'Generation Kill', o por qué la guerra de Irak fue una mierda
Razones para no perdérsela

‘Generation Kill’, o por qué la guerra de Irak fue una mierda

David Simon y Ed Burns destripan a los protagonistas del conflicto bélico con la misma crudeza que mostraron en 'The Wire'

Como periodista siempre piensas en ir a la acción, descubrir los rincones más sórdidos y hablar con personajes anónimos para conocer unas historias personales que hablan de mucho más que eso. Cubrir una guerra debe ser una mezcla explosiva de respeto, adrenalina, admiración y miedo, una misión romántica en deber de contar a los ciudadanos que es lo que ocurre en la primera línea del frente. Trasladar a la opinión pública que quizá todo ese mensaje patriotero sobre la guerra contra el terrorismo no es tan sencillo de definir en medio del polvoriento y desolado Irak.

Se puede repasar la historia, conocer los hechos y decisiones que llevaron a George W. Bush a invadir la cuna de la civilización, desarrollar una visión crítica, recordar las manifestaciones del No a la Guerra como nuestra mayor aportación personal a la democracia e incluso analizar los miles de datos que ha dejado esta guerra incesante. Todo eso está en libros, documentales y en resquebrajos de nuestra memoria. Pero quizás la versión más definitiva de todo lo que sucedió no la encontramos ni en la Casa Blanca, ni en el Pentágono, ni en la sede de la ONU sino dentro de los hummvees (vehículo militar multipropósito) donde se resguardan los pelotones de reconocimiento del ejército. Eso es lo que quiso probar David Simon y lo que consiguió con Generation Kill. Aquí algunas razones para no perdérsela:

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1. Hacer el máximo con lo mínimo

Generation Kill sigue el esquema marcado por The Corner y The Wire. Historias extremadamente duras, ficción hiperrealista y sin voluntad de hacer una obra épica. Simon plasma en la pantalla lo mismo que hacía en artículos analíticos en el papel del Baltimore Sun. No hacen falta grandes filigranas retóricas, ni música de violines, ni los idealismos intelectuales con los que sueña Aaron Sorkin. Aquí todo es mucho más sencillo. Con una historia coral rellenada con personajes vulgares de orígenes y destinos mediocres se disecciona una parte de la sociedad, el ejército, elevada a los altares en los Estados Unidos.

Ese estilo puede costar un esfuerzo extra de atención. Sin duda alguna es mucho más ágil y excitante uno de los muchos cliffhangers de Breaking Bad o Lost. Lo más interesante de Generation Kill, y del estilo David Simon en general, es que se estimula al espectador y se le invita a la reflexión universal a través de lo cotidiano. Una aparente austeridad en la puesta en escena que acaba traduciéndose en un detallado retrato de tiempos oscuros.

2. Puñetazo a la consciencia estadounidense

Seguimos con los paralelismos periodísticos. Si esperas que un análisis sea complejo, exhaustivo y no deje títere con cabeza, entonces ¿por qué no esperarlo de una serie? Simon nos presenta una realidad muy alejada de las televisiones, aquella de la que aparentamos no saber nada para seguir más tranquilos con nuestra cómoda existencia. En plena era de abuso mediático, las cadenas estadounidenses retransmitieron la guerra de Irak como un partido de béisbol entre los Yankees y los Red Sox. Después del triunfante paseo por Afganistán la maquinaria bélica americana estaba engrasada y confiaba en destrozar Mesopotamia con la misma celeridad. Bush engañó a sus ciudadanos y a la comunidad internacional con el pretexto de las armas de destrucción masiva. Los estadounidenses estaban cagados y el presidente quería jugar el papel de sheriff del mundo que tanto le había gustado a Ronald Reagan. El mensaje político también tuvo un aliado mediático y se prohibió mostrar imágenes de los cadáveres repatriados que volvían de la guerra fallida que aún es Irak.

“Nos matarán antes los mandos que los moros”.

A Simon no le hace falta mencionar nada de eso, la historia está en los libros, así que solo se sirve de sus personajes para reflejar como los pretendidos ideales de libertad que impulsaron la guerra se desmoronan a cada paso. Vemos cómo se violan los derechos humanos al abandonar a iraquíes que huyen del régimen, pueblos bombardeados por error y altos mandos más preocupados en colgarse una medalla que en ayudar a los civiles. “No caeremos por los moros sino por los mandos”, repiten los soldados. El caos en el terreno evidencia la falta de coordinación y de estrategia de los que motivaron esa guerra. La negligencia y el autoritarismo caciquil que domina el ejército es un puro reflejo de los despropósitos de la política estadounidense bajo el mandato de Bush hijo.

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Generation Kill es, indirectamente, el puñetazo de Simon a la arrogante conciencia estadounidense, a la doctrina neocon impuesta des de la Casa Blanca y a una aventura militar que ha terminado (no en el sentido estricto) convirtiéndose en el Vietnam del siglo XXI. Aunque todos los datos aportados por la administración se comprobaron falsos, ni Bush ni ninguno de sus secuaces han respondido ante la justicia por sus actos. Algunos como Dick Cheney o Donald Rumsfeld siguen regodeándose diciendo que existía un vínculo entre los servicios secretos iraquíes y Al Qaeda.

3. En la mente del soldado

Dentro de esa crítica inherente, Simon quiere hablar de los protagonistas reales de la guerra, los que no toman decisiones y son enviados a primera línea del frente. Aunque hay una doble cara del ejército, es un mundo agresivo dominado por la testosterona, el machismo y un profundo racismo hacia todo lo que no es americano. Muchos disfrutan asesinando (o lo que ellos llaman “cacera de moros”) y algunos incluso se frustran al no poder entrar en combate. Simon nos ofrece una visión maníaca y obsesiva, con personajes trastornados con una AK-47 entre sus brazos y sin juicio ético alguno. Están acostumbrados a la muerte y a imágenes devastadoras contra las que no hay preparación psicológica alguna que las resista.

“Los marines somos los pitbull de los Estados Unidos: nos pegan, nos maltratan y de vez en cuando nos dejan ir para que ataquemos a alguien”

A medida que los hummvees avanzan hacia Bagdad muchos de ellos van abriendo los ojos, descubriendo las miserias del lugar al que han sido destinados, aprendiendo que Irak no es Afganistán. Ver los cadáveres de niñas con las piernas amputadas por las bombas no debe ayudar. Poco a poco observamos que esa generación asesina, deshumanizada por completo en un principio, también tiene sus flaquezas y dudas sobre lo que hace. Simon nunca juega al blanco y negro, sino que como buen periodista retrata los matices, la complejidad de la existencia humana en una mirada vulnerable. Tenemos al médico que atiende como un loco a todos los afectados, mientras en el otro lado el soldado novato y semianalfabeto, que se piensa que juega al Call of Duty, se distrae disparando a los camellos. Pero no todo es polaridad y se nos hace difícil saber cuál de los dos nos levanta más compasión. El clima de tensión y angustia en el que viven retrata las incongruencias de la misión militar y la fragilidad de sus protagonistas.

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Como ya hizo en cada final de temporada de The Wire, David Simon cierra su disección a ritmo de duras imágenes que hablan por sí solas. En Generation Kill lo hacen acompañadas de la poderosa voz de Johnny Cash: “There’s a man going around taking names and he decides who to free and who to blame. Everybody won’t be treated all the same. There will be a golden ladder reaching down. When the man comes around”.

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