Sueños, sustos y risas en el regreso de ‘Twin Peaks’
Una noche en la Habitación Roja

Sueños, sustos y risas en el regreso de ‘Twin Peaks’

Son las tres y media de la mañana. En las calles del centro de Madrid hay casi tanta animación como si fueran las tres de la tarde. Pero no es el éxito deportivo ni las primarias socialistas las que quitan el sueño, sino la emisión simultánea con EEUU de los dos primeros capítulos de la nueva temporada de ‘Twin Peaks’.

Madrugada del domingo 21 de mayo de 2017 al lunes 22. Son las tres y media de la mañana, pero en las calles del centro de Madrid hay casi tanta animación como si fueran las tres de la tarde debido a la victoria en la Liga de uno de los equipos locales de fútbol. Poco a poco van llegando a la sede del Edificio Telefónica críticos y blogueros de televisión, más de cuarenta en total, entre bostezos y expectación para un evento organizado por Movistar. Ese día uno de los principales partidos políticos ha celebrado primarias para elegir secretario general con la inesperada victoria y regreso a primera línea de su antiguo máximo dirigente. Pero es otro regreso el que monopoliza la atención de los representantes de los medios allí congregados. No es el éxito deportivo ni el evento político el que les quita el sueño, sino la emisión simultánea con Estados Unidos de los dos primeros capítulos de la nueva temporada de Twin Peaks.

Apenas quedan unos días para que se cumplan veintiséis años desde que se emitió el último capítulo de la serie en medio del desinterés general. Pocas series en la historia de la televisión han vivido una emergencia tan meteórica para después caer en barrena como Twin Peaks, desde su debut en abril de 1990 con más de treinta millones de espectadores hasta esa infausta despedida en junio del año siguiente. Sin embargo, insólitamente, el profetizado regreso del agente del FBI Dale Cooper y la asesinada Laura Palmer en ese episodio final ha tenido lugar, tanto sólo un año después de los veinticinco indicados. Desde su anuncio, el proceso de producción ha estado jalonado de noticias llamativas, desde el temporal abandono del proyecto de David Lynch por desavenencias por el presupuesto hasta el sorprendente dato de que tanto el director como su principal colaborador Mark Frost acometieron hacer en principio nueve partes (en lugar de capítulos al uso) y salieron de la sala de montaje con dieciocho. Por el camino, hasta cuatro actores veteranos de la serie original han muerto (Catherine Coulson, Miguel Ferrer, Warren Frost y Michael Parks), dando a este periodo de espera un soniquete fúnebre. Debido a un embargo, no ha habido reseñas previas. Se anticipaba un triunfo clamoroso o una debacle. Quizás ambos a la vez.

Alberto Rey Lady Leño Twin Peaks Concepción Cascajosa SerielizadosConfieso que llegué al evento de Twin Peaks en el Edificio Telefónica con mucho sueño y escaso entusiasmo: me pedí un café y me senté a la espera sin apenas reparar en ninguno de los elementos de decoración que la organización había dispuesto (sin embargo, un conocido crítico no tardó demasiado en fotografiarse como la mítica mujer del tronco). Soy abonada de Movistar y podría haber visto los capítulos desde la comodidad de mi salón, pero siempre he visto algo de anti-climático y anti-natural en estos visionados de emisión simultánea en mitad de la noche. Ni me levanté a ver el final de Perdidos ni he visto ni un sólo capítulo de Juego de Tronos de madrugada. Sin embargo, allí estaba, atraída por el acontecimiento que suponía la serie. 

En el grupo allí reunido sin duda había una clara barrera generacional. Algunos ya somos lo suficientemente mayores como para recordar de primera mano lo que supuso Twin Peaks cuando Telecinco comenzó la emisión de la serie en noviembre de 1990, que fue la sorpresa seguida del desinterés y la decepción. Escribiendo en esas fechas en las páginas de El País, Rosa Álvarez Berciano y Piedad Sancristoval ya anticiparon que tras su espectacular comienzo el interés de la serie decayó en su país de origen, y de hecho cabe recordar que en España Telecinco quemó su primera temporada en apenas tres semanas. En un magnífico texto para Cinemanía (uno de los mejores publicados estos días sobre la serie original), Diego Parrado recordaba cómo ese entusiasmo se fue diluyendo también entre los espectadores y críticos españoles, hasta el divorcio absoluto.

«‘Twin Peaks’, en virtud de ediciones en DVD, ha ido encontrando a nuevos espectadores y manteniéndose en una especie de vanguardia permanente«

Sin embargo, estos mismos seriéfilos más veteranos hemos asistido a un renacimiento de la ficción televisiva a lomos de creadores más aptos para el medio de lo que fueron Lynch y Frost en su momento, y que sin embargo se colaron por las puertas que ellos abrieron. Los ejemplos sobran, pero merece la pena citar a David Chase y Los Soprano como ejemplo más significativo, a Noah Hawley y Fargo como expresión más refinada y Bryan Fuller con American Gods como caso más reciente. A la vez, Twin Peaks, en virtud de ediciones en DVD, ha ido encontrando a nuevos espectadores y manteniéndose en una especie de vanguardia permanente. No es casual que en un periodo corto de tiempo se hayan publicado en España varios libros sobre la serie, dos de ellos muy recomendables, el magnífico ensayo de Carmen Viñolo “Twin Peaks”: Fuego camina conmigo y la antología de Enric Ros y Raquel Crisóstomo titulada Regreso a “Twin Peaks”.

Sin embargo, seamos realistas: cabe preguntarse si el regreso de Twin Peaks es más un sofisticado ejercicio de nostalgia que un verdadero acontecimiento televisivo para el espectador convencional. Desde la cinefilia (con portadas en revista como Sight & Sound) a las páginas de televisión de los medios se ha prestado mucha atención, pero algunos, como el crítico de Vulture Matt Zoller Seitz han alertado de que ni la serie original era lo que se quería recordar ni la nueva lo que muchos esperan. Parecía un aviso para navegantes para una crítica televisiva mucho más resabiada, pero quizá también menos receptiva a determinados ejercicios autorales (como demuestra el caso de The Young Pope de Paolo Sorrentino) o rotura de las estructuras narrativas clásicas (no hace falta irse más lejos que la reacción hacía una propuesta tan original como The OA). Por otro lado, ha sido curioso cómo algunos han ido contando en redes su descubrimiento (o redescubrimiento) de la serie, demostrando la validez de esa afirmación de Twain de que un clásico es algo que todos querríamos haber leído y nadie quiere leer. Como ha demostrado Enric Ros aquí mismo, Twin Peaks era un sofisticado ejercicio de cinefilia, y es de esperar no lanzarse a la piscina sin los deberes hechos.

Con todo esto en la mochila, me enfrenté en esa madrugada al reto de ver los dos primeros capítulos de la serie rodeados de amigos y colegas seriéfilos. Sin duda, el equipo de comunicación de Movistar había tratado este estreno con mimo, con una decoración en forma de diner para recibir a los asistentes en donde un par de camareras iban caracterizadas como si estuvieran recién salidas del mítico Double R Diner (aunque confieso que en el primer encuentro con ellas en un solitario pasillo me pegué un susto considerable). Tenía algo de mágico subir por las escaleras hacia la primera planta de camino a la sala donde tenía lugar la proyección, a su vez caracterizada como si de la Habitación Roja se tratara. Este tipo de reconstrucciones temáticas, cuando están bien hechas (y esta lo estaba) siempre funcionan como mecanismos de inmersión, pero en este caso era un poderoso catalizador para la nostalgia. Cuando el primer capítulo comenzó, se escucharon suspiros y algún aplauso, y luego un silencio casi reverencial. Lynch no es un director al uso, sino un autor con una personalidad característica, y su talento para el horror, lo onírico, lo anormal, la dualidad y lo costumbrista (todos ejes de su obra para cine) está presente en cada minuto de las nuevas entregas de la serie. Sus ya míticos non sequitur pueblan estas primeras cuatro entregas (las dos primeras emitidas, las dos siguientes disponibles en vídeo bajo demanda) sirviendo de recuerdo instantáneo de lo que hizo a la serie original tan sorprendente.

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Fotos: Suzanne Tenner/SHOWTIME

«Si alguien tenía dudas sobre si Lynch había perdido su capacidad como creador o como narrador obviamente estaba equivocado.»

Quizás es mejor que cada espectador vaya descubriendo los vericuetos de esta nueva entrega por su cuenta, pero si alguien tenía duda de tras diez años más dedicado a la meditación que al audiovisual Lynch había perdido su capacidad como creador o como narrador obviamente estaba equivocado. El reencuentro con los personajes apenas se hace con nostalgia, salvo quizás con la Mujer del Tronco, cuya actriz Margaret Coulson rodó sus escenas claramente afectada por la enfermedad. No hay capítulos sino partes, pero cada una de estas parece estar teñida por una cualidad distintiva, desde el terror de la primera al surrealismo de la segunda, a la fantasía y escatología de la tercera hasta el más convencional noir de la cuarta. En lo que sin duda es un juego con el espectador, la serie se mueve entre diferentes ambientes, incluyendo una Nueva York rodada con una fotografía alucinada.

Y es que Lynch no sólo demuestra que en la exploración de los límites del audiovisual dentro de los cauces de lo comercial se adelanta a sí mismo por la derecha (en el tercer capítulo hay una secuencia que es quizás lo más extremo jamás ofrecido por la televisión comercial), sino que además no le tiembla el pulso al homenajear a sus propios imitadores, desde el video-artista Chris Cunningham al Nordic Noir televisivo que tanto ha cabalgado a lomos de la herencia de Twin Peaks. Pero a la vez, el tono camp que tan sorprendente resultó en la original se percibe ahora como algo que bordea lo amateur. Claramente Lynch ha podido hacer lo que ha querido, y eso no sólo hace que situaciones absurdas pasaran el filtro de la cadena (memorable es una escena con un ordenador que hace pensar que Lynch y Frost no renuevan equipamiento informático desde hace dos décadas) y que haya una indulgencia general, con algunas escenas donde casi vemos crecer la hierba. La sensación de ridículo salta aquí y allá, y no me refiero sólo al delirante pelo de algunos protagonistas. No voy a entrar en la misoginia general de las cuatro primeras entregas, pero es evidente que a Lynch le gustan demasiado las chicas descerebradas en ropa interior y hay una recreación en la violencia hacia las mujeres llamativa. Si a David Chase en HBO le permitieron aquellos inolvidables ocho segundos en negro en Los Soprano, a David Lynch parece claro que Showtime le hubiera dejado ocho minutos si le hubiera parecido oportuno (como me quedan catorce capítulos por ver, y después de haber bromeado sobre una posible situación absurda en el segundo capítulo que realmente ocurrió segundos después, tampoco lo descarto).

En el visionado en grupo, esa sensación de que aquello era un poco excesivo se aguantó como se pudo durante el primer capítulo, pero no se pudo reprimir en el segundo. Durante una secuencia (no se preocupe el lector, cuando vea el capítulo la identificará sin dificultad), una parte de la sala pareció caer en un irrefrenable ataque de risa, mientras que la otra parte le lanzaba miradas furtivas. Tras estos minutos de hilaridad, el capítulo terminó dejando una instantánea sensación de alivio. Eran de las seis de la mañana, y las horas de vigilia ya empezaban a pasar factura. Genial o grotesco, sublime o ridículo, tras este revival había ganas de tomar café, comer donuts y destripar los dos capítulos vistos. La capacidad de generar conversación de Twin Peaks se mantiene intacta. Sea cual sea el rumbo tomado por este revival en los siguientes capítulos, sin duda mereció la pena asistir esa noche al evento y poder decir: “Yo estuve allí”. Aunque tratándose de la Habitación Roja, quién sabe si realmente fue así.

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