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Hace ya algunos años que Netflix encontró en el documental true crime (pensemos en Making a Murderer o The Staircase) una de las razones de su existencia: historias llenas de recovecos, que pueden estirarse a lo largo de muchos episodios, y a las que es muy difícil no engancharse, trufadas de esa fascinación por el mal tan característica de la Peak TV. El true crime nos ha dado alegrías narrativas y formales, no cabe duda, pero también es importante señalar su natural tendencia a rechazar la innovación o la profundidad excesiva para recrearse en seguir modulando, con músicas exageradas y momentos vacíos pero llenos de shock value, el morbo de toda la vida.
Misterios sin resolver no es tanto un true crime en sentido estricto como una serie de relatos aparentemente criminales, rarísimos, en los que descubrir si alguien es culpable de asesinato o no no es necesariamente lo más importante. Como su propio nombre indica, la serie no está tan interesada en descubrir específicamente quién hizo qué y por qué, sino en orbitar en torno a un enigma criminal que todavía persigue a los familiares de la víctima y a nosotros nos arrastra de forma muy eficaz hacia uno de esos lugares psicológicos en los que es difícil que no se nos pongan los pelos de punta.
Hay true crime que confían más en las autoridades y otros que confían menos (aunque es cierto que la mala praxis policial es una de las constantes del género), pero es Misterios sin resolver el único que nos invita, al final de cada episodio, a contactar con las autoridades si nosotros tenemos información sobre el caso: no existen conclusiones en la serie, sino un work in progress que en ocasiones es fascinante y en otros enerva por su incapacidad para llegar a ningún lado.
Como en las encarnaciones anteriores del formato (no olvidemos que la serie cuenta con 580 episodios, repartidos, desde su estreno en 1987, en networks en abierto como NBC, de cable como Lifetime, y ahora en VOD con Netflix), en la serie encontramos un mix de situaciones criminales y relatos paranormales sin explicación. Lo cierto es que el aparente anclaje real del formato siempre ha estado supeditado a abrir una puerta al misterio que debe más a los cómic pulp o a la novela negra que a la frialdad de los informes judiciales, y ahí es donde siempre ha residido el encanto de Misterios sin resolver; pero Netflix, obsesionada con dar una pátina de aparente calidad a formatos cuya originalidad está precisamente en su aspecto más trash, ha remozado estéticamente la serie acercándola mucho más a un true crime canónico, una narración fría de hechos probados.
La serie, en cualquier caso, sigue siendo la serie de toda la vida (aunque ahora sea más bonita), pero el miedo de Netflix a abrazar con todas las de la ley el territorio del misterio hace que Misterios sin resolver no se encuentre del todo a sí misma. Funciona, así, muy bien cuando se nos acerca a exploraciones sobre el racismo o las relaciones humanas en un pueblo pequeño, cuestiones en las que no cabe tanto abrirse a lo misterioso como tratar de entender las condiciones materiales en las que se produce un crimen; pero fracasa cuando intenta acercarse a lo puramente sobrenatural, como en el episodio dedicado al OVNI aparecido en un pequeño pueblo de Massachusetts en 1969.
Omitiendo testimonios y pruebas importantes, entrevistando apenas a algunos testigos (en uno de los avistamientos más locos del siglo XX) y jugando a la equidistancia en un tema en el que la equidistancia no tiene ningún sentido (si me vas a hablar de OVNIs, ¡háblame de OVNIs!), da la impresión de que a la propia serie le da miedo el tema que está tratando, y la capacidad para alucinar al espectador sale volando por la ventana. Se domestica así un formato cuya gracia siempre residió en su capacidad para proponer el más difícil todavía, escapar de las normas a las que están sujetos otros géneros televisivos más informativos: no olvidemos que, durante años, la serie vino acompañada de un disclaimer inicial que la desvinculaba de cualquier news broadcast. ¡Y por eso era tan buena!
El espíritu de Misterios sin resolver sigue en el formato hasta cierto punto, afortunadamente, y cuando la serie se atreve a explorarlo se consiguen momentos maravillosos. El primer episodio, que narra un supuesto suicidio que quizá no lo fue, o el tercero, en el que un padre de familia modélico es acusado de matar de repente a su mujer e hijos, se abren a cierto pensamiento de la conspiración que claro que tiene poco fundamento, pero es la verdadera sal de este tipo de formatos. Planes secretos en los que intervienen misteriosas compañías de turbios intereses, cartas que mencionan a la CIA y oscuros programas de protección de testigos… Vamos, todo para lo que fue creado Misterios sin resolver.