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Si cerramos los ojos e intentamos hacer una lista de monologuistas o comediantes de ‘stand-up’, seguramente nos saldrán más nombres de hombres que de mujeres, aunque, para sorpresa de aquellos que consideran que solo los machos tienen un humor universal, muchas féminas se dediquen a la comedia y sean capaces de provocar risas incontroladas.
Amy Sherman-Palladino entra en la categoría de mujeres que son capaces de arrancar una carcajada, aunque en lugar de hacerlo delante de un micrófono lo haga a través de sus guiones. Las protagonistas de sus series también pertenecen a esta especie y Miriam ‘Midge’ Maisel (Rachel Brosnahan), la estrella de su nueva ficción en Amazon, The Marvelous Mrs Maisel, no es una excepción.
The Marvelous Mrs Maisel es una comedia que va a contracorriente porque es de época -está ambientada en 1958- y da todo el protagonismo a una mujer, dos elementos que seguramente echaran para atrás a los amantes de las risas con barniz intelectual y testosterónico. Midge es un ama de casa acomodada del Upper West Side neoyorquino con un talento natural para hacer reír, como descubre después que su marido la abandone por su secretaria. Borracha, en camisón y totalmente desinhibida, Midge se sube al escenario para despotricar sin piedad de un marido pusilánime, al que durante años ha apoyado en sus incursiones como cómico amateur de ‘stand-up’, acompañándolo por los bares del Greenwich Village de Nueva York.

Midge es una Doris Day judía enfadada con la vida porque, a pesar de haber seguido todos los pasos que una mujer de bien debe seguir, las cosas no han salido como se le habían prometido. Su mundo perfecto –vida milimetrada con escapadas puntuales al centro de la ciudad para no sentirse excesivamente aburguesada- se ha resquebrajado. Ella clama venganza escupiendo dardos verbales y buscando su foco, siendo despiadadamente irónica y descarnada mientras agarra con fuerza un micrófono. En The marvelous Mrs. Maisel, una mujer busca su propia voz para rescatarse de una existencia sin sustancia a la que ella misma se había relegado sin prácticamente darse cuenta. Midge es la demostración que no hace falta haber vivido una vida de penurias para ser una mujer oprimida: no contar con un espacio propio, más allá del hogar, ya es una forma de represión, aunque se viva en un apartamento que podría ser Versalles.
La historia de Midge se podría entender como un alegre divertimento si no fuera porque refleja, en parte, las peripecias de pioneras de la comedia como Joan Rivers –inspiración confesa de la hipnótica Rachel Brosnahan-, que tuvieron que dar los primeros pasos para que luego llegaran otras cómicas a las cuales nadie discute su talento, como Amy Schumer. Rivers empezó su carrera a principios de los años 60 en Nueva York, justamente en bares como The Gaslight Café, donde Midge irrumpe en plena furia postabandono. En sus inicios fue testimonio de cómo sus compañeros hombres iban prosperando mientras ella se las veía y deseaba para conseguir un contrato televisivo.
Teniendo en cuenta las torturas físicas a las que nos sometemos como rituales de belleza, vale la pena aprovechar el retrato irónico de Sherman-Palladino
Con la excusa de explorar el mundo de la comedia de ‘stand-up’ desde el punto de vista de Midge, Sherman-Palladino aprovecha para señalar, usando un humor con un ritmo cercano al de la comedia screwball, el prototipo de mujer que se promocionaba en los años 50. Durante su matrimonio, Midge se esfuerza por ser la esposa 10, la perfecta ama de casa americana que aparecía en los anuncios. A parte de ser leal, divertida y atrevida, cuida su aspecto físico al milímetro: nunca se levanta de la cama con un pelo fuera de lugar o sin maquillar, un hecho que en ningún momento sorprende a su marido, que vive en un mundo ideal en el que las mujeres no secretan legañas.
Si hoy en día no siguiéramos esclavizadas por la presión estética nos podríamos reír con desdén de las ocurrencias de Midge para mantener su apariencia perfecta. Teniendo en cuenta las torturas físicas a las que nos sometemos como rituales de belleza normalizados, vale la pena aprovechar el retrato irónico de Sherman-Palladino para quitarle hierro a la dictadura de las apariencias.
Como pasaba con Las chicas Gilmore, también protagonizada por mujeres de verbo rápido, la nueva serie corre el peligro que le cuelguen el sambenito de “serie femenina”, con todos los prejuicios que lleva asociados. Un error que nos deja claro que no hemos avanzado mucho respecto la década que muestra Sherman-Palladino, en la que se consideraba que una mujer era incapaz de explicar chistes que fueran universales y llegaran por igual a un público femenino como masculino. Los recelos pueden llevar a obviar cosas buenas de la vida y una de ellas podría ser The marvelous Mrs. Maisel.