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Imaginad un futuro cercano en el que EEUU, tras haberse convertido en un país autosuficiente en términos energéticos, abandona la OTAN. Por su lado, Oriente Medio, sumido en el conflicto, ha paralizado el suministro de petróleo y gas a Europa, que se sumerge en una crisis energética. Mientras tanto, un huracán de devastadoras consecuencias fruto del calentamiento global le ha puesto cara y ojos a la amenaza que supone el cambio climático. En este escenario, un partido verde de izquierdas gana las elecciones presidenciales en Noruega prometiendo acabar con la utilización de los combustibles fósiles e, increíblemente, lo hace. El recién elegido primer ministro, Jesper Berg, anuncia que se detiene la producción en las plantas extractoras del Mar del Norte y que el petróleo y el gas serán sustituidos por una nueva fuente de energía limpia, el torio. Es una decisión arriesgada sí, y más teniendo en cuenta que el suministro de energía a través del torio aún no está completamente desarrollado y menos implementado. Sin embargo, Noruega quiere ser un ejemplo para el resto de Europa. En este contexto comienza Occupied (Okkupert), la serie noruega más cara de la historia (cerca de los 11.000.000€).
Sin duda, esta acción tan arriesgada que, por hacer honor a la verdad, está un poco pillada por pinzas pero te la comes con patatas en la vorágine de una distopía tan plausible, enfada mucho a la Unión Europea y, sobre todo, a los rusos. Miedo. Así, con la connivencia de la UE, Noruega se ve obligada a aceptar la entrada (por llamarla de alguna forma) de Rusia y la toma de sus plantas petroleras para «asistirlos» en la feliz y forzosa reanudación de la producción petrolífera bajo amenaza de una invasión militar de facto. Están Ocupados.
«La idea original fue concebida en 2012 por Jo Nesbø; tras los acontecimientos ocurridos en marzo de 2014, Okkupert tomó un cariz realista que atrapa sin remedio»
Okkupert está producida por la sueca Yellow Bird, responsable de The Girl With the Dragon Tattoo, y la francesa GTV, además de contar con el apoyo de fondos noruegos. Karianne Lund es co-creadora y guionista de la serie junto a Erik Skjoldbjærg, director de Prozac Nation y la Insomnia pre-Nolan, y también fue el director de los dos primeros capítulos. El día en que comenzaron a rodar el piloto, allá a mediados de marzo del 2014, Rusia anexionó la península de Crimea. Cuando la serie se estrenó aproximadamente un año después, los ecos retumbaron en los oídos de la diplomacia rusa, que emitió un comunicado donde recalcaba que “es muy lamentable que en el año de la celebración del setenta aniversario de la victoria de la II GM los creadores de la serie hayan decidido asustar a los espectadores noruegos con una amenaza inexistente proveniente del este al peor estilo de la Guerra Fría, como si hubieran olvidado la heroica contribución del ejército soviético en la liberación del norte de Noruega de la ocupación nazi”. Como dejan claros los tiempos, el desarrollo de la serie no fue de ningún modo influido por la acción rusa en Crimea. De hecho, la idea original fue concebida en 2012 por Jo Nesbø, escritor noruego referente del nordic noir, mucho antes de que la serie se pusiera en marcha y, por supuesto, de que Rusia metiera la patita en Ucrania. Sin embargo, cierto es que tras los acontecimientos ocurridos en marzo de 2014, Okkupert tomó un cariz fascinantemente realista que atrapa sin remedio, ya que pone de relieve las hipotéticas consecuencias de una situación geopolítica cada vez más inestable en el este de Europa y queda envuelta en un halo de carácter premonitorio.
Okuppert es una historia sobre la pérdida progresiva de soberanía disfrazada de una colaboración necesaria para evitar el conflicto armado. Una invasión que comienza desde dentro, apelando a la paz, creciendo bajo la mirada ciega de aquellos que son paulatinamente conquistados sin advertir el tumor que va fagocitando sus instituciones en vez de expandirse en plena calle. Por ello, el escenario que subyace a la vida cotidiana pasa desapercibido para la mayoría de la población, pero no para Hans Martin Djupvik, guarda personal del primer ministro, ni para Thomas Eriksen, periodista incasable e idealista que lucha contra el presunto colaboracionismo del gobierno. Son las dos caras de la moneda. Frente al activismo del periodista, Djupvik está convencido de estar haciendo un favor a su país prestando ayuda a la diplomacia rusa para controlar a ciudadanos disidentes que, con sus acciones antirrusas, retrasan la partida de los rusos de Noruega. Junto a estos dos personajes se dibujan también los de sus respectivas mujeres, sobre todo Bente, la mujer de Eriksen, quien para mantener a su familia convierte su restaurante en un punto de encuentro para los “ocupantes”, que operan sigilosamente en el edificio de enfrente; o el de Wenche Arnesen, jefa de la policía noruega. Tampoco podemos olvidar que toda historia de colaboración es una historia de resistencia, y en ciertos grupos de población entre los que queda muy patente la sibilina dominación de los rusos se cuece el caldo de cultivo ideal para la aparición del grupo terrorista “Free Norway”.
«‘Okkupert’ te muestra siempre las dos caras de la moneda, la complejidad de unas acciones que puedes entender aunque no compartas del todo»
Los intereses de los diferentes actores se entrecruzan, chocan entre ellos, y sin embargo, todos creen estar haciendo lo mejor para su país, lo necesario para evitar un escenario que no tenga vuelta atrás. Se observa un conjunto de reacciones humanas donde tú, como espectador, sufres un ictus intentando decidir quién hace lo correcto y quién no. Efectivamente, Okkupert te muestra siempre las dos caras de la moneda, la complejidad de unas acciones que puedes entender aunque no compartas del todo, o que compartes aún sabiendo que quizás no sería lo más correcto. Que tú no lo harías. O sí. ¿Pero lo más correcto para quién? ¿Para ti y tu familia? ¿Para la defensa de los derechos y la libertad? El abanico de disquisiciones morales que se presentan es más largo que un catálogo de Ikea. Los personajes son intrincados y se mueven a través de dos niveles diferentes de responsabilidad. De hecho, el propio Skjoldbjærg ya apuntó que ésta era una serie sobre “cómo la gente reaccionaria ante un cambio radical” y resaltó que se inspiró en la canción ‘Me and Bobby McGee’ de Kris Kristofferson que reza “Freedom is just another word for nothing left to lose”. Los propios creadores de la serie resaltan que la mayoría de la gente miraría por sus propios intereses, intentaría continuar con su vida y no se plantearía arriesgar lo que tienen por la defensa de un bien mayor; al menos, de entrada. Ésta es la visión a nivel micro, pero, como siempre, hay una perspectiva macro.
La serie pone en jaque al espectador y lo planta ante una situación donde la lucha por sus derechos no sucede en la II GM, sino en un escenario que podría sobrevenirnos mañana. Un relato que acostumbra a ser histórico, se convierte en espejo de un hipotético día de mañana. Por ello, esta serie sobre los límites de la naturaleza humana también trata sobre geopolítica, sobre los peligros del cambio climático y a su vez es una reflexión histórica aplicada al presente.
«La posición del presidente Quisling durante la II GM remite, de forma muy alejada, a la del primer ministro Berg en ‘Occupied'»
Durante la segunda guerra mundial, el gobierno presidido por Vikdun Quisling colaboró abiertamente con el régimen nazi. El rey de Noruega se había exiliado a Gran Bretaña tras negarse a aceptar las demandas del III Reich y Quisling pasó a dirigir el país bajo los preceptos nazis: nada de judíos refugiados y provisión de soldados para el Frente del Este. Quisling estaba convencido de que si ayudaba a los alemanes en el campo de batalla estos no tendrían ninguna necesidad de anexionar Noruega. De alguna forma, el que fue una marioneta nazi, trató de preservar la “independencia” de su país. Esta posición, aunque de forma muy alejada, remite a la del primer ministro Berg en Occupied; no tanto en el cambio de políticas públicas pero sí en la pérdida de soberanía real con la intención de evitar un conflicto abierto sobre territorio nacional. El término “quisling” se sigue usando a día de hoy como sinónimo de “traidor”.
Los países escandinavos tienen una profunda cicatriz con respecto a pasajes colaboracionistas en su historia reciente. Tras la II GM y el posterior comienzo de la Guerra Fría fue Finlandia quien aceptó la mano soviética en sus instituciones durante 44 años a través del Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia firmado en 1948. Su situación geopolítica popularizó el término “finlandización”. Este fenómeno hace referencia a la posición adoptada por un país pequeño que, situadas sus fronteras junto a un gran potencia expansionista, renuncia a parte de su soberanía, sobre todo a través de una política de neutralidad en materia de asuntos exteriores, a cambio de mantener su independencia como gobierno democrático, evitando así el control total por parte del otro país y en última instancia la anexión. Es cierto que a Finlandia le sirvió para no caer al otro lado del telón de acero tal y como le sucedió a Polonia o Hungría por ejemplo, pero si prestamos atención al nombre del tratado fino-soviético, sólo queda recordar el que firmaron los países del bloque del este en el Pacto de Varsovia: Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia. Entre ser un país “libre” controlado en la sombra y un vasallo de facto sólo había una palabra de diferencia.
«Tras la anexión de Crimea, más de un iluminado en política exterior ha sugerido la ‘finlandización’ como solución a la crisis de Ucrania»
La URSS se valió de la figura del presidente Urho Kekkonen para vehicular su influencia en el gobierno y los medios fineses durante casi 26 años. En Okkupert, Rusia utiliza al presidente Berg para internarse poco a poco en las entrañas noruegas. Ambos casos presentan severas diferencias, pero las trompetas de la finlandización suenan alto y claro en esta ficción. Tras la anexión de Crimea, más de un iluminado en política exterior ha sugerido la finlandización como solución a la crisis de Ucrania sin tener en cuenta lo que eso supondría para un país que, a diferencia de Finlandia en la Guerra Fría, no cuenta con unas instituciones limpias de base y comparte un fuerte vínculo lingüístico-cultural con Rusia. Por si no fuera poco, los aires imperialistas de Rusia están poniendo en entredicho la seguridad del conjunto de estados más al este del continente. El Tratado de Minsk, firmado en septiembre del 2014 para calmar las relaciones tras la crisis de Ucrania, es continuamente incumplido por Rusia, que recibe sanciones económicas periódicas. Recientemente, la OTAN anunció su refuerzo de batallones en los países bálticos y Polonia para hacer frente a una posible carrera armamentística que viene sazonada con violaciones periódicas del espacio aéreo y marítimo euro-atlántico por parte de Rusia.
A diferencia del futuro que concibió Jo Nesbø para Okuppert, nuestra OTAN sigue contando con Estados Unidos y la UE no se ha conchabado con Rusia. La riqueza de Noruega sigue proviniendo del petróleo ya que nada parecido al torio parece estar en el mercado, por desgracia. Aún así, llegará un día en que tal y como plantea la serie, la crisis medioambiental forzará a nuestros políticos a tomar medidas, y bien sabe Dios que eso pasa por hacer algo con nuestras fuentes de energía. La propuesta de Okkupert muestra una Noruega que renuncia a su mayor fuente de ingresos, y de poder, en pos del medio ambiente. Cuesta imaginar ese escenario en que Noruega se queda sola, y sobre todo cuesta imaginar a la UE favoreciendo el expansionismo de Rusia…, pero ay, cuando te tocan los combustibles fósiles. Huelga decir las reflexiones que se extraen tras verte la serie de la actuación de aquella Unión que nació con el propósito de evitar la guerra en el viejo continente. En España, donde está siendo emitida por Movistar+, esta ficción llega acompañada del Brexit y la moda antieuropeísta que se está propagando por los parlamentos europeos. Buenos complementos.
De todas formas, como los creadores de Okuppert se han encargado de recalcar, es sólo ficción. Pensamientos que sugieren que las cosas pueden cambiar de un día para otro. Nuestras fronteras, nuestras libertades (las que nos dejan tener), no están tan aseguradas como parecen. Es muy probable que a día de hoy no sean tanques y soldados los que vengan a reestructurar el mundo, sino burócratas y poderes fácticos que desde dentro vayan minando poco a poco soberanías y derechos; y no tienen por qué ser foráneos, precisamente. O quizás sí. El caso es no despistarse.