Comparte
– Katrine Fønsmark (mirando el palacio de Christianborg): Es un lugar de trabajo muy agradable.
– Birgitte Nyborg: Es mi segundo hogar.
Es harto conocido que Pablo Iglesias, líder de Podemos, es seguidor de Juego de tronos; incluso ha editado un libro colectivo que rastrea la (ciencia) política en la serie de HBO. Serie que, por cierto, también gusta a Alberto Garzón de Izquierda Unida y al eurodiputado del PP Esteban González Pons; resulta curioso que quizá lo único que podía hacer que el eurodiputado del PP e Iglesias dejaran a un lado las disputas en el Parlamento de Estrasburgo era esta serie –“¿Viste la Boda Roja, Pablo?”. “¿Y tú el combate entre la Víbora y la Montaña?”. “Qué pasada, tío”. “Y que lo digas”-. También desveló que una de sus series favoritas es The Wire. Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, comentó en alguna ocasión que le gusta mucho El ala oeste de la Casa Blanca -así como Mad Men-, serie que también apasiona a Albert Rivera de Ciudadanos, junto a Aída; ¿quizá la pasión común por la serie de Aaron Sorkin ha acercado a ambos políticos para su pacto de gobierno? Aunque no veo a ningún Jed Bartlet en ellos…
A Mariano Rajoy, por su parte, le gustó mucho Crematorio, como desveló su actor protagonista, el malogrado Pepe Sancho; sorprende tal elección en el presidente de un partido tan salpicado por los casos de corrupción -o quizá tiene dotes de adivino-. Más tarde, en vísperas de las elecciones generales de diciembre de 2015 el actual presidente del Gobierno en funciones comentó que le interesaba “la de Luján Argüelles, que no es una serie pero es un programa simpático”, refiriéndose a alguno de los programas de telerrealidad de Cuatro. Mariano, aclárate… En cuanto a Borgen (DR: 2010-2013), políticos tan diferentes como el citado Rivera, Esperanza Aguirre y Manuela Carmena han comentado que les gusta la serie danesa; no cuesta incluso llegar a la conclusión que Rivera quisiera ser la versión hispana y “real” de Birgitte Nyborg.
«En Dinamarca el diálogo sereno entre fuerzas radicalmente diferentes, las negociaciones y la firma de pactos estables es habitual; hace más de un siglo que no gobierna un solo partido por mayoría absoluta»
En estos últimos días, es inevitable pensar en Borgen a raíz de las negociaciones -por ahora imposibles- para alcanzar un pacto de gobernación en España tras los resultados electorales del pasado 20 de diciembre de 2015: unos resultados que ponen muy difícil alcanzar acuerdos entre formaciones afines; de hecho, no son pocos quienes consideran contra natura el pacto rubricado públicamente por PSOE y Ciudadanos.
En Dinamarca, sin embargo, el diálogo sereno entre fuerzas radicalmente diferentes, las negociaciones y la firma de pactos estables es habitual; hace más de un siglo que no gobierna un solo partido por mayoría absoluta. Quizá los Rajoy, Sánchez, Rivera, Iglesias y demás podrían echar un vistazo al último episodio de la tercera temporada de la serie danesa: en las elecciones convocadas anticipadamente por el primer ministro liberal Lars Hesselboe (Søren Spanning) –y para un Parlamento con un total de 179 escaños–, ningún partido consigue alcanzar una mayoría estable para poder gobernar. Los liberales de Hesselboe consiguen ser los más votados y lideran una coalición “azul” junto a la Nueva Derecha de Yvonne Kjær (Jannie Faurschou) y el Partido de la Libertad de Svend Åge Saltum (Ole Thestrup) y Benedikte Nedergaard (Marie Askehave); pero los escaños de los tres partidos no alcanzan la mayoría absoluta. Frente a ellos, una coalición “roja”, con el Partido Laborista de Hans Christian Thorsen (Bjarne Henriksen) y Pernille Madsen (Petrine Agger), el Colectivo Solidaridad dirigido por Anne Sophie Lindenkrone (Signe Egholm Olsen), los Moderados de Jacob Kruse (Jens Jacob Tychsen) y los Verdes presididos por Karsten Bjerre (Johannes Lilleøre), tampoco alcanzan una mayoría suficiente. En el justo “centro” político que se reivindica, quedan los que a la postre pueden decidir quién presidirá el gobierno de Dinamarca durante los siguientes cuatro años: los Nuevos Demócratas, liderados por la antigua primera ministra Birgitte Nyborg (Sidse Babett Knudsen), que hace valer sus 13 escaños como imprescindibles para que una de las dos coaliciones pueda formar un gobierno estable.
«Una vez que se anuncian los resultados definitivos, los líderes de los ocho partidos que concurren a las elecciones acuden a un debate televisado y abren las conversaciones para formar gobierno»
Sin embargo, lo interesante de este capítulo -tomen nota, políticos españoles antes mencionados- no está en el retrato de una jornada electoral -en la que los candidatos, a pie de calle, animan a los ciudadanos a votar- y en cómo los medios de comunicación hacen el seguimiento de ese día, sino en algo que sería inaudito en nuestros lares si se produjera: una vez que se anuncian los resultados definitivos –entusiásticamente buenos para los Nuevos Demócratas, una formación política con apenas un año de existencia–, los líderes de los ocho partidos que concurren a las elecciones acuden a un debate televisado y abren las conversaciones para formar gobierno. Esa misma noche. El pueblo danés espera despertarse al día siguiente con el nombre del primer ministro y los políticos no van a decepcionarles… aunque tengan que pasar la noche en el palacio de Christianborg, sede de las principales instituciones del país -Gobierno, Parlamento y Tribunal Supremo- y que es conocido popularmente como Borgen.
Las conversaciones se producen en diversos lugares, ya sea en los despachos o en las antiguas caballerizas del palacio. Nyborg, en su etapa de primera ministra, había gobernado con los laboristas y los Verdes y con apoyo parlamentario de Solidaridad, pero ahora se plantea ofrecer su apoyo a los liberales -que siempre van cogidos de la mano de la Nueva Derecha-, con la intención de entrar en el gobierno y que su partido sea decisivo a la hora de establecer la política a realizar. Cree que puede ser el revulsivo del cambio que necesita el país. También se le ofrece, desde la coalición de izquierdas y ante un Partido Laborista que puede romperse entre dos facciones cada vez más enfrentadas ente sí, que presida el gobierno con sus 13 escaños -y uno no puede dejar de pensar en ese momento en el pacto de gobierno en el Ayuntamiento de Barcelona; aunque, claro, Nyborg no encabeza la lista más votada, a diferencia de Ada Colau-. Nyborg es el cambio en políticas económicas, migratorias y educativas que la oposición quiere implantar apartando a los liberales del poder. Finalmente, Nyborg decide dar su apoyo a Hesselboe, aceptar la cartera de Asuntos Exteriores y reclamar otras para otros miembros del partido; la antigua primera ministra pone las necesidades del país por delante de sus ambiciones y se cierra la serie con la cita con la que iniciamos este texto.
«España no es Dinamarca: en el país nórdico, que encabeza el ránking de países con menos corrupción, están más que acostumbrados a negociar y pactar porque su Parlamento está permanentemente dividido»
Ah, podríamos pensar al terminar de ver Borgen, qué bien le vendría una Birgitte Nyborg a este país nuestro que lleva dos meses largos con un Gobierno en funciones -de todos modos los belgas estuvieron 541 días con esa situación y no fue el acabose-. Pero, claro, España no es Dinamarca: en el país nórdico, que encabeza el ránking de países con menos corrupción, están más que acostumbrados a negociar y pactar porque su Parlamento está permanentemente dividido; el primer ministro y el resto de líderes políticos acuden a entrevistas y debates televisados con asiduidad -como se refleja constantemente en la serie, y sin televisores de plasma de por medio-; los cargos públicos rinden cuentas y dimiten cuando es necesario -no menos de cinco ministros dejan el Gobierno ficticio de Nyborg durante las dos primeras temporadas de la serie- y el sentido de la responsabilidad del ciudadano es muy elevado: en las elecciones generales de junio de 2015 la participación electoral fue de un 85,8 %. La democracia danesa funciona y así lo percibe el ciudadano.
«Dinamarca no es una Jauja moderna: incluso en la serie de Adam Price pueden percibirse algunos defectos en lo que se podría considerar una imagen idealizada de la política»
No deberíamos concluir, no obstante, que la tierra de Hans Christian Andersen y Søren Kierkegaard es una Jauja moderna: recordemos que hace pocas semanas el Parlamento danés aprobó la controvertida medida de confiscar los bienes de los refugiados para sufragar los gastos de su permanencia en el país. Incluso en la serie de Adam Price pueden percibirse algunos defectos en lo que se podría considerar una imagen idealizada de la política: Nyborg no duda en permitir jugarretas mediáticas contra el ministro verde de Medio Ambiente -que utiliza un contaminante automóvil de lujo- hasta que, sin pretenderlo, provoca su dimisión y la salida de su partido del gobierno; se puede constatar el trato paternalista que se da a los habitantes y el gobierno autónomo de Groenlandia, a quienes, de una manera u otra, se considera incapaces de gobernarse a sí mismos; se detiene a un disidente exiliado de una ex república soviética ficticia -situada entre las reales Rusia y Ucrania-, acusado sin pruebas fehacientes de haber promovido atentados terroristas contra el gobierno de su país. Y todo para no perder un jugoso contrato energético de una compañía danesa con el gobierno de dicho país; y, en un momento de debilidad -o quizá de despecho frente a su ex marido, que ha iniciado una nueva relación sentimental-, la propia primera ministra se acuesta con su chófer habitual, a quien luego hará trasladar para que no trascienda el escarceo ante la opinión pública.
Por otra parte, su jefe de prensa, Kasper Juul (Pilou Asbaek), no duda en jugar sucio siempre que sea necesario, destapando trapos sucios de rivales políticos de su jefa -e incluso aliados- o utiliza a su antojo los contactos en televisión, generalmente con su ex novia Katrine Fønsmark (Birgitte Hjort Sørensen), presentadora estrella de los informativos de TV-1, la ficticia cadena pública. Y en la tercera temporada está dispuesta a utilizar el convulso pasado del ahora líder de su antiguo partido, los Moderados, para desacreditarle políticamente y ganar votos; sólo la decisión personal de Katrine, ahora su jefa de campaña, que se niega a dar el paso, impide que Nyborg se manche las manos; “me precipité un poco”, le dirá a Katrine, tras reflexionar un momento y agradecerle que no diera la información sobre Jacob Kruse a la prensa sensacionalista.
«Nyborg dirige, más como primus inter pares que como un autócrata, un Gobierno de coalición en el que a menudo sus socios no coinciden con ella en las diversas medidas a aprobar; escucha y cede, pero también da un golpe sobre la mesa»
Pero el espectador de Borgen puede disculpar estos –si así los considera– peccata minuta pues la imagen que le queda de Birgitte Nyborg, especialmente durante las dos temporadas en las que preside el Gobierno danés, es la de una primera ministra y una política honesta, competente a pesar de la inexperiencia inicial, capaz de conseguir consensos frente a quienes sólo piensan en su propio beneficio personal y dispuesta a crear una Dinamarca mejor, casi ideal. Ya en el primer episodio de la primera temporada se niega a utilizar información relacionada con un uso indebido de dinero público por parte del primer ministro Hesselboe para ganar votos en las inminentes elecciones generales y despide a Kasper Juul como jefe de campaña cuando se entera de que ha pasado esa información al líder de los laboristas, Michael Laugesen (Peter Mygind). Nyborg dirige, más como primus inter pares que como un autócrata, un Gobierno de coalición en el que a menudo sus socios no coinciden con ella en las diversas medidas a aprobar; escucha y cede, pero también da un golpe sobre la mesa, como cuando exige a la ministra de Comercio que dimita tras haberse enterado que ha falsificado su currículo o cuando paraliza la compra de helicópteros de combate hasta no estar segura de que son realmente necesarios y a un precio adecuado. Se enfrenta a magnates industriales como el empresario Joachim Chrone (Ulf Pilgaard), cuando pretende aprobar una ley que obliga a las grandes compañías a contratar mujeres como ejecutivas; no sólo vence al empresario que rechaza que un gobierno decida sobre la composición de las empresas, sino que se acaba creando entre los dos una relación amistosa y de futura colaboración.
A Nyborg le interesa reformar la justicia, la sanidad y la educación, establece una política de transparencia en su gobierno y no permite abusos de poder por parte de sus ministros -incluso amenaza con cesar a dos de ellos cuando se descubren malas prácticas-. No escatima su apoyo a los militares daneses que se juegan la vida en Afganistán y siempre está dispuesta a dar la cara ante la opinión pública; de hecho, el espectador pierde la cuenta de las veces que Nyborg acude a los informativos de la televisión pública para dar explicaciones sobre lo que sea -incluida su vida privada, si es menester-. “Soy la primera ministra, también de las personas que no me votaron”, dirá en una ocasión. Quizá a más de un político español convendría recordarle esta cita…
El idealismo que acompaña a la serie llega incluso a que Nyborg decida mediar en una guerra civil entre dos repúblicas africanas ficticias –Kharun del Norte y Kharun del Sur, situadas en los reales Sudán y Sudán del sur en el mapa–, logrando un éxito internacional y demostrando las capacidades de la primera ministra para desenvolverse con convicción en la alta diplomacia -labor que, una vez abandone el poder, en el limbo entre la segunda y la tercera temporada, le permitirá trabajar como asesora en relaciones internacionales para el sector privado-. A fin de cuentas, si Jed Bartlet pudo poner las bases para un acuerdo de paz entre Israel y Palestina en la sexta temporada de El ala oeste de la Casa Blanca, ¿por qué no va a poder hacer algo parecido una primera ministra europea?
«En la primera temporada Nyborg deberá compaginar su labor como flamante primera ministra con la de esposa y madre»
Pero el ejercicio del poder pasa factura en la vida privada de un político y la serie danesa lo muestra a menudo. Nyborg es esposa y madre, además de política, pero incluso en una sociedad tan avanzada en cuestiones sociales como la danesa –en torno a la igualdad entre hombres y mujeres–, y con las facilidades que puede encontrar una mujer para conciliar trabajo y hogar -más aún si se es primera ministra- las cosas se complican. En la primera temporada Nyborg deberá compaginar su labor como flamante primera ministra -es la primera mujer que preside un gobierno en Dinamarca, anticipándose un año a la realidad: en 2011 la líder de los socialdemócratas Helle Thorning-Schmidt lideró un gobierno de coalición- con la de esposa y madre; el matrimonio se acabará rompiendo al final de esa primera tanda de episodios. Ya en la segunda temporada, Nyborg también deberá lidiar con el sensacionalismo de los medios de comunicación cuando su hija Laura (Freja Riemann) enferme de depresión y se convierta en el ojo del huracán mediático. Como mujer, Nyborg siente que debe esforzarse más que un hombre y considera que es una situación injusta: en una conversación con su marido Philip (Mikael Birkkjær) dirá: “¿por qué, cuando una mujer llega a un puesto de responsabilidad y lo hace diez veces mejor que un hombre debe disculparse por ser mujer?”. Pero, comenta Enric Ros, Nyborg “deberá enfrentarse a diversos dilemas provocados por el choque con los valores del todavía régimen patriarcal: la lucha contra el denominado “techo de cristal” o el acoso del eterno retorno de lo masculino son algunas de ellas”.[i]
Su lucha constante para conciliar su trabajo como primera ministra y su condición de esposa y madre también es compleja, aunque es consciente que su vida privada puede ser objeto del interés de la prensa; incluso cederá ante Kasper para realizar una entrevista televisiva que muestre su relación con Philip -justo cuando su matrimonio hace aguas-. En la segunda temporada, el trabajo en Borgen mantiene a Nyborg más apartada de una familia cada vez más erosionada y su hija Julia (Freja Riemann) cae en una depresión; la primera ministra será testigo de cómo los medios de comunicación más sensacionalistas ponen a su hija en el ojo del huracán mediático y, para atajar el problema, toma la decisión de apartarse temporalmente de sus funciones -como hizo el presidente Bartlet a raíz del secuestro de su hija al final de la cuarta temporada de El ala oeste de la Casa Blanca-. Pero la situación personal de las mujeres en Borgen va más allá de la primera ministra: Katrine paulatinamente se dará cuenta de las dificultades para conciliar su trabajo como presentadora de televisión y periodista con la posibilidad de formar una familia; o el caso de la veterana periodista Hanne Holm (Benedikte Hansen), que pierde relación con su hija pues ha acabado dando prioridad al trabajo. El problema sobre cómo compaginar trabajo y familia se trasladará, en la tercera temporada, a Torben Friis (Søren Malling), el redactor jefe de los informativos de TV-1, que casi sacrifica la estabilidad matrimonial y su condición de padre ante las extenuantes exigencias profesionales.
«La visión del oficio de periodista como un contrapeso necesario y como vigilante del ejercicio del poder por parte del gobierno; por otro lado, la relación simbiótica o incluso la natural “puerta giratoria” de periodistas y jefes de campañas o de prensa de los políticos»
Y hablando de periodistas, no podríamos terminar este texto sin mencionar el importante rol que juega esta profesión en la serie. Por un lado, es elocuente –todo un canto al periodismo de investigación de toda la vida– por un lado, la visión del oficio de periodista como un contrapeso necesario y como vigilante del ejercicio del poder por parte del gobierno -que este no discute ni coarta-; por otro lado, la relación simbiótica o incluso la natural “puerta giratoria” de periodistas y jefes de campañas o de prensa de los políticos, y que en el caso de Kasper Juul y Katrine Fønsmark se recorre a la inversa. Curiosamente, quien acaba por definir la labor de los periodistas que acaban siendo los que diseñan la transparencia pública de los políticos es un político, el veterano, cascarrabias y campechano presidente del Partido de la Libertad. Svend Åge Saltum, cuando le dice a Kasper, sobre la labor de sus colegas: “Empiezan como periodistas. Se pasan la vida poniendo al descubierto a políticos. Luego se convierten en jefes de prensa y se pasan la vida engañando a sus antiguos amigos periodistas. Por si fuera poco, poco después vuelven a ser periodistas. Y para colmo tienen el valor de preguntarnos por qué es tan cínica la gente”.
No menos curiosa, sobre todo en las dos primeras temporadas de la serie, es la visión del periodismo ético y responsable de los informativos de una cadena televisiva pública frente al amarillismo y la falta de escrúpulos de un medio escrito, el Exspres, que dirige Michael Laugesen, un ex político que, mira por dónde, fue obligado a dimitir por sus sucios tejemanejes…
Coda final: si Hamlet viera Borgen quizá no podría decir aquello de que “algo huele a podrido en Dinamarca”. A menos que se ponga cínico…