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Tendría yo unos seis años cuando mi tutora del colegio, muy seria, citó a mis padres para una entrevista. Mi profesora, muy seria, informó a mis padres de que un servidor tenía cierta tendencia a usar palabras inadecuadas tales como “hostia”, “joder” o “mierda”, algo que resultaba inadmisible para un niño de mi edad según ella. Mi padre, muy serio, miró a mi madre y dijo: “¿Y dónde coño habrá aprendido el chaval todas estas palabrotas?”.
Esta simpática (y algo mierdosa) anécdota me sirve para dejar patente que mi fascinación por los insultos es genética, a tenor de la oportuna respuesta de mi padre aquel día. Y es que joder, me encantan. Yo lloro de emoción cuando un equipo de fútbol español ficha a un japonés y las primeras palabras que le enseña un aficionado cabrón en el aeropuerto son “hijo de puta”; o amo cuando una abuela random decide que la cena de Navidad es el mejor momento para pregonar que “la Paqui, la hija de los del quinto, siempre ha sido un pelín zorra”. Momentos mágicos que nos brinda la belleza lírica de una palabra malsonante pronunciada en el momento y lugar idóneos.
Para mi gozo y disfrute, las palabrotas, insultos e improperios están muy presentes en el mundo de las series, llegando a convertirse en muchos casos en auténticos clásicos para todos los seriéfilos. Repasemos pues las blasfemias más míticas de la historia de las series, amigos.
Malparido e Hijueputa / Madafaka / Hijo de puta
La segunda temporada de Narcos nos ha estallado a todos en la cara y no podemos parar de hablar de ella. Uno de los principales ingredientes del éxito de la serie desde su primer capítulo es la rara y a la vez fascinante elección del brasileño Wagner Moura para interpretar a Pablo Escobar, patrón del cartel de Medellín y del hijoputismo ilustrado. Ese acento pseudo-colombiano con toques brasileiros ha arrasado, siendo su máximo exponente los ya inmortales malparido y, sobre todo, hijueputa. Me enorgullece decir que he añadido estos cariñosos adjetivos a mi vocabulario y que los uso, con acento Escobar incluido, en conversaciones con amigos, familiares y cuando el coche de delante gira a la derecha sin poner el intermitente. También siento cierta predilección por otro de los insultos estrella de Escobar, gonorrea. Calificar a alguien con una enfermedad de transmisión sexual es un torpedo directo a la línea de flotación de la moral de esa persona, es como decirte que incluso de algo tan maravilloso como el sexo tú eres la parte más desagradable y asquerosa. Inmisericorde.
Pasemos ahora a la versión castiza, al clásico hijo de puta pronunciado con la gallardía y solemnidad de las Españas. La Hora Chanante y Muchachada Nui -y en menor medida Museo Coconut– marcaron mi adolescencia y en gran parte influyeron en la forma que tengo de entender el humor actualmente. Podréis imaginar mi emoción al ver por primera vez el sketch de la canción Hijo de puta, hay que decirlo más. Glorioso el inicio, donde dos niños están intercambiando insultos de Hacendado tales como mequetrefe o gilipipas (y que en la lengua de Cervantes incluiría otras expresiones como jolines, cáspita o mecachis en la mar salada) hasta que llega Ernesto Sevilla y suelta una lección vital que ni Platón en la Academia: “Hay que decir hijo de puta, eh, hijo de puta, niños, siempre hijo de puta. Venga. Bueno. No permitáis que la palabra hijo de puta desaparezca de nuestras vidas, de nuestras calles, de nuestras escuelas”. La canción que sigue a este emotivo discurso, con Julián López e Ignatius Farray haciendo los coros, es la sublimación de la apología al más bello insulto de la lengua española.
Terminemos esta primera sección de blasfemias cruzando de vuelta el Atlántico para aterrizar en Miami. Si bien la traducción literal de hijo de puta al inglés sería son of a bitch, el vocablo más usado por los hijos de la Quinta Enmienda y el Kentucky Fried Chicken no es otro que motherfucker. Mucho más rápido de decir, más contundente y con altas dosis de agresividad. En Dexter, que hasta sus dos últimas esperpénticas temporadas fue una serie de muchos quilates, encontramos a un doctor honoris causa en la noble ciencia del madafakismo: el sargento James Doakes, antagonista del propio Dexter. Doakes es un tío terco, asilvestrado, muy poco ortodoxo y con mucho flow; pero sobre todo, un tipo que perfeccionó hasta límites insospechados el arte de decir motherfucker a alguien con el equilibrio perfecto de odio y desprecio. Inolvidable su “Surprise, madafaka”, que dio pie a la creación de miles de Vines en su momento y cuya viralidad es ya eterna.
Sheeeeeeeiiiiiit / Shit
Boñiga. Truño. Mojón. Caca. Mierda. Prueba a enumerar estas cinco palabras en una clase de segundo de primaria y verás como toda la chavalada se descojona hasta las lágrimas. Nos gusta la palabra mierda desde pequeños, nos fascina, y eso queda grabado en nuestro subconsciente de modo que cuando en nuestra edad adulta (que no madura) la volvemos a escuchar no podemos evitar una sonrisa burlona. Un buen mierda invoca al niño despreocupado e inocente que una día fuimos. Y los guionistas lo saben. El ejemplo más paradigmático del uso de esta santa palabra en las series se da en el primer capítulo de la quinta temporada de South Park (It Hits the Fan), que ostenta el prodigioso récord de reproducir hasta 162 veces el término shit durante los veintitrés minutos que dura el episodio. Aplicando matemática básica nos da un resultado de 7 shits/minuto, o lo que es lo mismo, un shit cada ocho segundos y medio. El Valhalla de los malhablados.
Aunque si hablamos de tono y forma de ser pronunciado, el shit más famoso de la historia de les series es más bien un sheeeeeeeeeit. La coletilla del mitiquérrimo senador Clay Davis, de The Wire, es tan apoteósica que incluso desde esta casa llamada Serielizados la elegimos para decorar los carteles del último Serielizados Fest para anunciar la presencia de David Simon. Y sin salir de esta serie, e introduciendo un nuevo improperio, no olvidemos, por favor, la secuencia de McNulty y Bunk en el escenario de un crimen mientras van resolviéndolo al ritmo de un fuck cada dos segundos. Oro puro.
Fuck / Friggin’
Aunque he usado a los borrachuzos de McNulty y Bunk para presentar este nuevo capítulo de palabrotas, para mí el fuck siempre será británico. Pero vayamos por partes. Joaquín Sabina decía que de entre todas las vidas que pudiera elegir, él escogería la del pirata cojo con pata de palo, parche en el ojo y cara de malo. Pues bien, yo escogería ser un puto Peaky Blinder.
«Un fuck en boca de un británico siempre será mucho más noble que si lo pronuncia un estadounidense»
Todo en ellos es insuperable. El mix estético hipster-clásico (intenté hacerme en casa una de sus boinas, pero con una Gillette desmontada no es lo mismo), pasta por doquier, aparente inmortalidad y, ante todo, ese acento de Birmingham tan molón para poder decir sin parar frases como “Don’t fuck with the Peaky Blinders” o “By the order of the Peaky fuckin’ Blinders”. Un fuck en boca de un británico siempre será mucho más noble que si lo pronuncia un estadounidense, por ejemplo. Cuando has probado un tiramisú en Milán te das cuenta de lo malo que estaba el que comiste en Barcelona. Lo mismo pasa con el fuck.
Pero no todo en este artículo van a ser groserías que provocarían taquicardias masivas en una manifestación Provida, también hay espacio para la dulzura. Y eso precisamente, dulzura y ternura, es lo que me provoca el protagonista de The Last Man on Earth, Phil Miller, cada vez que usa la palabra friggin’ en vez de fuckin’. El concepto que antes he comentado de los insultos de Hacendado, versiones light y eufemismos de palabras mucho más gruesas, también merece ser mencionado a modo de homenaje a todos los Ned Flanders que andan sueltos por el mundo.
Bitch / Nigga
Este último grupo lo dedico a dos expresiones cuyo denominador común es su mala aceptación social, no solo por tratarse de una palabrota sino por hacer referencia a colectivos fuertemente discriminados en muchas ocasiones, por desgracia. El bitch, puta literalmente, es una ofensa contra la mujer muy extendida en Estados Unidos. Como todo insulto tiene dos vertientes: la ofensiva e hiriente, que debería ser desterrada de nuestro lenguaje, y la versión más jocosa usada en ámbitos de confianza y distensión. Aunque Jesse Pinkman usara esta expresión en Breaking Bad en su modo agresivo, la popularidad que alcanzó su coletilla ha contribuido precisamente a que bitch sea usada en la calle en un formato más humorístico y distendido. El poder de influencia de una serie en el lenguaje de sus espectadores es notable, siendo el bitch de Pinkman uno de los ejemplos más claros.
Para acabar este paseo por el Museo del Improperio acabaremos con una expresión que en Estados Unidos aún hoy genera unos quebraderos de cabeza monumentales: nigga. Muy usada entre personas de raza negra para referirse entre ellas. La cosa cambia cuando es alguien de raza blanca quien la pronuncia -no hablemos ya de su versión despectiva, nigger, palabra a la cual Louis CK dedica unos minutos en uno de sus geniales monólogos-. En la serie Loiter Squad, muy estilo Jackass y protagonizada por el rapero Tyler The Creator y toda su crew, dedicaron un sketch-canción a parodiar el significado moderno que se asocia a esta palabra. Los tres minutos de canción son una retahíla de hilarantes estereotipos y de burlas al propio término nigga, como cuando Tyler -que intrepreta a Young Nigga– presenta a cámara a un chaval de diez años rubio y más pálido que Iniesta de esta forma: “This is my nigga Jack”. Glorioso.
Hasta aquí el repaso a la fantástica aportación de las series al universo de las palabrotas. Si sabéis de alguna que haya pasado por alto no dudéis en comentar, pues acudiré a ella raudo y veloz cual leopardo hambriento. Y no lo olvidéis nunca: blasfemad, amigos, blasfemad, que la vida es más divertida con una sonrisa y un hijueputa en los labios.
Escrito por Marc Renton en 11 octubre 2016.
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