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David Simon tendrá que llevar The Wire adherida a la chepa incluso cuando esté criando malvas. Tiene que ser agotador que cada nuevo proyecto que hagas, sea sistemáticamente comparado con The Wire o lleve el membrete de ‘Por creador el de The Wire’ en todas las vallas publicitarias. Pues me he propuesto comportarme como un adulto y disfrutar The Deuce, la nueva serie de Simon para HBO, sin compararla con The Wire. Y sienta de maravilla.
En mi mente, The Deuce es David Simon invocando al Scorsese más tenebroso. Es una ouija para comunicarte con los espectros de los yonquis, prostitutas, camellos y proxenetas que poblaron en los años 70 el tóxico ecosistema de la calle 42 de Nueva York, especialmente la porción comprendida entre la 6ª y la 8ª avenida. Travis Bickle no desentonaría en este zoológico. La otrora meca del vicio neoyorquino adquiere en los 80 minutos del piloto una corporeidad asombrosa. Parece que The Deuce esté viva. Es tan real que puedes tocarla, seguir con los dedos sus texturas grasientas y ajadas.
Y puedes olerla. Desde el sofá te ahogas en su halitosis. Pasen e inhalen. Ambientador industrial, alcohol barato, vómito, sudor axilar, contaminación, fritanga y lo más importante en este festival de fetideces: humo de tabaco en todos los planos, aportando un rebozado pestilente que te garantiza un rictus de asco durante todo el piloto. Asquerosamente genial.
¿Por qué se sitúa Simon en un entorno tan particular y se empeña en recrearlo de la forma más absorbente posible? La serie trata de explicar el florecimiento, consolidación e impacto de la pornografía como gran industria en Estados Unidos, y Times Square fue uno de las ollas en las que se coció el potaje. Como dijo Simon para The Guardian: “Siempre hubo un mercado para la prostitución, el porno era algo que comprabas bajo el mostrador, en una bolsa de papel, pero no existía una industria. Todavía tenía que encontrar acomodo en la cultura y economía americanas.” Y vaya si lo hizo. Ahora el porno es una industria billonaria y Simon parece obsesionado con su capacidad, ejem, de penetración en todos los ámbitos de la cultura occidental. “Si no consumes pornografía, consumes igualmente su lógica”, aseguraba en The Guardian.
«Simon se recrea en la intrincada red de carne humana del relato, deja que los personajes de la historia se apoderen de la sustancia»
En alguno de estos artículos absurdos que te dan claves para entender series como si tuvieras una papaya en lugar de cerebro, se quejaban de que el porno no era el protagonista. Si en el piloto no se hacía una sola referencia a esta industria, en el segundo episodio, recién colgado ya en HBO España, comenzamos a ver el embrión, pero sigue pareciendo la excusa. Lejos de facturar una Boogie Nights para la pequeña pantalla, Simon prefiere recrearse en la intrincada red de carne humana del relato, dejar que los personajes de la historia se apoderen de la sustancia. Y ejecuta una pirueta de vidas cruzadas memorable. Las líneas argumentales de sus personajes confluyen en la telaraña con fluidez, todos se encuentran y desencuentran en el pequeño y apestoso ecosistema de The Deuce. Todo está conectado.
Eso sí, The Deuce no te lo pone fácil. Los dos primeros episodios te exigen. Hay drogas y sexo, por supuesto. Diablos, se ven pollas, vaginas y micropenes, pero la intención no es despertar al espectador a golpes de rabo o espolvorearle la tocha de nieve. En The Deuce, Simon da vida a un ecosistema de la miseria y te hace partícipe, te convierte en uno más. Y le insufla credibilidad al cuadro, forjando personajes reales, maravillosamente trazados; personajes que a pesar de caminar por el filo, despiertan una inevitable empatía en el espectador. Las prostitutas son el ejemplo más evidente.
James Franco está bien por partida doble (interpreta a dos hermanos gemelos, si no eres franquista tendrás un problema). Maggie Gyllenhaal se muestra impecablemente decadente en la piel de una meretriz vetrerana. Todos los actores se ajustan la naturalismo simoniano y parecen comprometidos para vaciarse ante el desafío (maravillosa la tropa de pimps, incluido Method Man de Wu-Tang Clan, con un alisado capilar de campeonato).
Vistos los dos primeros capítulos, la sensación es que los cimientos están puestos. Muy bien puestos. Estoy seguro de que en los siguientes seis, disfrutaremos de una construcción compleja, viva, mutante, superpoblada y trágica. Quizás una de las series más relevantes del año. Porque The Deuce atesora y refina todas las virtudes de la orfebrería urbana con el sello de David Simon. Un Simon que se acompaña de dos monstruos como George Pellecanos y Richard Price en labores de tecleado. Cuesta imaginar que con estos titanes del guión se hunda el barco.
A ellos les debemos que The Deuce sea una serie enorme, en el sentido más literal de la palabra. Cuando termina el episodio, te embarga la sensación de no haberlo abarcado todo, de que se te han escapado conexiones en la orla o has pasado por alto alguna de las infinitas referencias que anegan el relato: el cartel de cine con El Conformista de Bernardo Bertolucci, el número de Guide TV dedicado al periodismo televisivo, etcétera.
Impecable en todos los sentidos, la nueva serie de David Simon es una inmersión en un océano de personajes auténticos, una celebración del feísmo y la roña, Nueva York en vena. El glamour suena a ciencia ficción en este escenario. Solo hay sitio para los desheredados, los buscavidas, los explotadores de mujeres, los pubis sin depilar y los penes minúsculos. A partir de ahora, cada viaje a Nueva York incluirá una visita obligada a la impoluta y reformada calle 42. Así podremos rediseñarla en rewind con los colores predominantes de la paleta de esta gran serie: marrón sarro y amarillo esperma. Bienvenidos al pasado.