Neutrones, pulguitas y reivindicaciones feministas - Serielizados
'Les nits de la tieta Rosa'

Neutrones, pulguitas y reivindicaciones feministas

Maria Aurèlia Capmany, protagonista del Serielizados Fest, creó en 1980 una serie atrevida y avanzada a su tiempo.
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En una época en que los intelectuales eran demasiado perspicaces para menospreciar el papel de los medios de comunicación de masas en la construcción de una identidad cultural potente y popular en todos los sentidos del término, a Maria Aurèlia Capmany, de quien ahora conmemoramos el centenario, no se le caían los anillos por trabajar para la televisión. En su currículum constaba un premio Joanot Martorell en 1948 por la novela El cel no és transparent y un premio Sant Jordi en 1968 (Sant Jordi fue el nombre que adoptó el Joanot Martorell a partir de 1960), por Un lloc entre els morts. No nos cuesta imaginar a más de un distinguido con el Sant Jordi o el Planeta estremeciéndose indignado ante la idea de escribir un guion, visto por estas mentes elitistas y estrechas como poco más que un esbozo de literatura, un prejuicio que no hubieran compartido tantos grandes escritores que contribuyeron a forjar la mitología hollywoodiense.

A algunas plumas laureadas, más ahora que entonces, se les suele escapar un deje de desprecio condescendiente al hablar sobre la televisión, ese artilugio que ha arrastrado durante décadas epítetos tan tópicos como minimizadores, de la pequeña pantalla a la caja tonta, obviando su contribución innegable a la democratización del saber. Otros, no necesariamente literatos, presumen de no tener tan denostado aparato en casa, no vaya a ser que mancille la armonía del hogar, forjada a golpe de postureo y supremacismo cultural. Es cierto que en la parrilla televisiva nos esperan agazapados auténticos subproductos, más ahora que entonces, programas de vergüenza ajena que convierten las emociones en una pura pantomima, en mercancía apreciada por los audímetros aunque sea falsa, pero incidir en ello supone minusvalorar la capacidad de elección. Aunque sea para seleccionar nuestra programación a la carta, la televisión sigue siendo un armatoste a tener en cuenta.

Capmany, nacida en Barcelona en 1918, licenciada en Filosofía en la universidad de posguerra, docente, novelista, dramaturga y ensayista todo terreno, lo tenía claro. Entendió la necesidad de elaborar contenidos televisivos acordes con los tiempos, ese tránsito entre los años 70 y los primeros 80 empañado por los claroscuros de una transición mejorable en muchos aspectos. Era todavía más importante hacerlo en su lengua materna, el catalán, prohibido durante las primeras décadas de franquismo y acotado a cuotas de emisión ridículas más adelante. La reivindicación lingüística no era en absoluto gratuita. No olvidemos que en octubre del 1976 Adolfo Suárez, a respuesta de un periodista francés, había dudado que se pudiera encontrar un profesor capaz de enseñar química nuclear en vasco o en catalán. Como si existieran lenguas de primera y otras de segunda, limitadas a la categoría de curiosidad folklórica. La generación de Maria Aurèlia, como unas cuantas antes y otras tantas después, demostró que su lengua de expresión habitual era válida en cualquier registro, que estaba viva y seguía evolucionando pese a los diversos intentos de fulminarla. Con todo el respeto por los clásicos, la televisión en catalán no se podía limitar a mostrar teatro filmado, a escarbar en la memoria para ofrecer el enésimo montaje de un Guimerà o un “Pitarra”. Eran necesarias ficciones que se hicieran eco de las preocupaciones contemporáneas de su público potencial.

Esta tía Rosa se pasaba el día en el sanctasanctórum de la casa familiar y, al ponerse el sol, era la diva doméstica del music-hall pícaro del Paralelo

Es en este empeño que adquiere toda su relevancia la serie que Maria Aurèlia Capmany escribió para Televisión Española en Cataluña en 1980: Les nits de la tieta Rosa. En los años anteriores, esta mujer amante y practicante del teatro, que en 1959 había fundado l’Escola d’Art Dramàtic Adrià Gual junto a Ricard Salvat, centro neurálgico de creación y experimentación, ajustó al formato televisivo textos de Ibsen, convirtiendo Casa de muñecas en La nina, o de Salvador Espriu, a partir del cuento Tereseta-que-baixava-les-escales. También había adaptado material propio, como L’alt rei en Jaume o Aquesta nit no vindrem sopar. La propuesta de Les nits de la tieta Rosa afianzó su compromiso con el medio. Capmany creó una serie de doce capítulos, de entre 20 y 30 minutos, protagonizada por Rosa Maria Sardà, embutida con su solvencia y desparpajo habituales en la piel de un personaje visionario.

A la manera de un Clark Kent en chal y zapatillas, esta tía Rosa se pasaba el día en el sanctasanctórum de la casa familiar haciendo ganchillo, opositando al cargo de soltera vocacional en unos tiempos en que un hombre sin vínculo matrimonial era un ave libre, incluso envidiable, y a una mujer sin marido se la consideraba más bien un pájaro de mal agüero, la “solterona vulgaris”, denominación científica poco respetuosa y muy indicativa de cierta visión descompensada del mundo. Al ponerse el sol, en cambio, Rosa fingía ir a poner inyecciones a enfermos agonizantes con su maletín de ATS misericordiosa, cuando en realidad se iba a trabajar al cabaret L’As de Bastos, donde era la estrella del espectáculo, una diva doméstica del music-hall pícaro, la mejor amaestradora de pulgas a este lado del Paralelo. La tía en el sentido genealógico, estrictamente familiar, abrazaba alegremente el argot durante las horas nocturnas para convertirse en una “tía” admirada y piropeada por el público del teatro.

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Rosa Maria Sardà, protagonista de ‘Les nits de la tieta Rosa’

En su autoconciencia irónica, la tía Rosa fue una punta de lanza del feminismo, mucho más avanzada que aquellas que podrían haber sido vecinas suyas y que los espectadores catalanes conocieron doce años más tarde, las Teresines, creadas por el grupo teatral La Cubana para la serie Teresina S.A. Maria Aurèlia Capmany, autora de novelas como Feliçment, jo sóc una dona o ensayos como De profesión, mujer, advertía el potencial revolucionario que yacía en el carácter más aparentemente resignado de cualquier fémina. La escritora conjuraba así uno de sus temas capitales, caballo de batalla constante en su larga trayectoria militante. Forzando un poco la metáfora, podríamos llegar a ver al personaje de Sardà como un alter ego casquivano de su creadora, autora de prestigio en los círculos literarios del catalanismo combativo de día, cultivadora de géneros populares y menospreciados por algunos de sus colegas de noche. Estamos hablando de una escritora que en 1979 había osado condensar sus ideas de progresismo feminista en el guion de una historieta cargada de mala leche sarcástica, Dona, doneta, donota, dibujada por otro intelectual camaleónico, Avel·lí Artís-Gener, más conocido como Tísner. Si los más petulantes de los literatos pueden llegar a menospreciar a la televisión, ¿qué decir de los cómics? Por esa misma época, Capmany había escrito los 45 capítulos de una Història de Catalunya emitida en Ràdio 4, la división catalana de Radio Nacional de España recientemente inaugurada.

Sin someterse a los dictados de la sitcom tradicional le daba la vuelta a tabús férreamente instaurados, riéndose incluso de la preocupación por hablar correctamente un idioma desterrado durante demasiados años de la educación oficial

Les nits de la tieta Rosa le permitieron desgranar bajo el prisma de un vodevil amable temas tan delicados como los abortos en Londres, la maternidad en solitario, el adulterio, el matrimonio considerado como una obligación social o los trastornos psiquiátricos. En 1980 abordar algunas de estas cuestiones era una novedad temeraria, tanto en catalán como en castellano. Sin someterse a los dictados de la sitcom tradicional le daba la vuelta a tabús férreamente instaurados, riéndose incluso de la preocupación por hablar correctamente un idioma desterrado durante demasiados años de la educación oficial. Rosa María Sardà, que conseguiría ser espontánea hasta leyendo un prospecto medicinal, buscaba la complicidad de los espectadores, los únicos que conocían su doble vida secreta, hablando directamente a cámara. Vaya, que en eso de romper la cuarta pared Francis Urquhart y Frank Underwood no fueron pioneros.

La tía Rosa era un alma libre de estereotipos, a medio camino entre dos mundos que no la acababan de comprender del todo. En casa, su familia, en la que podíamos reconocer los rostros de Carme Fortuny, Imma Colomer y Carles Lloret, quedaba tan desconcertada por la reticencia a volar fuera del nido, decidida a rechazar una y otra vez a un eterno pretendiente plasta, como por ciertas opiniones a la hora de resolver los conflictos de los más jóvenes. En el teatro, pretendía apostar por un cabaret literario que al empresario del local, interpretado por Alfred Luchetti, le parecía demasiado elevado. Claro que este prohombre del show business también afirmaba sin ningún rubor algo que seguirían suscribiendo muchos productores del cine y la televisión actuales: “una mujer que se quiere no cumple nunca los 40”. Sardà no se arredraba ante estas provocaciones y lanzaba otro tipo de puyas, recordando por ejemplo que los hombres antes eran más sensibles porque pasaban más hambre. Algunos de sus monólogos indignados mantienen plena vigencia escuchados ahora, mérito de Maria Aurèlia Capmany y demérito de una sociedad demasiado anquilosada.

En el equipo técnico encontramos otros nombres clave: los realizadores Lluís Maria Güell y Mercè Vilaret, el escenógrafo Fabià Puigserver en el apartado de vestuario o la bailarina y actriz Sílvia Munt en la creación de algunas coreografías para los números musicales de la protagonista, precisamente el punto débil de una propuesta sorprendentemente moderna, no porque no sean destacables, sino porque rompen el ritmo de la ficción. En cada capítulo, la trama doméstica quedaba interrumpida cuando nos trasladábamos al cabaret y asistíamos a la actuación de Camelia de Nit, el pseudónimo artístico de la tía. Estas escenas se rodaban en un teatro delante de público real, con el acompañamiento al piano de Josep Lluís Soler. Camèlia/Rosa interpretaba canciones adaptadas al catalán por Josep Maria Mainat, ex miembro de La Trinca y ex pareja de la Sardà, mientras coqueteaba con el presentador del show, un jovencísimo Lluís Homar caracterizado como un chulo pendenciero. Aunque son números divertidos y ocurrentes, que además catalanizan un género asociado al castellano desde los tiempos del Paralelo más canalla, suponen paréntesis demasiado extensos. Aún así, entendemos y compartimos las intenciones de Maria Aurèlia Capmany. Todo valía para demostrarle a Suárez y a tantos otros que el catalán, como cualquier otra lengua, sirve para hablar de neutrones, de pulguitas, de reivindicaciones feministas y de lo que haga falta.

 

  • El Serielizados Fest rendirá homenaje a la figura de Maria Aurèlia Capmany con la proyección de ‘Les nits de la tieta Rosa’ y un coloquio posterior con excompañeros de la artista.

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