Stringer Bell: el gangster enfrentado a su destino
El cerebro mafioso del clan Barksdale en "The Wire"

Stringer Bell: el gangster enfrentado a su destino

El chico del gueto que decidió cambiar el juego de la calle por el crimen de traje y corbata.

Es de noche y la oscuridad engulle las calles de Baltimore. Las bandas trapichean atentas a cualquier amenaza y los yonquis se amontonan en las esquinas en busca de su dosis. En el centro de la ciudad, las luces de los rascacielos y oficinas dibujan una imagen suntuosa. Desde la terraza, dos hombres comparten las vistas y el sabor del poder en forma de un whisky con hielo. De vuelta al juego tras meses en prisión, Avon Barksdale contempla abrumado la envergadura de su negocio. A su lado, Stringer Bell observa la escena orgulloso. Entre risas, recuerdan su infancia, cuando huían de la policía y se escondían en callejones, soñando en llegar algún día a la cima.

«Stringer Bell es un rara avis del gueto, un personaje que se aleja del primario y impulsivo carácter que solemos imaginar en un traficante.»

La historia también se repite en los suburbios. Tomaron el relevo generacional del crimen y se adueñaron de las calles. Avon es la imagen del clan, quién pone el puño sobre la mesa y ordena las ejecuciones en su régimen de terror, mientras que Stringer es el cerebro económico y comercial. Uno lleva la corona sobre su cabeza, el otro tiene las llaves de la empresa. Son productos de un submundo brutal, donde las calles son un territorio hostil y salvaje y los críos deben escoger encaminar sus vidas entre el crack o las nueve milímetros. Son escoria, los residuos de un sistema que les ha dado la espalda. En esta ciudad podrida, el éxito se construye a base de cadáveres y se cobra con una muerte prematura. Un ciclo que consume generación a generación y que hunde reyes con la misma facilidad con la que los entrona.

Detrás del escritorio y con las gafas de leer a media nariz, Stringer controla las entradas y salidas en el negocio, la elasticidad de su producto y las amenazas de clanes rivales. Los “músculos” de la organización Barksdale le respetan y le temen al mismo tiempo. Su aura intelectual de economista no le hace temblar el pulso: lee tranquilamente a Adam Smith mientras sus peones ejecutan con frialdad a cualquier muchacho que se cruce en su camino. Culto, carismático, calculador y pragmático. Stringer Bell es un rara avis del gueto, un personaje que se aleja del primario e impulsivo carácter que solemos imaginar en un traficante de poca monta. Sigiloso, susurra y aconseja a Avon, quién se deja llevar fácilmente por la ira. Stringer acata las órdenes y espera pacientemente en la sombra. En un clan mafioso de gatillo fácil, sólo él comprende el alcance de las escuchas policiales, que se llevan por delante a Avon, D’Angelo y Wee-Bey.

“Lee tranquilamente a Adam Smith mientras ordena ejecutar a cualquier muchacho que se cruce en su camino»

Con el capo entre rejas, Stringer deja de ser el segundón y puede dar, por fin, el paso al frente que siempre había esperado. Cansado de peleas de ego callejeras y la poca visión de su compañero empieza a construir su gran negocio. El carácter sangriento y vengativo de los Barksdale los estancará en una guerra perpetua y opta por un gran pacto. Cede territorios a Proposition Joe, quién abastece al clan de heroína, y encabeza una cooperativa de la droga con otras pandillas. El orgullo queda atrás, es tiempo de dinero. Quiere ser la versión negra del Padrino, el pater familias de un gran negocio. Una voz autoritaria que se mueve sin excentricidades por los despachos, urdiendo su gran momento. Los sentimentalismos no existen en un buen negocio y nada le impide acabar con D’Angelo, la oveja negra que amenazaba con quebrantar la omertà para apuntarle con el dedo. Menos suerte tiene con Omar y Mouzone, a quiénes engaña y traiciona deliberadamente con la intención de eliminarlos del mapa. Su plan falla. La amenaza persiste.

String-Avon

Stringer Bell menosprecia profundamente al gánster vulgar y vanidoso. Quiere huir de su contexto, apartarse de la mediocridad y pobreza intelectual que reina en Franklin Terrace y centrarse en las altas esferas de poder. Morir joven y ceder la corona al curso de la calle no figura en sus planes. Quiere esquivar el trágico final que el destino reserva a los que se criaron en su mundo. Teme el olvido y por eso se aleja de la way of life del gueto.

“Es un hombre de negocios que ha construido su particular sueño americano desde donde ha podido»

No es un traficante, sino un hombre de negocios que ha construido su particular sueño americano desde el lugar que ha podido. Acude como un estudiante más a clases de macroeconomia y el brazo político corrupto, encarnado por Clay Davis, es su primer escalón hacia la cima. Es en ese punto donde su mundo encuentra una fuga de escape hacia la realidad. El crimen se transforma para maquillarse con empresas fantasma y blanqueo de capital. Mafia de traje y corbata. Stringer controla la calle y los negocios; es tiempo de reescribir las reglas del juego.

Avon sale de la cárcel deseoso de un regreso triunfal a las calles, sin que nadie le pise los talones. Marlo Stanfield, el nuevo príncipe del narcotráfico, es el próximo objetivo y el clan se prepara para la inminente guerra. Un problema con el que no es fácil lidiar. Stringer ya no quiere ser el segundón e intenta convencer a su amigo de que los tiempos han cambiado. Las esquinas son un juego para entretener a los jóvenes, ahora toca dedicarse a cobrar y a controlar a sus marionetas. Pero Avon no renuncia a su ego, a sus ideales de venganza. La calle es la calle, donde ha forjado su leyenda, y abandonarla es abandonarse a sí mismo. Él no es un businessman (palabra que escupe con menosprecio) sino un gánster que quiere su guerra y la tendrá. Pero String tampoco renunciará a su proyecto. La sed de sangre de Barksdale hundirá su negocio y su ansia de poder quedará reducida a cenizas. No está dispuesto a que le jodan el trono, aunque quien lo haga sea el propio rey.

De vuelta a los rascacielos de Baltimore, la tensión ocupa el lugar de las risas melancólicas. Stringer no olvida el menosprecio a lo que ha construido con su fría visión de negocio. El silencio corta el aire. Avon no perdona el asesinato de D’Angelo a sus espaldas. Un trago de whisky desata el nudo en la garganta y desbloquea el estómago. Sólo sobrevivirán si el otro cae antes. Bajo la oscura mirada de la noche, los dos amigos sellan su adiós en un eterno abrazo.

“Su agónica lucha contra lo inevitable fracasa sin heroicidad ni épica y son deborados por el inexorable ciclo de la calle»

Pocas horas más tarde, Stringer se enfrenta a su final. Sabe que Avon le ha entregado. Acorralado entre la escopeta de Omar y la nueve milímetros de brother Mouzone, intenta jugar su última carta, la del dinero. Pero, una vez más, no se trata de eso. El orgullo y el respeto a la jerarquía, valores del juego de la calle que una vez quiso cambiar. Los cargadores se vacían. Stringer se desploma y con él su sueño de dominar Baltimore como un hombre de negocios. Abatido en el suelo de su empresa, en los cimientos de su gran proyecto criminal. Aplastado bajo la mirada de Omar y Mouzone, que, al fin, se redimen en la venganza. Tras la ventana, un cartel anuncia con poética ironía la apertura de las nuevas fincas de B&B Enterprises.

Stringer se desvanece y arrastra consigo a Avon. El hombre de negocios y el gánster, unidos y separados por la misma ambición. El clan Barksdale se derrumba como un castillo de naipes, dejando la corona en manos de Marlo Stanfield. Su agónica lucha contra lo inevitable fracasa y, sin heroicidad ni épica alguna, Stringer es devorado por el inexorable ciclo de la calle. Como tantos otros, su nombre se pierde en el olvido y su sueño sucumbe a la realidad. Su frío cadáver compartirá morgue, cementerio y destino con el sistema del que trató huir, porque el traje, Adam Smith y la esperanza no tienen cabida en los suburbios de Baltimore.

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