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Nos llenamos tanto la boca proclamándonos hijos de la cultura audiovisual que a menudo olvidamos la primera parte contratante de la primera parte. Somos seres visuales, pero también estamos ávidos por escuchar. «Child of vision, won’t you listen?» (Roger Hodgson dixit). La radio, como medio de información y entretenimiento, ha sorteado todas las supuestas amenazas a su popularidad, conviviendo con normalidad en todo tipo de dispositivos, de los transistores de antaño más o menos digitalizados a nuestros teléfonos inteligentes… pese a que sus fabricantes sean tan cazurros como para no instalar reproductores de radio en sus aparatos y obliguen al consumidor a encomendarse a la diosa App. Además los medios sonoros han multiplicado su oferta tanto o más que la televisión, añadiendo a los emisores tradicionales todo tipo de productores de contenido a la carta, los podcasts.
En la jungla de Internet habitan muchos podcasts que no comparten la ambición y los recursos exigibles a un programa de radio, que no juegan con la música ni los efectos de sonido y se limitan a abrir los micros para dar paso a tertulias sin límite de duración. Algunos están relacionados con el comentario a tiempo real de la última serie de moda, si es que en la era del binge watching sigue existiendo eso del tiempo real. Estarían en las antípodas de la osadía formal (no necesariamente siempre digna de aplauso) de los youtubers. Se trata de hablar y ya está.
Hay quien destina una hora a ver un capítulo de ‘Juego de tronos’ y casi el triple a escuchar el comentario de dicho capítulo
En momentos en que se le achaca a una parte del público cierta incapacidad congénita para consumir productos audiovisuales que pasen de los 45 minutos de un capítulo, una impaciencia creciente que les va alejando del cine, resulta admirable la buena aceptación de podcasts que rivalizan en metraje con la mismísima Ben-Hur. Vamos, que hay quien destina una hora a ver un capítulo de Juego de tronos y casi el triple a escuchar el comentario de dicho capítulo. Junto a estos productos estrictamente seriéfilos, encontramos podcasts de divulgación histórica o científica, documentales, infantiles, investigaciones periodísticas… Podríamos añadir a la lista el primer hatecast de series, Seriefobia, una iniciativa de Serielizados en la que Toni Garcia Ramon y Òscar Broc dan rienda suelta a esa bilis incontenible que se acumula en su organismo.
Y entre tanta charla, la ficción también ha sacado la patita. Los directivos de radio, cuya sabiduría innata sobre los gustos del oyente son inversamente proporcionales al tamaño de su despacho o a lo mullida que esté su poltrona, habían dictaminado tiempo atrás que el serial era un género entrañable pero caduco. Esto del radioteatro era carne de museo nostálgico. Vaya por Dios… pues resulta que no. Aunque únicamente las emisoras públicas habían mantenido la confianza en la emisión de ficciones radiofónicas, era cuestión de tiempo que la multiplicación de plataformas (de producción y también de difusión: iTunes, iVoox, SoundCloud…) acabara por desmentir su supuesta extinción. También cuando se abordan historias reales, los podcasts están influidos por los modos de la narración por entregas. Ahí está Serial, el podcast que lo revolucionó todo, el más escuchado del mundo, que en septiembre del 2018, cuando estrenaba su tercera temporada, acumulaba 340 millones de descargas de sus dos primeras temporadas. Y que surgió, por cierto, de un programa de radio, This American life. La periodista Sarah Koenig investiga diversos casos, reflexiona sobre las pruebas, hurga en las contradicciones, entrevista a los implicados… y consigue con ello enganchar a una audiencia masiva.
En cierta manera, Serial se anticipó al auge de las series sobre crímenes reales, los true crime, que en Netflix empiezan a amenazar con saturar al espectador. Del caso analizado en la primera temporada de este adictivo podcast ha surgido una miniserie documental de cuatro episodios de la HBO que se estrena el 10 de marzo, El caso contra Adnan Syed: más allá de ‘Serial’, y una parodia confesa, como es American Vandal. Incluso Phil Lord y Chris Miller, responsables de La Lego película o de El último hombre en la Tierra, llegaron a anunciar que los métodos de investigación de Sarah Koenig serían mostrados en pantalla, pero el proyecto parece haber quedado definitivamente aparcado.
También existen podcasts de ficción en castellano interesantes, la demostración palpable de que el formato sonoro, más abierto a la imaginación del oyente, permite explicar historias espectaculares con presupuestos muchísimo más ajustados de los que harían falta para traducirlas en imágenes. De entrada, cada vez más series españolas de televisión apuestan por la producción de podcasts que complementan la trama principal: ha sido el caso de El ministerio del tiempo o de La zona. Por otro lado, en Podium Podcast, división de la todopoderosa y tentacular Prisa Radio, se liaron la manta a la cabeza -creativamente hablando- dando origen a dos seriales de trasfondo apocalíptico. Primero fue El gran apagón, situado en el listón de los 5 millones de descargas a lo largo de sus tres temporadas centradas en las consecuencias de un apagón solar. Después ha llegado Guerra 3, que ha concluido una primera temporada de las tres previstas, planteando algunos de los asuntos de la agenda política mundial que podrían desembocar en un conflicto global, desde la cerrazón de Corea del Norte a otro tipo de cerrazones de un tal Donald Trump, pasando por la situación en Siria o por los resortes del Vaticano.
En ambas series se ha contado con actores populares del cine y la televisión: Macarena Gómez, Miguel Rellán o Nacho Fresneda en El gran apagón, Adriana Ugarte, Carlos Bardem o Ana Wagener en la más reciente Guerra 3. Este plantel de voces, reconocibles aunque no les veamos el rostro, no es la única razón del éxito. Tan o más importante ha sido el equipo creativo: Ana Alonso en la dirección, José Antonio Pérez Ledo en el guion y Roberto Maján en el diseño de sonido. Y en esto último es donde debemos poner el énfasis. Para que un serial de este tipo resulte creíble, capte la atención de un público creciente y con ello la de los eventuales productores interesados en llevarlo a la televisión, hace falta construir texturas sonoras envolventes con técnicas mucho más elaboradas que la de golpear unos cocos para evocar el galope de un caballo (técnica artesanal muy estimable pero a estas alturas insuficiente). Es lo mínimo que debes darles a los «Child of vision» cuando les pides que cierren los ojos por unos minutos para sumergirse.
En ‘Homecoming’ (podcast) los efectos de sonido, como el burbujeo de una pecera o el graznido de un pájaro, forman parte de un lienzo rico y complejo
Este detalle por la creación de atmósferas era uno de los puntos fuertes de Homecoming, un podcast de ficción recientemente adaptado por Amazon. En él los efectos de sonido, algunos de ellos tan claves para el desarrollo de la intriga como el burbujeo de una pecera o el graznido de un pájaro, forman parte de un lienzo rico y complejo. Nos cuenta la historia de Heidi Bergman, una trabajadora social que cuatro años atrás había prestado sus servicios en un centro diseñado para ayudar a reintegrarse a la vida civil a los soldados que volvían del frente. Su falta de recuerdos sobre aquella etapa y la investigación posterior de un técnico del Departamento de Defensa la obligan a replantearse los hechos ocurridos en aquel centro, en la mejor línea de los thrillers conspirativos, que suelen encontrar en la política y en el ámbito médico o científico los terrenos más abonados.
No es gratuita la comparación con El mensajero del miedo, novela llevada al cine por John Frankenheimer en 1962 y por Jonathan Demme en 2004 (¿hace falta aclarar cuál de las dos versiones preferimos, si una está encabezada por Frank Sinatra y la otra por Denzel Washington?). Homecoming se toma su tiempo para levantar un suspense efectivo, sustentado en las emociones de los personajes más que en los golpes de efecto histriónicos. La disposición de la trama en diversos planos temporales nos permite asistir como testigos a las largas conversaciones entre Bergman y quien fuera su paciente predilecto, el soldado Walter Cruz. De su intercambio de confesiones se podía empezar a deducir la fragilidad de la protagonista. En la consulta de Heidi Bergman, cuchillo de palo.
El podcast creado por Eli Horowitz y Micah Bloomberg, estrenado en 2016 por Gimlet Media, una compañía especializada en el género que recientemente ha sido adquirida por Spotify, avanzaba mediante la reproducción de grabaciones en casete de las sesiones de terapia o de las llamadas telefónicas entre Heidi y su exigente supervisor, Colin Belfast. Era un modo de ofrecerle al oyente esa experiencia inmersiva necesaria, la falsa ilusión de estar escuchando ilícitamente conversaciones privadas, un imán de innegable atracción en la era de los micrófonos ocultos en floreros y del ínclito comisario Villarejo, reconvertido en vedette de las cloacas. Cuando a los autores de Homecoming se les añadió Sam Esmail, el cerebro de Mr. Robot, precisamente celebrada por una planificación visual arriesgada, podíamos intuir que su adaptación televisiva sabría recoger la esencia. Y así ha sido. Se ha mantenido totalmente fiel al guion inicial, reproduciendo al dedillo muchos de los diálogos. No sólo eso: lo que en el podcast era un intercambio constante de texturas sonoras (se llegaba a escuchar por teléfono la grabación de una de las sesiones, en un curioso juego de muñecas rusas auditivas), en la serie ha consistido en combinar tres formatos diferentes de pantalla, con fines creativos para nada ornamentales.
Que una serie destinada al gran público haya recurrido a la misma estrategia usada por Xavier Dolan en su película Mommy indica hasta qué punto las fronteras están del todo difuminadas, incluso entre la televisión comercial y el cine de autor premiado en festivales. Esmail, director de todos los capítulos, se distingue por su manera de oprimir a los personajes con la cámara, colocando al actor en una esquina de la pantalla, dejando mucho más aire a su alrededor del que estipula la dictadura del primer plano. En Homecoming rompe con la narrativa convencional, elevando a menudo el punto de vista. Pocas veces hemos visto tantos planos cenitales, cada uno de ellos cargado de significado más allá del efecto estético, como en esta serie.
Julia Roberts, convincente en su papel de mujer fracturada en mil recuerdos, sustituyó a la voz de Catherine Keener, la Heidi Bergman original
El cambio más importante entre las dos versiones tiene que ver con el reparto, y no precisamente porque las voces del podcast fueran anónimas. Julia Roberts, convincente en su papel de mujer vulnerable, fracturada en mil recuerdos apedazados, ha sustituido a la Heidi Bergman original, que fue Catherine Keener, recordada por Cómo ser John Malkovich, Capote o la miniserie de David Simon Show me a hero. El trabajo de voz de Keener para mostrar la vulnerabilidad creciente del personaje merecía la recompensa de pasar a la pantalla, pero nadie puede dudar del aliciente añadido que suponía el fichaje de Roberts. Aunque a estas alturas ya no tenga sentido afirmar como cosa novedosa que las estrellas más taquilleras de Hollywood se han dejado seducir por la televisión; por si quedaba alguna duda de que esta es una realidad constante, y seguramente con una tradición mucho más enraizada de lo que algunos se piensan, el fichaje de Meryl Streep por Big Little Lies ha acabado de dinamitar tópicos (una Streep que, por cierto, ya había trabajado en miniseries como Holocausto o Angels in America).
En el paso de Homecoming de lo sonoro a lo visual también cayeron de la convocatoria Oscar Isaac y David Schwimmer, reemplazados en los papeles del soldado Walter Cruz y el inquietante Colin Belfast por Stephan James y Bobby Cannavale. Nada que objetar a los cambios, a la vista del resultado final, más allá de la curiosidad de haber podido ver al antiguo Ross Geller (Friends) en un papel con dobleces (contaba que grabar su intervención en el podcast le llevó tan sólo un día, no mucho menos de lo que tardó Keener, tan sólo una semana, algo impensable en una producción audiovisual).
La expectación generada por el tándem Esmail-Roberts ha hecho de la adaptación de Homecoming un éxito moderado, bendecido con tres nominaciones a los Globos de Oro, en las categorías de mejor serie dramática, mejor actriz en serie dramática (Roberts) y mejor actor en serie dramática (James). No pueden decir lo mismo otras producciones que habían desembarcado anteriormente y han pasado más inadvertidas. Lore, estrenada también en Amazon, se basa en un podcast de Aaron Mahnke que rastrea en la historia y el folklore los supuestos orígenes reales de algunos de los mitos terroríficos más extendidos. En la primera temporada en Amazon, Mahnke mantuvo su papel de narrador de cuentos alrededor del fuego, mientras que los hechos se mostraban mediante diferentes técnicas, de la animación a la recreación con actores. En cambio en la segunda temporada, estrenada en octubre, ha desaparecido el narrador, con la clara intención de distanciarse del molde sonoro inspirador y refundar una serie antológica de horrores legendarios.
Pese a contar en la producción ejecutiva con Gale Anne Hurd, productora de Terminator, Aliens o The Walking Dead, Lore no ha acabado de cuajar entre el gran público. Más curiosa y frustrante resulta la trayectoria de Alex Inc., una comedia de la ABC que parte de la primera temporada del podcast Start up, transformando un serial documental sobre emprendedores empresariales en una sitcom protagonizada por Zach Braff y el ex Soprano Michael Imperioli, acogida con frialdad y finalmente cancelada.
Tanto Facebook, como USA Network o los productores de ‘The Jinx’, ya están preparando nuevas adaptaciones de podcasts
Hablábamos antes de la sobredosis de true crime, esas series que tienen el spoiler a la vuelta de la esquina en cualquier página de Wikipedia. Recientemente ha llegado a Netflix Dirty John, en que Connie Britton y Eric Bana ponen rostro a los personajes de un caso real expuesto en un podcast por Christopher Goffard, periodista de Los Angeles Times. Ella, Debra Newell, es una diseñadora de interiores que busca nueva pareja a través de una web de citas; él, John Meehan, un anestesista atento y comprometido, voluntario de Médicos Sin Fronteras en Irak. Ante esta premisa, a cualquier espectador/oyente mínimamente avezado se le activa el sismógrafo detector de grietas ocultas tras una fachada de perfección. No es el caso de la protagonista, que no debía haber visto ninguno de tantos telefilms de la hora de la siesta centrados en la peligrosa costumbre de dormir con el enemigo. Quienes sí sospecharon del nuevo cabeza de familia fueron las hijas de la diseñadora, malcriadas e insolentes pero afortunadamente intuitivas. Los giros de la trama parecen obra de un guionista maquiavélico, pese a estar hablando de un caso verídico, pero la serie no acaba de despegar.
El filón de adaptar televisivamente los podcasts más escuchados no ha hecho más que empezar. Facebook prepara Limetown, donde Jessica Biel, superada su experiencia cercana al martirio en la primera temporada de The Sinner, será una reportera radiofónica (profesión más que acertada para un relato inicialmente sonoro) investigando la desaparición de más de 300 personas en unas instalaciones científicas de Tennessee; USA Network está trabajando con uno de los productores de Mr Robot en Alice isn’t dead, la pesadilla surrealista de un camionero embarcado en una cruzada de tintes lovecraftianos en su empeño por demostrar que su mujer no está muerta (de su creador, Joseph Fink, también podríamos ver próximamente Welcome to Night Vale, otro thriller sobrenatural narrado antes que filmado); Marc Smerling y Zachary Stuart-Pointer, los productores de la serie The Jinx, sin duda uno de los mejores documentales criminales recientes, llevarán a FX una versión en imágenes de su podcast Crimetown… Éramos pocos y parió la radio. Por lo que pueda ser, más nos vale mantener los ojos y los oídos bien abiertos.