'Supongamos que Nueva York es una ciudad': Fran y la risa de Scorsese
'Supongamos que Nueva York es una ciudad'

Fran y la risa contagiosa de Scorsese

'Supongamos que Nueva York es una ciudad' recupera en Netflix la figura de la escritora Fran Lebowitz de la mano de Martin Scorsese. Una figura cuya verborrea es más necesaria que nunca entre tanto mundanal ruido.

'Supongamos que Nueva York es una ciudad' está disponible en Netflix desde el 8 de enero.

Martin Scorsese es mi director de cine favorito. Más que eso; es el máximo ídolo que he tenido en mi vida. Mucho más que cualquier astro del balón a los que siempre he seguido también con pasión. Si hubiera una colección de cromos de Martin Scorsese la tendría completa –si existe tal colección y la conoces, por favor contacta conmigo–. He visto todas las películas del director de Nueva York de pe a pa. Me conozco su biografía al dedillo. E incluso cocino con el libro de recetas de su madre Catherine, Italoamericanos, editado en España por la editorial Confluencias.

Pese a tener ya 78 años, el director sigue al pie del cañón y aún es capaz de ofrecernos cosas nuevas y refrescantes. Lejos de aborrecer las nuevas plataformas de streaming, ha encontrado en ellas un refugio. Primero para hacer películas ambiciosas que el viejo Hollywood no puede pagar como El Irlandés. Y después para dar sitio a pequeños experimentos, divertimentos para él, como lo es Supongamos que Nueva York es una ciudad. En esta minimalista miniserie documental, la risa contagiosa de Martin Scorsese sirve de complemento constante a la certera, irónica y brillante verborrea de la auténtica protagonista de la función: Fran Lebowitz.

La vida en Nueva York es su tema central, pero no el único. Lebowitz es como una especie de Dorothy Parker de los baby boomers neoyorquinos

Supongamos que Nueva York es una ciudad no os pillará tanto por sorpresa si ya habías visto Public Speaking, documental del 2010 del mismo Scorsese para HBO -que por cierto no se encuentra en el catálogo de la plataforma en España, craso error–. En ese documental, Martin Scorsese sintetizaba la figura de Fran Lebowitz a través de una serie de conversaciones en la mesa de un bar acompañados de recortes de conferencias, entrevistas, presentaciones y otros momentos de Fran Lebowitz hablando.

Porque hablar es lo que hace mejor la buena de Fran. Y caminar por su ciudad, Nueva York. Siguiendo la misma estructura y estética escueta de Public Speaking, Scorsese revisita espacios comunes ahora para el público de Netflix y organiza, esta vez, el discurso de Lebowitz a lo largo de siete episodios de media hora de duración en los que se tocan varios temas relacionados con la ciudad de Nueva York y con la vida moderna en general.

Scorsese y Lebowitz en una escena de ‘Supongamos que Nueva York es una ciudad’

¿Quién es Fran Lebowitz y por qué mola tanto?

Fran Lebowitz es una escritora y columnista norteamericana que sufre bloqueo creativo desde 1994, año de la publicación de su último libro. Desde entonces, se puede decir que su faceta principal es la de oradora pública. Como si de una figura clásica se tratara, Lebowitz se empacha a hablar desde su atril. Ya sea sola o acompañada de entrevistadores que van desde Scorsese a Alec Baldwin, Olivia Wilde o Spike Lee. Y siempre ante un público entregado que llena los teatros en los que ora y se despacha a gusto.

La vida en Nueva York es su tema central, pero no el único. Lebowitz es como una especie de Dorothy Parker de los baby boomers neoyorquinos. Por eso Scorsese conecta tanto con ella y no puede parar de reír a su lado. Su historia es la historia de la ciudad que nunca duerme. Llegada en los 70 desde Newark, con una mano delante y una detrás, Lebowitz trabajó en todo tipo de curros hasta que pudo por fin hacer lo que siempre quiso: escribir. La seguridad en sí misma que desprende y la actitud descarada de alguien que ha sufrido y ha gozado a partes iguales, es reconfortante en tiempos de incertidumbre y crisis personales constantes. El hecho que sea una escritora que ya no escribe también: ¡qué bonito y constructivo es encontrar a alguien que habla abiertamente de su fracaso artístico!

Una carrera literaria y articulista ligada al entonces potente mundo de las revistas que la colocó entre la élite cultural de la ciudad y esculpió su figura pública. Ataviada siempre con el mismo estilo de ropa, una americana de hombre y unos jeans Levi’s, Lebowitz ejerce en cierto modo de estandarte de lo que supuso ser de Nueva York. Una alcaldesa en la sombra que conoce al dedillo los cambios que ha experimentado su ciudad a la largo de las décadas. Lo cual le permite juzgar con carácter, pero sin condena, los cambios en la urbanidad de la ciudad y en los usos y costumbres de sus prójimos. Retrotrayéndome a la Barcelona de los 90 en la que crecí, Lebowitz me recordaría a una mezcla del conocimiento histórico de Lluís Permanyer y la hilaridad mestiza de Pepe Rubianes (o Carles Flavià).

Fran me representa

Lebowitz nació en 1950. El mismo año que mi padre. Generaciones completamente diferentes y sin embargo, hay algo en el discurso de Fran Lebowitz con el que me resulta muy fácil conectar. Quizás es que sus reflexiones no distan demasiado de las que he mamado en una casa poblada por urbanitas. Puede que esa manera de hablar y ver el mundo sea tan exótica como familiar. Pues guarda mucho parecido con las neuras hebreas que nos ha contado toda la vida Woody Allen en sus películas, por ejemplo.

O quizás –lo más seguro– es que ya no soy el mismo que hace 10 años vio Public Speaking. Entonces, más allá de alguna discusión divertida no pudo conectar tanto con el contenido. A mi yo actual, ya en la treintena y quemado por un año letal para todo el mundo, le ha parecido agua bendita oír a Lebowitz rodeada de las risas de Scorsese. Mi yo actual, que se está revelando como el viejo atrapado en el cuerpo de un joven que siempre he sabido que soy, se ha sentido identificado con una señora que tan solo pide a sus conciudadanos un poco de sentido común. De seny, que decimos en Cataluña. Y poco más.

‘Supongamos que Nueva York es una ciudad’ es un entretenimiento ideal para escapar de todo el mundanal ruido y desfogarnos indirectamente con Fran Lebowitz

¿Tan difícil es caminar por la calle respetando la circulación de los demás? ¿Queremos vivir en ciudades donde ya no hayan librerías? ¿No estamos todos un poco obsesionados por las modas pasajeras? ¿Nos estamos convirtiendo en una sociedad demasiado individualista? La respuesta es a juicio de Fran, un sí rotundo. Un sí que firmo y refirmo. Supongamos que Nueva York es una ciudad es también eso: un llamamiento a recuperar una cordura en retroceso. Fran Lebowitz puede, por momentos, aparecer demasiado defensora de cosas que podemos juzgar como arcaicas, o de causas que a algunas personas les costará entender. No de dejan de ser, en muchos momentos, muestras de un mundo que inevitablemente va desapareciendo.

Fran Lebowitz y la ciudad (en miniatura) a sus pies.

Aun así, su discurso es un canto a la convivencia dentro de los metros cuadrados, los que sean, que nos han tocado compartir. Un llamamiento a salir más de nuestro mundo interior, el que sea. A compartir ideas propias y reflexiones particulares entre nosotros que nos devuelvan a la tertúlia alrededor de un café o una copa. Y no al griterío divisivo y tuitero que nos acerca al linchamiento y a la turba de plaza de pueblo.

Y todo ello entra de maravilla con el saber hacer de Scorsese en el montaje musical –acabar cada episodio con una charla extra con la música de La dolce vita es sublime– y el acompañamiento de su risa constante. Entre tanto batiburrillo de opciones para ver en Netflix y sus sugerencias infinitas, Supongamos que Nueva York es una ciudad es un entretenimiento ideal para escapar de todo el mundanal ruido y desfogarnos indirectamente con Fran Lebowitz.

Sin llegar a la brillantez editorial y personal de una serie reciente como How to with John Wilson las dos propuestas sí comparten –además de los paisajes de Nueva York– la capacidad para deleitarnos un rato con un lenguaje directo y próximo. Algo que encaja fácilmente con el resto de nuestro mobiliario casero y con el que compartimos la mayoría de horas de nuestra vida actual.

Por así decirlo, Fran Lebowitz y Martin Scorsese realizan en Supongamos que Nueva York es una ciudad la función de aquel familiar o allegado que, muy de vez en cuando, te alegraba una sobremesa familiar. Aquel ser –la mayoría de veces diferente al resto de comensales de la mesa familiar– que era gracioso y certero en sus afirmaciones. Y al que escuchabas y observabas con aprecio y cierta idolatría, deseando quizás, con los años en convertirte tu también en esa figura.No penséis mal, no estoy hablando del típico cuñado. Si no a la tía o tío al que solo veías una vez al año, y gracias. Las reuniones familiares parecen ahora algo del pasado, apartado por las restricciones que estamos obligados a vivir y puede que sin saberlo, John Wilson y a continuación Fran Lebowitz hayan suplantado esa familiaridad esporádica que vete tu a saber cuando recuperaremos.

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