'Quiz': Respuestas múltiples
'Quiz'

Respuestas múltiples

A partir de una polémica televisiva muy recordada, ‘Quiz’ reflexiona eficazmente sobre los límites de la ambición y la idolatría mediática.

«Yo es que ya no miro la tele, voy directo a las plataformas». Cuando más arrecia ese mantra entre los seriéfilos pata negra, la televisión en su vertiente más popular, la que debe combatir en el campo de minas del zapeo y acaba midiendo sus éxitos o fracasos en función de porcentajes de audiencia, es el telón de fondo de una miniserie centrada en uno de los mayores escándalos vividos en los medios de comunicación británicos. Su título es Quiz: el escándalo de «¿Quién quiere ser millonario?» y está disponible en Movistar+ (pasaremos de puntillas por el subtítulo español, innecesario y exageradamente explicativo).

Estos son los hechos. En el año 2001 el mayor Charles Ingram, ex comandante del ejército, conseguía responder correctamente las quince preguntas del famoso concurso ‘¿Quién quiere ser millonario?’ y salía del plató con restos de confeti plateado sobre sus espaldas, algo de champán en un estómago revuelto por tanta tensión acumulada y un cheque por valor de un millón de libras. En el primer tramo de su participación, grabado un día antes, había sufrido de lo lindo para responder acertadamente las preguntas más sencillas y había gastado dos de los tres comodines. Nadie en el equipo del programa daba un duro por él (ni el equivalente en libras esterlinas de dicho duro, unidad monetaria que mira tú por dónde ha conseguido sobrevivir en el lenguaje figurado a la implantación del euro).

‘Quiz’ se estrenó en Movistar+ el 28 de septiembre de 2020.

En su segunda noche, las vacilaciones a la hora de responder y la manera de cambiar de respuesta abruptamente, incluso admitiendo no tener ni idea, empezaron a levantar sospechas. Al revisar la grabación, un técnico de sonido advirtió un posible patrón: cuando Ingram repasaba las cuatro opciones de respuesta en voz alta y mencionaba la correcta, alguien tosía de manera muy oportuna en el plató. ¿Casualidad? En el teatro saben muy bien que las toses son un peaje obligado y constante de cualquier espectáculo con público. Por si las moscas, la productora Celador, creadora del concurso, y el canal de televisión privada ITV suspendieron el pago del cheque, así como la emisión de su victoria, que acabó siendo vista tiempo después envuelta en el morbo. Es mejor no avanzar muchos más detalles de la trama, pese a venir acompañada del temible rótulo “basado en hechos reales”. Baste decir que el caso llegó a juicio y que los Ingram, Charles y su esposa Diana (sus nombres no podían tener mayor raigambre british), fueron sometidos a un acoso mediático en el que no solo los tabloides alimentaron la hoguera del sensacionalismo. Ellos llevan casi veinte años insistiendo en su inocencia. Vaya usted a saber.

En el año 2017 quien se interesó por el caso fue el guionista James Graham, a quien le debemos el telefilm de HBO Brexit, protagonizado por Benedict Cumberbatch, y que ahora prepara la adaptación del clásico de Orwell 1984 que debería dirigir Paul Greengrass. Graham escribió una obra de teatro, Quiz, en la que los hechos se exponían teniendo en cuenta todos los puntos de vista y se invitaba a la platea a votar sobre quién tenía razón, dando a entender que la verdad sobre el Ingramgate, y toda verdad en general, es escurridiza. Si a lo largo de tu vida te da por pedir el comodín del público, lo más probable es que acabes descubriendo que hay más de una respuesta acertada.

Stephen Frears sigue escarbando en el concepto elástico del heroísmo, y especialmente en la construcción catódica de ídolos de quita y pon.

Stephen Frears dirige la adaptación de la obra al formato televisivo. En su currículum prestigioso recordamos Las amistades peligrosas, Alta fidelidad, La reina y Philomena, suficientemente distanciadas en el tiempo para demostrar que mantiene el pulso creativo. Frears le ha encontrado el gusto a trabajar de nuevo para la televisión, como en sus inicios. Empezó en 2018 con ‘Un escándalo muy inglés’, un título que encajaría perfectamente en su último estreno pero que realmente se refería al juicio al que fue sometido a finales de los 70 el líder del Partido Liberal británico, Jeremy Thorpe con el rostro de Hugh Grant, acusado de conspirar para asesinar a su ex amante, Norman Scott. Luego se encargó de un proyecto muy diferente, ‘State of the Union’, diez píldoras concentradas de apenas diez minutos de duración en que Rosamund Pike y Chris O’Dowd son una pareja en crisis deliberando sobre sus diferencias justo antes de entrar a una nueva sesión de terapia de pareja. Incluso le dio tiempo a dirigir uno de los episodios de ‘La voz más alta’, sobre los abusos patriarcales del creador de Fox News, Roger Ailes, reencarnado en un sorprendente Russell Crowe. Quizás han pasado injustamente inadvertidas entre tanto aluvión de novedades. Su último trabajo también recrea un escándalo real vivido en los medios de comunicación, aunque esta vez pasamos de los despachos de los directivos al sofá en que unos espectadores representantes de la multiforme clase media ambicionaron conseguir el premio gordo, y quizás conspiraron para ello.

‘Quiz’ está basada en unos hechos reales de 2001.

Quiz no busca ser el evento televisivo de la década, ni siquiera del año, en su modestia expositiva radica su atractivo, el del buen narrador consciente que tiene entre manos una materia prima suficientemente golosa, que no requiere grandes alardes técnicos o interpretativos. La humanidad desfila ante nuestros ojos con todas sus contradicciones, la codicia, la ambición y la deshonestidad, ya invocada por el director a través de Ábrete de orejas, Philomena y tantas otras películas con personajes reales. Encontramos un nexo de unión imprevisto con una de sus obras enteramente de ficción, la recordada Héroe por accidente, en la que Dustin Hoffman era un pobre diablo anónimo que salvaba las vidas de diversos pasajeros de un avión tras efectuar un aterrizaje de emergencia, mientras que Andy Garcia era el tipo que se acreditaba el mérito de la acción ante las cámaras. El personaje de García, John Bubber, lo tenía claro: «Todos somos héroes si nos pillan en el momento justo». Frears sigue escarbando en el concepto elástico del heroísmo, y especialmente en la construcción catódica de ídolos de quita y pon.

En pocas horas, Charles Ingram pasa de ser entronizado como concursante modélico, un ídolo en toda regla, a ser objeto de ira nacional. En la sociedad de comunicación de masas el héroe surge de un buen ejercicio de relaciones públicas y de una narrativa manipulada a conveniencia. Y también de eso nos habla Quiz: de la manipulación emocional ejercida a diversos niveles, empezando por unos productores televisivos que buscan generar impacto en la audiencia potenciando el nerviosismo incómodo de los concursantes y sus acompañantes (en algún momento se bromea con el hecho de que el diseñador del frío y oscuro decorado de ‘¿Quieres ser millonario?’ parece haber salido de las salas de interrogatorios de la Gestapo). El primer capítulo detalla la génesis del famoso programa, incluso recogiendo anécdotas como la del momento en que los responsables de la ABC norteamericana, compañía propiedad de la Disney, se arrodillan literalmente ante los productores británicos. Lo que sería una genuflexión de Mickey Mouse en toda regla.

Más adelante veremos que este equipo ganador pecó de ingenuidad al no endurecer los controles de seguridad en el plató, pero de entrada su actitud es común a la de tantos profesionales de los medios que tienen la prioridad de cerrar el plano sobre sonrisas, sudor y lágrimas de los peones que luchan para llegar a ser reyes. En su camino de éxitos toparon con un individuo aparentemente anodino que, más allá de su culpabilidad, se valió en su propio beneficio de la angustia que el programa esperaba capturar, la usó como elemento escenográfico. Más tarde reconoció haber estado pensando en voz alta al tener que escoger entre las cuatro opciones, prolongando los momentos de vacilación, porque es aquello que el público esperaba, el ABCD del espectáculo. Ingram ocultó durante un tiempo que había superado el test del Club Mensa, el que agrupa a personas con un coeficiente intelectual especialmente alto. De algo le tenía que servir.

 ‘Quiz’ nos habla de la manipulación emocional ejercida a diversos niveles, empezando por unos productores televisivos que buscan generar impacto en la audiencia potenciando el nerviosismo incómodo de los concursantes

Quiz no es una crítica a las formas de hacer televisión, entre otras cosas porque la propia ITV tiró adelante el proyecto. Esto no es Quiz Show: el dilema, película dirigida por Robert Redford a partir del caso real de otro concurso de preguntas y respuestas, ‘Twenty One’, este de los años 50, en que sus responsables facilitaban de antemano las soluciones a aquellos participantes que querían hacer triunfar para calar en determinados sectores de audiencia. La cruzada de Frears es otra, ya que la supuesta conspiración que ilustra no pasa de los límites de una sala de estar. El veterano director consigue atraparnos con las artimañas habituales de las tramas judiciales, ayudado por la gran Helen McCrory (la tía Polly de Peaky Blinders) en el papel de abogada defensora. Los tres episodios de 45 minutos son suficientes para presentar los antecedentes y las consecuencias de una emisión televisiva histórica. Pese a cierta equidistancia que convierte a los Ingram en los chivos expiatorios de todo el embrollo, o que por lo menos introduce unas cuantas dudas razonables, los tres capítulos aportan diversas perspectivas, detallan todo lo sucedido e incluso dejan al espectador con ganas de más. Teniendo en cuenta la hemorragia narrativa de algunas series prolongadas por encima de sus posibilidades, este formato tan habitual en la televisión británica es muy de agradecer.

El público puede llegar a empatizar con estos pícaros de Trivial que pretenden desafiar al sistema desde el epicentro de la sociedad del entretenimiento masivo, aunque hacer trampas en un concurso tenga poco de acto revolucionario y mucho de enriquecimiento personal. En los primeros compases de la historia se nos cuenta que los seguidores más acérrimos del programa han constituido una especie de culto secreto con el objetivo de destapar las estratagemas que les permitirán colarse en el templo de esta religión laica y sentarse frente a frente con su sumo sacerdote, el presentador Chris Tarrant, aquí interpretado por el siempre eficaz Michael Sheen, el hombre que había sido Tony Blair en La reina. Sea como sea, puestos a hablar de falta de escrúpulos, las corporaciones mediáticas a las que intentan estafar no dudan en explotar los sueños y las miserias de famosos y gente llana en realities situados entre el amarillismo y la chabacanería, siempre en el nombre del sacrosanto share. De ahí que estos fanáticos aspirantes a millonarios no nos puedan caer del todo mal. Eso sí, cuando uno de estos tahúres de la pregunta con opción múltiple logra su objetivo, se exponen a que la envidia colectiva active un linchamiento generalizado. Eso es lo que les pasó a los Ingram, acechados por ataques de tos fingidos a cada paso que daban. Al ex comandante le bautizaron popularmente como «coughing major» (el mayor de las toses) … y no nos extrañaría que, recordando el «Space Oddity» del añorado David Bowie, fabulara con escuchar una señal de ayuda que nunca llegó: «Ground Control to Major Cough».

Matthew Macfadyen (‘Succession) y Sian Clifford (‘Fleabag’) protagonizan ‘Quiz’.

A Charles Ingram la serie le ha parecido muy cuidada en todos sus detalles, pese a que la imagen que se da de él es la de un pelele manipulado por la familia de su esposa, una Lady Macbeth catódica. La actriz Sian Clifford, antes de ser Diana Ingram, fue la hermana de Phoebe Waller-Bridge en Fleabag. En el caso de Matthew Macfadyen, tenemos muy reciente en la memoria su notable trabajo en el papel de Tom Wambsgans en Succession, uno de los personajes más patéticos de la televisión actual, arribista y lameculos con aquellos que están por encima, cruel y arbitrario con los de abajo, inoportuno con todos, uno de esos tipos que tienen la gracia allá donde la espalda pierde el nombre.

Aunque Charles y Tom no usan la misma brújula moral y parten de clases diferentes en su ascenso por la escala social, ambos actúan condicionados por sus mujeres. Ingram cae mejor, pero nos cuesta no entrever al personaje de Succession en este militar tan poco marcial en su gestualidad y su manera de posar ante la cámara, un cuñado en el aspecto literal de la expresión. Diana Ingram y su hermano, Adrian Pollock, habían convertido su participación en el programa en una necesidad vital, estudiando las estrategias de selección de concursantes como quien intenta hallar la piedra filosofal, convirtiendo el azar en ciencia. Ambos se habían sentado en el trono de la tortura emocional, quizás el más célebre en la historia de la televisión, y se habían apeado de él con 32.000 libras. En el fondo, el mayor Charles Ingram es descrito como una víctima colateral de la obsesión de su familia política por los concursos de preguntas y respuestas, arrastrado por la corriente de quienes, con independencia de si urdieron un plan maquiavélico, pretendían desvalijar la caja tonta. Y eso que al final alcanzaron la fama anhelada. Uno de los grabados más conocidos de Goya lleva por título El sueño de la razón produce monstruos. Si el pintor aragonés hubiera vivido entre el siglo XX y el XXI, asusta pensar lo que hubiera imaginado que provoca el sueño de la televisión.

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