'The Midnight Gospel': Para qué sirven las historias
'The Midnight Gospel'

Para qué sirven las historias

La nueva serie del creador de 'Hora de Aventuras' es posiblemente lo más experimental que ha producido Netflix, un hito de la animación para adultos que rompe los moldes de la narrativa clásica

«Dear So-and-So, I’m sorry I came to your party
and seduced you
and left you bruised and ruined, you poor sad thing.
You want a better story. Who wouldn’t?«

– Richard Siken

 

De pequeño, mi abuela solía contarme la historia de una especie de detective que salía a pasear por el campo para investigar un crimen pero siempre acababa perdiéndose por el camino. La resolución era lo de menos, porque a mí lo que me interesaba era el proceso: el detective se encontraba, por ejemplo, primero con un brazo, luego con una pierna y finalmente con una cabeza, que nunca estaba muy claro a quién pertenecían y qué hacían tirados en medio de la nada.

Mi abuela multiplicaba las escenas truculentas, alargando la historia durante horas o días, en sesiones que le permitían mantenerme entretenido en los ratos muertos entre la comida y la merienda, entre la cena y el momento de irme a dormir. Lo importante no era tanto lo que ocurría en el relato, un montón de situaciones impactantes sin pies ni cabeza, sino lo que la historia significaba para nosotros: un momento de imaginación compartida en el que ambos negociábamos el siguiente paso y que  nos permitía escapar un poco del tedio de los días de verano.

Me he acordado mucho de mi abuela viendo The Midnight Gospel, una serie en la que ocurren muchas cosas impactantes sin pies ni cabeza pero que al final se reduce a una conversación entre dos personas. En esencia, se trata de un podcast animado, que, a partir de entrevistas reales extraídas del programa The Duncan Trussell Family Hour, reviste de imágenes lisérgicas las conversaciones sobre fe, espiritualidad, droga, vida y muerte que mantienen Trussell y sus invitados. Ocho episodios que deconstruyen con una radicalidad que uno no esperaría de Netflix el objetivo último de toda historia: la búsqueda de sentido.

The Midnight Gospel peca, especialmente en su tramo central, de un andar en círculos sobre algunos temas que parece que no dan más de sí; es una serie tan radical que perfectamente puede interpretarse como un puñado de diálogos pseudo espirituales acompañados de imágenes aleatorias, un experimento encantado de conocerse a sí mismo que no parece llevar a ningún lado. Problemas del primer mundo.

Sin embargo, en su último episodio, en el que Trussell dialoga con su madre, fallecida poco después a causa del cáncer, la serie consigue dar un sentido sincero a todas las conversaciones sobre budismo, drogas recreativas y mindfulness que hemos escuchado anteriormente. Perder a un ser querido puede equivaler a perder el sentido en nuestras vidas. La muerte, nos dice The Midnight Gospel, solo podemos aceptarla pensando sobre ella. Llenando el vacío con palabras.

Escogemos las historias que queremos escuchar por muchos motivos, pero estoy convencido de que al final lo que todos buscamos cuando nos ponemos una serie, una película o un disco es algo de sentido. Una brújula para orientarnos en un mundo en el que tenemos que tomar decisiones difíciles, aceptar que todo a nuestro alrededor se hace viejo, superar baches que a veces son barrancos. Las buenas historias estructuran el remolino que todos tenemos dentro de la cabeza, reconfortándonos o ayudándonos a organizar una realidad que es, por definición, imposible de organizar. Dan sentido a nuestra vida al encontrarlo en las vidas de otros.

Las historias, claro está, tienden a disfrazar esta búsqueda con mecanismos a los que todos nos hemos acostumbrado: objetivos inalcanzables, búsquedas imposibles, villanos implacables. Esconden el tema entre los resortes de su estructura, y nos invitan a descubrirlo por nosotros mismos. The Midnight Gospel rompe este contrato tácito entre narración y espectador, haciendo que la conversación de Trussell y sus invitados exponga sin ambages qué quiere contarnos esta historia particular. Algo que inevitablemente lleva a diálogos que chocan contra muros, puntos muertos, ideas sueltas, argumentos que no llegan a concretarse del todo: porque así es como somos capaces de hablar del sentido de la vida entre nosotros, cuando no se nos presenta destilado en una historia.

Y luego está lo que vemos en The Midnight Gospel. Esto es, las aventuras del spacecaster Clancy Gilroy, mientras viaja de realidad en realidad sobreviviendo a distintas versiones del Apocalipsis. A la vez un homenaje al poder de los lugares comunes de la narrativa audiovisual clásica y un martillo que los rompe para revelar la artificialidad de sus estructuras, la serie revisa desde la invasión zombi hasta el rescate de un amante de las garras del enemigo, pasando por las distopías vinculadas a la crítica social. Liberada la imagen de la necesidad de transmitir un sentido concreto o un tema claro, nos queda un conjunto de visiones que, como los brazos amputados de la historia de mi abuela, más que guiarnos en una dirección concreta, nos sugieren un abanico de nuevas posibilidades.

Y es que al final, el experimento que es The Midnight Gospel no parece alimentado por el ego de sus creadores, la búsqueda de transgresión o la mera intención de llevar más allá la animación, sino por un ingrediente tan atado a la narración clásica como el amor. Mientras otras series animadas para adultos huyen hacia adelante, ahogadas en su propio cinismo y confiándolo todo a un metalenguaje que intenta disfrazar sus carencias («¡nada tiene sentido, Morty!»), The Midnight Gospel se abre a la posibilidad de que, aunque quizá nunca encontremos la solución a nuestras preguntas, la mayor valentía está en seguir intentándolo.

en .

Ver más en Animación, First World Problems, Puerta estelar.