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Recuerdo con ilusión la llegada de Netflix a España, con un maravilloso mes de prueba y un catálogo que mis amigos describían como precario a pesar de ser gratuito durante treinta días -mira que se nos da bien poner pegas en este país-. Durante mucho tiempo, he ejercido como asistente de la mejor estrategia de marketing que el nuevo gigante del audiovisual ha desarrollado: el boca-a-boca.
Pero las últimas decisiones comerciales y de programación de la empresa han revelado una obviedad que se nos ha pasado desapercibida: quieren maximizar beneficios. ¿Cómo explicar, si no, la más que innecesaria segunda temporada de 13 reasons why? ¿Cómo es posible que Adam Sandler haya renovado y tenga aún más películas a estrenar hasta 2021, después de los despropósitos de The ridiculous six, The Do-Over o Sandy Wexler? Sencillo: son algunos de los contenidos que más se reproducen.
Series verdaderamente interesantes, como Hemlock Grove o Bloodline, se han quedado en el camino, porque no aportaban suficiente retribución económica a la compañía, mientras que los últimos proyectos originales que ha desarrollado Netflix, al menos en lo que a series se refiere, se quedaban un escalón por debajo de sus mejores producciones. Es el caso de Santa Clarita Diet, The rush, Madres forzosas o la propia 13 reasons why, así como las últimas series Marvel-Netflix, Luke Cage e Iron Fist.
Reed Hastings, CEO de la compañía y casi divinidad contemporánea, afirma que se han quedado cortos y que la sangría de cancelaciones sólo acaba de empezar. La política de Netflix a la hora de suspender emisiones de contenido propio, ante las pocas que ha acometido, es un misterio. Después de The Get Down y Sense8, no sabemos cuál será la siguiente, lo que nos llena de pavor. Y dará igual la cantidad de firmas que se recoja en peticiones de Change.org en contra de las actuales y futuras cancelaciones: Netflix está interesada en que los firmantes paguen para ver sus contenidos, no en la insistencia en redes del fenómeno fan.
La burbuja de la imagen de Netflix como salvador del mercado televisivo y el empujón que necesitaba la tercera edad de oro de la televisión en el ámbito digital nos acaba de estallar en la cara. Al final, la compañía pretendía hacerse un hueco en el feroz mercado audiovisual, y lo ha conseguido con creces: según la plataforma eMarketer, tiene casi 130 millones de espectadores en la actualidad. Ya no es el revulsivo del mercado, y se ha convertido, con pocas dudas al respecto, en el líder mundial de la industria.
«La burbuja de la imagen de Netflix como salvador del mercado televisivo nos acaba de estallar en la cara»
Otro de los motivos de la vuelta de tuerca de la empresa es su internacionalización. Desde que en 2010 llegara a Canadá, Netflix no ha parado de expandirse y ya está disponible en todo el mundo. Y en todos los países ofrece no sólo su paquete de producción propia y otras tantas series de las que es titular de derechos de distribución, sino que está comenzando a crear contenido propio en cada país. En España está el caso reciente de Las chicas del cable, incluso renovada por una tercera temporada y con planes de estrenar la segunda a finales de este año. También ocurre con series como Marsella en Francia o The Crown en Reino Unido, ésta última buque insignia de la producción propia reciente de la cadena.
Además, entre las nuevas estrategias de Netflix se incluye la adquisición de derechos de muchas otras series para su distribución internacional: The returned, Breaking Bad, Orphan Black, Crazy Ex–girlfriend, Black Sails o Scream son algunas de las que tiene en contrato para su distribución en España. Pero también hay exportación de contenido: es el caso de Merlí, que está siendo todo un éxito en Sudamérica, o de la película Pieles de Eduardo Casanova, que se estrenará internacionalmente en la plataforma, incluso antes de su lanzamiento en salas en nuestro país.
Para el ámbito cinematográfico, al que Netflix se lanzó con algo más de valentía al comprar los derechos de distribución de Beast of no nation, 2017 puede ser clave para el establecimiento de las estrategias de la compañía. Las grandes apuestas de Okja, de Bong Joon Ho y The Meyerovitz Stories, de Noah Baumbach, ambas presentadas en Cannes, pueden marcar la hoja de ruta a seguir. La publicidad indirecta y la incidencia en redes que ha conseguido por la polémica de la sección oficial del Festival de Cannes probablemente forme parte de las tácticas comerciales que pretenden desarrollar.
En ningún momento Netflix ha dejado de ser una empresa, a pesar de lo mucho que ha conseguido engatusar a sus suscriptores y hacerles pensar que eran profetas de una tierra prometida. La excelente estrategia publicitaria, sumada a ciertos contenidos que triunfaron –House of Cards y Orange is the new black– en su salida y que siguen en emisión, mantienen a flote una plataforma que se lanzó a producir series valientes y, todo hay que decirlo, carísimas. Y en vistas de que The get down y Sense8 eran insostenibles en lo económico, han sido canceladas.
El nuevo contenido de calidad de Netflix parece pasar por las docu-series: es el caso de The keepers, que pretende seguir la línea que marcó Making a murder. Este formato es, en gastos de producción, bastante asequible, y parece tener tirón entre los espectadores. Pero no todo acaba aquí: de las creadoras de Orange is the new black -¿quién dijo vivir de las rentas?- llegará Glow, la gran apuesta de este verano y cuya publicidad se extiende en la estación de Chueca, apenas a diez días del comienzo del Orgullo. ¿Estrategia comercial o apuesta por contenidos atrevidos? Con Netflix, ya no se sabe.