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Las historias de la aristocracia británica han sido parte de la delicada forma de reivindicar los valores de una sociedad que tuvo como colofón las grandes guerras del siglo veinte. Los amplios salones, los tocadores de las damas, la elegancia de los caballeros, la vida ocupada de los sastres, joyeros, artistas, libreros y otros cultores de la vida íntima y social atraviesan las páginas y capítulos de tramas en las que uno siente que hasta el oxígeno es de otra condición.
Ford Maddox Ford ha creado una de las grandes novelas del siglo con Parade’s End (1924-1928), y en ella ha querido mostrarnos las personalidades de la virtuosa aristocracia de aquel periodo que atravesó la centuria del diecinueve y el comienzo de la del veinte. Con su protagonista, Christopher Tietjens, el autor manifiesta el orgullo de un joven conservador que prevé con claridad el destino de Inglaterra y de Europa, y que a lo largo de la narración —que se compone de cuatro novelas— debe someter a juicioso discernimiento, cuando no sufrimiento, lo que ha defendido como parte de sus principios. Así llegan los amigos, los amores, los uniformes y juramentos de bandera, el matrimonio y sus decepciones, el paso del tiempo y los pesares. En buena parte, Maddox Ford nos narra a lo largo de los cuatro libros que integran Parade’s End (en español tenemos la reciente traducción El final del desfile, de Miguel Temprano García) un cuadro de su propia vida, enmarcada sobre todo por el hecho de que hubiera sido oficial del ejército británico durante la Primera Guerra Mundial.
Para el libro, que hay que tomar con buena disposición en tiempo y en ánimo, se necesitan mucho más que una veintena de horas de lectura. Para la serie tomamos solo cinco horas de nuestra fascinación por las tramas. La adaptación, en este caso una miniserie lujosamente producida, surge como una lectura personal y muy dramática del escritor británico aunque de nacimiento checo Tom Stoppard, famoso ya por una serie de películas en las que grandes literatos son su inspiración. Adaptó a Vladimir Nabokov y su novela Desesperación, a Graham Greene y su El factor humano, a J. G. Ballard y El imperio del sol, a John LeCarré y La casa Rusia, y una de las más recientes adaptaciones de Anna Karenina, por mencionar sus versiones de estas obras. Stoppard también es reconocido por su participación en la película de culto Brazil, dirigida por Terry Gilliam, y por el guion original de la premiada cinta Shakespeare in Love, bajo la dirección del inglés John Madden.
Situados en Parade’s End, la miniserie se puso sobre los hombros de brillantes realizadores, pues en la dirección ha estado Susana White, ya reconocida en el mundo seriéfilo por su trabajo en la también miniserie Generation Kill, la recordada historia tipo crudo documental sobre la vida de unos soldados norteamericanos en la toma de Irak el año 2003. Definitivamente, esto de las series y sus aristas da para poner buena parte de la comprensión del mundo en las manos.
El gran Christopher Tietjens
Un bueno, buenazo, Christopher Tietjens, interpretado por un actorazo, Benedict Cumberbatch. Tietjens es el alma de una generación de jóvenes conservadores que dimensiona en la aristocracia el devenir que define la existencia. Aspiraciones y realizaciones corren parejo en la vida de una familia que no tiene una mota de polvo en las mesas ni una mancha en los trajes. Christopher no es un amigo más, es el amigo. Tampoco es un pretendiente más, es el pretendiente.
Tietjens es el alma de una generación de jóvenes conservadores que dimensiona en la aristocracia el devenir que define la existencia
Cuando los aires oscuros comienzan a asomar por las mansiones británicas, el heroísmo aparece en la mirada de hombres como Christopher Tietjens. Ir a la guerra suena como una aventura necesaria para templar aún más el espíritu. El miedo es escaso cuando no se reconoce realmente lo distante que resulta la ficción del aristócrata frente a la realidad de los campos de batalla. Además, si el héroe es intachable, ¿qué puede ser lo malo que Dios le tiene determinado? No hay castigo alguno que temer.
Otras historias y series ya han sabido contarnos muy bien la desventura de este mismo espíritu. Los personajes quedan desencajados por la realidad y el encuentro con la guerra trae el deterioro completo de una existencia en la que solo podían presagiarse el cielo y el terciopelo.
Cuando el apellido Tietjens queda manchado por el lodo y el uniforme recibe las continuas salpicaduras de esquirlas y sangre, el espíritu difícilmente puede sostener la altura. Y, no obstante, Christopher intenta levantar la frente, animarse y animar su tropa. En ese refugio, que parecía muy ideal, son la belleza y la dulzura de una mujer las condiciones de una vitalidad que, para contrariar aún más el panorama, su esposa no puede darle.
La caprichosa Sylvia
En ese horizonte de honradez y de inmaculada aventura tenía que aparecer una mujer como Sylvia. La actriz Rebeca Hall se pone aquí en los ropajes de una joven que vive plenamente en serio su condición de élite. Lo suyo es vivir en el placer de ser bella, sentirse bella y, por lo mismo, gloriarse en el deseo que despierta a su paso desplegando una juiciosa altanería que, como todo lo aristocrático, tiene un revés tragicómico. La Sylvia de Ford Maddox Ford se asemeja a la Scarlett O’Hara de Margaret Mitchell, y es fácil evidenciar en ambas mujeres el cinismo con el que pueden asumir —cada una en su región y en su tiempo narrativo, en las batallas que atraviesan por sus patios y en los pretendientes que las intentan seducir— la indolencia y el egoísmo. De hecho, puede decirse que Sylvia es aún más amarga en los juicios mismos que plantea sobre su esposo, Christopher, y en la condición con la que se enfrenta la guerra que toca a sus puertas.
Sylvia se asemeja a Scarlett O’Hara, y es fácil evidenciar en ambas mujeres el cinismo con el que pueden asumir la indolencia y el egoísmo
Es en este plano dramático en el que mejor se puede sentir la participación de Tom Stoppard al confeccionar el guion, ya que es en Sylvia y en sus amistades el lugar en el que se privilegian la irreverencia y la burla misma a una sociedad condenada a sus propios embelecos. Además de ello, es un papel que le ha quedado a Rebeca Hall como un guante, mostrándose la actriz desenvuelta y fastidiosa en el ánimo veleidoso con el que juega sus cartas sociales.
Sin tener a la mano consignas sobre lo que es la mujer, ni buscar igualdades de ningún tipo, Sylvia enseña un pedazo de historia que muchas veces parece olvidada. No es ella una mujer humillada, vencida, símbolo de lo que parece fue el pasado de todas las damas, sino que, al contrario, perfila un tipo de mujer que disfrutaba ser la burladora, la astuta, la que sabía que no se casaba para rendirse sino para vencer. Sylvia es un poder femenino burlón que privilegia todas las instituciones tal y como han sido constituidas por los hombres, pero lo hace porque puede sacar provecho de ello.
La sufragista Valentine
Ya hemos visto el angelical rostro de la australiana Adelaide Clemens en diversos proyectos de muy buena calificación. De todas maneras, estoy seguro de que su prestigioso inicio lo ha dado encarnando en Parade’s End a la sensible Valentine Wannop. La señorita Wannop es todo lo contrario de Sylvia Tietjens. Anhela un mundo mejor, quiere un espacio distinto para las mujeres, que su pensamiento y sus decisiones sean tomados en cuenta. A todas luces, en la integridad que personifica Christopher, aparece tarde, demasiado tarde para el pobre conservador, su alma gemela. Pero la trama de Parade’s End no desmiente lo que tantas veces ocurre, que tras el matrimonio llegan luego las verdaderas medias naranjas mientras la pareja se ha convertido pronto en un medio limón.
Valentine anhela un mundo mejor, quiere un espacio distinto para las mujeres, que su pensamiento y sus decisiones sean tomados en cuenta
Christopher y Valentine crecerán en un amor que buscará, ante todo, que ambos sean felices, aunque no estén juntos. Y esa es una de las penas grandes que muestra la tragedia vivida por los personajes. Los caprichos de Sylvia triunfan, la guerra cumple su propósito de separar y adelantar la muerte. Además de todo, los amantes, que solo lo son en un platonismo de alta estirpe, padecen las habladurías de quienes asumen que ellos han cumplido descaradamente todo lo que solo se han ajustado a desear.
Las desventuras de la virtud en las que la pareja se ve inmersa reflejan la vulnerable condición de las acciones humanas. Sujetas a las miradas ajenas, la dignidad y la autonomía pierden toda su seriedad y se convierten en mercancías en las que cualquier valor es una interpretación adecuada, cuando no completamente real. Christopher y Valentine, a diferencia de Sylvia, padecen el infortunio de ser buenos y deben pagar por ello, ante los ojos siempre escandalizados de quienes no soportan la verdadera nobleza.
Parade’s End es una miniserie que se bebe con extraña nostalgia durante los primeros dos capítulos. Luego, cuando todos sus personajes han quedado bien definidos, los capítulos restantes nos dan un repaso de las desgracias y las amarguras que el tiempo y las relaciones traen inscritos. Se disfruta como un bocado literario al que Tom Stoppard ha sabido ponerle su personalidad y su criterio dramático ofreciéndonos el paisaje otoñal de la siempre admirable sociedad que iba a vivir la Primera Guerra Mundial.
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