de Aragón. A la vista de su apuesta por el rigor cuando se trata de la Historia estadounidense, es de suponer que aquí los creadores recurren a la desafección que aporta lo ajeno para patear los libros de Historia. Queda en manos del espectador si esto le sirve, o no, a la hora de consumir un producto. Pobre Catalina de Aragón, que no tiene a nadie que abra un hilo por ella.
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