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En 1963 un joven de apenas veintiocho años desembarcaba en España, regresando al país en el que había vivido buena parte de su niñez y adolescencia. Era un completo desconocido, pero tras tres años de carrera meteórica, se iba a convertir en una de las estrellas más fulgurantes del medio televisivo gracias a un programa que impactó como ningún otro a los espectadores de la época. El título del programa era Historias para no dormir y, el nombre de su artífice, Narciso Ibáñez Serrador. Cincuenta años después, la aportación del también conocido como “Chicho” al audiovisual en España va a recibir un reconocimiento de honor en la tercera entrega de los Premios Feroz, otorgados por la Asociación de Informadores Cinematográficos de España. Parece un año ideal para hacerlo, puesto que en esta edición los Feroz han acogido a los críticos de televisión en su seno y a las series en sus nominados. La trayectoria de Ibáñez Serrador se desarrolló tanto en cine como en televisión: dirigió dos películas, los clásicos del cine de terror La residencia (1969) y ¿Quién puede matar a un niño? (1976), y fue responsable de dos de los programas más importantes de nuestra televisión, la ya citada Historias para no dormir y el concurso Un, dos, tres.
El legado de Chicho se mantiene vivo de muchas formas. Antes de recibir el Premio Feroz de Honor 2017, ya obtuvo galardones a toda su carrera en los Premios Iris de la Academia de la Televisión, los Premios Antena de Oro (2002), el Festival de Sitges (2003), los Premios Ondas (2003) y el Premio Nacional de Televisión (2010). A eso se suma el reconocimiento de la universidad: Julio Moreno, Aida Cordero y Ada Cruz son autores de las tres tesis doctorales sobre su obra. Y en cuanto a la profesión, Ibáñez Serrador es el referente de los creadores especializados en el terror, el fantástico y el thriller. Álex de la Iglesia, Jaume Balagueró, Mateo Gil, Enrique Urbizu y Paco Plaza fueron los directores que quisieron acreditar esta deuda participando en la serie de tv-movies Películas para no dormir (2007), mientras que más recientemente Juan Antonio Bayona lo reafirmó cuando recibió la visita sorpresa de Chicho durante su participación en el programa de Andreu Buenafuente: “Le debemos muchísimo a este hombre”. Y, lo que es más importante, gracias a las ediciones en DVD y el imprescindible archivo en línea de RTVE, la obra de Narciso Ibáñez Serrador sigue encontrando nuevos espectadores generación tras generación.
«El 4 de febrero de 1966 se emitió “El cumpleaños”, la entrega inaugural de ‘Historias para no dormir'»
¿Cuáles son los motivos de que Narciso Ibáñez Serrador se siga manteniendo tan actual? Pensemos en un momento en la España del 4 de febrero de 1966, el día que, a las 11:15 de la noche en el primer canal de Televisión Española, se emitió “El cumpleaños”, la entrega inaugural de Historias para no dormir. TVE, en blanco y negro todavía, era una televisión para un país atrasado que empezaba a salir de un aislamiento internacional y daba sus primeros pasos en la sociedad de consumo. Los espectadores de esa primera entrega se encontraron, en el prólogo, entrando en la biblioteca de un viejo castillo, hasta llegar a una estantería donde una calavera acompañaba los libros de autores como Poe y Maupassant. Y de pronto, mientras sonaba una voz en off grandilocuente, en primer plano aparecía una araña. Más bien, una araña de pega, que funcionaba mal. Se rompía así la magia de la ficción, mientras se veía en pantalla al hombre que estaba detrás de todo, el propio Chicho, con sus gafas de pasta y su voz aflautada. Además de asustar, Ibáñez Serrador estaba también dispuesto a reírse de sus limitaciones presupuestarias y a hacer un auténtico manifiesto: “Nuestra intención es tratar de poner en pantalla una serie de suspense donde el principal objetivo no sea lograr grandes impactos terroríficos sino pequeñas dosis de calidad”.
En estos primeros minutos de Historias para no dormir se resume en gran medida no solo la serie, sino la prodigiosa trayectoria de Ibáñez Serrador como uno de los puntales de la modernidad en la televisión de los años sesenta. Había leído mucho, y quería hacer llegar sus obras favoritas al público televisivo de un país que siempre ha mirado a la cultura con cierta sospecha. Era inteligente, y quería hacer una televisión que él mismo pudiera disfrutar como espectador. Quería provocar emociones, alterando los ritmos cardíacos de unos espectadores que luego iban a tener complicado conciliar el sueño. Y sentía que su trabajo tenía un propósito mayor, aunque en alguna ocasión eso supusiera caer en la moralina. Todo ello quedaba perfectamente resumido en la crítica de Enrique del Corral en ABC sobre El asfalto, ganadora de dos premios en el Festival Internacional de Televisión de Montecarlo de 1966: «‘El asfalto’ es una obra ciento por ciento televisiva; ciento por ciento actual, dramática, tremenda. Angustiosa. Pero resuelta con humor, con buen gusto, con talento. Un talento puesto al servicio de la televisión exclusivamente. De la televisión como arte de expresión, de la televisión como vehículo de mensaje».
No debe sorprender que Chicho decidiera comenzar de esa forma tan arriesgada su serie de consagración en TVE teniendo en cuenta que casi todo en su vida había sido hasta ese momento singular. Nacido en Montevideo en 1935, fue el único hijo de la pareja de actores formada por el asturiano Narciso Ibáñez Menta y la argentina Pepita Serrador. Serrador se trasladó a vivir a España tras la separación de sus padres, y aquí se crió el joven Narciso: niño enfermizo y lector voraz primero, y después joven viajero y fabulador. En 1957 Narciso hijo tomó un barco rumbo a Argentina al reencuentro de Narciso padre, que por entonces era un reputado practicante del terror gótico tanto en las tablas como en el naciente medio televisivo. En poco más de cinco años, Ibáñez Serrador aprovechó el rápido desarrollo de la televisión en Argentina para convertirse en un reputado profesional como actor, director y guionista, esto último con el pseudónimo de Luis Peñafiel.
Los premios Nobel, Los malditos por la historia, Más allá del color, Cuentos para mayores, Póquer de juventud, Zarzuelas de ayer y hoy, Novelas de terror, Obras maestras del terror (que tuvo una adaptación cinematográfica en 1960) y Mañana puede ser verdad son los principales títulos de esta etapa argentina, donde Ibáñez Serrador se especializó en adaptaciones literarias y biografías de personajes célebres, casi siempre con su padre como actor y director artístico. Las crónicas de la época cuentan que la adaptación que realizaron de la novela El fantasma de la ópera de Gaston Leroux tuvo tanto éxito que su capítulo final paralizó la ciudad de Buenos Aires, aunque también que Mañana puede ser verdad, su apuesta por la fantasía y la ciencia-ficción, ocasionó la ruina financiera del joven creador, que acabó regresando a España para reunirse con su madre y llevar a las tablas de Madrid la obra pícara Aprobado en inocencia (a la que la censura había cambiado el título de la original Aprobado en castidad).
Cuando Chicho regresó a Madrid no solo tenía un manejo insuperable del arte de hacer televisión, sino que también había visto lo más avanzado que el medio tenía que ofrecer, ya que en Argentina las cadenas privadas reproducían gran parte de la programación de las tres networks de Estados Unidos. Armado con una cinta de Mañana pueda ser verdad, la grabación correspondiente a “El hombre que perdió su risa”, Chicho convenció a José Luis Colina de que le diera una oportunidad en TVE. Primero, en un programa de la tarde, Estudio 3. Pronto, con recursos especiales para lograr ganar premios en los festivales internacionales de televisión, como fue el caso de la adaptación de El corazón delator de Poe titulada El último reloj (1964), logró una mención especial en Montecarlo. Y, en apenas un suspiro, llegó la oportunidad de poner en marcha sus propias series, casi todas versiones o reediciones de sus trabajos previos en la televisión argentina.
Pero Chicho se dio cuenta rápidamente de algo: mientras que sus adaptaciones literarias o biografías más clásicas, como La historia de San Michele (1964), pasaban desapercibidas en un contexto televisivo donde los dramáticos estaban a la orden del día, sus historias de terror y ciencia-ficción como Los bulbos (1964) lograban un impacto sensacional. Historias para no dormir fue, no hay que olvidarlo, una combinación de sus dos series precedentes en TVE: Mañana puede ser verdad, escorada hacia la ciencia-ficción, y Tras la puerta cerrada, más orientada al terror. No dejaba de ser una obra de madurez y consolidación, y por eso se atrevía no solo a presentar cada capítulo a la manera de Rod Serling en The Twilight Zone (ya marca de la casa), sino también, como Alfred Hitchcock en Alfred Hitchcock Presents, colocando su nombre antes del propio título de la serie en los créditos, que indicaban “Narciso Ibáñez Serrador presenta Historias para no dormir”.
«Era un autor que destacó en un aspecto clave: un impresionante dominio de los elementos visuales y sonoros del medio»
Chicho era un autor televisivo que incluso aprovechaba su programa para hacer bromas y dialogar en la distancia con otros autores televisivos de esos años, como Adolfo Marsillach. Pero sobre todo destacó en un aspecto clave, la misma característica del otro gran inmigrante televisivo de TVE, el rumano Valerio Lazarov: un impresionante dominio de los elementos visuales y sonoros del medio. Todavía hoy llaman la atención el uso de planos en posiciones poco habituales y los movimientos de cámara, así como la inteligente utilización de la música y efectos sonoros. Pero este uso del lenguaje audiovisual no era un mero ejercicio de exhibicionismo, sino que estaba en total sintonía con su interés principal como narrador. En una entrevista para el diario La Nueva España publicada el 1 de septiembre de 1968, Ibáñez Serrador lo explicó así: «Mira, el arranque ágil, metiendo en situación al telespectador a los pocos minutos, es fundamental. La televisión no es como el teatro o el cine, donde el público va dispuesto a ver el espectáculo. Cuando estamos en casa, frente al televisor, hay mil cosas que, al propio tiempo, nos distraen: una llamada telefónica, la cena, el periódico, los niños, la conversación. Por eso es imprescindible captar la atención nada más comenzar, evitando que el interés se aleje de la pantalla». Y eso fue cierto para Historias para no dormir, pero también lo sería más tarde para el concurso de televisión Un, dos, tres… un espectáculo visual con humor, emoción, un toque de leve sadismo (recordemos a “los sufridores”) y, por qué no decirlo, también el erotismo que se trasluce en el memorable dramático Historia de la frivolidad, algunos capítulos de Historias para no dormir y la película La residencia.
Poco debe extrañar que tantos y tantos creadores de cine y televisión tengan a Narciso Ibáñez Serrador como un referente a día de hoy. Las dos temporadas originales de Historias para no dormir emitidas entre 1966 y 1968, con sus logradas adaptaciones de Edgar Allan Poe y Ray Bradbury, entre otros, permanecen como una de las cumbres de la ficción televisiva en España, a pesar de que sus continuaciones (como ese plúmbeo manifiesto anti-televisivo que es El televisor), con más medios y menos imaginación, no estuvieran a la altura. Preocupado por intentar definir el concepto de calidad en el medio, Ibáñez Serrador hizo a los espectadores de la época una propuesta audaz, apelando a sus sentidos con sustos y golpes de efecto, pero también a sus cabezas con referentes literarios y sofisticadas alegorías sobre los males del mundo contemporáneo. Y todo ello explorando al máximo las posibilidades expresivas del medio, funcionando casi como una guía de todo lo que se necesita para contar una buena historia y atrapar al espectador. Así, Narciso Ibáñez Serrador, ha sido el maestro que asustó y también el que enseñó a asustar.