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Se diría que, a su manera, todas las revoluciones se parecen pero que todas son, en último término, diferentes. La televisión ha estado presente en algunas de ellas pero que la televisión haya sido la responsable de una revolución no puede decirse de muchas. Seguramente sólo puede decirse de una, la revolución rumana de 1989.
Todo lo que rodea la dictadura rumana es de gran interés. Nicolae Ceaușescu fue un dictador que de forma instintiva supo manipular su imagen y proyección pública. Se dirá que semejante detalle es nimio e intrascendente en un país sin libertad y en donde los medios de comunicación estaban controlados y no eran más que una correa de transmisión del poder, pero las cosas no suelen ser tan simples. La misma televisión que en tantas ocasiones lo situó en los altares acabó mandándolo al patíbulo.
Ceaușescu dominó con mano férrea Rumanía desde 1965 hasta finales de 1989. En 1965 se convirtió en líder del Partido Comunista Rumano, tras la muerte del presidente Gheorghe Gheorghiu-Dej. Desde 1947, momento en el que los comunistas llegaron al poder en Rumanía, Ceaușescu había tenido cargos de responsabilidad. En 1974 se convirtió en Presidente de la República Socialista Rumana. Nunca fue un líder dócil y sumiso a Moscú y durante años mantuvo una política exterior propia, oculta en parte. Colaboró con el extremismo árabe, criticó la invasión soviética de Checoeslovaquia en 1968 e incluso en 1984 Rumanía participó en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, en contra del boicot impuesto por la U.R.S.S.
Conforme el régimen se adentraba en los años 70 y el contexto económico empeoraba, el dictador inició una huida hacia adelante marcada por un renovado culto al líder y un nacionalismo enfermizo. Ceaușescu siempre fue un autodidacta ignorante, muy hábil políticamente pero con una formación deficiente. Su obsesión por cancelar la deuda externa del país a costa de enormes sacrificios económicos sumió a Rumanía en una depresión terrible. De haber practicado una política exterior relativamente abierta en los 60, Rumanía pasó a una dura autarquía y un repliegue forzado que supuso un golpe a las esperanzas de aperturismo. La televisión reforzó su dosis de fastos y desfiles; también las emisiones sobre la vida, obra y milagros del matrimonio Ceaușescu, siempre acompañadas de las necesarias exaltaciones nacionales.
El cine, por su parte, se mostró más atrevido y complejo, también vivía algo más alejado del poder. Algunos realizadores como Ion Popescu-Gopo o Lucian Pintilie supieron moverse entre las grietas del sistema cinematográfico rumano para contar la historia del país. Pero la televisión estaba exageradamente controlada o al menos ésa es la sensación que da desde fuera por lo que cuentan algunas crónicas de la época. La persistente crisis económica hizo que la Societatea Română de Televiziune (la radiotelevisión pública del país) cerrara en los ochenta un segundo canal que emitía programación más experimental y que se restringieran las emisiones del primero. En 1985 el canal de televisión superviviente emitía dos horas diarias. En 1988 se ampliaría a tres horas.
Dos periodistas canadienses, en misión secreta, entraron como turistas en Rumanía para grabar una entrevista que tendrían que sacar de forma clandestina
Con este panorama poco podía imaginar el dictador que sería la televisión quien le situase ante un pelotón de ejecución. ¿Lo fue realmente? ¿Puede una entrevista de televisión tener tanto impacto como para provocar una caída como la del régimen comunista rumano? El protagonista de esta historia es el pastor protestante Lázsló Tökés, que siempre había sido crítico con el régimen rumano. Tökés formaba parte de la minoría húngara en Rumanía y era pastor de la Iglesia Húngara Reformada. Los húngaros representaban un 10% de la población de Rumanía, un millón y medio de personas, más o menos. Había trabajado en la ciudad de Dej, en donde a principios de los 80 había respaldado y participado en Ellenpontok, un periódico clandestino en lengua húngara rápidamente cerrado por la Securitate. Tökés pasó unos años entre parroquias, destierros y vueltas a su casa familiar hasta recalar en Timișoara en 1986. La situación de la minoría húngara en Rumanía había llamado la atención de algunos políticos occidentales. El comunismo húngaro estaba viviendo a mediados del 89 su particular agonía y las relaciones del país con Rumanía no eran las mejores debido, precisamente, al trato que Rumanía dispensaba a la minoría lingüística y cultural húngara.
Ése es el contexto y el momento en el que aparecen dos periodistas canadienses en nuestra historia, Michel Clair y Réjean Roy. El hermano de Lázsló, Istvan Tökés, se había refugiado en Canadá hacía tiempo y la figura del pastor protestante empezaba a representar la disidencia rumana en el imaginario que se extendía por el extranjero. Sea como fuere, los dos periodistas canadienses se lanzaron en misión secreta, como espías de película en blanco y negro. Decidieron entrar como turistas en Rumanía y grabar una entrevista con Tökés, que tendrían que sacar del país de forma clandestina. Contaron con la ayuda de un colaborador húngaro, Bela Gaidak, que algunas crónicas sobre estos hechos han olvidado.
El 20 de marzo de 1989 los dos periodistas canadienses grabaron la entrevista tras llegar a la ciudad como dos turistas más. La entrevista duró 40 minutos, se usaron dos cámaras y se pensó en dos planos, no más. A las 10.55h de ese 20 de n marzo todo estaba listo. Ahora sólo faltaba lo más difícil, sacar las dos cintas de VHS que contenían la entrevista de Rumanía. Las preguntas de los periodistas se hicieron en inglés y Tökés respondió en húngaro. La filmación corrió a cargo de Péter Deák. El pastor protestante explicó cuál era la política real del régimen comunista con la minoría húngara. Describió lo que se llamaba eufemísticamente «planes de sistematización» que incluían la destrucción de pueblos y la migración forzosa de sus habitantes. La pasión destructora del régimen de Ceaușescu ha quedado bien documentada por Robert Bevan en su imprescindible La destrucción de la memoria. Una parte importante de la arquitectura histórica del país fue barrida por las ansias planificadoras y renovadoras de un régimen en huida permanente hacia adelante.
El 24 de julio de 1989 la Televisión Estatal húngara emitió la entrevista en su programa Panorama. Tökés habló sobre la violación de los derechos humanos que se producía en Rumanía. El mensaje estaba claro, no había razón alguna para seguir apoyando a un régimen homicida. Dos días después de la emisión televisiva el obispo Papp inició su particular campaña contra Tökés. Le acusó por carta de mentir en la entrevista y le ordenó dejar Timișoara. Pero nadie podía predecir lo que estaba a punto de ocurrir. La Securitate seguía siendo fuerte y el control sobre los medios era total. Es difícil medir el impacto de la entrevista en la población ya que la señal de televisión húngara se podía ver en las zonas fronterizas, pero difícilmente más allá. Es cierto que copias de la entrevista empezaron a circular clandestinamente. Tökés cargaba contra el régimen y denunciaba de manera muy específica las políticas contra la minoría húngara, si bien a nadie se le escapaba que la crítica era de mayor alcance e iba más allá de cuestiones étnicas o lingüísticas.
La revolución estalló porque Timișoara recibía las señales de televisión de la vecina Yugoslavia: el Telón de Acero se estaba resquebrajando en sus pantallas
La lucha de Tökés por quedarse en Timișoara fue dura. La Securitate acosó al religioso para que finalmente se marchara. Unos desconocidos asaltaron su piso, se detuvo a su padre. Un tribunal ordenó su salida de la ciudad el día 20 de octubre de 1989. Su desahucio final se fijó para el 15 de diciembre. Pero una parte de la población de Timișoara empezó a defender a Tökés porque no estaba dispuesta a tolerar su expulsión de la ciudad. La gente se concentraba delante de la iglesia para evitarlo.
Entre tanto la famosa entrevista seguía viva. El programa estadounidense de la ABC, Nightline, la emitió. La situación empezó a descontrolarse. El mismo 15 de diciembre una cadena humana rodeó su iglesia. Si en un primer momento fueron los fieles de origen húngaro quienes respaldaban al pastor protestante, muy rápidamente se sumaron jóvenes rumanos ya hartos del régimen. Es muy posible que la televisión jugara un papel importante en todo esto más allá incluso del impacto de la famosa entrevista emitida en Panorama. El periodista de la ABC Tedd Koppel declaró ante el Comité de Relaciones Internacionales del Congreso de EE.UU. (24 de abril de 1994) que la revolución estalló en Timișoara porque la ciudad recibía las señales de televisión de la vecina Yugoslavia, que emitía algunos productos de la CNN, en donde se podía ver qué estaba ocurriendo en el resto de Europa del Este. El Telón de Acero se estaba resquebrajando. La frontera de Hungría era permeable y miles de alemanes del Este estaban huyendo de la RDA. Somos muchos quienes conservamos memoria de aquellos hechos, que aquí en España explicó, entre otros, el programa de TVE Informe Semanal.
Los hechos de Timisoara fueron infravalorados por el régimen de Ceaușescu. El gobierno rumano ordenó a los miembros del ejército y de la Securitate que disparasen a la población civil concentrada en las plazas de la ciudad. La orden provenía del propio Ceausescu y data del 17 de diciembre de 1989. Hubo muertos y heridos pero la revuelta no se detuvo. Se calcula que unas mil personas murieron a lo largo de aquellos traumáticos días. Estallaron huelgas en las fábricas y la ciudad se paralizó. El 19 de diciembre los obreros seguían en huelga y el ejército estaba dividido. En un último intento por controlar la situación el gobierno rumano llevó varios trenes de trabajadores de la región de Oltenia a Timisoara para frenar la revuelta y lograr que se enfrentaran a los habitantes de la ciudad. Pero los trabajadores acabaron uniéndose al levantamiento. El gobierno rumano había perdido el control de la ciudad de manera definitiva.
El 21 de diciembre de 1989 Nicolai Ceausescu se encontraba en Bucarest y pretendía dar un discurso televisado condenando los hechos de Timișoara desde uno de los balcones de la sede del Comité Central del Partido Comunista Rumano (PCR). En la plaza colindante había una multitud que, de repente, empezó a abuchear al dictador y a gritar vivas a favor de la revuelta de Timișoara. La cámara enfocó al edificio y fundió a negro. La televisión con la que el dictador había controlado a las masas durante décadas quedó enmudecida. La revolución amenazaba con ocupar todo el encuadre. El dictador quedó confundido porque el pueblo le daba la espalda. El resto es conocido. La huida, captura y ejecución del matrimonio Ceaușescu se siguió a través de una televisión ya controlada por los revolucionarios. La imagen del matrimonio tras ser ejecutados es una de las más potentes de las revoluciones que sacudieron al bloque del Este.
Curiosamente esa emisión televisiva, la del fallido discurso de Ceaușescu en Bucarest, estaba destinada a ser analizada con mayor detalle. El documental Videogramas de una revolución rumana (1992), firmado por los cineastas Harun Farocki y Andrei Ujica, recuperaba las imágenes de aquellos traumáticos días que sacudieron la historia de Rumanía para reflexionar sobre las revoluciones representadas. En concreto Farocki y Ujica recuperan la grabación original del discurso de Ceaușescu y demuestran que la cámara siguió encendida tras encuadrar hacia el edificio colindante al del balcón del discurso. Superponen ambas imágenes para mostrarnos dos fragmentos de historia. La historia interrumpida por el oficialismo y la historia en marcha, la imagen negada en su momento y recuperada posteriormente a través de la fuerza de lo sonoro. Ceaușescu gritaba pidiendo a la gente calma. El sonido quedó registrado. El cámara recibió órdenes de enfocar al cielo, luego a la pared del edificio colindante; a cualquier lugar que no mostrase ni al dictador ni a la muchedumbre. Había una cierta urgencia por evitar males mayores. Seguramente los técnicos y el cámara eran muy conscientes de lo que les podía ocurrir si se atrevían a enseñarle a sus conciudadanos que el otrora poderoso líder había perdido su ascendencia sobre el pueblo. Pero el sonido delata lo evidente, que todo se desmoronaba.
Como hemos visto, la televisión fue fundamental en toda esta historia revolucionaria. Lo prueba también el hecho de que no sólo documentalistas de prestigio como Farocki o Ujica se ocuparon del tema sino que el cine de ficción también lo ha hecho. La película de Corneliu Porumboiu 12:08 al este de Bucarest (2006) así lo prueba. En un pueblo al este de la capital rumana el director de un programa informativo nocturno del canal local decide contar qué ocurrió en la ciudad el día en el que estalló la revolución a nivel nacional. Para ello invita al plató a dos personajes muy curiosos, un hombre mayor ya jubilado y Santa Claus eventual por horas y un profesor de Historia alcohólico, muy conocido en el pueblo. El caso es que el profesor reivindica su presencia en la plaza del pueblo a las 12:08 del 21 de diciembre de 1989, cosa que probaría su arrojo y fervor revolucionario. Pero las cosas nunca son tan sencillas. Varios testigos que vivieron aquel día en primer persona llaman al programa para poner en duda la versión del profesor. Ya se sabe que las revoluciones exitosas suelen concitar adhesiones ficticias y heroicidades delegadas. La revolución rumana no fue una excepción.
Lo interesante de esta modesta película es que utiliza el contexto de la televisión para hablar de una revolución en donde la televisión fue esencial. El amateurismo del programa televisivo va en consonancia con la fragilidad de unos personajes que, de una forma u otra, se saben peones de la historia del país. Si la entrevista real de Tökés pudo iniciar la chispa de la revolución, una entrevista ficticia, la de 12:08 al este de Bucarest, nos puede ayudar a reconsiderar los términos de dicha revolución. En un interesante documental sobre los años 60, My Generation (David Batty, 2017), un lúcido Michael Caine comenta que en aquellos años, ellos, los jóvenes, lucharon por el cambio pero que, en poco tiempo, el cambio se los llevó a ellos también por delante. Quizás algo similar pueda predicarse de la revolución rumana, tan bien resumida en esos dos extremos, la de un Tökés exitoso y triunfante, luego político y europarlamentario de renombre, y un ficticio profesor de Historia, que quiso ser revolucionario pero a quien el gran acontecimiento le cogió, como a tantos otros, en su bar habitual. Bien puede decirse que a veces lo más interesante de la historia habita en sus pliegues, o en accidentados y temblorosos encuadres televisivos.