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Nancy Botwin perdió a su marido y se convirtió en empresaria. Rebecca Bunch sufrió una crisis nerviosa y se mudó a West Covina. Jane Gloriana Villanueva se quedó, milagrosamente, embarazada y tuvo que reescribir sus planes de futuro. La comedia televisiva está repleta de historias de mujeres cuyas vidas cambian repentinamente. Más jóvenes, más viejas, más profesionales o más maternales, a cualquier señora le puede llegar ese momento vital en el que hay que tomar un nuevo camino.
A la señora Fletcher también le ha pasado. Divorciada desde hace muchos años, ahora tiene que ver como su hijo Brendan se marcha a la universidad. Y no es algo que lleve bien. Pero a partir del momento en el que el retoño le despida frente al ascensor de su nueva residencia, tendrá para ella su casa, su tiempo y su vida. Y lo que es mejor, un montón de lugares hogareños en los que disfrutar de su nueva afición, el porno.
Este tsunami de nuevas circunstancias, por las que cualquier padre o madre matarían, no son gratas para la señora Fletcher, que lo primero que hace cuando es liberada de su compromiso materno es apuntarse a un curso llamado «Ensayo personal». Más obligaciones para pasar el menor tiempo posible pensando, preguntándose quién es y qué ha hecho con su vida.
Eve, que así es como se llama, sería una buena candidata a ser compañera de Botwin o Jane. El problema es que la protagonista de la comedia de HBO, Mrs.Fletcher, no tiene ni pajolera idea del camino que va a tomar su vida. Y no tiene mucho tiempo para descubrirlo, porque es una serie limitada que Tom Perrotta se ha encargado de adaptar a partir de su propia novela homónima.
O al menos eso es lo que se esperaba. Quienes conocen la novela publicada en 2017 han encontrado en su versión televisiva cambios que influyen en el devenir de la protagonista. Y encuentran estas nuevas incursiones narrativas bastante alejadas del espíritu de la novela. Y de cualquier narración que pretenda resultar atractiva a largo plazo si no conoces el libro.
Que Kathryn Hahn encarne a la protagonista me ha mantenido frente a la pantalla durante seis episodios. Pero no es suficiente para hablar de la señora Fletcher frente a la máquina de café, por mucha Hahn y mucho porno (que tampoco es tanto) que haya de por medio. Eve ve vídeos y luego deja su imaginación volar mientras espera en un semáforo o una atenta azafata le ofrece helado ecológico en el supermercado. Pero sigue durmiendo sola, huyendo de lo que quiere y de lo que no, en busca de respuestas a preguntas que ni ella misma conoce.
La narración de su solitaria vida transcurre paralela a la de su hijo, recién llegado a la universidad. Popular y querido en el instituto, Brendan no va a tardar en descubrir que se acabaron los choques en el pecho con los compañeros de equipo, las burlas a los compañeros de clase. El ciclo de la vida propio del bobo solemne que es y que demuestra desde el primer minuto, aunque su madre parece no descubrirlo hasta la mañana en la que se marcha a la universidad. Cuando al otro lado de la puerta le escucha comportándose con la chica con la que se está acostando como si formase parte de una película porno.
Es imposible encontrar en toda la serie un hombre que no se merezca la peor de las desgracias o que no den ganas de darle un bofetón
El desarrollo del autodescubrimiento de Eve y Brendan es antagónico y, a veces, incluso quiere ser poético. Ella es quien se emborracha, él el que sufre. Ella finge estar enferma para faltar al trabajo, él acaba metido en un grupo de terapia por razones sentimentales. Y aunque Brendan es la perfecta encarnación de la versión más tremebunda de la adolescencia actual, y es inevitable disfrutarlo, en ocasiones no puedes dejar de preguntarte por qué si la serie es de la señora Fletcher, estás viendo al hijo de la señora Fletcher.
Quizá porque entre la residencia de ancianos que dirige, los momentos de masturbación frente al portátil y el curso de marras, tampoco haya demasiado que contar. Especialmente sangrante es el entorno del «Ensayo personal» que básicamente queda limitado a que la protagonista no escriba una línea y se enamore perdidamente de un joven melenudo. El mismo al que su propio hijo ha hecho bullying durante todos sus años de instituto. Más allá de lo forzado de la paradójica situación, que (oh, sorpresa) tampoco parece llevar a ningún sitio, Perrotta ha decidido prescindir en esta trama del discurso «postfeminista» y de identidad que caracterizó al personaje literario. Desconocemos si porque temía que no lo entendiésemos o que parte de la audiencia masculina huyese espantada. Algo que, por otra parte, ha podido pasar igualmente, ya que es imposible encontrar en toda la serie un hombre que no se merezca la peor de las desgracias, que no sea un ser despreciable o que no den ganas de darle un buen bofetón.
Mrs. Fletcher, en realidad, encaja como primera temporada de una versión moderna y amoral de The Deuce, en la que Eve termina fundando su compañía de vídeos porno y (esto ya es culpa de Perrotta) se casa con el joven melenudo, para desgracia de su estúpido hijo. O cualquier otro desvarío que se os ocurra y que haga feliz a Eve, lejos de ese pozo de tristeza que es la residencia.
El problema es que como serie limitada no funciona. Porque pierde un tiempo que no tiene en contar cosas que no son importantes. Y lo que parece serlo, en realidad, no lo es, porque Eve no sabe si es lo que verdaderamente quiere. Así, por mucha Kathryn Hahn que pongas en pantalla y por muy novedosa y necesaria que sea su «fresca» moral, es difícil que alguien se plantee cada semana dedicarle unos minutos a la calenturienta señora Fletcher.