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El arte de producir
Como todo el mundo sabrá ya, The Offer (SkyShowtime) cuenta las aventuras y desventuras de cómo consiguió Albert S. Ruddy (interpretado por un estupendo Miles Teller) producir El Padrino para Paramount. Lo hizo en unos momentos difíciles para la productora, que estuvo a punto de la venta, previo despido de su CEO, Robert Evans (interpretado por un Matthew Goode que se come la pantalla). Y en unas condiciones complicadas, al negarse la mafia italoamericana a que se adaptara una novela que, para muchos de ellos, daba mala imagen de la comunidad italiana.
Este factor, excepcional, se suma a otros típicos de toda producción: poder conseguir un director, convencer de la bondad del guión, problemas de casting (porque quien tiene el poder económico de una producción no tiene la sensibilidad necesaria para arriesgar, como ocurrió con un Al Pacino todavía principiante o con un Marlon Brando considerado conflictivo y descontrolado…).
The Offer cuenta todo eso y, también, los jirones que rasgan la vida de Ruddy por su obsesión por sacar el proyecto adelante y hacerse con un lugar en la industria. Sus peligrosos pactos con un mafioso (excepcional Giovanni Ribisi como Joe Colombo, en una interpretación tan Strasberg como la del propio Brando en la película), sus luchas internas, sus engaños (a veces parece un jugador de póquer con sus jefes), sus equilibrios…
Y al hacerlo tan brillantemente, la serie refuerza una opinión que he mantenido siempre: el oficio más creativo del audiovisual es el del productor. El del buen productor. No el del guionista, director, actores… El del (insisto) el BUEN productor, como generador de una idea, cazador de talento y negociador del equilibrio general de una buena producción. Y no como el que roba el talento de los demás, hace suyas ideas que no lo son o firma guiones sin haber tocado una tecla. Algo que todavía pasa demasiado a menudo por estos lares.
The Offer es una oda a la pasión como factor esencial para contar una historia y del propio oficio
Narrando lo esencial y lo anecdótico, lo empresarial y lo artístico, The Offer es una grata sorpresa que habla del arte de producir. Y, de paso, es una carta de amor a un icono del cine contemporáneo: El Padrino, esa obra maestra en sus dos primeros volúmenes que fue moderna (esos dos tiempos en paralelo de la segunda parte abrió la posibilidad de una manera diferente de narrar) y que ahora es un clásico.
The Offer no creo que llegue a ser una serie igual de clásica porque El padrino es en eso casi imbatible. Y porque los tiempos corren ahora tan deprisa y es tal la cantidad de nuevas series que es complicado en la ficción televisiva llegar a tal nivel. Pero sí es una joya que aúna el recuerdo con excelentes guiños pop a una época esplendorosa.
Que tiene un casting excepcional (para mí, junto con Todos quieren a Daisy Jones, dos lecciones magistrales de cómo hacer un casting) con apuestas – entre otras- como la de Juno Temple, un sorprendente Justin Chambers como Brando y unos inconmensurables Dan Fogler (Coppola), Patrick Gallo (Puzo) y Stephanie Koenig (Andrea Eastman), acabando con un hallazgo impresionante: la elección de Anthony Ippolito como un joven Al Pacino. Cada vez que aparece, es un escalofrío: cómo puede parecerse tanto al original por sus actitudes, por su interpretación… y no por su físico.
Los demás, son civiles
En un momento del capítulo 4 de The Offer, el personaje de Andrea Eastman (Stephanie Koenig) intenta animar a Ruddy en un momento de depresión. ¿La causa? Los problemas que tiene para poder convencer a los jefes de la Paramount de que Pacino debe ser Michael Corleone, como insiste Ford Coppola. Y se pregunta si tanto esfuerzo merece la pena. El personaje de Eastman, encargada del casting, le responde en un excepcional monólogo, que me permito reproducir:
“Estás viendo las cosas de forma equivocada. La pregunta que deberías hacerte es: ¿por qué estamos aquí, en el mundo del espectáculo? Estamos aquí porque esta es la vida que hemos elegido, ¿verdad? Todos nos escapamos de casa para unirnos al circo. Y todo lo que decimos para que parezca que nos importa la vida que podríamos haber tenido… Esposa, hijos, perro… Es una mentira. Porque lo que realmente te hace sentirte mal no es el hecho de no ser miembro de un club de campo o no tener la cabeza de un gran ciervo colgada en la pared. Nada de eso importa en la vida. Lo que realmente quieres en la vida, de hecho lo único que quieres es que un hombre llamado Al Pacino finja ser un hombre llamado Michael Corleone. Y tienes razón en sentirte horriblemente mal por esto, (por no conseguirlo). Porque es muy importante. Yo me siento de la misma manera que tú. Y solamente podemos estar cerca de otras personas que entiendan eso. Todos los demás son solo civiles”.
Nunca he visto mejor definición de una profesión y de una profesionalidad. De la lucha de lo creativo contra quienes dicen que saben lo que va a ser un éxito o no y quién tiene que protagonizar una película o una serie (entre otras muchas cosas) para eso, para que sea un éxito.
No es la única lección que nos ofrece (mientras cuenta la historia de cómo se llegó a producir la película) The Offer. Es una oda a la pasión como factor esencial para contar una historia (lo verdaderamente importante como dice Spielberg) y del propio oficio. Y, sobre todo, es un homenaje a lo que es la verdadera producción ejecutiva. En cine o en series, convirtiendo muchas de sus secuencias en una exposición de…
- Cómo confiar en la parte creativa como base de la calidad, poniendo a su disposición lo necesario para que crezca.
- Cómo no dejarse arrastrar por esa misma parte creativa que, normalmente, es insaciable y que puede derivar en un descontrol del presupuesto.
- Cómo un productor ejecutivo debe reunirse con gente que sepa lo que no sabe él. Que decide tras escuchar a expertos, a su equipo, porque no se cree más listo que nadie. Ruddy, en la serie, cuando llega cada crisis, pregunta a sus más allegados: ¿Y ahora qué hacemos?». Escucha y luego él decide. Un productor ejecutivo que se rodea de gente que sólo aplaude sus decisiones y que le halaga está muerto: primera lección del libro. Cómo un productor ejecutivo debe equilibrar deseos con realidad bajo las pautas de una producción. Porque el papel todo lo sostiene, pero la imagen, no.
- Cómo pactar (si es preciso) con el diablo para conseguir un objetivo. Y, a la vez, lograr no vender nunca tu alma al diablo.
- Cómo un productor es un gestor de recursos humanos. La evolución del protagonista en la serie es un máster de cómo tener satisfechos a todos cuando, en múltiples ocasiones, la satisfacción de unos parece incompatible con la de otros.
Aquí no queda la cosa: The Offer también habla de…
- Guión: de las intenciones y de las acciones. De la importancia de las actividades para definir personajes (maravillosa secuencia entre Puzo y Coppola hablando de cocina italiana y cómo eso deriva en la escritura). De lo difícil que es que un novelista sin experiencia como guionista asuma la escritura (por ritmo narrativo, tiempos de entrega…) como un guionista profesional. Pero, sobre todo, recuerda un momento histórico del cine en la que los productores lo primero que buscan es un buen guionista y, a partir de ahí, levantar la producción, elegir al director [1], a las estrellas o a las que no lo son tanto.
- Dirección: con deliciosos homenajes a la forma de situar, entrar en acción, trato con actores (y de cómo apoyarles en su respetable y dignísima inseguridad por saber si lo lograrán hacer bien), iluminación, ideas de montaje… aplicadas a la vez en la manera de realizar la propia serie.
- Concepto: o cómo convertir una historia con protagonistas de la Mafia en una película que no fuera la típica de mafiosos, aplicando al concepto de familia, de rechazo social, apelando al mejor Shakespeare y su capacidad para narrar las grandes pasiones humanas. Porque el conceto, que dijera Manquiña en su día, siempre es lo más importante para diferenciar tu obra de la de los demás, por mucho que se parezca a otras.
Historias dentro de la historia: las capas narrativas como formas de comunicación
The Offer, como excelente serie que es, maneja con maestría diversas capas. La del recuerdo de una Edad de Oro (de las de verdad) del cine, homenajeando a una obra maestra y a una industria. La de la propia historia de Ruddy, en la que a veces no sabes si reír en la tragedia y llorar en la comedia, porque la emoción con la que se cuenta es notable. Y la del entretenimiento, porque nunca se olvida de que ése es el objetivo esencial de toda serie. Un entretenimiento al alcance de todos los públicos pero que (es mi experiencia hablando de esta serie con compañeros del sector), se convierte en algo muy especial si el espectador se dedica, en cualquiera de sus facetas, a la industria audiovisual.
Porque, sin ser didáctica en ningún momento, enseña algo esencial, que jamás vendrá en los programas de enseñanza al respecto: que en este negocio (seas productor, director o guionista), la pasión por construir pieza a pieza una buena historia es mucho más que el horario de oficinista, la repetición de reglas, la apelación al tópico y -ahora- el algoritmo (que en realidad es la suma de todas esas cosas).
Nos enseña que, los que lo hacemos, no nos dedicamos a esto para ser socios de un club social (y, a veces, ni para hacer amigos: otra cosa es que seamos tan estúpidos de no tener empatía y creemos enemigos. Eso es más torpe todavía). Ni para tener la cabeza de un ciervo colgada en el salón (tómese el ciervo como metáfora). Pero, sobre todo, The Offer nos muestra y nos recuerda que -y no me refiero al espectador, que quede claro- “los demás son civiles”.
[1] Aunque en este caso, Coppola cubría ambas facetas. Eso sí: teniendo muy en cuenta a Mario Puzo, autor de la novela. De hecho, Coppola remarcó en su día que jamás haría nuevos episodios de El Padrino sin Puzo a su lado.