Muerte por 'hype'
La expectativa como cebo

Muerte por ‘hype’

La segunda de 'Stranger Things' y 'True Detective' o el estreno de 'Westworld'. Las expectativas son un serio inconveniente de cara a afrontar cualquier historia que llame nuestra atención. Por ello, hay que detectarlas a tiempo, y saber evitarlas en una medida sana, dentro de lo posible, para no pervertir una serie.
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Lo confieso. Hoy, ya en 2017, sigo sin haber visto el último capítulo de Breaking Bad. Aún no he sido capaz de ver el final de una de las series icónicas de nuestro tiempo reciente, y no por falta de ganas. La serie me encantó, pero cometí el craso error de no ver la última temporada al día -la sucia jugarreta de sacar la quinta en dos partes me descolocó- y eso abocó el visionado final al fracaso. Podría ver el capítulo, no me cabe duda, pero, ¿qué obtengo de ello? ¿Me va a satisfacer lo que encuentre? No solo me afecta el impactante final de la cuarta temporada, cuya imagen se mantiene aún en mi retina, con ese timbre que suena con cada vez más intensidad y ese digno gesto de colocarse la corbata, sino el que, para mí, es uno de los mayores problemas del ser humano en todos sus aspectos: las expectativas.

No imagináis la cantidad de comentarios que escuché y leí, mientras veía felizmente la quinta temporada, sobre el final de Breaking Bad. Los había buenos, los había excitantes, los había pesimistas, los había tremendistas, los había neutrales… Pero los había a raudales. ¿Qué imagen creaba eso del episodio dieciséis de la quinta temporada para mí? ¿Iba a ser maravilloso, como decían unos? ¿Sería decepcionante, como otros tantos afirmaban? Tomé una decisión de la que no me arrepiento y que aún hoy mantengo: no veré “Felina” hasta que no sea capaz de aislarme de todo lo leído y escuchado sobre el capítulo; las redes sociales ya se han encargado de que sepa qué ocurre al final.

 

La expectativa: arma de doble filo

Hay que aprender a detectar el hype, íntimamente relacionado con el media circus. El hype es una estrategia cercana al amarillismo para terminar sobreinformando -o desinformando- al espectador sobre un evento concreto. Y claro, esta sobreinformación no suele ser hacia lo bueno, y nos crea expectativas que, en bastantes casos, han provocado el odio hacia más de una serie.

Las expectativas son una putada. Nos privan de películas que pasan de ser normales a ser apasionantes, como Ted describe Karate kid en How I met your mother: “nunca digas que la película es increíble a alguien que no la haya visto, porque si no dejará de serlo”. Y eso se aplica, evidentemente, a las series de televisión, que tienen por su estructura narrativa incluso más posibilidades de crear expectativas en el espectador.

Y no sólo creamos hype porque cada vez nos gusta más saber sobre las series que vemos, sino por la saturación de información en la que vivimos. Aquí los ejemplos son fáciles de encontrar: esa foto del rodaje de la segunda temporada de Stranger Things -si eres humano y estás interconectado la habrás visto entre diez y veinticinco veces-, así como opiniones sobre lo fantástica que será la siguiente temporada de Juego de Tronos, de la que no sabemos prácticamente nada. Incluso sobre la producción nacional: tenemos unas expectativas casi antinaturales sobre Las chicas del cable por el simple hecho de que la distribuya/produzca íntegramente Netflix, a pesar de la (mal ganada) fama de la ficción televisiva nacional.

Todo el aparato que se creó en torno a la salida de Westworld, en la que colaboraban Lisa Joy, Johnatan Nolan y J.J. Abrams, palabras mayores, es también otro ejemplo de creación de expectativas. Y qué decir de todo el polvo que ha levantado desde su anuncio la tercera temporada de Twin Peaks. El hype también es complemento de los creadores reconocidos, y se cumple cuando puedo afirmar con seguridad que todos como locos esperamos que David Simon saque serie pronto, aunque le dé por hablar de la migración del escarabajo pelotero.

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«Netflix ha conseguido que, aunque sus series sean mediocres, todo el mundo quiera verlas por el sello.»

Las estrategias publicitarias tradicionales que maneja la televisión se han derrumbado ante Netflix, que ha movido los hilos con una inteligencia muy superior al resto de agentes de su mercado. El nuevo gigante americano ha conseguido que, aunque las series que saca sean mediocres, todo el mundo quiera verlas por el sello de su marca. Pero no acaba ahí: su inversión en publicidad, tanto física como online, y su inteligente estrategia en redes sociales, ha provocado que Netflix sea el nuevo Midas, y que todo lo que toque se convierta en oro, aunque en origen fuera una mierda con envoltorio.

Pero, como decíamos, las expectativas no solo funcionan como estrategia publicitaria. Los guionistas de nuestras series favoritas, por lo general, son malas personas, y nos dejan con ganas de más en los finales de temporada. Pero no es tanto porque sean descendientes directos de Satán -que también-, sino por cuestiones de corte económico. El cliffhanger, herramienta narrativa en la que ocurre un evento inesperado justo al final de la temporada, o capítulo, que confunde y engancha al espectador, busca conseguir que continuemos apostando por la serie a pesar del tiempo de espera entre temporadas. Y el cliffhanger es un generador de hype considerable, con todas las teorías conspiranoicas que se generan alrededor de estos finales de temporada, como en Juego de Tronos.

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«Las redes sociales son más capaces de hacernos querer ver una serie que la propia narrativa de la serie.»

El cambio de paradigma de la audiencia, en la que de nuevo Netflix tiene mucho que ver, ha hecho que la narrativa serial cambie: ya no esperamos siempre una semana por capítulo, impacientes por los pequeños teasers o adelantos que vemos en páginas de Facebook, anuncios de YouTube o pancartas gigantes en Plaza del Sol, sino que nos tragamos entre cuatro y seis capítulos -y estoy siendo generoso con una media tan baja- sin demasiados inconvenientes. Hemos cambiado el mantita y peli por mantita y Netflix, que se dice pronto. Las redes sociales son más capaces de hacernos querer ver una serie que la propia narrativa de dicha ficción y su estructura capitular.

La abundancia de información desordenada también ha llegado al sector audiovisual. Ahora nos interesa qué actor o actriz está en el rodaje de la serie, porque así podemos teorizar sobre su papel -y si vive o muere- en la ficción al mismo nivel que la fecha de estreno de algún capítulo. Yo ya insisto a mis círculos seriéfilos y cinéfilos -el 90% de personas que me rodean- que no me hablen sobre lo que quiero ver, que no quiero saber absolutamente nada: actores, reparto, argumento, localizaciones… No quiero estar influido en nada, ver completamente virgen cualquier cosa. Estoy convencido de que por eso disfruté tanto de Stranger Things, ya que tuve la suerte de verla antes de su boom y sin saber nada de ella.

Así que, con todos los spoilers emocionales que rodean a “Felina” en mi acervo de hype, sigo convencido de que tardaré en ver el final de Breaking bad. Mi vida puede seguir adelante en este eterno discurrir, en este alargar cual chicle una serie que para el resto del mundo ha acabado, pero para mí sigue estando en emisión. No os dejéis arrastrar por las expectativas, pero también procurad no ser tan haters como yo, que soy incapaz de no odiar a quien continúa la frase “¿Has visto la serie bliblublá? Es genial” cuando no la he empezado.

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